El Lolo y Martín
Eran las siete de la mañana del sábado. Los primeros rayos de sol se metían como puñaladas por la ventana del dormitorio, ninguna piedad con las sombras de la noche que se refugiaban en el cuarto ni con los párpados del Lolo que dormía a pata suelta igual que Martín que, como de costumbre siempre encontraba una parte de la colcha en el piso donde echarse.
Apenas se movió, Martín levantó su cabeza y sin que lo delatara la más minima expresión de pereza, se puso de pie a escasos dos centímetros del rostro del Lolo esperando que este abriera los ojos para abalanzarse sobre la cama y colmarlo de tibios y húmedos lengüetazos.
Buen día perro hincha pelotas – dijo el Lolo mirándolo medio bizco por la proximidad del animal.
Se sentó en la cama y con un bostezo que parecía que se tragaba el placard, se estiró como lo hubiese hecho una momia que vuelve a la vida después de largo siglos.
Los dos fueron para la cocina. Lolo puso la pava en la hornalla y mientras preparaba el mate, Martín esperaba moviendo la cola una galletita criollita de las que comía su dueño.
Lolo y Martín habían juntado sus soledades y las convirtieron en una amistad entrañable.
El perro un callejero que el destino dejó abandonado y su amo un soltero al que el amor lo gambeteó como Maradona en un potrero de Fiorito.
Se conocieron una tarde que el Lolo tomaba mate en la plaza y el cachorro jugueteaba con los pibes que andaban en bici.
El juego duró hasta que el Lolo abrió el paquete de criollitas y a partir de ese momento no se separaron más.
El nombre de Martín surgió porque debía llamarlo de alguna manera y entonces pensó en ponerle el primer nombre que escuchara.
Menos mal que el primero fue Martín porque el segundo que escuchó fue Margarita y eso no lo tuvo en cuenta cuando pensó como ponerle el nombre.
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Ricardo "Cocho" Garay
"Sólo soy un soplo de vida en la eternidad"