El Lolo en el velorio de Doña Esther
En la sala velatoria se encontraban unos pocos familiares, una sobrina y el marido, un sobrino nieto y su esposa, dos vecinas y un segundo sobrino nieto. Todos esperando al hijo de Doña Esther que tenía que presentarse para hacer los trámites de rigor, sacar el cadáver de su madre que todavía estaba en la funeraria y ponerse con la plata del entierro.
Como el fulano no aparecía los trámites se fueron haciendo por solidaridad de los pocos familiares que se encontraban presentes y los mismos que durante el pos operatorio de la anciana Esther de 90 años se hicieron cargo de atenderla porque su hijo brillaba por su ausencia.
Lolo conocía bien la historia de la vieja y su hijo, ese hijo que parecía un desalmado, lo era… sin duda.
Sin embargo, en la opinión de Lolo estos dos personajes madre e hijo eran victimas de la propia vida, de un mundo que les dejó pocas opciones, los puso a la deriva en un mar plagado de tiburones y con una única posibilidad de mantenerse a flote, la inmensa fuerza y espíritu de lucha de Doña Esther que nació huérfana de padres y estuvo pupila en una escuela de monjas hasta la mayoría de edad, luego se casó y al poco tiempo enviudó quedándose sola con un hijo con alguna discapacidad motriz, de apenas dos años.
Esther se aferró a ese pequeño con toda su alma y lo sobre protegió de tiburones y monstruos marinos, muchos de ellos creados por sus propios miedos.
Y así fue que el pequeño creció sin hacerse cargo de su vida alcanzando hoy los cincuenta años.
Su madre era el nido donde guarecerse, alimentarse y atrofiar las alas que jamás utilizaría para volar solo.
Ellas fue la que le consiguió trabajo en una dependencia estatal con un sueldo bien acomodado y alimentó su autoestima hasta crearle un mundo de fantasías, un mundo donde él era el mejor, el príncipe, el más inteligente y el más capaz.
¡El más capaz! - Se digo el Lolo… ¡que ironía eso del más capaz!, si él no era capaz de hacerse un Patty ni de caminar una cuadra sin la protección de la madre.
Como un gorrión que se cae del nido y no se puede hacer más que mirar su desamparo, su frenético correr y esconderse por la vereda en procura de no ser detectado por el primer gato que anduviese cerca.
Y mientras pensaba, Lolo encontraba algunas coincidencias. “algún gato que anduviese cerca” le sonó como un campanazo ensordecedor.
Recordó a la amigovia, una bailarina oriental que rondaba desde hacia un tiempo la casa de Esther y a la que el hijo llamaba… mi chica.
También encontró en sus reflexiones aristas filosas en aquella relación madre hijo.
Recordó que cuando fue a verla después de la operación, la viejita le habría dicho… Lolo ya no quiero vivir más.
Que en las últimas noches había pensado en el suicidio.
En ese momento le vino a la mente que la enfermera le contó que Esther falleció 10 minutos después que la visitara su hijo.
Yo no se que le habrá dicho - dijo la enfermera - pero ella se ponía mal cada visita de su hijo.
¡Que cosa! - pensaba Lolo - la vieja decidió suicidarse con el arma que ella misma creo… su propio hijo.
La cuestión, que cuando apareció el fulano y tuvo que poner la guita en la funeraria no se le pudo sacar un mango, el tipo no se hacia cargo y esquivaba el bulto como Nicolino Loche en sus mejores tiempos.
Todos, igual que el Lolo conocían el tema de la bailarina.
La minita lo dejaba pelado cada vez que se encontraban. Así que parientes y vecinos decidieron no aportar un mango mientras que el chabón de la funeraria preguntaba desesperado… ¿y ahora… qué hago yo con el muerto?
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Ricardo "Cocho" Garay
"Sólo soy un soplo de vida en la eternidad"