En penumbras, bajo el influjo de Morfeo, apareces sin previo aviso en tus singulares visitas nocturnas, tan sensual, tan seductor, con tu piel casi escamosa pero tan suave que al tocarla resbala sobre mi piel, vienes a mí y hurgas cada centímetro, siento tu lengua recorrer los lugares más recovecos de mi cuerpo, me tomas de una manera inexplicable y vienen a mí pensamientos escabrosos y palabras que jamás diría en sano juicio, todas las fantasías se hacen realidad en ese instante y el clímax llega a su máximo esplendor. Tú no hablas, sólo sonríes y me miras con esos ojos que reflejan pasión, lujuria, deseo y satisfacción, la satisfacción de saber que me tomas y yo disfruto cada momento en que me llevas en vuelo y me sostienes con tus alas en el momento crucial, haces de mí lo que quieres y me tomas cuando quieres, lo has hecho desde siempre, contigo descubrí la verdadera pasión carnal y de pronto un día decidiste no volver más y desde entonces te busco en cada ser sobre la tierra que se postra sobre mí, pero son demasiado débiles, demasiado egoístas, demasiado mortales… y tú sigues siendo, existiendo, pero ya no estás.