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Me quedé paralizada. Salí despacio del coche. Miré más arriba y más abajo. No me equivocaba. Todo era igual, menos la casa.¡No estaba! En su lugar, un solar vallado, dejaba ver el esqueleto de un nuevo edificio. Sentí un mareo. Un temblor en las piernas. Por un momento el pánico se apoderó de mí. Pensé si estaría volviéndome loca. Tal vez el dolor por la muerte de Juan había sido demasiado fuerte y me había trastornado. No podía creer lo que estaba sucediendo y a mi mente llegaron desordenados todos los extraños recientes incidentes. La satisfacción al comprar cualquier cosa aunque no fuera necesaria, la tristeza siempre presente imposible de dominar, el recuerdo imborrable de Juan..., la soledad inmensa ..., la mujer rubia..., sus palabras... ¿Había sido sueño o realidad...?
Comenzaron a llegar unos obreros que me miraron con curiosidad, allí parada, sin saber qué hacer me sentía mal, indecisa. Unos metros más abajo vi a una mujer mayor de pelo blanco que barría la acera de su casa. Bajé con el coche lentamente y frené junto a la acera donde ella estaba barriendo.
-Buenos días. Perdone, busco una casa que tiene unas contraventanas de madera pintadas de verde, en forma de corazón- Titubeé sin saber como continuar -...creí que estaba en esa esquina donde están construyendo.
La anciana dejó de barrer. Pude leer el interés en sus ojos.
-Esa casa la echaron abajo hace tiempo. ¿Es usted de la familia?
-Eh... no. Bueno...me hablaron de ella...me dijeron que se alquilaba.
-Pues que raro- contestó la mujer con un gesto de extrañeza en su rostro –Era una casa muy antigua, de los señores Ortiz Montero. Él era médico. Vivieron aquí desde siempre.
Noté que la mujer se animaba con la conversación. Yo la escuchaba ansiosa con el deseo de que continuara hablando.
La anciana dio unos golpecitos con la escoba a unas hojas secas y volvió a pararse.
-Hubo muchas tragedias en esa familia- Se acercó a la ventanilla del coche, supuse que para ser más confidencial y continuó en voz baja, como si no quisiera que la escuchara nadie o como si lo que iba a decir fuera un secreto innombrable.
-Tuvieron tres hijos. Los dos primeros eran gemelos y se le ahogaron en la mar, un día de tormenta. La madre, desde entonces, dejó de ser ella. ¡La pobre! Creo que se volvió un poco loca. El otro hijo siguió viviendo en la casa al morir los padres- y bajando todavía más el tono de voz como si fuera un gran secreto, dijo: – Luego se casó pero se le murió la mujer de parto. Una niña tuvieron...- Hizo un silencio para tomar un respiro mientras miraba a un lado y a otro como si temiera ser escuchada. Yo no perdía palabra, la historia empezaba a parecerme familiar.
-...ella... la niña esa que tuvieron... ¿sabe? Luego se casó muy joven con uno de esos a los que le gustaban mucho los aeroplanos y esas cosas. Porque era gente muy rica, de mucho dinero pero muy sencilla y muy buena gente, sí... un poco rara... esa es la verdad... pero bueno, cada uno tiene sus manías...
Volvió a callar y a dar unos cuantos barridos con la escoba. Me irritaban sus silencios y sus golpecitos con la escoba, alejándose y acercándose al coche, no podía permitir que se callara, necesitaba conocer toda la historia.
-Ah... ya... y...
-El marido era de Madrid. Iban y venían. Estaban un tiempo aquí y otro allí hasta que les nació la niña, la señorita Rosario. Ella fue la última que vivió en la casa después de que los padres se mataron en un accidente con una avioneta... ¡si es que esos inventos no traen nada bueno!
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Volvió a quedarse en suspenso, barriendo un poco aquí y allá, como si los golpecitos con la escoba la ayudaran a recordar.
-Una familia muy desgraciada, sí.-dijo como para sí- La chica estudiaba en Madrid, la señorita Rosario, la hija ¿sabe? Los veranos los pasaba aquí y quería arreglar la casa.
Volvió a parar de barrer y apoyó las dos manos encima del mango de la escoba.
-Fíjese usted lo que son las cosas- dijo mientras meneaba la cabeza de arriba abajo –Un día nos enteramos de que ella también se había matado en un accidente de coche en Madrid. ¿Usted es de Madrid?- preguntó cambiando totalmente la expresión de su cara y levantando la voz. Se había roto el sortilegio.
-Eh... Sí, sí... Unos amigos me hablaron de esta casa pero no sabía...
La mujer me interrumpió para mi suerte porque ya no sabía como continuar.
-Luego ya no vino nadie durante un tiempo. Hasta que un día, anduvo gente por ahí y al poco la destruyeron. Debieron venderla. Ahora dicen que van a hacer un Hotel o pisos, no sé.
-¿Y cuánto tiempo hace que murió la señorita Rosario?- pregunté intentando atar cabos.
-¡Uy! Lo menos... hace siete años o diez, no sé, por ahí, no me acuerdo... Hace tiempo ya
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-Oiga- volví a preguntar al ver que la mujer daba por terminada la charla -¿Y no tenían una sirvienta que se llamaba Petra?
-¡Anda, ya lo creo!- dijo con mucho énfasis –Vivió con ellos toda la vida. Desde que era una mozuca que vino de un pueblo de la montaña, hasta que se murió de vieja. Ya cuando la señorita Rosario era una muchachita. ¡Uy, la Petra, la Petra! Pobrecilla.
Dio un escobazo en la acera como punto final y saludando con la mano se metió en la casa.
Aceleré cuesta abajo. Tenía que pensar. Poner todos aquellos sucesos en orden. Salí a la carretera y cogí la autopista hacia Torrelavega.
SIGUE