[b HACIA LA SALIDA
La infancia despidióla sonriente. En su puerta la saludaron numerosas caras coloridas de sus muñecas. Una sonrisa dolorosa y triste partía de la más pequeña, aquélla con la pierna rota y la peluca cortada. Isabel las miró a todas con atención, descubriendo en ese momento, la falsedad de su infancia. La mentira en los brazos de trapo del osito amarillo, la mentira que palpaban sus manos al acariciar las cabelleras de lana.
No pudo seguirlas contemplando pues el tiempo avanzaba para ella muy de prisa y se marchó hacia la calle, hacia el camino sincero de una vida nueva. Atrás suyo lloraban sus antiguas compañeras. El caballito con cuello en espiral intentó un llamado y la tortuga de cuerda anheló seguirla, pero el mecanismo soltó su último engranaje, desarmándose en la vereda.
Isabel sonrió ante el encuentro del primer personaje que aguardábala, apostado en la esquina. Era un jovencito vestido de azul, quien la invitó a seguirlo en su primera danza, la segunda la bailó camino arriba y en las siguientes, fue olvidando mirar el rostro de sus acompañantes. Todos reían brindando por su juventud, llevaban el mismo traje y la misma corbata. La vida nueva cruzaba ante ella, como un rayo de verdad que no tiene respuesta.
Al final de la calle terminaba la fiesta… y los jóvenes aguardaban en la salida para retroceder, internándose de nuevo en el bullicio. También ella pisó ese final y miró las caras despavoridas, de quienes volvían a introducirse en el frenesí de la danza ¡Y ansió sentir su propia valentía! Quiso oír palpitar su espíritu en el placer del arrojo y transpuso el umbral que la separaba de la adolescencia.
Llevó la bandera a cuestas mientras caminaba por la vida, cruzó sus calles con indiferencia y las luces de los hombres le golpearon las pestañas. En un vuelco imprevisto del camino se encontró frente a su primera casa. Los muñecos, más viejos aún, cubiertos por el moho del abandono, tenían cierta expresión humana. Tomó a uno de ellos para llevarlo consigo, pero se le desarmó entre sus manos, al abrazarlo con fuerza contra sí..
En la nebulosa del camino una Voz entonaba un himno de sinceridad. Ocupaba toda la extensión del firmamento que circundaba la ciudad, el campo y las plantaciones. Y como una promesa escondida en cada planta y en la sombra de cada hombre, se esfumaba entre las sonrisas monótonas de los caminantes.
Las manos de los hombres recogían las fuentes de belleza, triturándolas. E Isabel iba recogiendo esos despojos para construir con ellos, tal vez un muñeco a quien infundirle vida.
Mientras los jovencitos que fueran sus parejas de baile, cubrían sus caras humanas con máscaras, donde ocultaban su verdad de seres vivientes. Y constituyendo un escenario de parodias, disfrazaron también los árboles del camino, para evitar que su follaje natural pudiera transmitirles una canción de sinceridad. Aquélla que extendíase por el aire con su sucesión de acordes, e impedirles así su pronto ingreso al fondo de la tierra.
Cuando el muñeco de Isabel cobró forma lo hizo caminar a su lado y entonces pudo sentir junto a ella, una sensación sincera y real, de presencia humana. Fue allí, por fin, que encontró su propia salida.
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Alejandra Correas Vázquez[/b]