ESCENAS BOHEMIAS DE CÓRDOBA
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NOVELA
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por Alejandra Correas Vázquez
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7 – EL SANTUARIO
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Estaba yo sentada sobre el diván donde habíamos pasado ese amanecer. Ahora era el mediodía. Desde la ventana se percibía la ciudad. Los citadinos. Los estudiantes. Los profesores. Los empleados. Los obreros. Los motores. Y en aquel recinto él y yo. En un mundo de anhelos, de formas y colores, pegadas con chinches a las paredes de su habitación
¿Pero cuáles habían brotado realmente de las manos de Miguel?
—“Hubo muchos que claudicaron en este mismo camino de constancia, de disciplina, que es el arte”— dije mientras observaba los ornatos pegados allí —La pintura y el dibujo necesitan continuidad, permanencia. No se combinan los colores por arrebatos, ni se definen las formas al capricho, sino por un camino mesurado de pensamiento. No se inicia esta larga senda para abandonarlo todo, como un campo acabado antes de ser trillado. Que es lo que has hecho, dejando de pintar”
—“Dado que es un camino largo, yo puedo esperar”— contestóme él muy sonriente
—“Guardas aquí el recuerdo de cada uno de los artistas transeúntes que te visitaron. Que pasaron por este sitio. Es un pequeño museo ¡Si al menos fuera un santuario!”
Y le señalé la multitud de objetos pictóricos que nos rodeaban, entre cuales los de Miguel estaban en minoría. Era un atelier de artista enriquecido por obra ajena, y aún ésta había claudicado.
—“¿Qué clase de santuario querrías, Viviana?”
—“Al menos un santuario a la amistad”
—“Quieres entonces que vaya por el mundo rescatando a cada uno de sus autores, diciéndoles: ¡Vuelvan, la musa del arte los reclama!”— me expresó desconcertado
—“Nada de eso. De nada valdría. Los muertos sembraron y se fueron, ya sea para habitar en adelante bajo la superficie de la tierra, o en su peregrinaje estéril sobre ella”— le contesté
—“¿Y yo soy a tu parecer uno de ellos?”— me inquirió encerrándose luego detrás de un mutismo
Ahora su mirada era triste, obscura, apagada. Sus ojos volviéronse pequeños, cubiertos por los párpados. Parecieron sumergirse en un profundo foso... o detrás de algún objeto invisible para mí. Sus ojos me rehuyeron. Pero yo podía penetrarlos igualmente.
Comprendí entonces, que Miguel huía ahora de Viviana. Y quizás por razones semejantes, por intentar hacerlo despertar, por desear que emprendiera su camino sin desecharlo. Me veía con él y a él conmigo, en aquel mediodía de septiembre cuando recién asomaba la primavera. Sólo tibieza de sol, ciudad y habitantes.
—“Peor que ello, Miguel. No, no estás muerto. Peor que ello ¡No quieres vivir!— volví a insistir —Antes de comenzar ya has renegado. Antes de probar ya has argumentado negativas con frases hechiceras y bonitas. Encarnas a un bohemio noctámbulo, sin búsqueda. A un rebelde, sin deseos de vuelo ¡Pero aún más! No quieres vivir, lo acepto pues es tu elección... Pero tampoco quieres que los demás vivan, y eso ya no lo acepto... ¡Pues yo quiero vivir! Y voy a vivir, amigo mío”
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El atelier de Miguel ya no era el mismo. Una nube primaveral ocultó el sol, y nuestras conciencias cobraron otra lucidez. Podíamos hablar sin el hechizo de los rayos dorados, permitiendo reconstruir cada uno sus valores.
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