ESCENAS BOHEMIAS DE CÓRDOBA
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NOVELA
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por Alejandra Correas Vázquez
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8 - REFLEXIONES
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Las obras artística que nos rodeaban, eran proyectos de jóvenes en proceso. Pero habían quedado inconclusas como sus autores. Ello me animó a continuar en mis reflexiones.
—“Vivir es mi decisión, y no me complace escuchar tu destrucción de la vida”— díjele con gran seguridad pero con voz calma
—“Es una opción que nadie puede negarte, y menos yo”— aseguróme él
—“Mira Miguel, veo y compruebo que no buscas una rebeldía frente a la sociedad añeja. Tal como yo supe creer al principio de conocerte. No buscas superarla ni agotarla. No te alejas de la savia moribunda. Agredes en cambio todo lo que es creación nueva, pensamiento, luz, germen de vida. Y detrás de tu deambular errante, de tus cabellos revueltos, de tu rechazo a la sociabilidad, hay una sumisión a los órdenes acabados y un ataque a toda renovación”
—“No puedes negarme un lugar en esta aventura del presente, a la cual todos compartimos”— expresó con sorpresa
—“Puedo. Pues no te hallas en rebeldía contra las normas enquistadas y sin futuro, pero en cambio te opones a cada una de nuestras propuestas: Una noche de tertulia. Un gatito barcino. Una idea novedosa...”
En ese momento se incorporó y fue caminando en distintas direcciones. Sus ojos tomaron una brillantez nueva. Revelaba en aquella actitud indignación... y entonces díjome:
—“¿Quieres verme acaso con una bomba en la mano destruyendo domicilios”— fue su inquietante pregunta
—“¿La tengo yo acaso? ¿Me la has visto en algún momento? ¿Cuándo hemos participado los noctámbulos de la Cantina Azul en estos trágicos y torpes desencuentros?— le contesté con igual indignación
Miguel seguía caminando. Por momentos sus músculos hacían flexiones, como intentando despejar los últimos vapores del sueño. Como si creyera que ese diálogo era un sueño propio suyo. Pero luego miró hacia mí, comprobando la realidad de nuestra plática. Había deseado siempre ser dueño de la gente, pero nunca de sí mismo. En aquel momento lo comprendí, y ello me permitió continuar.
—“Pero sí existe en cambio la imaginación. Esa posibilidad de concebir, de estructurar. Hay una rebeldía vital que no implica muerte, desgarro, ni violencia. Allí donde no existe la subversión ni los secuestros, en la acción límpida a la faz del aire y frente al juicio humano. Donde se detiene el estampido de las bombas y los vidrios pulverizados... Donde se piensa, trabaja y vive”
—“¿En qué la diferencias? Podría ser cobardía”— dijo él
—“En dar la cara por una idea sin esconderse... Como el amante por un amor”— le afirmé
—“Sí. Estamos escondidos ¿Es cuánto querías decirme?”— me respondió
—“Mucho más... Porque un rebelde real invade a la sociedad que encuentra caduca. Rompe sus moldes agobiantes. Transmuta sus estructuras vencidas. Señala la falsedad arrasando con sus luces de iones. Rechaza los acrílicos denunciando a esa imitación de la porcelana. La falsificación de la decadencia. Quita el antifaz a una sociedad que ya no se respeta a sí misma, mostrando al mundo cómo nada ha quedado del esplendor antiguo. Esparce por el asfalto todos sus antiguos colores. Y luego Miguel... ¡Con aquellos mismos colores construye un nuevo orden!”
—“¿Quieres verme allí?”
—“Allí, en esa empresa, estuvieron todos los artistas. Antes y ahora. Pero no eres para mí ninguno de ellos. Pues la creación debe ir a la vanguardia, abriendo caminos”— fue mi conclusión
—“Y bien... ¡Qué importo yo ...a nadie!”— expresó él resignado
—“Cierto. Quedaríamos ahí, sin tu arte. Y ya no necesitarías más identificarte con un artista. Adquirir su estilo, su lenguaje, sus lugares”
—“Lo tomo como una propuesta, Viviana”
—“Pero ocurre que además de ello... ¡No quieres que nadie más lo sea! No admites que ningún otro de tu entorno se aproxime a ese mundo ...No... No desechas los acrílicos. No te alejas de las estructuras vencidas. Pero en cambio me destruyes a mí, combates mi fe, mi ilusión, lo que llamas en tu forma peyorativa con el nombre de ...escena ficticia”
Miguel enfrentó con fijeza su mirada en la mía. Las profundas órbitas de sus ojos, como abismo irresistible, volviéronse más obscuras. Lucían en ese momento una gran hermosura, como el mejor de sus dibujos, como una creación real o imprevista. Tal vez como una belleza del mal. O del ingenio. Pero yo creo más bien, que tratábase de una oculta debilidad.
—“Sí. Destruyes al amigo que se halla a tu lado— volví a insistir —Al artista sensible que cree en la profundidad de tu alma, cuya inocencia poética no le permite entrever que en tu interior vive solamente una divagación. Un abandono sofisticado que no busca más que el placer de un instante. La emoción del momento. El ahora. Nada más”
—“¿Tanto así, Viviana?”
—“Desmenuzas. Desarticulas. Desordenas. Tienes la gracia verbal para cautivar, y destruyes las confianza interior de los seres de tu entorno. Los sutiles. Los humanistas. Los emotivos. Los rebeldes. Los imaginativos. Los artistas. Los que podrían construir una ciudad nueva”
—“¿Y de qué forma soy yo un destructor?... Un maldito”— expresó calificándose con ira
—“Te conviertes en un maldito porque te opones a todo cuánto los otros deseamos hacer y vivir. Degradas nuestra energía, fracturándola, desilusiónándonos... ¡Y en ello colocas una savia artística misteriosa, muy destructiva!”— le contesté con fuerza
—“Tengo ingenio entonces. Algo al menos me reconoces”— comentó irónico
—“Lo tienes. Talento— asentí —Es real. Mal distribuido. En estado crudo. Sin conducta. Sin tratamiento. Virgen. Salvaje. Ocioso...”
—“Ya es algo, Viviana”
—“Miguel, nosotros somos un poder creativo. No podemos utilizar a la naturaleza tal cual emerge de la tierra. Para sobrevivir, debe elaborarse. Tansformarse, para que sea aprovechable”
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