ESCENAS BOHEMIAS DE CÓRDOBA
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NOVELA
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por Alejandra Correas Vázquez
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9 - LA NATURALEZA
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Miguel había variado nuevamente ¿Cómo definirlo? Se incorporó radiante. Recorrió la habitación. La nube que ocultara al sol había desaparecido. Su hermosa figura recortábase sobre la luz del mediodía, y esa claridad hizo resaltar el color oliva de su piel. Su prestancia era cautivante como modelo para un escultor. El esplendor tibio de septiembre convergía en su imagen, donde el magnetismo brotaba en forma espontánea...
Y él sabía utilizarlo.
—“Te molesta el fuego de mi naturaleza, Viviana. Te atemoriza la energía que he puesto entre los dos, y quieres huir de este amor nuestro que se ha apoderado de tus emociones. Te ha desbordado, Viviana”
Dijo aquello tomándome con fuerzas, pero sin pasión. Luego él mismo dejó caer sus brazos, advirtiendo que había comenzado a pensar.
—“¿Y qué me dejó el contacto con tu naturaleza, así... en estado virgen”— respondíle
—“¡Un deslumbramiento! ...La realidad de un contacto... La piel”
—“No. Es imposible, no alcanza para unir dos vidas. Hace falta una dinámica mayor. Es distinto para nosotros que para los seres del monte. Del churquizal. De las punas y las pampas. Nosotros tenemos que elaborarlo todo para que cobre realidad y salga del sueño. O del ensueño. Cuando una relación se alarga como la nuestra, Miguel, debe haber otras realidades mayores que la hagan fructificar”
—“¡Creo entonces, que el monte es mi auténtica realidad!”— opinó él con rapidez
—“El monte es otro nivel y no es el nuestro, somos humanos. Las piedras. Los insectos. Las aves. Los animales. Los ofidios. El churquizal y el yuyal. Las champas verdosas. El berro flotante sobre el arroyo... dialogan entre sí. Sobreviven en su ley”
Sobrevino un silencio. La mirada de Miguel habíase tornado meditativa, y su savia dormida de artista en reposo, pareció prendarse de aquellas imágenes.
—“Es la ley que acepto para nosotros y dentro de la cual deseo llevarte a mi lado”— expresó luego él anhelante
—“No, Miguel, no es posible. Una libélula circula de una piedra a una mata. La abeja sobrevive a la tempestad hallando refugio bajo una hoja. Los reptiles subsisten entre las poblaciones, pasando inadvertidos para el hombre debajo de pircas y churquis. Pero nosotros no, Miguel, somos humanos. No podemos vivir en esa espontaneidad desnuda. Repitiendo formas. Por herencia de especie. Nosotros somos de herencia divina. De pensamiento y creación”
—“Hallo en ello falta de naturalidad, Viviana”
—“Pero es real. Fuimos creados como humanos. Nosotros construimos cada uno su espacio, con aciertos y errores... Y no puedes oponerte más a ello ¡No Miguel!”
—“¡Viviana! Hay un poder en la naturaleza cruda que he querido comunicarte. Te lo he entregado en momentos hermosos. Con toda mi emoción. Te lo he querido hacer sentir también por las calles bohemias, que tanto te gustan—dijo él emocionado — Dejémosles a otros ese mundo de tareas. Esfuerzos. Triunfos. Torturas mentales y reales... Quedémonos aquí, con nuestra especie bien dotada de artistas, tal cual somos, con todo su entorno natural. Monte. Pampa. Vendaval. Colores. Emociones... ¡Hay mucho para vivir!”
En este punto yo quedé callada. No dejaban de emocionarme sus palabras cautivantes. Miguel era aún un artista creativo a pesar suyo, y lo manifestaba en esas observaciones. Sin embargo consideré que mi pensamiento también era válido, y lo expresé así:
—“Yo tomo a la naturaleza, pero para elaborarla. Toda aquella magnitud de los campos vírgenes nos agrede— insistí segura de no claudicar —La naturaleza de la tierra en estado puro fue diseñada para otros habitantes, no para nosotros. Debemos adaptarla”
—“No lo comparto. Todo cuánto formamos con ella es el símbolo de lo que hacemos también con nosotros. Ella es más poderosa, pues démosle ese dominio”— respondióme él
—“¿Has vivido alguna vez en plena sierra cuando los yuyales invaden tu entorno, hasta el borde de tu casa? Yo sí. La yarará reptando se introduce por tu puerta, cuando la halla abierta. El alacrán se cobija en tu cuarto de baño. La hita encuentra refugio bajo tu colcha. Es otra ley. Quizás más temible”
—“Quiero dejarla tal cual es”— objetó
—“Nunca sobreviviríamos”
—“Adaptémonos”
—“Miguel, lo que te has propuesto en todo momento, es transgredir una ley humana... Pero aquí estamos y aquí nos erigimos y aglomeramos en un planeta inhospitalario. Pues nos hemos propuesto sobrevivir, recreando a la naturaleza. Construyendo en su entorno. Tal vez transformarlo todo”
—“¿Crees que hay arte en ello? Apoyo la preservación selvática”
—“La preservación selvática es un deber al que muchos acuden, con real amor. Pero ello no implica vivir dentro de ella como un puma más. El arte es la reelaboración de la naturaleza. El amor también. El triunfo de la belleza está en ese contenido que el hombre puede prodigar a la materia... Y ahora Miguel ¿Quieres destruir una obra de milenios? ¿Retornar al primer hombre? Lejos de todo y de todos. Al monte primigenio. El churquizal de origen”
—“¿Quién me lo prohibe?— saltó él enérgico
—“Puedes. Sí, puedes. Nadie se opone... ¡Pero irás solo y no conmigo!”
Hubo un silencio prolongado entre ambos. Era el momento de introducirnos cada uno en su interioridad, y aceptamos nuestra mutua mudez. El bullicio exterior se adueñaba de la ventana.
—“Entre dos puede ser distinto”— me dijo luego con más calma
—“¿Dos? ... ¡Dos solos no!”
—“¿Por cuál causa?”
—“Sería más terrible la soledad. La agresión del medio, y la nuestra mutua... inevitable”— insistí aclarando
—“Te invito a compartir conmigo esa naturaleza sin roces. Aislada en un cofre de emociones”
—“Nunca me aislaré en un cofre cerrado, ni de oro, ni de plata, ni de estrellas— volví a expresar —Yo sobrevivo y lo hago en el medio humano. Asiento mis pies. Mis manos. Mi cerebro. Y creo hoy, luego de tu regreso, que hasta el más elemental de los humanos puede ayudarme a crear un núcleo. Una esfera. Una ciudad, amparada. Donde se condense la atmósfera necesaria que nos proteja de la naturaleza agreste y agresiva, del escenario original. No pertenecemos a él. Somos individuos reelaborados. Es nuestra herencia. Nuestra deuda. Nuestra continuación”— concluí callando
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Ambos quedamos silenciosos. La calle bullía. El sol penetraba sobre esa quietud de la habitación por una ventana. El cielo sereno nos enviaba su color.
—“¿Hace falta suprimir esta fiesta, Viviana?”— me dijo señalando al cielo colorido
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