La espera

Después de cavar un pequeño agujero en la tierra, contempló la semilla en el cuenco de su mano; blanca, con líneas verticales, de contextura lisa. Le sonrió con indulgencia, después la depositó con sumo cuidado y volvió a sellar el hoyo barriendo la tierra con ambas manos. Finalmente vació un jarrón con agua que le pareció insuficiente, se recriminó haber llevado tan poca.

   Se sentó, los ojos fijos en la tierra húmeda, su concentración enfocada en el suelo. Espantó una mosca obstinada que sobrevolaba su cabeza, de un lado y de otro; se rascó repetidas veces la nuca. Miraba y no dejaba de mirar el suelo.

   Así transcurrieron los minutos. La vista, tenaz, mantuvo su empeño. Fue su cuerpo el que se acomodaba así y asá; ora se cruzaba de piernas, ora las extendía, ora se echaba panza abajo con las manos en la quijada, ora se arrodillaba.

   La tierra había absorbido el agua. Sólo despegó los ojos del suelo para mirar el cielo, gris, que se comunicó con él salpicándolo con una gota en la frente, luego otra, después cientos de ellas. La mueca en sus labios sólo podía significar felicidad, mientras veía como el piso, sediento, absorbía la dádiva. Chaparrón fugaz fue aquel, el viento se llevó las nubes para que aparezca el astro radiante, que hizo brillar como chispas los pequeños cristales.

   Siguió esperando. Pero nada sucedía. Ahora los labios no enseñaron nada, sí lo hicieron los ojos, la cabeza gacha hacia el pecho. Volvió a mirar la tierra, escarbó hasta encontrar la semilla. La miraba, no advertía diferencia con la que previamente había depositado. Nuevas gotas cayeron del cielo, en sus mejillas se mezclaban las dulces con las saladas. Se puso de pie. Dejó caer la semilla en la tierra húmeda que la tragó inmediatamente. Se fue.

   Jamás regresó, jamás lo conmovieron sus colores.

Este cuento me recordó cuando, ... hace unos cuantos años, yo era pequeño y cuando mi padre me enseñó como plantar árboles frutales, estuve esperando que saliera pronto. Hoy le enseño a mi nieto Juancri, de tres años, quien, cuando se acuerda va a mirar donde plantó la semilla del árbol.
Hermosa historia.

Esa ansiedad de querer ver YA los resultados que tienen los niños. Un lindo relato corto con un final triste, se fue desilusionado y no quiso volver.
Nilda

Saludos.

Los que no saben esperar no merecen ver los frutos y pasan la vida abandonando sus proyectos, sea porque no germinaron de inmediato, sea porque no tenían realmente voluntad.

de nada sirve el cariño a las cosas o lo que se dice amar, hace falta también el compromiso y la perseverancia, sean Hijos, proyectos. sea quizá también para todo, incluyendo en ello también el amor.

Muchas gracias por los comentarios