VÍCTIMA DE LA ESPERA
Aquella noche había llegado temprano. Esther estaba, como siempre, tumbada en el sillón viendo alguna basura en la televisión. Las pendejas estaban una en cada habitación y con la música puesta a todo volumen. Me senté junto a Esther a soportar lo que veía. Al rato llegaron los inútiles novios de las pendejas. En vano esperé a que decidieran salir, dormirse o coger en las habitaciones. Todos se sentaron en el gigantesco sillón de Esther para acompañarnos en la intoxicación televisiva. Yo me sentía irritado. Sólo deseaba cogerme a Esther y dormir hasta tarde. La pastilla que me había tomado para la erección estaba haciendo efecto, sea porque miraba el escote de Esther, o las piernas de la hija mayor, o mover el culo a una bailarina que danzaba en la televisión. Qué harto estaba de lo mismo, de esos pendejos hijos de puta que no nos dejaban solos. A Esther parecía no molestarle la presencia de sus hijas y los noviecitos. Parecía que jamás pensaba en coger conmigo, y que de ser así lo postergaba hasta el cansancio.
En un determinado momento hubo una pelea entre la pendeja menor y el escombro de novio que tenía. El pendejo salió de la casa y la hija de Esther se metió a llorar en su habitación. Como es de suponer, aquella noche pensé que en vez de coger con Esther habría tenido que escuchar irritantes sollozos y consuelos.
A eso de la una ya todos estaban en sus habitaciones. Esther seguía consolando a la pendeja; yo solo pensaba en morderle los pechos y hacerle el amor con violencia. A las dos no aguanté más y me metí en el baño a masturbarme. La tremenda eyaculación se la dediqué a Esther y a una de sus amigas, que conocí por aquella época. Me fui a acostar a la habitación de Esther y me quedé dormido profundamente.
A las cinco desperté y pude oír que el malestar de la pendeja había aumentado. Ahora se habían sumado al infortunio los traumas de siempre: el abandono del padre, la muerte reciente del abuelo, el vacío existencial de adolescente, la falta de dinero para un nuevo celular y una sarta de estupideces por el estilo. Mi deseo sexual se había recuperado. No deseaba irme sin tener lo que venía esperando desde hacía semanas. Sentía odio hacia la pendeja y el novio: me habían cagado la velada. Decidí una maniobra que siempre da resultado con las madres solteras: ayudar o aconsejar a sus hijos. Esto casi siempre hace terminar la jornada con un sexo salvaje.
Entré en la habitación de la pendeja y les pregunté si necesitaban algo. Me dijeron que no y me agradecieron. Decidí hablar sin que me dieran pie. Le dije a la pendeja que no valía la pena llorar por un amor que tal vez era efímero, que la juventud es demasiado hermosa para derramar lágrimas en ella, que era muy bonita y que seguro la estaba esperando un gran hombre en su vida, etc. Le dije muchas cosas, la mayoría fueron salamerías, pero la más importante fue que iríamos en la mañana los tres a comprar un par de zapatos y un celular nuevo. Con estas palabras se acabó el llanto. Nos abrazamos los tres como una familia y luego salimos de la habitación con Esther y nos dirigimos a la cocina. Allí me agradeció y me dio un largo abrazo. Nos besamos y sentí cómo se empezó a encender la pasión de Esther. Cogimos sobre la mesada de la cocina. Recuerdo que nos arrancamos la ropa y hasta nos lastimamos a mordidas. Nos fuimos a la cama y antes de dormirnos hicimos el amor otra vez, sólo que ahora hasta nos animamos a hacerlo por atrás.
Era un placer de dioses coger con Esther, pero llegar al acto sexual con ella era tan difícil que si no fuese por la masturbación no sé cuánto hubiésemos durado en pareja. Su vida desastrosa y sus traumadas hijas siempre fueron un dolor de cabeza. Pero no me arrepiento de nada, sé que valió la pena ser una víctima de la espera. Mientras duró lo nuestro aprendí muchas astucias y, sobretodo, adquirí una paciencia extraordinaria.