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 El estigma de Caín: Hoy, EGÓLATRAS

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Adanhiel
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Adanhiel


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MensajeTema: El estigma de Caín: Hoy, EGÓLATRAS   El estigma de Caín: Hoy, EGÓLATRAS Icon_minitimeJue Jul 25, 2013 12:19 pm

EGÓLATRAS

Apunto al ególatra entre los rufianes de peor calibre, más por su prolijidad que por la capacidad para ser dañoso por sí mismo. Normalmente están tan ensimismados en sus aureolas de grandeza que apenas disponen de tiempo real para pensar en el "castigo" a asignar a quien no venerase debidamente su insigne figura; mientras se encuentren a un solo admirador (situación en la que, curiosamente, olvidan los prejuicios) estarán tan concentrados en acrecentar su irresistible influjo que, literalmente, no hallarán ocasión para administrar el merecido correctivo al irreverente desaprecio del desapercibimiento, ¡qué no decir al de la crítica! Cuando encuentran el momento adecuado se despachan con saña de la manera que les sea factible, sobre todo si han localizado a otros de su especie con los que sólo son compaginables en la distancia de diferentes ámbitos.

Grandes charlatanes, no suelen ser personas cultivadas, pero presumen de ello, pues acostumbran a creerse sus propias mentiras con las que confunden a aquellos incautos e ignorantes de los que, por cierto, el ególatra, por norma general, se suele cansar enseguida, siempre y cuando exista una variedad alternativa en la que poder volcar su egolatría.

Con sus adoradores suelen ser magnánimos y dadivosos hasta el extremo del despilfarro, con el triste propósito de enganchar definitivamente a los contados preferidos a quienes escogen concienzudamente y prenden de por vida; el resto, para ellos, sólo son desechos humanos, piltrafas orgánicas funcionales, miserables criaturas que no merecen el calificativo de semejantes.

El ególatra ha nacido para la fama y el estrellato donde podrá presumir a capricho y ser admirado pero, no obstante, puede llegar a ser feliz con una labor y en un lugar corrientes mientras estén abiertos al espacio y al público requeridos. Suelen ir de humildes por la vida, pero este es un disfraz muy descosido y mal remendado que les dura muy poco de puesto, sobre todo en las conversaciones en las que alguien, por poner un ejemplo, esté tocando un tema interesante que el ególatra no pueda superar con su "creativa" imaginación y sapiencia; hecho consumado que juzgarían como la miserable usurpación de un protagonismo al que tienen derecho desde su "divino advenimiento" y por el que son capaces de enemistarse con cualquiera. Cuando algo así ocurre aparecen en su actitud dos nuevos aspectos de su personalidad que permanecían ocultos hasta el momento del conflicto: la violencia y el sometimiento.

El ególatra se "ama" profunda y pasionalmente, tanto que puede tener una imagen interior de su persona diametralmente opuesta a la real, que no está dispuesto a reconocer de ninguna de las maneras. Todo aquel que, cruzándose en su camino, se atreviese a contravenir su esteriotipado personaje se puede atener a las consecuencias de tan temerario acto; una es el enfrentamiento violento (violencia que puede ser verbal y extrañamente física); la segunda y, lógicamente, menormente atrayente para él, es la del sometimiento ante un ególatra mejor dotado u otro tipo de carácter más contundente. Posteriormente al negativo saldo de esos lances, si ve alterada su imagen, buscará otros súbditos impresionables adaptables a su altanera cicatería; de no encontrarlos recurrirá a antiguos descartes, lo que significará una derrota, un paso atrás que el adepto a la egolatría difícilmente encaja con deportividad, pues hasta el momento del suceso la posibilidad no era tenida tan siquiera en soslayada consideración. Es un gran choque traumático del que algunos no llegan a recuperarse.


CÓMO RECONOCERLOS

No dude ni por un instante de que tendrá la oportunidad de toparse personalmente con muchos de ellos, cosa que a buen seguro habrá hecho ya, aunque fuera tan sólo de pasada. Son las voces cantantes allá donde van y el espectáculo, para bien o para mal, está garantizado con su presencia, son los primeros en "romper el hielo" ante los desconocidos resultando muy importunos la mayoría de las veces, ¡pero necesitan el toque preferencial! Y lo que usted o cualquier otra persona pueda juzgar o aportar en la situación, sea o no al caso, les importa un ápice. Bastante impúdicos no resisten la oportunidad de mostrarse física o "intelectualmente" en acontecimientos o eventos abiertos al público, aun a expensas de hacer el ridículo; la expectación despertada suele ser cuanto persiguen, y su satisfacción se vuelve desmesurada si la han conseguido a gran escala; una ocasión como esa reforzaría, más si cabe, los ya bien perennes conceptos de su ficticia e insustancial personalidad.

Hay pocas cosas que importunen tanto a un ególatra como el sentirse ignorados, no pueden comprender el ser desapercibidos, dado su desproporcionado grado de presunción, por lo que con suma inmediatez traducen el puntual acontecimiento como una afrenta intencionada que no olvidarán y que quedará sujeta a la venganza sustentada por el infundado rencor.






Adanhiel.
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