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El camión con la grúa dio un giro para ponerse delante del Clio. El mecánico, un hombre fornido de unos más de cuarenta años, estudió el aspecto del coche durante unos minutos, por la expresión de su cara supe que se confirmaba mi suposición, mi querido Clio decía adiós para siempre. Por lo visto él ya había cumplido su misión.
Al llegar a León, en el taller, el mecánico me entregó un albarán con los datos recogidos del coche,
-Aquí está el número de teléfono. Llame el Lunes y le diré con seguridad lo que se puede hacer pero ya le anticipo que me temo que va a tener que ir al desguace. Bueno, usted verá.
-¿No lo puede mirar ahora y decírmelo?-pregunté impaciente, la ciudad de León me traía recuerdos amargos y deseaba partir de allí cuanto antes.
-Señora, hoy es sábado y cerramos por la tarde, no tenemos tiempo.
Mi reloj de pulsera marcaba las once de la mañana, con tantos acontecimientos ocurridos en tan corto tiempo, no recordaba ni la hora en que vivía. Pronto se cumpliría una semana desde mi partida de Cuenca en busca de algo que no sabía qué era. Y aunque ahora debía poner en mi mente muchas más cosas en orden que cuando salí, me sentía más capaz. Sí, había encontrado un camino. Debía saber interpretar el papel que se me había designado “...aquello para lo que había sido creada”. Con este pensamiento decisivo, sentí una profunda realización, era un descubrimiento imprevisto que proporcionaba un sentido a mi vida, a todas mis circunstancias. Estaba segura de ocupar el lugar que me correspondía en el plan divino. Me sentía en orden con el Universo. Y lo más importante: lo aceptaba.
El taxi acababa de llegar. Vacié el Clio, tenía que despedirme de él, me hubiera gustado decirle cuanto le amaba y cuanto le agradecía su servicio pero pensé que creerían me había vuelto loca, por lo tanto, me limité a darle en el capó una palmadita cariñosa y subí al taxi sin poder evitar que dos lágrimas rodaran por mis mejillas.
Acomodada en la habitación del Hotel, estuve un buen rato bajo el agua caliente de la ducha, luego me vestí y antes de dar las doce, paseaba por las desconocidas calles de León rememorando aquel pasado enfado con Juan. Era casual que a mi también se me hubiera estropeado el coche poco antes de llegar a León lo mismo que le sucedió a él, aquel día tan lejano... ¿o acaso no era tan casual y estaba predestinado?
Me senté en una cafetería junto a una cristalera desde donde se veía la calle. El edificio que tenía enfrente, era bonito. Unos balcones con tiestos floridos adornaban la fachada y volví a recordar a Juan. No podía olvidarlo pero el dolor que ahora sentía ya no me producía ira sino todo lo contrario, una gran serenidad. Pensé como a él le hubiera gustado conocer la ciudad, pasear por sus calles, conocer todos sus monumentos, sus museos...¡ Qué felicidad si estuviéramos los dos allí sentados tomando un café mientras charlábamos de un montón de cosas...! Ahora, sabía que el destino me había llevado hasta allí por alguna causa todavía desconocida. Esperaría a que me fueran marcadas las pautas a seguir. De momento pensaba conocer León a fondo, no iba a dejar piedra sin descubrir, se lo debía a Juan y así se lo dije:
-Nos quedamos, Juan. Nos quedamos.
FIN
MAGDA R. MARTÍN