Any, mi eterno amor gay.

Any, tenía los ojos llenos de lágrimas de melancolía, con esa mirada profunda de mares escabrosos y olas intransitables, con el misterio de una adolescente retraída tras esos vestidos de bordados sutiles y zapatillas de negro y lentejuelas. Tenía el raro comportamiento de niña tímida. Sus manos escondidas y sudorosas corrieron tantas veces por mis pechos, que a su vez, se morían de placer. Una joven de manos frías y poderosas, de aires gentiles y sonrisas escasas.

Any me adoraba.

Sostenía su cabello en las tardes calurosas de verano y lo apreciaba danzar junto a las hojas marchitas de otoño. En invierno, manejaba aquellas ondas rubias tras el silencio complacido de muchas noches plateadas. Reímos sobre el tejado, como dos amigas que ocultaban un sentimiento, tras el peso de una tristeza. Vimos renacer a las estrellas con las manos entrelazadas, con el olor a cigarrillo que arrastraba la brisa, teniendo los ojos llenos de amor y recuerdos. Vimos al sol agonizar en la lejanía a medida de que los besos se incrementaban, como si naciesen de la muerte de todos los humanos, de las risas y hasta del asco que siempre ocasionábamos.

Recuerdo muy bien su perfume, tenía ese usual olor de su ropa, combinado con un leve toque de limón. Recuerdo, también, sus besos; algunos realmente apasionados, otros, ligeramente apresurados cuando alguien observaba de reojo.
Anny siempre fue muy sensible. Llorábamos y hablábamos en tiempos largos por el teléfono, cuando no nos podíamos ver en algún fin de semana atareado. Sus padres, no le dejaban salir muy a menudo, así que se inventó cualquier excusa para verme en las horas amenas de la noche, donde un grito mudo se alojaba en nuestras caricias y la humedad de la luna sucumbía en aquella maravilla secreta. Donde reposábamos felices sobre el tejado hechizado de mi casa, en mi cuarto o en cualquier parte donde estuviésemos alejadas de nuestras vidas.

Su forma de caminar, sus besos, sus ataques de asma por la mañana, su pelo, sus zapatillas y todo lo que le hacía ser ella, me enamoraba. No era como los rudos chicos de las fiestas o los machos impasibles de cuellos sudados y pectorales definidos de los que alguna vez estuve enamorada, no, ella parecía un jardín de amapolas con limones, de atardeceres sombríos y suaves brisas perfumadas. Ella fue todo lo contrario a lo que aprendí, se convirtió en el amor prohibido que probé, en la igualdad y la diferencia que muchos no aceptaban… Any; mi novia, mi secreto, mi amiga.

Any… Ahora es un cuerpo pudriéndose en la laguna, donde yacen las sirenas de la tarde. Su vientre muerto no acobija mis amores, su pelo se ha convertido en medusas y sus ojos en coral. Ya no puedo ver su delgada imagen envuelta en tristeza, cuando sus padres llenaban de heridas su eterno corazón pecador. Una religión que no tiene sentimientos, una estupidez que le hizo sentir herida, un suicidio que nada en un mar de pensamientos:
-¿Por qué se habrá suicidado?
-Yo lo sé; no fue por mí, fue por un sentimiento incomparable que no pudo sobrellevar.

Jamás los culpé. Me lamento de que algunos no comprendan que la naturaleza es algo relativo, y que los sentimientos no forman parte de eso, incluso, jamás una mente podría domar al corazón.

(No llores cascabel. Suena, suena, suena en las noches calladas para oírte desde mi ventana. Muéstrame el camino que debo seguir. Muéstrame que la luna se siente enamorada, enamorada de una estrella. ¿Acaso está mal ser gay? ¿Acaso el amor no es infinito? Si el amor es solo un canto universal, lo cantan ellos… lo cantamos nosotras.
Suena, suena, suena cascabel. No te rindas en las noches calladas, déjame que te oiga, para no sentirme sola… sola, en un mundo al cual no pertenezco.)

Te amo Any, mi eterno amor gay.

No sobran palabras...Tampoco hizo falta decir más.

A veces no podemos evitarlo, o no sabemos, y ocurre que lo descubrimos tarde, muy tarde, definitivamente tarde. Descubrimos que las cosas, los sentimientos, las acciones se caen a pedazos, delante de nuestros ojos y después vemos que éstos se vuelven a juntar: simplemente ocurre así y nunca sabremos porqué.

La curación de todo dolor proviene del hecho de dejar espacio para que todo esto ocurra: espacio para la pena, para el pensamiento, para la quietud del alma, para el alivio, para la aflicción, para la tristeza y para la alegría...

Morir no es abandonar nada, es volver a empezar; quizás es definitivamente y para no morir ya jamás.

Un abrazo desde la distancia, a ambas.

Teknarit, África.

Gracias a ambos por comentar.

-Así es Teknarit, la muerte es un comienzo.

(La muerte fue la única salida de Any, para escapar del mundo que le atosigaba, para "amarme" en un tiempo tranquilo, donde no existe el repudio, donde ella fuese libre y feliz).

Saludos,
Mafalda.