Continuación...
Cuando encontraron a Guillermo, le preguntaron por ella y él les dijo que la había visto irse temprano a su colegio y que subió en el tranvía de las 7.30. Les comentó además que observó cuando ella miraba hacia atrás como buscando a alguien para despedirse. Mientras Guillermo seguía contando los detalles Paco escuchaba, pero en su mente imaginaba: A la salida del colegio, en el medio día, “volaría” hasta la esquina de la casa de ella y a través de la ventana se verían y sonreirían ambos al verse. Paco no resistiría y le dejaría un papelito a la primita de ella que en ese momento salía, y le diría: -Hola, dale a tu hermana.
-No es mi hermana, es mi prima.
-Ah, y… ¿Cómo se llama?
-Se llama (…)
-Bonito nombre para una bonita chica. Dile que me llamo Francisco pero me gusta que me digan Paco.
-Okey, se lo diré, y a ella le gusta que le llamen (…).
-Entonces dile que así la llamaré.
-Vete porque mis tíos me pueden castigar y no te preocupes que le daré el papelito. Chau.
-Chao, esteee… ¿Cómo te llamas?
-(…)
-Ah, chao (…)
-Chao… esteee… Paco, ¿No?
-Sí.
La primita cerraría la puerta de la casa y Paco a paso lento se retiraría, mientras iría mirando atrás, hacia la casa de ella como tratando de ver a través de las paredes a “su chiquita” como él la había bautizado. Se imaginaba que ella también estaría tratando de verlo a través de la pared, porque había estado escuchando la conversación de su primita con él.
Mientras sus amigos reían de otras cosas que habían conversado, se escuchó la campana que anunciaba la entrada a los salones para las clases de ese día. Y esas campanadas lo volvieron a la realidad.
Durante el recreo de ese día y mientras sus amigos jugaban, Paco sacó una hoja de su cuaderno, dibujó una flor también un corazón y escribió:
Como de piedra no es mi vida
algún día moriré,
pero antes (…) querida
muchos poemas te escribiré.
Dobló la hoja con mucho cuidado y la guardó en su cuaderno de Literatura. A la salida del colegio, “voló” hacia la casa de ella, de “su chiquita”. Ya casi al llegar escucho que alguien la llamaba: -¡Cristina…! Hijita, siéntate para que almuerces-. Por la ventana vio que “su chiquita” se acercaba a la mesa para sentarse a almorzar. Se alejó un poco de la casa, sacó su cuaderno de Literatura y buscó la hojita que había guardado, la desdobló y colocó en el espacio en blanco que ex profeso había dejado, el nombre de ella: Cristina. Al terminar de escribir el nombre, vio a una niña en la puesta de la casa y se acercó con algo de temor. Entonces el diálogo que entabló con ella se cumplió exactamente como se lo había imaginado. Así se enteró que “su chiquita” se llamaba Cristina y que la niña era su prima que tenía por nombre Rebeca.
Cristina tenía 14 años, era una linda muchachita con un par de ojitos muy negros, tez aterciopelada, abundante y lacios cabellos negros que le llegaban hasta la cintura, talle de sílfide, manos pequeñas y tiernas, además un par de piececitos pequeños y hermosos como los de la Cenicienta. Llevaba sus 14 primaveras bien floridas. Sus ojitos parecían almíbar por lo dulce de su mirada. Su uniforme escolar estaba compuesto por una falda azul marino con tableros o plisas, blusa celeste de manga larga un chaleco azul marino también de mangas largas. El cuello del uniforme era blanco y de plástico que se adosaba sobre el chaleco. Verdaderamente el uniforme le daba un toque angelical aunado a su carita hermosa y a su figura juvenil. Ella todos los días caminaba hacia la esquina, a una cuadra de su casa, y frente al parque por donde Paco debía también pasar para ir a su colegio. El encuentro entre ambos era, pues, inminente y se iba a realizar algún día. En ese trajinar diario, Cristina había notado en Paco a un chico educado, algo tímido y, eso sí, impecablemente uniformado con ese uniforme caki como el de los marines de los Estados Unidos y con la corbata metida entre el segundo y tercer botón de su camisa perfectamente planchada al igual que su pantalón.
Con su primita Rebeca hablaban todos los días de Paco. Aún sin saber su nombre, se referían a él como “el calladito”.
-No sé qué hacer para que me hable.
-Ya sé- dijo Rebeca –Cuando lo veas venir sacas tu pañuelo y lo dejas caer como por descuido y seguro que “el calladito” te lo alcanzará..
-¡Verdad Rebe…! ¡Buena idea!-
...Continuará
¿Cristina lanzará el pañuelito? ¿Paco lo levantará y se lo dará? ¿Su timidez le impedirá hacerlo?. Todo esto lo sabrás en el siguiente capítulo. No te lo pierdas. Te espero.
Mariano Bequer.