La primera vez que tuve esa leve sensación de que ya nos unía muy poco o nada; fue cuando ella se despedía de mí para irse a la cama.
No sentí nada, eso que siempre que sentía, esos instantes de felicidad que me asalltaban y que me hacían ir a plantarle un beso en la frente. Pero ahora incluso su presencia me llegó a ser fastidiosa que tuve un repentino deseo de gritarle que ya estaba bien de tantas cursilerías estúpidas.
Supongo que me empeñé mucho en hacerle saber que yo sin ella no podía vivir o es que, podría ser, fatalmnete, que ella se empeñó tanto en darme celos que el encanto acabó, que lo que sentía por su persona, por su ternuna poco a poco se fuese muriendo.
Han pasado años desde entonces, desde la última noche que le ví su hermosa silueta recostada de lado mietras yo leía Cementerio Para Lunáticos; recuerdo el cuarto medio a oscuras, las sombras tenues que bailoteaban en las paredes al son de la diminuta luz de la vela. Oh, esa mirada, esa mirada con la que me miró la última vez es mi tortura, trémula de indifrencia y de vacío.
Siempre me ha parecido que las despedidas eran largas e inútiles, las despedidas no es más que el imbécil anticipido de un “espérame, regresaré”.
Me vestí mi gabardiba negra y larga y salí, estaba decidido a comenzar de nuevo, a dejar atrás todo lo que pudiese haber sido, a olvidarme de la columna más leida de una prestigiosa revista literaria y la cuál me había sido ofrecida a mí. Estaba más que claro que nada de lo que yo había sido me proporcionó ninguna felicidad, auténtica felicidad quiero decir...,¿entonces por qué seguir siendólo carajo, púdiendo morir crucificando mi pasado para ya no tener la sensación del eterno déj`a-vu?