Loma de Siloé en Cali, Colombia
Fotografía de Rosa María Saavedra V.
Y “don Pedro tuvo suerte en la vida”. Después de salir de su rancho de bahareque con unas latas sosteniendo el techo, se dio cuenta de ello. De vez en cuando, sus recuerdos llegaban por montones a su cabeza. Sus sentimientos siempre se le encontraban: la alegría se teñía de tristeza y la melancolía le recordaba que él había tenido suerte.
—Cuando llegamos a esta ciudad, mi mamá consiguió llevarnos a vivir en aquella loma alta que rodeaba la ciudad.
—Cada vecino, clavaba estacas en cerco en el pedazo de terreno que quería para sí.
Siempre empezaba a contar la historia a sus amigos de esta manera, porque no podía ser de otra. —Los habitantes de la loma, fuimos amarrando cuerdas de luz y abriendo la tierra para conseguir el agua; le fuimos poniendo nombre a los pedazos de tierra: El Cortijo, la Nave, Lleras, San Marcos, La Estrella y otros tantos que hacían parte de las entrañas de las antes minas de carbón. Luego a la montaña la llamaron Siloé, pero nunca supe a quién se le ocurrió ese nombre, ni el significado de él.
—Nos considerábamos dueños del cielo, soñábamos algún día alcanzar las estrellas, los crepúsculos pasaban por nuestras cabezas, pero siempre llenos de tristezas.
Don Pedro había grabado estas imágenes en una partecita de su memoria. Eran como retacitos que a muchos les gustaba oír.
Una tarde, en el ocaso de su vida, se sentó en la silla que le permitía ver parte de su amada loma. Su mamá lavando ropas le dio estudios y luego trabajando como obrero, se dio permiso para ingresar a la universidad. Al fin había logrado su sueño infantil: salir con su vieja a vivir a otro barrio. Escogió uno, desde donde le permitiera ver el “pesebre” como lo llamaban los extranjeros a su Siloco del alma: Casitas amontonadas, calles empedradas, lucecitas titilantes en las noches evocando a los luceros. Arboles sosteniendo los cimientos de las casas mal construidas.
—Y es que todavía recuerdo, que a las 5 de la mañana mi vieja me levantaba, porque teníamos que salir arropados para que no cogiéramos una pulmonía, bajábamos como hormigas arrieras por las calles empedradas y empinadas, hasta llegar a una parte plana para tomar los Yipetos que nos llevaría a la ciudad.
Así le contaba don Pedro a un extranjero que fue a verlo, porque decían que él, era el dueño de muchas historias de esta parte occidental de la ciudad.
—¿Y que son los Yipetos?— preguntó su interlocutor.
—Carros pequeños llamados Jeep, donde todos nos subíamos apretujados: niños, mujeres, viejos, perros, gatos, azadones y palas, unos encima de otros, lo único que nos importaba era no lastimar la barriga de alguna embarazada, y los que iban parados en la parte trasera siempre empujaban a cualquier vieja o viejo, para que no terminaran su vida en cualquier pavimento.
—Parecíamos racimos de uvas colgando, todos bajábamos llenos de ilusiones y con una meta segura: “Algún día vivir en la ciudad”
—Con la llegada de los Yipetos, en la parte más plana, los sin trabajo se les ocurrió hacer el mercado de las pulgas. Era el sitio perfecto para vender las cabezas de muñecas, tapas y ollas usadas, tenis de Juan Pablo Montoya, repuestos de licuadoras dañadas, cintas de “El llanero solitario, Casablanca y Robin Hood”—
—Usted ya sabe: “lo que el rico bota, el pobre lo recoge”…
—¿Por qué si se ve tan bonita la loma, todos se quieren bajar de allá? Preguntó el extranjero.
—Mire, es que usted no sabe cómo se vive allá.
A don Pedro se le hizo un nudo en la garganta y sus ojos intentaron llenarse de lágrimas, pero se contuvo.
—Continúe Don Pedro esta historia me llama la atención.
—En los inviernos, no se puede adivinar cual casa se va a deslizar, el último invierno se murió Alonso, su mujer y uno de sus hijos, la montaña se deslizó y los tapó sin darles tiempos para salir, cuando los vecinos oyeron el estruendo no había nada que hacer, los bomberos se demoraron en subir por lo empinado de la loma y porque hay partes donde ningún carro sube.
—En las calles se escucha el llanto de muchachitos descalzos, porque tienen el hambre pegada en sus costillas.
—Entonces, esta pobre gente pasa muchos trabajos —dijo el extranjero.
—Trabajos no es la palabra, mi querido señor.
—Oígame lo que le voy a contar: Las mamás no tiene tranquilidad con sus hijitas, porque a toda hora les asalta la idea de que las van a violar, en los bares de mala muerte hay muchos parceros embriagados que desparraman el licor por las mesas y luego salen a hacer de las suyas.
—Y la policía ¿dónde está?, si usted lo que me está contando es que Siloé, ¡es un antro!
—Antes de que siga, ¿qué es un parcero?—
—Quiere decir, amigo, compañero de andanzas.
— ¿La policía?, solo llegan montados en caballos a registrar las casas.
—Una tarde después de una corrida de toros, alguien se robó un caballo de paso, la pobre doña Zoila rodó por las escaleras envuelta en sangre, la pobre vieja pagó lo que hizo su nieto, ahí murieron muchos más —diciendo estas palabras, don Pedro no pudo evitar que salieran de sus ojos lágrimas.
— ¿Y por qué la mataron a ella?
—Porque ellos son así, infunden miedo y echan bala sin temor de Dios, todos nos encerrábamos de día o de noche, esperando que una bala nos atravesara el corazón.
—Es que vivir en Siloé es una desgracia, creen que todos ¡somos iguales!
—Y por las noches, no importa todo lo cansados que llegáramos de trabajar, subíamos a la carrera esas escalas, con el corazón a punto de estallar, corrían rumores que después de las 9 de la noche, no podríamos en nuestras camas dormir —continuó diciendo don Pedro.
— ¿Y quién daba esas órdenes?—
—Unos decían que era la poli, otros que eran las milicias, la cuestión era que había que salvar el pellejo a como diera lugar.
—Terrible don Pedro que en una ciudad tan moderna como esta, no haya orden, ni paz en ese sector.
—Los habitantes de Siloco no conocemos esas palabras—
— ¿Por qué dice Siloco?—
—Así le han puesto, es un sitio donde sólo pueden vivir ¡los locos!
—Mire, muchas hijas de mis vecinos, han venido a pedirme el favor que les preste la dirección de esta casa, para colocarla en sus hojas de vida.
—No entiendo su finalidad —dijo el extranjero.
—En las empresas no reciben a nadie que tenga dirección de Siloé, podemos tener estudios o no tenerlos, ir bien vestidos, eso no vale, el estigma es muy grande.
—Muy triste lo que me cuenta.
—Nosotros no conocemos sino el significado de las palabras: terror, sangre, tristezas, malandros y pobreza.
—Y antes que me pregunte qué decir malandro, le explicaré: —
Malandro es un ladrón, una persona que se dedica a hacer el mal. En Cali, la gente le da miedo de las pandillas de malandros que bajan de Siloé.
—Pero vea, en Siloé, todo no es malo, mi señor: hay gente muy buena, ahora están pintando todas las casitas de blanco; también vive don Luis que siempre dice que la “historia de la loma duele” y cada que puede alguito de mercado le pasa a sus vecinos. Ahora están enseñándoles a niños a bailar y tocar instrumentos musicales, pero eso no es nada comparado con la miseria y el dolor humano. Tavito que es muy ingenioso, y ha puesto a bailar en diciembre las gentes del barrio — continuó diciendo don Pedro.
—¿Cómo es eso?
—Tavito, se bajó un día al mercado de pulgas y por partes compró un tocadiscos y discos de salsa. Cada diciembre lo pone fuera de su casa y sube volumen ¡pa todo el barrio!
—La Feria de Cali es en diciembre, pero nosotros no podemos disfrutar del jolgorio de la fiesta, la gente indiferente canta salsa ventiada, a ellos no les importa lo que pasa en Siloé, con orgullo gritan en coro “Cali es Cali, lo demás ¡es loma! Dijo don Pedro con mucha nostalgia.
—Me voy triste, con estas historias de Siloco, “don Pedro, usted sí que tuvo suerte en la vida” —dijo el extranjero.
—Tome todas las fotos desde aquí, no vaya a subir allá, le quitarán todo y con suerte saldrá vivo.
—Okey Don Pedro, seguiré sus consejos, y ahora, hasta otro día.
Sin embargo ese otro día no llegó, Don Pedro dejó de contar sus historias, una tarde en su silla se quedó dormido para siempre viendo su Siloé ¡del alma!—
Cuentan algunos vecinos de Siloé que Don Pedro volvió a vivir allí, de noche escuchan lamentos. Muchos se acuestan a dormir atemorizados y con la vieja cobija llena de rotos, tapan su miedo, mientras los gatos salen asustados.
—Ese es don Pedro, el que se va de Siloco, algún día ¡tiene que volver!—dicen algunos.
Enero, 2008