Vivía en una construcción precaria de madera, inviernos y veranos padeciendo los avatares del clima. Su vida dura de pibe castigado por una realidad social dolorosa lo hacía serio, “un tipo de no perder tiempo” decían en la villa. Pero Pedro tenía sueños, que ya es mucho decir, se fijaba metas que cumplía rigurosamente. Su trabajo de albañil le insumía casi doce horas diarias y con eso comía, se vestía lo más decentemente posible y acumulaba…sueños y otras cosas.
Su prematuro trabajo a los catorce como ayudante de su padre lo endureció pero aprendió… ¡Cuánto aprendió! Su natural inteligencia y su sagaz observación lo hacían analizar constantemente.
Una noche de un invierno crudo su padre enfermó, su madre se fue y Pedro con sus dieciocho años lo cuidó hasta que el viejo falleció de varias enfermedades, pero sobre todo de miseria y tristeza.
Pedro continuó su lucha, sin otra meta que lograr su propósito. El terreno que habitaba era propio y bastante grande. Fue acumulando ladrillos y pequeñitas bolsas con materiales, que traía de las obras. Su primer trabajo fue una construcción precaria en el fondo que servía perfectamente a sus propósitos, guardar los tesoros acumulados.
Los vecinos lo veían salir a las cinco, siempre con su gran bolso colorado, regresando jadeante al anochecer cargando su fortuna diaria.
En esa pieza sin ventanas guardaba sus “alhajas”, pilas de ladrillos, materiales de construcción que la gente tiraba, regalos que le hacían en las obras, ya que era el primero en llegar y el último en irse, educado, gentil, dispuesto, sus patrones lo respetaban y su trabajo como albañil se prestigió por lo cual nunca se quedaba sin tareas. En algunas casas de patrones generosos almorzaba y eso le servía para ahorrarse la cena que suplantaba por mate con pan y a dormir, para estar fresco al otro día.
Los domingos lo veían al amanecer cavando su terreno, las gentes murmuraban, Pedro inmutable seguía su trabajo sin dar explicaciones.
Por la tarde, iba a la casa de su vecino Manuel solamente para mirar arrobado de amor a Laura de quince esplendorosos años que lo miraba coqueta. Pedro idealizaba ese amor, pero qué podía ofrecerle, eso acrecentaba sus ganas y sabía que tarde o temprano ella sería su esposa. Una noche Manuel debió salir por un pariente enfermo.
-Pedrito me cuidás la piba, vuelvo a la noche, es que la tata no anda bien sabés –
- Sí Don Manuel, vaya tranquilo –
Bastó que el viejo se fuera para que se enfrentaran y hablaran de lo habían callado por tanto tiempo.
- Yo vivo esperando el domingo –
- Yo también, estás linda –
- Preparé un guiso ¿comemos? –
- ¿Querés que compre algo? -
Comieron en silencio, ella levantó la mesa, él encendió un cigarro…
- Tengo que decirte algo, quiero casarme con vos – un vaso cayó al suelo, ella corrió y se arrodilló a sus pies –
- Siiii… -
- No, ahora no cuando tenga el regalo –
- No quiero regalos…¿qué regalo? Me muero por estar con vos, mis amigas no entienden que aún sea virgen, yo me reservo para vos –
- Laura, ahora no, falta…tiempo, esperáme –
- ¿Por qué tenemos que esperar si estamos enamorados? –
- Tenemos que esperar, mi trabajo –
- Yo también limpio por horas y puedo ayudar, no quiero esperar, el viejo se pondrá contento, te quiere mucho –
Se dieron ese inolvidable primer beso y cuando el viejo regresó Pedro se despidió hasta el domingo ante los ojos furiosos de ella.
- ¿Somos novios? – preguntó de manera infantil
- Siii…pero andá… el viejo, no le digas, hay que esperar –
Esa noche Pedro fantaseó, se ilusionó, soñó con Laura, su novia, qué bien sonaba y más temprano que nunca él y su bolso colorado fueron a cumplir su obligación.
Con los ahorros de esa vida de asceta, comenzó “la gran obra”, con su sagacidad y experiencia había adquirido conocimientos de plomería y electricidad, las paredes se levantaban, de domingo en domingo, ella rogaba pero él firme se negaba a que ella visitara su casa. No le iba a pasar a él lo de su padre, ella tendría todas las comodidades, serían felices, tendrían hijos y vivirían juntos.
El tiempo transcurría, su construcción se adelantaba, los ruegos de Laura eran incesantes, pero se mantenía firme y decidido a esperar el momento adecuado.
Laura se había convertido en una bella morena de veinte esplendorosos años, sentía amor por Pedro, pero sentía que estaba en pos de algo que no llegaba y sus ansias juveniles la perturbaban.
Un domingo como cualquier otro Pedro llegó a la casa de Manuel. Se saludaron como viejos compadres y él tímidamente logró preguntar.
- ¿Y la hija Don? –
- Salió, al cine creo, sabés está crecida y las chicas son así, no se contenta ya con quedarse con este viejo –
Pedro aguantó como pudo el llanto, llegó a la choza, tomó unas llaves, se fue a su obra ya terminada y esa semana fue diferente, no se concentró en el trabajo, el viernes llamó excusándose por no concurrir y esperó el domingo ansioso en que llegó con el bolso colorado a la casa de Manuel.
- Hola pibe, qué raro con el bolso ¿laburás hoy? –
- No sé… tal vez me llamen, si hay problemas –
En el bolso había un hermoso ramo de rosas blancas para su amada, hoy le diría, no aguantaba más. Más cuando la vio y ella rehuyó su mirada lo supo.
- Hola Pedro ¿todo bien? – fría e indiferente.
- Parece que el Pedro hoy trabaja – le dijo su padre.
Laura ya no era su muhachita, él lo presintió. Ella estaba arreglada y perfumada.
-Bueno, me voy, los veo – salió sin dar explicaciones.
-Chau Don Manuel, me voy a la obra, hay trabajo –
Se marchó apresurado, aguantando las lágrimas, llegó a su casa, tomó las llaves de la obra ya concluida, entró y cerró puertas, ventanas, tapó muebles. Las rosas murieron dentro del bolso colorado. Pedro continuó sus días y dicen los vecinos que la hermosa casa construida para su amada nunca fue habitada.
El bolso colorado quedó abandonado y las visitas a la casa de Don Manuel concluyeron para siempre.
Lili Frezza