HISTORIA DEL ARBOL QUE QUERIA CAMINAR

La historia sucede en un bosque de grandes árboles. Es primavera y la variada gama de colores verdes es una vista maravillosa y mágica. El aroma de los diferentes árboles que habitan la zona, inunda y se extiende inclusive, más allá del bosque.
Dos robles que se encuentran insertos en el centro del boscaje, observan a uno más pequeño, de muy corta edad, lo notan triste y cabizbajo. Preocupado, el roble más viejo, baja sus brazos y palpándole la espalda al pequeño le pregunta:
- ¿Qué pasa Roblito? ¿Por qué estás tan triste? – El pequeño, alza sus ojos que están cubiertos de lágrimas y contesta:
- Quiero caminar. Deseo salir a conocer que hay más allá de donde estamos, estoy cansado de estar siempre en el mismo lugar, de ver lo mismo siempre, lo único que puedo hacer es mover mis brazos, pero mis pies están pegados al suelo.

Los dos robles mayores se miraron, no habían escuchado nunca antes a ningún árbol del bosque quejarse así y eso, que ya llevaban muchos años en el lugar. El segundo roble que era un poco más joven, dijo:
- Roblito, así es la vida nuestra, donde nacemos, nos quedamos, debemos resignarnos y aceptar nuestra condición. Caminar no podemos, pero a medida que crecemos tan alto, podemos admirar lo que sucede a nuestro entorno, ver el cielo, de noche con sus estrellas, de día con su sol, podemos ver las bandadas de pájaros cuando emigran y cuando llegan. Si bien no podemos mover nuestros pies, nuestros dedos crecen mucho y recorren el interior de la tierra, palpando lo que sucede ahí abajo, que luego nos transmiten y dan a conocer. Y eso, aparte de nosotros, son muy pocos que lo pueden hacer. Somos de gran utilidad, sin nosotros el planeta carecería de muchas ventajas…
- Si – Interrumpió Roblito – Pero a mi no me basta con eso. Estuve ayer conversando con el señor puma, él tiene pies y puede recorrer muchos kilómetros y disfrutar con lo nuevo que conoce, me contó que él ha recorrido más allá del bosque, que hay animales diferentes, aves que no vuelan, pero que caminan, que hay humanos, niños que juegan a la pelota, que corren. Lo que no le agrada es el hombre, dice que lo persiguen tratando de cazarlo, pero que él siempre les gana, que es más astuto que ellos. Yo sería tan feliz si pudiera caminar.

En esos momentos, se escuchó el ladrido de perros y las voces de dos hombres que visitaban el lugar. Estaban cubiertos con mantas, llevaban unas hachas y unas sierras en las manos. Se acercaron al lugar en donde estaban los robles y observaron al más pequeño.
- Oye Pancho, este está regüeno, aemás está creciendo entre estos dos árboles viejos que le empedirán crecer como se debe. – Dijo el hombre que se notaba con más años.
- Creo que tenís razón José, vamo a llearlo. – Acto seguido comenzaron a cortar el árbol. - ¡Qué lindo eres arbolito!, eres lo justo que necesitamos.
Pancho, se llevó las manos a la boca y emitió un silbido que el eco respondió, los perros saltaban jubilosos, como celebrando la acción y se restregaban en las piernas de los dos hombres.
- Ño Pancho, acerqué la carreta lo más que pude para echar el arbolito, déjeme ayuarle.- Dijo el tercer hombre que llegaba luego del silbido que lanzó Pancho.

El pequeño árbol fue cargado en la carreta, los hombres conversaban felices y emprendieron la marcha.
Los árboles viejos, quedaron muy tristes al ver que Roblito, no crecería, no podría caminar nunca como deseaba. Ellos sabían que el hombre los necesitaba para edificar sus casas, par calentar su hogar, para construir sus carretas, sus botes y tantas otras cosas, a las cuales no se podían negar. Ese era su destino, servir. Pero iban a extrañar al pequeño, aunque el hombre viejo tenía razón, no podría crecer entre ellos dos, se asfixiaría, eso sería causa de más tristeza para Roblito, así que, tal vez fue lo mejor que pudo sucederle.
- ¡Jacinta, Jacinta! ¡Ven mujer! Aquí ta el arbolito pa Manuelito. Mañana apenas salga el sol, no ponimos a trabajar. – Dijo Pancho con una gran sonrisa, mostrando la fila de dientes gastados, con una tapadura brillante en el centro de la corrida inferior.
- ¡Qué güeno Pancho! Por fin Manuelito podrá salir, ya mis brazos podrán descansar un ratito y mi esparda tamién.
La noche cayó de picada, Roblito estaba tendido en el suelo, no sabía donde estaba, pero cuando venía en la carreta, no se cansó de mirar todo lo que había a su paso. “No importa que no vaya a crecer - se decía - aunque no caminé, pude salir del bosque y conocer más allá de él”. Cerró sus ojos y se durmió, soñaba con que tenía unos pies muy ágiles y que sus pasos abarcaban gran terreno, que podía correr, saltar los arroyos y jugar con su amigo puma.

Apenas salió el sol, Pancho y José comenzaron a trabajar. No pararon hasta el mediodía. Se sentaron en unos troncos y miraban su obra.
- ¡Jacinta! ¡Trae a Manuelito! – Grito Pancho. La mujer, salió con un niño en los brazos, debe haber tenido unos diez años y se acercó al lugar en que estaban los dos hombres.
- Ahora, no más Manuelito, vai a tener que aprender a caminar con estas muletas, vos sabís que te vamos ayuar, te costará un poco a la empezá, pero vai a ver que ligerito no más, vai a lograrlo.
- ¡Qué lindas tan taita! ¡Suavecitas! ¡Ayuame amá! Yo sé que voy a aprender rapidito taita. Así te podré acompañarte al río amá cuando vayas a lavar y podré jugar con el Cholo y la Pelá. – Decía feliz Manuelito, mientras le acomodaban las muletas y lo sostenían para que diera sus primeros pasos. Los dos perros corrían felices y ladrando acompañando a su pequeño amo en su primera caminata.

Roblito, también se sentía feliz, no extrañaba sus otras partes, no sentía dolor, por fin se le cumplía el sueño, iba a caminar.
Manuelito pronto aprendió a usar muy bien sus muletas, salía a recorrer el campo acompañado de sus dos perros. Él había sufrido una enfermedad, lo que lo dejó con sus piernas impedidas para caminar, pero la última vez que lograron llevarlo al doctor, este les había dicho que no iba a ser para siempre, que necesitaba ejercitarse, que si ellos lo ayudaban y mantenían en ejercicio, el niño volvería a caminar.
Los dos robles viejos, ahí en el centro del bosque, observaban la escena desde lo alto de la montaña, Roblito caminaba y a la vez, ayudaría para que el niño, volviera a caminar. Suspiraron emocionados y entrelazaron sus ramas en un gesto de amor.

¿Crees tú, que podríamos obtener una enseñanza de este relato?