Rosa roja

Al pasar por aquella calle vi la casa donde viví gran parte de mi infancia. No pude dejar de tocar la puerta, porque con mucho respeto quería, si me lo permitían dar una ojeada al interior. Para mi sorpresa, la casa estaba deshabitada y abrió la puerta un señor de bastante edad, quien la cuidaba.
Al comentar cuál era mi deseo, a sus años se solidarizó conmigo y me dejó entrar. Recorrí el pasillo largo que llevaba al centro de la casa donde estaba aquel jardín que la abuela cuidaba con tanto esmero. Volví a sentir el olor de los nardos y de las rosas que se esparcían por el lugar confundiéndose con el olor añejo actual.
La vieja fuente que desparramaba agua y permitía que algunos pajarillos llegaran ahí para bañarse estaba seca; sólo las hojas de algunos viejos árboles pernoctaban en ella. Alcé mi vista y con gran pesar observé que poca luz entraba a la casa, debido a lo frondoso de aquel árbol que había esparcido sus ramas por todo el techo.
Llegué a la cocina y percibí el olor a café que mi madre muy temprano colaba. Era un acto sagrado: Lavaba la bolsita de tela que pendía de un aro de alambre, lo colocaba en la boca de una jarra, luego depositaba cucharadas de café en polvo y enseguida el agua hirviendo. El olor recorría la casa, era la señal para que nos acercáramos y degustáramos una buena taza de él, mientras ella lavaba y escurría nuevamente la bolsita de tela.
Me pareció ver a la abuela atizando el fuego en aquella hornilla donde el carbón hacía de las suyas. Finalmente, en una bandeja de madera llevaba hasta la mesa, la carne que rechinaba aún por el calor esparciendo su característico y agradable olor.
Recordé con calidez aquellas tardes cuando mi abuelo, mi madre y yo, nos acercábamos hasta ella en la hornilla con suficientes plátanos (maduros) que entregaba en nuestras manos. Mi madre y yo no éramos capaces de soportar el calor y en medio de nuestra flojera, volvíamos a colocarlos en la parrilla para buscar un tenedor.
Cuando las albahacas florecían, la abuela depositaba en las manos del abuelo algunas de sus florecillas secas. Sólo se miraban, porque el aroma de ellas penetraba en sus corazones diciendo quien sabe que tantas palabras de amor o de pasión.
Caminé hasta la alcoba de ellos y me llené de orgullo al recordar aquella cama grande de bronce y con una manta finamente bordada por las manos de la abuela. Sobre ella, en el centro, una rosa roja que siempre la abuela tomaba del rosal que el abuelo cuidaba con tanto celo. Cada detalle en ese cuarto daba cuenta de un gran amor y de encuentros de fantasía que para mí se quedaban encerrados y en secreto. Las manos laboriosas de la abuela estaban expuestas en cada mueble del cuarto y sobre el cuerpo del abuelo, que inevitablemente exhalaba suspiros al verla pasar junto a él. Noches cuando la puerta entrecerrada dejaba salir el olor a vainilla de la pipa del abuelo y minutos más tarde, se escuchaban los acordes de un violín que él con destreza manejaba. Las letras de las canciones sólo las conocía mi abuela. Estaba segura que todos esos detalles habían permitido conocer a mi madre.
En silencio salí de aquella casa recordando seres inolvidables para mí: la abuela embriagada de amor como la luna por su sol, el abuelo suspirante de amor y de ternura. Mi madre como un botón de rosa en medio de los dos.

Vagamente escuché decir al anciano que cuidaba la casa:

—Recordar es vivir—.
Mayo, 2009

¡Que hermosa historia!

Las casas y sus historias son mi debilidad, pero en esta me deje llevar por el recuerdo de mis propias vivencias.
En un momento se me puso la piel de gallina, que lindo haber vivido esas historias que nos son comunes a casi todos.

Un beso y felicitaciones.

María

Ay Ethel qué buena historia!!
Lo que es la memoria, verdad?
Nos hace vivir todo aquello que vivimos, gustamos, que olimos,
que vimos... sentir todos esos aromas que se quedaron para siempre
en nuestra memoria olfativa..!!
Qué bello Ethel.
Y muy bien logrado, porque te cuento que he sentido esos olores
a medida que avanzaba en la lectura.
Precioso, amiga!!

Un abrazo fuerte. Te quiero Ethel!!

**

Amigas nos las quiero defraudar, pero no conté con la inmensa alegría de tener abuelos, por ello quizás, escribí esta historia imaginaria.
Gracias.... por sus comentarios que me alegran el alma, claro que los olores mientras la escribía los sentía, me metí tanto en la historia que puedo decir que para mi es real.
Un besito..

Etel: Tan real fue para vos que nos hiciste sentirla en carne propia. Lo vivimos .

Un beso.

María

Gracias Maria.... Un beso grande..

Realmente cautivador, sinceramente el relato atrapa al que lo lea y lo hace seguir los pasos por la misma casa. También pude sentir los olores, también la calidez y la inmensa paz de un lugar así.

De no ser por esa aclaración de mas abajo, juraría que habías escrito algo perteneciente a tu memoria. Realmente hermoso.

Saludos.

Mil gracias... por tus palabras...

Ethe, este relato es sensiblemente bello y te felicito por el mismo. Tenga o no parte de realidad o ficción, seguiría siéndolo.

Me hizo recordar que el 2001 que fuimos a Cali con mi madre aún viva y mi hija menor, tuve deseos de pasarme por una casa donde solíamos reunirnos con nuestro padre. Esa casa estaba allí al lado de la Good Yeard en la misma Calle 5ª del Bº San Nicolás. Había un pequeño negocio de pastelería en uno de los locales que daban a la calle, cuyos dueños de origen judío. Refugiados políticos de ese éxodo con el nazismo. Comprobé que el árbol siguía en el mismo sitio a`pesar de estar más al paso de vehículos en la misma calle, pero aún reverdecía y daba sombra. Creo que es una enorme Ceiba. En ese punto esperaba a mi padre a la salida de la fábrica. Allí me dejaba mi madre y esperaba en la otra esquina hasta que él salía, se dirigía a ella, la besaba y hablaban un poco y me recogía. Tengo un poema sobre esos encuentros.

También tuve ocasión después de cuarenta años (!), ver esa casa por dentro, me parecía increíble estar allí. Nos dejaron pasar al ver cómo describía la misma por dentro. La distribución seguía siendo igual. Era de una sola planta y había un taller de hierros o mecánico o algo parecido en su interior. El local que antes tenía hacia la calle, una pastelería de judíos, refugiados por la guerra y el nazismo, estaba cerrado y ni vestigios de lo que fue. Las paredes ennegrecidas por el hollín, apenas quedaban los suelos originales, las mismas habitaciones se conservaban pero sin puertas. Todas con bancos de trabajo, estanterías, hierros y trastos viejos. El comedor que daba a una zona de plancha y la cocina, con un pequeño patio, igual y el pequeño jardín con un árbol había desaparecido.
Se siente tristeza pero desde nuestra realidad de mayores nos parece que todo se encoge, que es más pequeño y, nos parece increíble que hubiésemos residido en un lugar tan estrecho por algunas temporadas cortas.

Por eso te entiendo cuando te leo. Es así todo y si hubiese ido a Florida, el pueblo, no hubiese aguantado ver que no existe nada de lo que fue mi ayer de la niñez. No hubo tiempo para más desplazamientos. El lugar donde me casé (La Santísima Trinidad) La Cripta donde estaban los restos de mi abuelita, la tumba de mi abuelo adoptivo en el Cementerio de la Calle 1ª..., El parque Caycedo, el Hotel Plaza, el famoso cine Aristi, el conservatorio; El Cementerio Judío, allí la tumba de mi padre, fue muy emotivo.
Lugares emblemáticos como: El Cerrito, La María..., San Antonio de los lagos y el Darién, estos tres últimos completaron una jornada entre montes y selvas de dos días largos por caminos difíciles de selva hasta un valle entre la Cordillera Central, maravilloso y en otro igaulmente pero aún más bello y cerrado entre nieblas, chorreras y cascadas de las cumbres, niebla y avistamos un cóndor; maravillas de nuestra tierra amada, Ethel, que pudo mi hija menor admirar en la realidad, sonidos del día y la noche y despertares de rocío con olor a café recién hecho y música de guitarras y paseo a caballo por los alrededores hasta el pueblo; fue un regalo de unos amigos de entonces, una bella semanan sin parar.

¡cómo no olvidar la belleza y tanto que nos traemos a neustro hoy!

Un beso. Elisa. Recordar lo bueno es amar de nuevo

Pues solo me queda que decir MIL gracias a cada uno que ha dejado sus comentarios...
Sergio y que pasó con la ¿CIA? no me dejaron leer tu comentario anterior. Gracias TE PASASTE CHE!!!!

Elisa, aque árbol grande, la ceiba todavía está.. es magnífica, los carros deben hacer un medio giro, ojalá dure muchos años más... Y con respecto a lo que dices de Florida, qué pesar, estos pueblos cambian tanto y quizás no para bien... Tengo un escrito sobre mi pueblo El Cerrito que escribí, mas con nostalgia que con alegría... no creo haberlo subido....
Un beso...

Una maravilla de texto Ethel. Las añoranzas, los recuerdos, a veces hacen regresar a ver y palpar lo que ha quedado atrás. En tu caso, esa vieja casa con todas las vivencias acontecidas. Hermoso, emotivo y cautivante.
No tuve tampoco la dicha de conocer a mis abuelos, solamente disfruté de mi abuela paterna y fue una convivencia más bien fría, mi abuela era muy agria, no era cariñosa, asi que siempre me mantuve distanciada de ella, aún, viviendo en la misma casa.

Besitos y lo que dijo el anciano, lo encuentro muy acertado: "...recordar es vivir".

Gracias Liel, afortunado quien haya tenido unos abuelos maravillosos...
un besito

Ethel, también al leerla habría jurado que lo viviste (y hacés sentir esos aromas y recuerdos como verdaderas riquezas) Está muy bien escrita, pero sabés? tal vez de alguna manera (poco entendible para la lógica) los conociste en alguna forma...quien sabe? Al fin de cuentas el tiempo interno como se percibe exteriormente es diferente [ esto salió, me parece, de un lugar privilegiado interno que no se mide (no te parece?)] Un relato que se lee como una historia bellísima, gracias por compartirla.
Sil.

Silvi, a lo mejor mi deseo de conocerlos o de vivir esa experiencia como bien tu dices, me llevó a describirla.
Un besito