Pascual se apeó del tubiano en la puerta del rancho, enclavado en la falda de las serranías del paraje de Barriga Negra, en Lavalleja.
El perro lo recibió haciéndole fiestas.
Entró agitado a la cocina, con sus paredes y techo ennegrecidos por el hollín de la cocina a leña.
- María, en el almacén me enteré de que hay alerta roja- dijo a su esposa, que preparaba la comida.
-¿Y eso qué es?
-Que se vienen vientos fuertes, “huracanados” dicen, hasta de ciento cincuenta kilómetros por hora.
-No precisaba escuchar la radio para saber que iba a llover, alcanza con mis huesos. Será como toda la vida, lluvia y vientos fuertes.
-Como quieras, pero hay que tomar precauciones.
-¿Qué querés decir?
-Bueno, asegurar las ventanas, meter la lechera en el galpón…precauciones, dijo la radio.
-Chocolate por la noticia. Está bien, igual a esta hora no íbamos a salir. Estaba por prender el farol a mantilla. Prendelo vos, yo voy a entrar la vaca y las gallinas. Me volvieron loca cacareando todo el día.
-Y…anuncian mal tiempo- acotó Pascual
María salió del rancho y llamó a sus hijos, que habían vuelto de la escuela y andaban por ahí, buscando panales, observando aves, insectos… entretenimientos de niños de campo.
-¡Omar, Lito, entren a las casas ahora mismo! ¿Dónde andan?- gritó
-Acá mamá- contestaron a dúo
Las voces venían de la playita que formaba el arroyo Barriga Negra cerca del rancho.
-Vengan, que hay muchos mosquitos. Entren al perro ¿Qué estaban haciendo?
-Nada, escuchando a las ranas que están croando como locas, también los grillos están insoportables - contestó Lito
El mayor de los varones se llamaba Pascual, como el padre, pero le decían Lito. Tenía once años, era curioso y muy vivaracho.
El menor, Omar, de seis años era el mimoso de la madre. De naturaleza sensible, era blanco de las bromas del hermano.
-Ayúdenme a cerrar bien las ventanas, yo voy a recoger la ropa tendida. Se viene un temporal. Vamos Omarcito, que ya empieza a llover- dijo la madre
-Ya nos dimos cuenta, el ganado se echó y cuando veníamos de la escuela nos fijamos que miraban mucho para arriba y pastaban con la cola hacia el este. Vimos bandadas de pájaros volando bajo y caminos de hormigas subiendo el cerro - dijo Lito
Los niños iban a una escuela rural, a unos diez kilómetros que hacían a caballo. En total eran ocho alumnos de distintas edades atendidos por una única maestra, que vivía en la escuela.
El matrimonio tenía también una hija, Lucía, que durante la semana vivía con los tíos en Minas, para poder ir al liceo. Los sábados venía en el ómnibus de frecuencia diaria que unía Barriga Negra con Minas, un trayecto de cuarenta kilómetros que demoraba tres horas, una de las cuales empleaba en detenerse en un parador del camino para que el pasaje “tomara algo”. La dejaba en el camino y el padre la iba a buscar en la motito.
-¿Vendrá Lucía?- preguntó Omarcito, que adoraba a la hermana.
-No sé, depende del temporal, capaz que mañana escampa – contestó la madre, con un dejo de nostalgia.
-Lucía, Lucía… ¿querés jugar a las muñecas con ella?- se burló Lito
-¡Mamá, Lito me está jodiendo!
-Deja en paz a tu hermano- ordenó la madre…y no voló una mosca más.
Extrañaban a “la nena”, pero sabían que la única forma de que estudiara era viviendo en la ciudad. Pronto tendrían que desprenderse de Lito, que estaba en quinto año, aunque él se mostraba poco dispuesto a seguir estudiando. Le gustaba el trabajo del campo y ayudaba a su padre desde muy chico.
La madre de eso no quería saber nada, quería dar a sus hijos algo más de lo que ella y su marido habían tenido.
Pascual no tenía tan claro que un futuro mejor dependiera de que el hijo fuera al liceo. Con Lucía era distinto, le gustaba estudiar y no la quería condenada a las duras tareas del campo.
La zona no tenía luz eléctrica, agua corriente, ni saneamiento. La piecita que usaban como baño, estaba separada del rancho. Aún así, no les faltaba nada para ser felices.
-Bueno, lávense las manos y siéntense a comer- dijo María
Se lavaban en una palangana, en la mesada de la cocina.
-¿Qué hay de comer?- preguntó el menor
-Puchero- contestó la madre- cortá pan, está recién hecho ¿le pusieron la tapa al horno de pan?
-Sí, quedate tranquila que no le va a entrar agua- dijo Pascual
-¡Qué rico olor! Dame más boniato
-Tenés que comer de todo, Omar…y después tomar la sopa.
-¿Sopa otra vez?- se quejó
-A comer, sin protestar- dijo la madre
-¿Oyen el viento? ¡Qué fuerte!- dijo Lito- Los caballos relinchan como si estuvieran viendo al diablo.
-No digas bobadas- rezongó el padre.
Después de cenar, el padre y Lito se pusieron a jugar a las cartas, Omar a leer un libro de cuentos heredado de sus hermanos y María a “repasar” la ropa que recogiera de la cuerda. El perro se había echado frente a la estufa a leña. La familia estaba reunida en torno a la luz del farol a mantilla.
-Papá, ¿por qué los animales se dan cuenta de que viene un temporal antes que nosotros?- preguntó Lito, mientras el padre daba las cartas.
-Los animales entienden las señales que da la tierra mejor que las personas. Los humanos perdimos un poco el instinto con la civilización. Escuchamos menos lo que nos dice la tierra, el viento, las nubes… y los de la ciudad, menos todavía.
-Entonces no es tan bueno el progreso, ni somos tan burros los del campo.
-Mirá, son habilidades que si no se usan se pierden. Acá en el campo dependemos del tiempo para las cosechas, la cría del ganado, entonces tenemos que aprender a observar los cambios…pero en una gran ciudad somos bichitos asustados.
Afuera el viento ululaba y la lluvia arreciaba. Los postigos de las ventanas crujían. Se sentía el mugir del ganado a lo lejos.
-Bueno, todo el mundo a dormir- dijo María, doblando la última prenda.
-Mamá ¿puedo salir al baño?- preguntó Lito
-De ningún modo, usá el servicio que está ahí en el rincón. Después tapalo.
Encendió dos velas. Le dio una a los gurises, y otra al marido. Apagó el farol a mantilla y acomodó los leños para que el fuego no se apagara pronto.
Después entró al cuarto que compartían los niños.
-Hasta mañana, que descansen- dijo arropando al menor y dándole un beso- Lito, no leas con la linterna que gastás las pilas.
Lito ya era muy grande para besos, como le había hecho saber. Quería que se desacostumbrara de besuquearlo porque temía que le hiciera pasar vergüenza frente a sus compañeros y, sobre todo, delante de Mariana, la más linda de la escuela.
-¿Cúando vas a dejar de dar vueltas?- se oyó la voz de Pascual, impaciente, desde el dormitorio.
-Ya voy, estoy dando una mirada a ver si está todo bien asegurado.
-Ya miré yo- contestó.
-Vos no te das cuenta de nada- dijo María mientras se desvestía para meterse en la cama.
-Me di cuenta de que eras la más linda del pueblo ¿no?
-¡Zalamero!, hasta mañana, dormite.
-Ta tan lindo para…
- ¡Ah, de algo te diste cuenta!- dijo, dándose vuelta para abrazarlo.
Un buen rato después del amor, mientras Pascual dormía plácidamente, María agradecía haber ganado la pulseada para poner un techo nuevo al rancho.
El marido quería invertir el dinero del ganado que habían mandado al frigorífico, en comprar un jeep y ella quería cambiar el techo.
Discutieron como una semana y terminó ganando María. Su trabajo le costó, pero tenían un rancho más seguro y una heladera a supergás.
Tuvo que prometerle a Pascual que con el dinero del próximo ganado que estuviera pronto, podría comprar el jeep…pero no se sentía obligada a cumplir la promesa, quería hacer un baño adentro y mejorar la cocina. Se tenía fe para convencerlo.
Era cierto que necesitaban un vehículo, viviendo tan aislados…el vecino más cercano estaba a cinco kilómetros. Cuando Pascual tuvo el cólico nefrítico, ella tuvo que ir a caballo a lo del vecino, que tenía camioneta, para pedirle que los llevara al hospital de Minas. Pascual fue en un grito los cuarenta kilómetros, por el camino pedregoso.
Afuera parecía que el mundo se terminaba. María, arrebujada en el acolchado, se durmió pensando en cómo estaría Lucía y soñó con los azulejos de la cocina que quería.
El día siguiente amaneció despejado. Pascual salió del rancho para dar un vistazo. Nada grave, algunos alambrados arrancados de cuajo y ramas de árbol por todos lados. Fue al galpón, que había aguantado bien el temporal, y vio que los animales estaban bien. Soltó a las gallinas y, ya que estaba, ordeñó la vaca. Le ahorraría trabajo a María.
Con el balde de leche en la mano se acercó al arroyo. Había subido unos metros, pero seguía lejos del rancho. Regresó a la casa.
-Buenos días, prenda- dijo abrazándola por detrás y besándole el cuello.
El sutil olor a humo de su mujer le resultaba irresistible.
-Salí cargoso…¡me ordeñaste la vaca!
-¿Viste qué bueno soy?
-Buena pieza…¿cómo están los animales?
-Por lo que pude ver, no pasó nada malo. Después mandaré a Lito a que ensille la yegua y recorra un poco a ver si no perdimos ningún animal.
-¿Vos qué vas a hacer?
-Ir al almacén a llamar por teléfono a lo de mi hermano a ver como están, sobre todo por Lucía, a ver si viene en el ómnibus. Dependerá de que el Santa Lucía no esté muy crecido.
-Sí, y pasá por lo del vecino y por la escuela a ver cómo está la maestra. Ojalá el techo de la escuela haya aguantado. Esta primavera haremos la kermese para juntar la plata para arreglar el techo.
-¡Cómo nos divertimos el año pasado! Con el raid, el asado con cuero, el baile... Hasta una torta te sacaste en las rifas ¡y estabas achispada! A la vuelta te dormías arriba del caballo. Casi te caes.
-¡Mirá quién habla! Le voy a mandar algunas cosas a la maestra, la pobre debe haber pasado miedo. Dale, tomate unos mates mientras te preparo una canasta para ella, le mando leche, pan casero, unos huevos y unas chuletas…ah, y mermelada de moras, que hice esta semana.
-Es una mujer hecha y derecha, se va a arreglar- protestó Pascual
-Ella cuida a mis hijos y yo la cuido a ella. Los gurises se han quedado a dormir en la escuela cuando llueve durante varios días…yo no me olvido.
-Ta bien, es cierto, voy a ensillar al caballo.
-Si el arroyo está crecido, no te tires a cruzarlo. No hay nada urgente.
-Quiero saber de Lucía…
-Yo también, pero no quiero que te pase nada. Perdimos varios vecinos por cruzar cuando no debían.
-Palabra que no me tiro, hasta luego- dijo, despidiéndose con un beso
-Tomá la canasta, saludos.
Los niños salían de su cuarto, restregándose los ojos.
-Vengan a tomar la leche.
-¿No hay escuela?
-Es sábado- contestó la madre, sirviéndoles
-¡Qué suerte! ¿viene Lucía?- preguntó Omarcito
-No sé, papá va a tratar de llamar por teléfono, si el arroyo da paso para llegar al pueblo. Está preocupado por Lucía pero también por el tío y la familia. No sabemos cómo fue el temporal en la ciudad.
-Si tienen de todo, luz, televisión, computadora ¿por qué se preocupa por ellos?- preguntó Lito
-Justamente porque se olvidaron de cuando no tenían esas cosas, cuando les faltan, se desesperan.
-Nosotros estamos peor y no nos quejamos. Cuando vamos a pasar unos días con ellos, estoy como embretado. Si la tía no puede ver su comedia, grita como loca, no se puede ni hablar ¡Y la qué se arma cuándo se les acaba el agua caliente! Pensar que nosotros nos bañamos en un latón calentando agua en la cocina- dijo Lito
-Mis primos lloran, porque se aburren- dijo Omarcito
-¿Por qué nosotros no nos aburrimos nunca?- preguntó Lito
-Porque estamos acostumbrados a vivir de otro modo, con menos cosas- respondió la madre.
-Entonces no es tan bueno tener tantas cosas- razonó Lito.
-Tiene sus ventajas, pero también es cierto que se puede vivir con menos comodidades. Terminá de tomar la leche y ensillá la yegua. Papá quiere que des una recorrida para ver cómo está el ganado.
-Ya voy.
-Abrigate, m’hijo, y no te acerques al arroyo.
-Bueno, antes voy al baño.
-Vaciá el servicio, no lo hice yo porque tenés que acostumbrarte a sacarlo y lavarlo. Si sos grande para tener novia, podés cuidar de tus cosas.
Lito enrojeció por la alusión a Mariana, pero obedeció. Las sentencias de la madre eran irrefutables…y no se le escapaba nada.
-¿Y yo te puedo ayudar, mamá?- dijo Omarcito
-Claro, ya te doy algo para hacer.
-¿Me contás algo de cuando eras chiquita?
-Sí ¡Vení que quiero comerte a besos!
Así, cada quién haciendo lo suyo para el bien común, como en un hormiguero, pasó la alerta roja.
Ada