LA MUJER DE LA ROSA ROJA

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LA MUJER DE LA ROSA ROJA

(Cuento para adultos)



Descendió del autobús de línea que llegaba hasta el pequeño pueblo. La conocían como la mujer de la rosa roja porque siempre, cuando realizaba su visita, portaba en la mano esa flor que nadie sabía donde abandonaba. La mujer, hermosa, de expresión triste, era motivo de curiosidad y entretenimiento para las aburridas vidas de los habitantes de aquel pueblo a los cuales, pocas novedades les sacaban de su rutina diaria. Su visita era el único acontecimiento que, año tras año, les hacía partícipes involuntarios de unos sucesos que, aunque siempre esperados, no dejaban de ser insólitos. Nadie podía calcular con exactitud el largo tiempo en que la mujer visitaba aquella aldea escondida entre montañas, aldea que, poco a poco se había convertido en un pueblo grande. Cuando la veían descender del autobús de línea, los más ancianos, aquellos a quienes la siega de la vida dejaba vivir por misericordia un año más, repetían la misma frase: “Yo la he visto venir al pueblo desde niño, año tras año, y siempre está igual, como si el tiempo no pasara para ella.”
La mujer apenas los miraba, observaba, fijaba su vista en las casas, en los campos, en la tierra, en el cielo, y caminaba ligera hacia un lugar determinado. Aquel día, se paró unos momentos como si buscara orientación, los cambios habidos, las nuevas rutas, los nuevos edificios, la confundían, luego, aceleró el paso y sin que ya nadie se fijara en ella, se dirigió a la vieja estación de ferrocarril. ¡Cuánto tiempo había pasado. Todo estaba tan distinto! Pero allí continuaba la estación en la que ella había vivido durante ¡tantos años! Aspiró el aire para captar el especial aroma de las estaciones tantas veces percibido, ese que huele a nostalgia de despedidas, a ilusiones y esperanzas, a deseos y decepciones de idas y venidas, de llegadas y partidas. Todo ese olor particular exhalado con nuestros sentimientos sin percatarnos de ello. Ese olor que permanece vívido en el recuerdo.
Observó los viejos raíles que, como gruesas venas de hierro, se perdían en un tramo de tierra polvorienta sin continuación de viaje, como si quisieran avisar del final de unas ilusiones marchitas, perdido en el tiempo su destino. Como si un ser malvado, hubiera plantado un aviso con unas palabras imposibles de cumplir: “Prohibido soñar”. Los restos de metal que recordaban tantos viajes, se veían semienterrados, cubiertos por cardos de flores amarillas y de, trecho en trecho, alguna roja amapola, daba un toque de alegre esperanza al ambiente solitario de la abandonada estación.
Buscó ansiosa con la mirada y su corazón dio un vuelco. Todavía estaba allí su viejo y amado tren. El confidente de sus amores y de sus desilusiones. El espectador silencioso de la llegada de esperanzas, de sueños maravillosos que acabaron frustrados. Aunque destrozado por el paso del implacable tempo, allí continuaba. Sus ventanillas sin cristales, cubierto de polvo y tierra pero todavía vivo. ¿O acaso eran sus deseos de verlo aquello que lo mantenía en el lugar? Cuántos sueños juveniles se gestaron en su interior. Problemas solucionados entres sus asientos de madera. Allí se acallaron rabias, se superaron decepciones. Siempre se tenía un tiempo para meditar y cambiar las decisiones mientras corría por los raíles de una estación a otra. Sin embargo, ahora, permanecía quieto, olvidado, envejecía como ser vivo, sin ningún agradecimiento por su lealtad. Sólo ella, una vez cada año, se acercaba para recordarle su amistad incondicional.
En voz alta, como cuando se conversa con un interlocutor especial, comenzó a desgranar sus recuerdos mientras acariciaba su madera podrida, mohosa, cubierta de polvo: "¿Te acuerdas...? Sentada en uno de tus asientos, escribí mis primeros poemas, a escondidas, como algo furtivo que nadie debía descubrir. Palabras transformadas en versos desnudaban los afanes de mi alma y, más tarde, avergonzada por mi osadía, los escondía como un secreto, entre hojas de libros amados...".
Luego, cerraba los ojos y en éxtasis silencioso, escuchaba como el murmullo de la brisa jugueteaba al escondite entre las grietas de suelos y techos desmoronados.
Nunca faltó a su cita anual, nunca faltó para reunirse con su viejo tren. Después de casada, cuando abandonó el pueblo, los padres, la gente, la estación, para trabajar como maestra en la ciudad grande, con el final del verano, antes de dar comienzo las clases, siempre una visita a su amado tren. Cada año un recuerdo mediante una rosa roja ofrecida con un beso de despedida y una promesa de vuelta. Cada año, como viejos amigos que se reencuentran, se observaban las nuevas arrugas, el deterioro de sus vidas, ambos eran un poco más viejos.
Más adelante en el tiempo, sus experiencias fuera del país, en un recorrido de nuevos lugares donde aprendió extrañas lenguas en compañía de aquel esposo amado. Aun en los eventos de más solera social, cuando las conversaciones decaían, ella hablaba entonces con ternura de aquel viejo y antiguo tren de su pueblo ante miradas incomprensibles hacia un sentimiento que, además de considerar atraso social y excesiva sensibilidad, era hacia algo que ellos decían “no tenía vida”. ¡Mi pequeño tren sin vida! pensaba ella ante aquellas percepciones ajenas que le parecían una necedad. Y para que pudieran llegar a la comprensión de unos sentimientos tan intensos, intentaba aclarar lo maravilloso de su lentitud, de su traqueteo, de su silbato, de la llegada pausada, sin prisas a su destino, lo mismo que si llegara al hogar después de un sosegado paseo.
Luego, la vida se hizo difícil. Aquel verano el médico le había comunicado la negativa de su cuerpo a seguir con vida. Allí, en el interior de su bolso estaban los análisis. Su vida finalizaba, no sabía cuando, eso nunca lo sabe nadie, pero sería pronto, su hálito se extinguía poco a poco, como a él, como a su tren, y fue a decírselo, otra vez como confidente de los viejos tiempos. Pero hoy era para despedirse definitivamente. Era su última visita.
La abandonada estación permaneció sola durante muchos años, olvidada por todos, sin visitas esporádicas de la mujer de la rosa roja.
La suave brisa del atardecer mecía las amarillas y rojas flores, crecidas aquí y allá en un paraje sin vida. El tiempo había borrado las huellas de cualquier actualidad. Ya nada existía, sólo, entre aquellos hierbajos que cubrían unos pequeños tramos de raíles oxidados por los que, en algún tiempo ya olvidado, tal vez, un tren se había trasladado hacia hipotéticos lugares, entre la maleza de cardos y ortigas, crecía un hermoso rosal rojo que cada año, al finalizar el verano, milagrosamente florecía –MAGDA.

Un cuento con mucho romanticismo, algo de nostalgia, y que lo hacen precioso para el comienzo de lo que podria ser una novela romantica.
Muy bueno

Sí, es romántico y bastante nostálgico pero lo he escrito solamente a modo de cuento, un recuerdo de un tiempo pasado que ha quedado siempre ahí. Como muchos de mis escritos.
Gracias por leerlo.

No sé,Jaime, algunas veces después de leerme, me siento muy cursi y avergonzada y destruiría todo lo que he escrito pero mi mayor defecto, después de la impaciencia es ser impulsiva ¡y allá va todo lo que pienso! de lo cual luego me arrepiento. En fin... agradezco como siempre tus hermosas palabras, tu paciencia por leerme y tu amabilidad. ¡Muchas gracias amigo Jaime! Un abrazo.

ABU XANINO, SABE SI HAY ALGO QUE CREO QUE TODOS CONCUERDAN EN ESTE SITIO ES LA PAZ QUE TRASMITE SUS TEXTOS, A MI CUANDO MEDIO REVOLUCIONADO,ME MANDAN A LEER A XANINO Y JA, DE VERDAD QUE AUNQUE SIEMPRE TE DIGO LO MISMO QUE HAY MUCHA MELANCOLIA EN TUS LETRAS,UNO SALE CALMO.
ME GUSTO ESTE CUENTO-HISTORIA DE AMOR, TIENE TU TOQUE, TU CALIDEZ, Y ESE ROMANTICISMO DE ABUELA QUE SOLO XANINO LE SABE DAR A SUS RELATOS.
ME ENCANTO.

Amiga Magda. Ese es precisamente el don de tus escritos. Trasmiten paz y sosiego y son totalmente agradables para leer y disfrutar. Son fragmentos de vida, recuerdos, vivencias, y puro sentimiento que aflora palabra tras palabra, haciendo que el lector se compenetre con las historias y, en cierta forma las viva tambien, o, al menos avive sus propios lindos recuerdos y vivencias. Lo dije y lo repito, es un absoluto placer leerte. Un saludo con afecto,
Jose

Mateo, querido, tus palabras son un bálsamo de sosiego para mí, me alegra que lo que escribo te sirva a tí para encontrar un momento de paz.

A tí Jose, amigo, también mi agradecimiento, siempre lo digo; mi único objetivo es llegar al corazón y si puedo, al alma del lector, proporcionarle unos momentos de descanso aunque sólo duren los minutos de la lectura. Eso me hace sentirme realizada como escritora aunque haya muchos defectos literarios en el texto, eso siempre se puede rectificar.
Gracias amigos. Un beso.

Otro texto mayúsculo.
Ya no puedo comentarte, melimito a destriparlo para que veas que he leído:

Un personaje eterno, que llega como la primavera para alegrar al pueblo.
Vivió en la estación, es viajera, sabe que la vida va y viene. El tren de los
sueños ya no corre. El trend e la vida. Viene a conversar con él, a contarle
qué fue de su vida, a comprender como está su amigo. A decirle que lo llevó
siempre consigo. Que le hablo al mundo de él y que nadie la comprendía. Ha
venido a despedirse, a visitar su propia tumba.

¿sabes que con tus palabras resulta más bonito?
Gracias, amigo mío, por seguir leyéndome. No merezco tanta atención por vuestra parte. Un beso.