MI MADRE SE FUE EN INVIERNO (PRIMERA PARTE)

Liza había dejado la tarde anterior a su madre en casa, estaba un poquito resfriada, ella había pensado en no llevar los niños al día siguiente que era el onomástico de su madre, para no incomodarla, pero doña Mercedes insistió, así que viajó a su ciudad para comunicarles el viaje. Por la noche, terminó de decorar el pastel que todos los años le preparaba y que sabía era el preferido de madre. Sus hijos pequeños, Adolfo y Daniel, la acompañaron en su quehacer, revoloteaban felices por la casa reuniendo tarjetitas que habían confeccionada durante la tarde, para ir a saludar a su tía abuela en su día. Era invierno, llovía torrencialmente y hacía frío, pero ellos se sentían emocionados, contentos y ruborizantes de alegría por el viaje.
A la mañana siguiente, se levantaron temprano y emprendieron el viaje de mas o menos una hora y media a casa de la abuela. Los niños reían felices y cantaban en el bus. Llegaron a esa hora de las diez de la mañana. Cuando Aurelia abrió la puerta, su rostro denotaba preocupación y señales de no haber dormido muy bien. Liza preguntó:
- ¿Cómo amaneció mi madre Aurelia?
- La doña, no durmió muy bien mi niña, creo tiene fiebre, pero no me ha dejado tomarle la temperatura. – Respondió la mujer avanzando por el pasillo hacia la cocina. Liza subió las escaleras rápidamente y se dirigió a la alcoba de su madre. La mujer estaba en cama, con las mejillas rojas y los ojos lagrimosos, muy arropada y con las cortinas aun cerradas.
- Buenos días mamá, me dice Aurelia no pasaste buena noche… te tomaré la temperatura.- Dijo Liza, abriendo una cajita de madera que se encontraba sobre la cómoda caoba, que le había regalado el esposo de Aurelia a su madre, hacía muchos años. Extrajo un termómetro y procedió a realizar la acción.
Doña Mercedes, la miraba tratando de sonreír y diciendo que no era nada. Solamente un resfriado de esos pasajeros.
Liza observó el instrumento que marcaba treinta y nueve grados de temperatura y dijo a su madre:
- Mamá tienes alta temperatura, deberé alivianarte un poco la ropa, sacar el calefactor de la alcoba y aplicarte unos paños para bajarla.
- No hija, no me quites ropa y no me apliques paños, tengo miedo me resulte peor el remedio, se que pasará pronto, ya tomé unos medicamentos. Ve a traer los niños para saludarlos.- Dijo la mujer.
La temperatura no cedía y doña Mercedes se negaba a que la asistiera un doctor. Liza estaba muy preocupada y decidió llamar a Rojas, el doctor de la familia. No veía nada bien a su madre y no le agradaba su estado. Marcó y marcó el número de la casa del médico, pero no había contestación. Era sábado, seguramente estaba en el campo o de viaje, era común que los fines de semana se desapareciera de la ciudad. Intentó con varios doctores, pero si no había respuesta, contestaba la empleada diciendo que estaban de viaje.
Por la tarde, el estado de doña Mercedes empeoró, la fiebre la hacía delirar y no aceptaba que nadie, incluso ni Liza, le alivianará su ropa o sacase la calefacción de la alcoba. La joven seguía intentando comunicarse con un doctor, por fin, encontró uno disponible y que aceptará ir al domicilio. Cuando llegó el doctor, doña Mercedes no quería ser revisada, insistía en que ya pasaría. Liza le rogó que se dejase revisar, luego de tanta insistencia, la anciana aceptó, pero de muy malos modos.
- Bueno Liza, su madre tiene una gripa, pero con estos medicamentos bajará la temperatura y mañana ya estará mejor. Le sugiero, quitarle un poco de ropa y apagar el calefactor para que la pieza se enfríe un poco.- Dijo el doctor extendiendo una receta y asiendo su maletín para marcharse.
Liza acudió rápidamente a despachar la receta para comenzar cuanto antes a darle las medicinas a su madre.
Fue una noche horrible, la temperatura no cedía y la anciana se esforzaba por demostrar que estaba bien y que solamente era un resfriadito pasajero. Por la mañana, Liza le dijo a su madre que como no respondían las
Medicinas, la trasladaría al hospital, a lo que la mujer respondió que no, no
Iría a un hospital, ya pasaría el resfriado. Entonces, la joven le propuso que llamaría a otro doctor, lo que tampoco fue aceptado por su madre. Liza, en la sala, lloraba desconsoladamente, ella veía que no era un simple resfrío, que su madre necesitaba atención médica urgente.
- Mi niña, uste sabe como es la doña de terca, no aceptará ir a una Urgencia, menos al hospital, no llore y recemos para que se mejore.- Le decía Aurelia, mientras le acariciaba la cabeza.
Al caer la noche, doña Mercedes estaba peor, por lo que Liza, se arrodilló y tomando las manos de su madre le dijo:
- Mamá, por favor, déjame llevarte a la clínica entonces, llamaré a la ambulancia, no te dejaré sola mamá, estaré contigo, te lo suplico.
Doña Mercedes, finalmente accedió. Cuando los paramédicos subieron a la alcoba de doña Mercedes con la camilla, la mujer se aferró a la cama y no hubo manera de trasladarla a la clínica. Liza le suplicaba llorando, pero era en vano. El jefe de los paramédicos dijo:
- Señorita, no podemos trasladar a la enferma en contra de su voluntad, es una norma que debemos cumplir. Le ruego no hacer perder el tiempo, hay personas que requieren nuestra asistencia en este momento y no podemos esperar.- Y se retiraron rápidamente del lugar.