Ni sus propios dueños pueden explicarlo. No saben cómo Sise, un perro de unos seis años de edad, perdió la lengua prácticamente «de raíz». Tampoco entienden muy bien cómo ha podido vivir tan contento sin ese órgano durante casi un lustro.
Esa parte del can rodó al suelo sorpresivamente en agosto de 2004, sin rastro de sangre, en circunstancias enigmáticas. «Un buen día observamos que Sise andaba con la lengua a un lado de la boca; la tenía virada. Él estaba arrinconado y triste», relata Luis Escalona, propietario de la vivienda donde reside el perro, en el barrio bayamés de El Horno. «No mucho después se le había caído; la encontramos completita en el patio de la casa».
Unos, como sus vecinos René Quintana y Miriam Tamayo, dicen que la causa de tal pérdida fue un banquete de pescado con espinas y otros que «un ácido»; lo cierto es que ante la novedad se consultó a un veterinario, quien formuló un vaticinio fatal: la mascota probablemente no duraría siete días.
En verdad Sise se tornó esquelético; pero después de algunas jornadas empezó a comer levantando la cabeza para tragar, como si fuese un pájaro; ese mismo procedimiento lo empleó para tomar agua. Y ahí está ahora, «entero».
Para la doctora veterinaria María Isabel Viamonte Garcés, quien posee 22 años de experiencia en su profesión y labora en el Instituto de Investigaciones Agropecuarias Jorge Dimitrov, de Bayamo, este caso es bastante singular, porque un percance de ese tipo pudiera explicarse solo por un gigantesco golpe al morderse la lengua contra los dientes, una pelea con otro can o por el desarrollo de un carcinoma en esa región de la boca y consiguiente necrosis.
Sin embargo, a sus dueños no les caben en la cabeza tales hipótesis porque «la perdió de momento».
Para la especialista, la supervivencia de Sise también constituye un misterio, porque la lengua en los canes resulta esencial para la deglución, absorber líquidos y para la necesaria transpiración, pues estos animales apenas poseen glándulas sudoríparas en su cuerpo.
Sise no es el único de su especie que vive sin lengua en Cuba. En el verano del año pasado llegó a estas páginas la historia de Chiqui, un perro sato espirituano que había sobrevivido después de tres años sin ese órgano.
No estaría mal que este le hiciera una visita a Sise para «intercambiar experiencias». Chiqui, por ejemplo, que tomaba líquidos gracias a una jeringuilla manejada por su dueña, pudiera aprender cómo el can bayamés aprendió a beber agua sin ayuda.
Con varios hijos a su cuenta después del accidente, Sise debe su nombre a que cuando nació estaba demasiado débil y comenzaron a llamarlo «Si se goza». Al parecer esa condicionante le ha dado suficientes bríos para vivir... y ladrar.
Fuente: Juventud Rebelde