“Quiero ver a la vieja”

Con perfil serio y un perfecto peinado a la manera de los años 60´, el hombre joven esperaba sentado entre los muchos viajeros de la terminal. Estaba tan ensimismado que no se dio cuenta ni de quienes se movían a su alrededor. Conservaba una imagen que le era imposible desecharla. Movía su cabeza de vez en cuando con la intención de sacudir ese recuerdo.
Sentado ahí, de pronto sintió que algo tocaba uno de los dedos que salía de su sandalia. Bajó la vista y observó un perro que lamía con deleite todos sus dedos; no se había dado cuenta que la hamburguesa que tenía en sus manos había derramado líquido que había cubierto su pie. Tampoco supo que unas cuántas lágrimas se habían unido al líquido.
De pronto, el sonido de la bocina de un carro ayudó a salir de aquel estado de semi-inconsciencia. Su corazón empezó a palpitar más fuerte y la ansiedad se notaba en su rostro. ¡Era el momento esperado! No podía controlarse: sus manos y su cuello emanaban intensas gotas de sudor llenas de angustia.
Las personas se agolpaban ante el carro lleno de pasajeros. Él no se movía, no sabía si acercarse o quedarse en su lugar. Estaba petrificado. Sus pies estaban inmóviles y aferrados al piso como plomos de hierro.
Poco a poco veía como las personas se abrazaban y algunas lloraban de felicidad, mientras él con un nudo en su garganta seguía quieto. El perro presintiendo que el hombre se iba a levantar se quitó de su lado. De pie y con su mirada recorrió la escena, faltaban algunas personas por bajar del ómnibus, entonces se dio cuenta que éste quedó totalmente vacío.
Una desazón le inundó el pecho y no entendía lo sucedido, sus lágrimas nuevamente volvieron a recorrer su rostro cuando sintió una mano sobre el hombro y volteó su cara para mirar quien era. Entonces se encontró con el rostro lleno de lágrimas de su viejo. ¡Habían pasado tantos años! pero era imposible no reconocerse. ¿Cómo no saber que eran padre e hijo? En un abrazo se fundieron mientras oía a su viejo decir en el oído: “Se acabó esta absurda guerra, gracias a Dios he vuelto hijo, ahora ya no nos separaremos más, vamos, quiero ver a la vieja”.
Por la cabeza del hijo rondaba ahora una pregunta quemante: “¿Y ahora cómo le digo que mamá murió de pena por su ausencia y que es una víctima de la maldita guerra?
Etelsaga, enero, 2009

Gracias Susy. Es un tema lastimosamente de actualidad permanente hasta que este mundo no cambie y encontremos paz.
Un abrazo lleno de paz de mi parte.