NO VIVIMOS LA VERDAD NI LA REALIDAD.
En mi opinión, es necesario conocer lo que para uno mismo realmente es cada una de las cosas, para así poder darse cuenta de la confusión en la que vive o del engaño en que se ha propuesto vivir.
Realidad es la EXISTENCIA REAL y efectiva de algo. O sea, lo que es verdad, lo cierto, lo innegable. Verdad es la conformidad de las cosas con el concepto que de ella FORMA LA MENTE, y la conformidad de lo que se dice con lo que se siente o se piensa.
El problema comienza cuando relativizamos las cosas a nuestra conveniencia o desde nuestra ignorancia. Se dice que hay tantas verdades como personas y parece que puede ser cierto. Hasta en aquello que es innegable cada uno pone sus matices, o sea sus condicionamientos inconscientes, y acaban viéndolo como un “sí, pero…”. Las verdades sobre las que nos sustentamos pueden ser muy inestables, puedan estar construidas sobre un barrizal ajeno, pueden estar sin madurar, o pueden ser mentiras que nos interesan disfrazadas de verdades.
También se dice de la realidad que la convertimos a nuestro antojo, que hacemos de ella la versión que nos interesa, y que “no hay más ciego que el que no quiere ver”, así que tenemos la habilidad de convertirla en otra cosa más acorde a nuestros gustos o intereses. No nos engañemos: vivimos nuestra versión de la realidad y la verdad que nos interesa.
Sólo un trabajo de Desarrollo Personal honesto, en el que no haya lugar para el autoengaño, en el que uno instaure unos principios éticos y morales a los que nunca contradiga, nos puede llevar a aceptar la verdad y la realidad tal como son, sin intentar manipularlas.
La sinceridad es un instrumento magistral para esta tarea. El Amor Propio es un elemento indispensable para afrontarla con posibilidades reales de éxito. Si uno lo hace desde la propia enemistad, desde el desamor, desde el menosprecio o el desprecio porque ya tiene un prejuicio de sí mismo, no está garantizado un buen resultado.
La realidad y la verdad son lo que son, y eso no siempre coincide con lo que nos gustaría que fuese. Creernos en posesión de ambas es un mal comienzo. Me gusta esta frase: “El que dice que nunca se equivoca ya se está equivocando”. No se equivoca quien dice y admite la verdad y la realidad aunque no sean de su agrado. Uno tiene el derecho –y casi la obligación- para revisar y actualizar sus opiniones sobres sus verdades y realidades.
Aquello que decimos que es la verdad –si no se es honrado- puede ser en realidad lo que a uno le interesa. Nietzsche estuvo acertado cuando escribió que “A veces la gente no quiere escuchar la verdad porque no quiere que sus ilusiones se vean destruidas”. “La verdad es lo que te dice tu voz interior”, opinaba Ghandi. A veces escuchar esa voz es doloroso y es más cómodo desoírla. Ya lo he repetido más veces: “El autoengaño es un pecado imperdonable”.
“Siempre la verdad, aunque duela”. Siempre reconocer la realidad, porque es imbatible. Oponerse a la realidad es una insensatez y una batalla perdida. La valentía y la humildad están en aceptar la verdad y la realidad de cada momento. Después, si uno no está de acuerdo, tratará de modificar su percepción en la medida de sus posibilidades o tratará de aceptar –con resignación pero sin rendición- lo que hay.
“La realidad es la única verdad”, dijo Aristóteles. Es bueno para la salud mental aceptar que la realidad es como es y no como uno la imagina. “Y es que en este mundo traidor no hay verdad ni mentira: todo es según el cristal con que se mira”, afirmaba –con razón- Ramón de Campoamor. Entonces… será mejor que lo tengamos siempre limpio y bien graduado para que veamos mejor aquello que miremos.
El autoengaño puede ser un alivio, pero nunca es una solución.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales
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