LAS EXPERIENCIAS QUE VIVIMOS NOS VAN DEJANDO SU HUELLA
En mi opinión, cada una de las experiencias que vamos teniendo a lo largo de la vida, en mayor o menor medida y seamos conscientes de ellas o no, nos van dejando su aporte, su enseñanza, su huella.
Prestar una notable atención a esas cosas que nos pasan y que captamos de algún modo que son “especiales”, que se salen de la cotidiana rutina alertándonos con alguna señal, nos permite avanzar más en el afianzamiento de la persona que somos y en el desarrollo de nuestras potencialidades.
La mayoría de las cosas que vivimos parece que se van al olvido sin dejar rastro, que sólo unas pocas graves son las que nos marcan y fuertemente, pero la realidad es que TODO va dejándonos algo, aportando más a quienes ponen consciencia a VIVIR su vida y aportando menos, pero algo, a los que no prestan atención.
Una sonrisa que veamos en un rostro ajeno, y más si es en el nuestro propio, nos puede aportar una discreta alegría, una silenciosa fe, una ilusión viva, una dosis de esperanza, confianza en la gente y en la vida; nos puede provocar un sentimiento de relajación. Si hay sonrisa, no hay peligro, pensamos.
Un amanecer visto con los ojos del corazón nos puede dejar un remanente de paz para todo el día… o para toda la vida. Hacemos descubrimientos que no llegamos a poner en palabras –ni falta que hace- pero que consolidan nuestra forma de ser y de ver y de vivir.
Una palabra, una frase, una idea, pueden ser el gran descubrimiento, pueden ser la pieza que encaja todo nuestro barullo mental, que pone orden en el caos.
Todas las experiencias que vivamos como tales y no se queden solamente en el hecho visible, en la envoltura del hecho, nos van matizando como personas, van aliviando algunos de nuestros desconciertos, pulen la personalidad y la llenan de esos matices agradables que nos hacen que cada vez nos sintamos mejor y más a gusto con nosotros… y con la vida.
Ya que todo nos marca de algún modo, que todo influye tanto en nuestras ideas personales como sobre lo externo, que todo va conformando nuestra singularidad, hemos de tener cuidado y atención en cómo calificamos las experiencias, para no equivocarnos en el adjetivo o en el lugar donde las dejemos archivadas –porque su influencia, positiva o negativa, va a depender exclusivamente de lo que hagamos en ese paso- y es necesario que les saquemos todo el jugo, aunque parezca un jugo ácido, porque es de ese modo como podemos y debemos aprender.
Si somos capaces de darle la vuelta a las experiencias menos agradables -para encontrar lo bueno en lo malo- y ver la auténtica realidad que existe tras la realidad aparente, el poso que nos va a quedar para siempre -influenciándonos y marcándonos- será muy distinto.
La propuesta que nos hace la vida es VIVIRLA en su plenitud, sin desechar ninguna de la situaciones que se nos presenten, y hacerlo desde el modo positivo y auténtico de que son situaciones de las que tenemos algo que aprender –poco o mucho y sea lo que sea- y que menospreciarlas, o eludirlas, es renunciar a una pequeña o una gran lección que puede ser una pieza necesaria en nuestra construcción.
VIVIR todo, sí. Por supuesto. Pero con la atención consciente, con la inquietud final de que será bueno y es necesario. Algunas de las asignaturas que estudiamos en la escuela no nos gustaban pero han demostrado ser interesantes en nuestra vida. Y creo que todos sabemos de alguna experiencia por la que hemos pasado que fue desagradable o dolorosa en su momento pero después hemos comprobado que nos ha fortalecido y afianzado, o que ha aportado un cambio positivo en nuestra vida y en nuestra persona.
Sólo la auto-reflexión ante lo que nos sucede permite extraer la lección y de ese modo no será necesario tener que repetir de nuevo la experiencia para aprender lo que hay que aprender.
No hay que olvidarlo: todas las experiencias nos va a dejar su huella. Seamos muy conscientes de VIVIR nuestra vida.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales