UN LUGAR

Un lugar

En Lenyang las costumbres de los antiguos pobladores de la China se mantienen intactas. Es un pueblo pequeño, rodeado de selva, situado en la cima de las montañas y sus laderas. Todo allí parece manifestarse con suavidad y lentitud.

John, un joven científico americano, decide visitar la milenaria China. Su amigo le sugiere recorrer la selva, o bosque nuboso, que abundan en ese territorio, como una de las maravillas del mundo, tal como él la consideraba. También le había hablado mucho sobre el templo Shaolin, centro de la filosofía budista y las artes marciales.

Llegó el día, John emprendió el vuelo hacia Beijing, su ansiedad por llegar a los montes, la selva y todos los lugares de los que había escuchado hablar lo emocionaban. Al llegar, contrató un guía, entonces inició su tránsito hacia las profundidades de esos territorios desconocidos y misteriosos.
Transcurrió más de una semana e hicieron un alto en un lugar.
Allí se podían ver grandes montañas con cuevas, las grutas de Luoyang, habitadas por algunos pobladores. El guía se acercó a una de ellas y se dirigió a una mujer diciéndole:
—Disculpe, venimos de muy lejos. Necesitamos un poco de agua,
asearnos y algo de comida, si usted puede. Le pagaremos.

La mujer le respondió:
—Me llamo Shoun-Li, pasen a la cueva y les daré lo que piden.

Sentados en el suelo, ella les sirvió en unos tazones de barro, caldo de hierbas, no sabían cuales, pero sí que estaba caliente y eso los reanimó para seguir. Shoun-Li les alcanzó unos cuencos con agua para que se asearan las manos y el rostro.

Mientras todo esto sucedía, se acercó a la cueva Shin-Lu, una jovencita de apariencia frágil pero en su mirada se podía vislumbrar un corazón de hierro. Era hija de la señora Shoun-Li. Saludó a los visitantes haciendo la reverencia tradicional. John la miró con asombro por sus modales y con admiración por la luminosidad de sus ojos.
Shin-Lu comenzó a contarles que bajaba del templo Shaolin, allí había estado con Lau-He aprendiendo algunas de las posturas del Kung Fu y dijo:

—Siento al realizarlo que puedo volar como un pájaro. ¡Es hermoso!, deberían ustedes intentarlo.

Al decir estas palabras, su mirada se detuvo en John y sus mejillas se encendieron. El rubor pintó su rostro de rojo.
Al otro día los viajeros reiniciaron su recorrido. No sin antes agradecer a Shoun-Li por su amable hospitalidad.

Cuando llegaron al templo Shaolin, John quedó perplejo ante la belleza arquitectónica del mismo y la maravillosa muestra de la naturaleza que lo rodeaba  Los recibió Shirabrán, el venerable maestro budista, quien los
hizo pasar al reciento y les ofreció té. El maestro les contó que Shaolin significa “monasterio del bosque joven”, también que se encuentra situado en la provincia de Henan. Y les preguntó:

—¿Ustedes vienen como turistas o quieren practicar filosofía budista y artes marciales?-

John le contestó: —Sí, mi viaje es turístico, me gustaría conocer el legado de la filosofía y alguna de las prácticas de las artes marciales.

En ese momento, entró en la sala Shau-Ho quien con una reverencia más que respetuosa, le pidió al maestro el permiso correspondiente para hablarle. Shirabrán asintió con leve movimiento de cabeza. El joven le hizo saber que los discípulos lo esperaban para su clase diaria. Entonces, éste invitó a los visitantes
a presenciarla.
Iniciada la exhibición, el americano no salía de su asombro ante el despliegue de movimientos y saltos que la práctica del Kung Fu les otorgaba a los alumnos. Sintió frente a esa fortaleza construida de golpes y vuelos una contradicción que no podía
llegar a descifrar, pero uno de los sentimientos que emergían de su pecho era muy claro, se llamaba miedo.
Mientras la clase avanzaba, John recorrió los alrededores y acercándose al límite de la montaña, se emocionó ante el panorama que se abrió ante sus ojos: la selva, el bosque nuboso, sus diversos verdes, un río caudaloso, de color amarillo, y en voz alta dijo:
-¡Esplendoroso y mágico es este lugar!
En ese momento se acercó Shin-Lu. El americano no entendía cómo había llegado hasta allí, porque su llegada fue tan silenciosa, imperceptible a sus oídos. La joven, sonriendo, le relató las leyendas sobre el lugar y el río, narradas de padres a hijos a través de los años. También, el modo de cruzar las aguas que tienen los pobladores, para que el tiempo de recorrido, entre orilla a orilla, se haga más corto. Le decía: —Usan una cuerda de metal por la cual se deslizan, tomados de unas manoplas especiales para no lastimar sus manos.  y le seguía ilustrando, mientras lo miraba con los ojos bien abiertos y llenos de magia.

—¡Si usted los viera!, parecen marionetas bailando en el espacio.

John, con la boca abierta, no podía decir una palabra. Sus cinco sentidos estaban agudizados. Todo era poco para asimilar esa fascinación.
El sentimiento hacia Shin-Lu, que se había iniciado mientras estuvo en la cueva, se acrecentaba. Él había pasado gran parte de su juventud estudiando, investigando y nunca levantó la vista hacia los encantos de una mujer u otros placeres de la vida.
La jovencita era una mujer especial. Emanaba de ella sabiduría, delicadeza y suavidad. El guía observaba, pensando, “entre ellos hay afinidad y está surgiendo un sentimiento peligroso, ella está comprometida con Shau-Ho”.

Shau-Ho- había pasado las distintas etapas del aprendizaje de las artes marciales y sus compañeros lo llamaban “el guerrero”, debido al manejo extraordinario del Kung Fu, tanto en ataque como en defensa.
“El guerrero” en presencia de su prometida y el extranjero, había percibido la empatía que irradiaban sus cuerpos. Shin-Lu estaba confundida. No sabía qué hacer cuando se enfrentaba con ella misma.

Una semana después, Shau-Ho habló con el maestro. Ellos se comunicaban con pocas palabras pero fiel a su historia, eran hombres de acción.
Shirabrán citó a los dos hombres y les habló:

—Ustedes han depositado el sentimiento del amor en la misma mujer. Deben resolverlo.
Mirando a John le dijo:
—Shin-Lu está comprometida con Shau-Ho. Eso ocurrió mucho antes que usted llegara. El compromiso en nuestra civilización es venerable.

Luego contemplando a los dos, les aconsejó:

—Deben luchar por ella.

El guía, ante esta situación, pensó: “Pobre americano, ¿Dónde se
ha metido?”

John tomó clases de Kung Fu y allí entendió que era una disciplina fuerte, muy lejos de sus posibilidades. En muchas ocasiones hasta temblaba y eso le hacía pensar: “¿Qué estoy haciendo…?”

Llegó el día del combate, se preparó el lugar. El maestro es
quien dio la voz de inicio.
Luego aparecieron los contrincantes: Por un lado, Shau-Ho, robusto, moreno, de mirada furiosa como un animal frente a su presa.

En el otro ángulo se podía ver a John, delgado, rubio, pálido,
de mirada celeste. Sin sus anteojos parecía más vulnerable.
Shirabrán dijo unas breves palabras y se inició el combate.
En el desarrollo del mismo, “el guerrero” llevó las de ganar, cayó “el americano” una y otra vez. Llegó un momento decisivo:
Shau-Ho estaba a punto de matar a John, en ese instante Shin-Lu
se hizo presente y corrió hacia el maestro diciéndole:
—¡No lo permita, déjelo ir!
El Maestro le perdonó la vida y le ordenó ceremoniosamente:
—Retírese de este territorio y no vuelva”. Aclarándole,
—Si lo intenta nuevamente, no será igual el resultado.
Sucedió algo inesperado. Shau-Ho, nunca perdonó a su adversario y menos a este, lo siguió e intentó liquidarlo. Shin-Lu que conocía el accionar de su prometido, fue tras él. John y su guía se encontraban al borde del río Amarillo y “el guerrero”,
que se había acercado en silencio trató de empujarlo. Shin-Lu se adelantó y se aproximó a John, desde la cuerda de metal, le dio las manoplas para que se deslice por ella y cruzara hacia la otra orilla.
El americano, no sabía como había hecho, pero saltó, se tomó de las manoplas y sin darse cuenta se encontró en la otra orilla del río, donde quedó en posición fetal por varios minutos, sin poder moverse.

John volvió a su país, en el cual pasó un largo tiempo sin relacionarse con sus compañeros y familiares. Su mirada, sus movimientos, su proceder, dibujaban en su rostro una paleta de colores nostálgicos pero brillantes como el verde de los bosques y la mirada que jamás olvidaría de aquella jovencita oriental.

AZUNA

GRACIAS ALEJANDRA! CON TU "RARISIMO" ME DIJISTE MUCHO. ABRAZO.