MUSICA: HEROES DEL SILENCIO
(Acompáñese con cerveza fría)
CAPITULO 1
AVALANCHA
No sé porque lo hice, no estaba deprimido, ni siquiera triste. Simplemente tuve una idea, no sé si buena o mala, pero fue tan clara como un relámpago. Y entonces supe que tenía que hacerlo, sin vacilación ni duda. Era imperativo. Viré el volante del auto hacia la derecha, el auto brincó el bordo y fue a estrellarse contra la baranda. Todo esto sucedió en fracciones de segundo. Yo no pude pensar en nada, veía las luces de la ciudad y el cielo recortado a lo lejos. Luego sentí el golpe y el auto se detuvo. No fue algo espectacular ni siquiera peligroso. Fue un golpe más propio de una señora sin pericia para conducir que el intento desesperado de un suicida. Atrás Camel y El Mudo seguían en lo suyo; uno dormido y el otro lo suficientemente borracho para creer que aquello era un sueño. Abrí la puerta del coche y bajé, un tipo detuvo su auto y me preguntó si me encontraba bien. No supe que contestarle, me le quedé viendo unos instantes como si fuera el ser más extraño del universo, luego parpadeé y seguí caminando, acercándome a la orilla. El tipo bajó a su vez del auto y caminó hacia a mí. Me tomó del brazo cuando yo estaba subiendo un pie a la baranda. La noche se encontraba desparramada contra la acera siete metros por debajo. Entonces, por vez primera en los últimos diez días me acordé de ti.
—Mi dulce poeta— escuché que dijo aquel tipo con tu voz y casi tuve una erección.
— ¿He?
—Amigo ¿estás bien?
— ¿He?
— ¿Qué si te encuentras bien?
Volvió a preguntar aquel tipo. Y yo giré mi cabeza buscándote. Entonces te vi, estabas a la misma distancia que Sirio o Próxima Centaury (una estrella en condiciones de persona) recordé la frase que le robara a mi amigo y que usara para definirte. En algún lugar sonaba una canción, pude reconocerla:
♫♪ La locura nunca tuvo maestro / para los que vamos a bogar / sin rumbo perpetuo ♫♪
Sentía mi cabeza embotada y espesa, como si estuviera dentro de una pecera. Aquella noche no había bebido nada y llevaba unas tres semanas sin drogarme. Las voces me llegaban desde muy lejos. Una sirena aullaba en la distancia, pronto sus luces escandalosas estuvieron a la vista. Era una patrulla de transito que se acercaba mientras yo buscaba mi jodida sombra y me sentía más vivo que muerto en un traje que no me quedaba y toda tú eras ausencia y yo un perro viejo, demasiado cansado y con ganas de un cigarro. Un tipo gordo en uniforme bajó de la patrulla, era más bien bajo y ancho con cara de elefante fatigado. Me dio la impresión de que deseaba con todas sus fuerzas estar en otro lugar y yo pude entenderlo, también deseaba estar en otro lugar. Uno del que no se vuelve, pero donde estuvieras tú. El oficial de tránsito se me acercó y me preguntó qué había ocurrido. Mientras su compañero, con cara de fastidio, se acercaba al auto a ver la condición de Camel y El Mudo. Ellos ni enterados, el uno dormido, el otro borracho.
— ¿Qué pasó aquí?
—Se me atravesó algo.
Me miró como si observara a un loco. Estábamos a mitad del puente vial donde no hay paso para los peatones.
— ¿Qué se le atravesó algo?
—Una estrella…, una mujer.
— ¿Una mujer? ¿Y eso cómo es posible?
— ¿Tiene un cigarro?
— ¿Venía manejando borracho?
—No, no he bebido.
— ¿Drogado?
—No que yo sepa.
Le ordenó a su compañero que revisara el auto en busca de drogas o botellas de alcohol. Pero todo el alcohol que traíamos estaba dentro del cuerpo de mis dos amigos. Los despertaron y sin que ellos supieran bien que estaba pasando les ordenaron vaciar sus bolsillos. Mientras yo aguantaba las ganas de salir volando. Aquella noche ya era demasiado larga. Todo iba mal y se seguía complicando. Caminé de nuevo al borde, la calle por debajo parecía un rio negro y sólido. Entonces volví a escucharte.
—Mi dulce Poeta.
Y yo que nunca fui poeta hasta que tú me nombraste de ese modo sentí que toda la vida me pasó de largo. Y recordé, completa, nuestra historia, todas nuestras palabras, nuestros besos, el roce de tu piel y su tinta. Y volví a ser tu error más claro, tu caballero armado, el compañero ideal para todas tus (nuestras) batallas perdidas. También me acordé de F. de su sonrisa fresca y su cara de luna. En algún lugar leí que uno siempre vuelve al lugar donde fue feliz. Y por un segundo estuve de nuevo ahí, frente a la puerta de tu casa. Me pude ver parado ahí con mi chamarra de vagabundo y el estómago volteado, con todas las ansias bajo las uñas, esperando que aparecieras y cambiaras mi mundo o me invitaras al tuyo. Lo que sucediera primero yo aceptaría gustoso. Entonces no sospechaba que tu mundo es el más hermoso caos que hubiera conocido, el desastre más perfecto en el que me he encontrado. No sospechaba tampoco que tu mejor lenguaje son todos esos pequeños silencios atrapados en tus ojos. Y en eso estaba, escribiéndote un poema con el ruido de los autos, con las luces, azules y rojas de la patrulla, con mi sangre, extrañamente limpia que corría por mi cuerpo gritando tu nombre. Pero nada dura demasiado, los dos lo sabemos. El elefante en uniforme me sacó de mis ensueños, no creía que yo estuviera sobrio, del otro par no había nada que decir. Había llamado a una grúa, se llevarían el auto y a nosotros para explicar lo sucedido.
—Van a tener que acompañarnos joven.
—Yo era su compañero de batalla.
—Por favor súbanse a la patrulla, la grúa se llevará su auto al corralón.
—Una causa perdida…, sus favoritas.
Era el último día del año, los fuegos artificiales comenzaron a iluminar el cielo y a llenar de pólvora el aire. La noche se llenó de estrellas fugaces y todos mis deseos llevaban tu nombre. Caminamos para meternos en la parte de atrás de la patrulla. Tú estabas tan lejos y no pudiste verlo, pero yo era un Héroe, un Bunbury algo quiltro cantando aquella que dice:
♫♪ La muerte será el adorno que pondré / al regalo de mi vida ♫♪
Ojalá hubieras estado ahí para verlo.