FABULAS DE LOS ESTUDIANTES-
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NOVELA
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por Alejandra Correas Vázquez
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FÁBULA VEINTINUEVE
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VISITAS DE DOMINGO
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A mitad de mañana el cielo se cubrió de nubes. Era un domingo. La abuela continuaba en su sillón recibiendo visitas. Varias ancianas igual a ella desfilaron por la sala. Muy elegantes y atildadas. Perfumadas y empolvadas a la moda de su época. Lucían sus anillos, prendedores y aritos artísticos hechos por joyeros. Todas juntas venían de misa.
Los jóvenes se levantaron tarde. Era la jornada de descanso dominguero.
—“Está conversando con las otras niñas”— comentó Martín
—“¡Está mal esa burla!”— le replicó Luz con disgusto
—“¡Pero si así se llaman ellas! ...Niña Inés, Niña Mercedes, Niña Nilda... y hasta nuestra abuela es en ese conjunto, la Niña Celia. Ya sean casadas, viudas o solteras son: Las Niñas”
—“Bueno, de todas maneras lo dices en tono cómico y no me agrada”
—“¿Por qué? No seas injusta conmigo, es bueno un poco de humor ¡He visto tantos años a esas niñas viejas! La menor es nuestra abuela, de modo que la mayor debe frisar por los cien. Sé quererlas con respeto, pero también con alegría”
Luz se preparó un sánguche de queso con pan de centeno. Todavía continuaba con sueño, era cerca del mediodía. La abuela habíala obligado a ir a misa de 11 hs en la iglesia del Carmen, que es la más próxima, de modo que volvió pronto con apetito. Ella se explicó:
—“Juana no admite que entremos en su cocina y sirve el desayuno a las 7 hs en punto, diariamente”
—“De manera que ninguno de nosotros desayuna los domingos, es día de descanso según dijo el mismísimo Señor”— intervino Ramiro
—“¡Yo sí! Lo tomé junto con la abuela”— expresó la pequeña Marina
La vieja india entró en aquel momento, y les preguntó con su voz tajante de siempre:
—“¿Van a quedarse a comer? Contéstenme en serio porque no quiero cocinar de más... y no me hagan renegar”
—“Mira Juana, tu desayuno se me enfrió, de modo que espero desde la diez de la mañana, el almuerzo”— díjole Martín
—“Yo también... y te encargo para mí algo rico”— agregó Ramiro —“Pero Diego ha llamado hace media hora para decir que está de guardia en el Hospital”
—“No le creo, debe ser alguna noviecita que anda por ahí llamándole en las tardes”— criticó la cocinera —“No se puede organizar bien la casa con estos nietos estudiantes. Martín que no viene a dormir algunas noches. Diego almuerza afuera. Ramiro con su taller, no cena”
—“Nosotras dos como siempre”— le dijo Luz mientras sostenía en su falda a la niñita —“Usted Juana disponga el menú que le guste”
La vieja Juana volvió a alejarse por el patio. Los nietos de la casa usaban con la cocinera india el tuteo, era su hábito familiar. Luz tratábala de usted. Aquel escenario estaba adherido ya a la conciencia de la niña. Los meses pasaban. Era mediados de noviembre.
—“Luz... ¿Te quedarás toda la tarde sin salir en este domingo?”— le preguntó de improviso Martín
—“Aún no lo sé”— respondióle ella
Más tarde la mesa estaba servida. Cada uno ocupó su lugar. Las “Niñas” ya habían partido. Hubo por momentos una conversación animada. Hacía el final decayó, y todos comenzaron a levantarse. Luz era la última en continuar sentada.
—“¿Te quedarás sola con la abuela en esta tarde de domingo?”— le preguntó nuevamente Martín desde la puerta
—“Es posible, el cielo nublado no me gusta. Prefiero el sol o la tormenta”— contestóle ella
—“Pronto volverá la tormenta. Córdoba reparte las estaciones del año en las cuatro semanas del mes. Especialmente en noviembre. Hace fresco y una semana atrás teníamos casi un verano ¿Te quedarás entonces?”
—“Me lo has preguntado antes de comer y ahora ¿Por qué? ¿Qué necesitas decirme?”
Martín sonrió.
—“Algo sin duda... parezco un niño. En el fondo debo tener tu edad”— respuso él mientras sacaba un papelito de su bolsillo
—“¿Qué es?”— preguntó ella curiosa
—“¿Ves esta dirección? Me la dieron esta mañana por teléfono. Es una casa de familia donde se reunirán algunos estudiantes, varios de mi curso. Pero yo voy solo. Si deseas acompañarme te esperaré allá, después de las 21 hs”— díjole Martín
—“No me lo pides, puesto que ya me esperas”— ella tomó el papel
—“Bueno ...sí... es mi modo de ser, perdóname ¿Tienes necesidad imperiosa de sentirte mortificada cuando te hablo? No lo tomes a mal, si me atrevo a invitarte es porque se trata de un ambiente familiar. Como quieras, pero me gustaría verte llegar.”
Luz ojeaba el papel. Martín se despidió y desapareció detrás de la puerta de calle. Afuera el cielo era un tapiz blanco. La puerta se cerró dos veces más. Salió Ramiro y detrás de él Juana, bien arreglada, a visitar a su hermano Remigio como hacía todos los domingos. La siesta avanzó sobre la casa. Al terminar, Micaela se acercó a la joven llevando de la mano a Marina, que venía luciendo un coqueto trajecito celeste.
—“¡Oh! ¡Qué linda!”— la recibió Luz
—“Hay que llevarla a una reunión de nenas”— díjole la mucama —“¿Usted va a salir Niña Luz? ¿Podría llevarla” Es muy cerca de aquí a una cuadra de La Cañada, en una casa sobre avenida Colón”
—“Con todo gusto”— respondióle ella
—“Bueno, mejor así, yo no quiero dejar sola a la señora. Juana ha salido a casa de su hermano donde tiene una sobrina ahijada suya, y no volverá hasta el atardecer”
Eran las cinco de la tarde y la siesta había concluido. Luz vistióse rápidamente y salió para llevar a la criatura. Al salir vio a la Abuela y Micaela sentadas en el patio junto a las macetas, recibiendo algunos débiles rayos de sol, mientras mateaban.
—“¿No tienen frío?”— pensó la joven mientras se abotonaba un abrigo
Ella entreabrió la puerta de la mampara para saludarlas, y dirigióse a su vez hacia la calle, llevando a la pequeñita. Y fue caminando en forma pausada por la vereda del sol, siguiendo los pasos pequeños de Marina que marcaban el tiempo. Llegaron frente a una casa de dos plantas, domicilio de un médico, y al tocar el timbre asomaron por la ventana de arriba dos niñitas. Por la ventana de abajo dos chiquitos. Y tres más, apenas mayores, aparecieron por la puerta junto a la sirvienta de la casa.
—“¡Cuántos chicos ...es un cumpleaños!”— pensó Luz —“¡Marina!”— le dijo entonces —“¡No has traído un regalo para este cumpleaños!... vienes con las manos vacías, voy ya mismo a comprarlo”
—“No hay ningún cumpleaños”— aclaró saliendo a recibirla la madre de los pequeños —“Son mis hijos. Dos pares de mellizas y otros tres”
Con asombro, Luz saludó efusivamente a la prolífica madre, fijándose en ella. Era pequeña de estatura, muy rubia con ojos celestes, y de aspecto juvenil. Los embarazos y partos parecían mantenerla intacta. Las mellizas de la edad de Marina, eran preciosas pelirrojas. Los varones muy morochitos, heredaban su tono al padre.
Ella volvió sorprendida hasta la casa. El día se obscurecía con celeridad debido a los nubarrones.
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