FABULAS DE LOS ESTUDIANTES
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NOVELA
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por Alejandra Correas Vázquez
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FÁBULA QUINCE
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EN EL TALLER
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Mientras Martín se disponía a reposar, el resto de la casa levantábase de la siesta. La abuela ocupó su sillón en la sala. Marina salió con una muñeca al patio. Juana preparaba un mate espumoso. Luz leía.
Ella terminó su lectura levantándose recién entonces, para dirigirse a la puerta. En la vereda encontró a Ramiro restregándose los ojos.
—“¿Qué te pasa”— preguntóle Luz
—“Me queda sueño. Hace varias semanas que duermo mal y la siesta no me alcanza. Apenas me dura media hora porque debo abrir el taller”
—“¿Te quejas? No te corresponde puesto que ésta ha sido tu elección”
—“No Luz. Se queja mi cuerpo. Yo estoy satisfecho”— respondió él
Fueron caminando por la misma dirección durante tres cuadras. En la mitad de la siguiente hallábase el taller de Ramiro. Se detuvieron en la puerta y mientras el muchacho daba vueltas la llave del candado, le dijo a Luz:
—“¿Vas para el centro?”
—“Sí, pero todavía es temprano. No son las 16 hs. Tengo que comprar una carpeta y a esta hora aún no han abierto los negocios. Pensaba caminar un rato, ahora que el sol está suave”— contestóle ella
—“Entonces podrías quedarte un rato conmigo”— luego de un envión él levantó la persiana metálica
Entraron. El sol inundó el ambiente cerrado al entrar desde la calle. La vereda de baldosas con su pátina de tiempo, de un brillo acerado, mostraba el paso continuo de los ciudadanos. La calle a la par, ofrecía el ruido de su tránsito.
—“Se acerca el verano, ya estamos a fines de octubre”— comentó ella
—“Todavía falta. Puede bajar en cualquier momento la temperatura. O tal vez arrecie noviembre con chaparrones”— le contestó el muchacho
—“Sí. Suele suceder. Aunque he observado que el tiempo se descompone con más facilidad para fin de año”
En el interior del taller reinaba un desorden ordenado, expuesto a la vista de los transeúntes. Junto a una serie de piezas mecánicas diseminadas en pequeños mesas por los rincones, se hallaba un mueble grande que servía de mostrador. Algunas personas entraban al lugar preguntando, o adquirían objetos de allí. Sobre ese mueble había un cartel de cartón escrito con letras rojas que decía:
“REPUESTOS PARA MOTOS Y MOTONETAS. ARREGLOS”
Ella arrimó una silla. Pasóle un trapo limpio que había sobre el mostrador, y fue a colocarse a la sombra, al lado de Ramiro.
—“¿Hoy no tienes ayudante?”— le preguntó Luz
—“Por las tardes no. El chico estudia, la madre está viuda y es costurera. Asiste a una escuela técnica, su padre era obrero de construcción y cayó de un andamio. Es un chiquillo habilidoso y mientras mueva las manos, el mundo se lo agradecerá”
—“No lo dudo”— aceptó ella —“Pero en él será una virtud o una costumbre que ha mamado. Y tal vez no la ame”
—“¿Y en mí es un descubrimiento?”— respondió él velozmente —“Así piensas verdad?”
—“Me extraña como a todos, que dejes la universidad por este taller mecánico, en un garage”
—“No Luz, lo que se descubre sirve también para otros. El laborioso habitaba en mí. Era un niño pequeño que lloraba por dentro. Un día me asomé para escucharlo y le tuve pena. Iba yo con mi traje pulido y mis manos blancas. Sostenía con desidia y debilidad un libro. Alguien supo colocarlo en algún momento junto a mi cuerpo, y en aquel instante no pude recordar su rostro”
—“¿Qué hiciste entonces?”
Ramiro se detuvo antes de contestar. Estaba junto a la huésped de su abuela, y no comprendía por qué se sinceraba así con ella. Siguió con una pinza en la mano arreglando un engranaje. Luego continuó hablándole:
—“Creo que lo observé por primera vez y su contenido me resultó infinitamente pobre. Advertí de inmediato que en cuanto hubiese declamado sus páginas, frente a la mesa de examen, continuaría mi saber y en especial mi evolución, tan pequeñas como antes... Y con menos horas de vida”
—“¿Cuáles horas?... no comprendo”
—“Aquéllas que iba yo arrojando al viento, a la rutina, a una línea de conducción en que no tenía fe y a la que no había elegido ¡Era un delito! Y me dispuse a enmendarme...”— Ramiro quedó silencioso
Entraron un par de clientes. El primero trajo un arreglo y el segundo adquirió herramientas. La siesta iba ya perdiéndose.
—“¿Qué vino después?”— continuó interrogándole Luz
—“Arrojé aquel libro y miré al niño que imploraba. Desde entonces comencé a nacer y divisé las flores de la naturaleza”
Había dejado su trabajo y contemplaba a su amiga con los ojos muy abiertos. Una luz color oliva y calma, en tono casi amarillo, parecía nacer de esa mirada. Sin embargo su diálogo era rápido, hasta doloroso.
El tráfico iba intensificándose frente a ellos. Los negocios abrieron sus puertas. Los peatones apuraban el paso.
—“Luego”— continuó él sin aguardar una nueva pregunta —“Palpé mis ropas y observé mis manos. Percibí mi figura inerte, casi sin vida, incapaz de una gestación ¡No!... me dije ...Soy un hombre y de mis fibras depende mi pan... Además comprendí que la naturaleza misma me lo exigía ¿Qué manos se esforzaban sobre mis ropas? ¿Por qué tenía esa piel fina en las palmas, como espejo de mi desocupación? Yo había sido un niño criado entre algodones, y aquello no podía continuar”
—“Las cambiaste totalmente, Ramiro, tus manos ahora están paspadas y ásperas ¿Era lo que buscabas?”
—“Algo semejante. Pero estaba a tiempo y a comienzo de mi camino. No había cruzado aún ninguna ruta. La vida me puso a prueba, como al pajarillo que alimentan en la boca, inconsciente de sus alas”
—“...Y volaste... abriendo este taller”
—“Sí. Entonces presioné esta pinza. Las articulaciones de mis dedos comenzaron a sentir la propia sangre que circulaba por primera vez. Igual al lisiado a quien su larga postración le ha hecho olvidar el uso de su energía ¡Fue para mí un gozo inmenso!”
—“¡Pero te olvidas de las pruebas! ¿Cuántas veces la inexperiencia te hizo regresar abatido? Te vi muchas veces ... admirándote con pena”
Ramiro la miró con una expresión dulce.
—“¿De verdad? Ese sería ya un premio hermoso. Pero no ha llegado todavía mi época de recolección. La estima, el aprecio a mi labor, ya que la admiración me sería excesiva. Todas esas cosas me sirven de aliento. Me emocionan porque estoy jugado y juzgado. Gracias Luz”
Ramiro puso una mano sobre el brazo de ella, y se apoyó con la cabeza en su hombro. Le dijo entonces:
—“Es el mejor obsequio para quien se ha sentido como yo, la prolongación insípida de un árbol cuyos colores no eran fruto de ningún esfuerzo propio. Cuando llegué a comprender que unas pequeñas notas esparcidas por los senderos humanos, eran la mejor realidad que estaba a mi alcance, fue mi verdadero nacimiento”
—“Es mucha tu perseverancia, en ello estoy de acuerdo”
—“Mientras aquel acorde sea una emanación de mi sangre, entonces queda justificada mi existencia. Y el soplo que da inteligencia a mis fibras”
Luego quedó silencioso. Tomó de nuevo las herramientas y recomenzó el trabajo sin hablar. Ella miraba hacia la calle. Iba pasando el tiempo, sin ellos notarlo.
—“Ramiro...”— comenzó diciendo Luz —“¿Recuerdas la sombra de aquel árbol que te cobijó al nacer? ¿No sientes acaso nostalgia de sus colores? ¿O es que piensas lograr algún pigmento propio?”
—“No, de ninguna manera. Sus tonos llegaron a serme profundamente desagradables. Una cárcel de bisagras con engarces preciosos y que me recriminaban la belleza de mi aposento. Pregunté a mis guardianes si podían describir el color de mis cabellos. O la intensidad de mi mirada reclamante... No pudieron responderme y me contemplaron con asombro”
—“Poco nos conocen los otros... sucede”
—“Entonces comenzaron a enumerarme la variedad de calzados que protegían mis pies. Uno... por cada hora del día. Y yo contemplé mi piel blanca y pálida, comprendiendo en aquel momento que las baldosas de mi ciudad ignoraban mi presencia. Sólo era una sombra. Cuando yo avanzaba, delante de mí se erguía un estandarte que me indicaba, en términos claros, las ramificaciones de aquel árbol”
—“Tampoco lo podías negar del todo. Era tu familia”— opinó sorprendida la chica
—“No por ello debía ser yo ignorado como identidad. Pero así caminaba. Los transeúntes que pasaban a mi lado volvían sus rostros indiferentes y me observaban como a un objeto, como una estampa sin vida propia. Entonces desnudé mis pies. Salí al camino y aquí me tienes...”
Sonrió el muchacho, callando. Pero ella al ver que interrumpía de manera tajante su relato, volvió a preguntarle:
—“¿Pero cuál fue la aguja de mayor penetración, el extremo más hondo?”
—“Lo más profundo sin duda, lo que me arrojó de aquel seno, fue el no sentirme respetado. No te extrañes. Si hubieran reconocido mi propia coloración, yo habría creído en el amor que deletreaban sus labios. Pero me ignoraban”
—“Es duro lo que dices”— admitió Luz
—“AL nacer fui un juguete rosa con ojos claros. Cuando los años pasaron mi piel se curtió y con los baños de sol, que acostumbro a tomar sea verano o invierno, una coloración trigueña envolvió mi rostro. Ninguno supo notarlo. Yo era solamente el vehículo que debía materializar los anhelos de ellos. Mi vida por su disposición no me pertenecía”
—“Es demasiada exagerada tu queja, según yo creo, Ramiro”
—“No lo es. Mis pasos debían cubrir el camino que me habían predeterminado... y que por cierto no me atraía. Como tal iba hacia el fracaso. No deseaba aquel sendero y llegué a detestarlo. Yo era allí, sólo uno de aquellos caminantes obscuros que carecen de fe. Un día comprendí que sólo me aguardaba la desilusión de mí mismo”
—“Eso sí era grave, lo admito”
—“Creo que me comprendes, quizás mejor que nadie. Ahora lo palpo, aunque te conocía poco. Al menos tratas de penetrar en mis pensamientos”
El taller tenía sus movimientos propios, que ocupaban la atención de Ramiro. Llegaron dos motociclistas para dejarle sus vehículos en arreglo. Luego una jovencita en motoneta. El muchacho atendió con más efusión a la chica y le valuó a menor precio su trabajo, haciendo que su amiga se sintiera olvidada. Las quejas de Andrea sobre él, sin duda tenían otros motivos que ahora Luz descubría. Cuando quedaron solos quiso llamar nuevamente su atención.
—“¿Y no has llegado a pensar que los que deambularon antes, pueden señalarnos el camino mejor sembrado? ¿Qué opinas Ramiro?”
—“¿Tu opinión es realmente ésa, Luz?”
—“No ... era una posibilidad, una pregunta”
—“Bueno, mejor así. Mira niña, creo en la infinidad de hombres y mujeres, y por lo tanto en la infinidad de senderos. Y me encamino de acuerdo a mi pensamiento. El día que comprendí definitivamente que yo era el dueño y único responsable de mi destino, me sentí por primera vez generoso”
—“En especial si se trata de una bella niña, a quien le cobras menor precio por tu trabajo”
—“¿Haces de espía para Andrea? Es otra cosa, amiga. Al asumir mi propio mandato presentí de inmediato, que sería buen juez para las generaciones venideras. El drama se origina en quienes nunca poseyeron su propia vida. Obedecieron siempre los designios externos, no de los Dioses, sino de hombres como ellos. La frustración sobrevino como consecuencia. Y más tarde cuando la edad y su ubicación elevada en el medio social les brindó poder, ya estaban muy cansados. No podían retroceder”
—“Bueno, siempre he oído que los padres finalmente, necesitan descanso”
—“Y es allí cuando se encaminan hacia una última y extrema esperanza. La de imponer a las mentes frescas el cumplimiento de sus anhelos. Vuelve entonces la ronda, y se repite...”
Calló y su mirada volvióse sombría. Trabajaba en sus engranajes con parsimonia, en un estado casi ausente. Ella comenzó a hablarle con lentitud:
—“Tal vez sería generoso de parte del joven liberado, brindar algún obsequio al padre cansado”
—“Es imposible, amiga Luz. Lo intenté. Quise hacerme comprender y como puedes ver, hay una crisis entre mi familia y yo. Cuando acepté en forma consciente mi libertad, la que la naturaleza me había brindado al nacer, como a todos, ya estaba marginado. Había llegado a ese punto sin comprenderlo con exactitud. Desde aquel instante me dije que el paso dado, era el mejor tributo que podía ofrendar a la próxima generación”
—“¡Falta mucho para ello Ramiro, tienes veinticinco años!”
—“De igual modo, los que vengan detrás de mío no tendrán el peso de mi frustración. Aún cuando la humanidad no me brinde coronas, al menos habré trabajado de acuerdo a mis ideas. Y por lo mismo, estoy seguro que mi propia existencia me será saciada. Estas máquinas me apasionan. Siento placer al armarlas y desarmarlas con mis propias manos”
—“¿Qué otro placer podría haber? ¿Cómo habría amor entonces?”
—“Cuando el afecto va más allá de cada uno. Cuando los integrantes de una familia se reconocen. Cuando se respeten. Quizás es que idealice lo que percibo, y no he poseído. Pero el instinto natural me dice que es la ley auténtica de la humanidad”
—“Sí, Ramiro”— le dijo ella —“Tus palabras me repercuten como la descripción clara de la hoja de un árbol. Me gusta escucharte y estar aquí, hablando los dos juntos, en armonía”
—“En amistad”— le corrigió él
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