LA CAMPANA DEL MONSERRAT
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Los Diablos del “Monse”
El Colegio Monserrat de Córdoba, cuyo edificio es hoy patrimonio de la humanidad (aunque sigue funcionando como secundario humanista), se concibió en tiempos coloniales a comienzos del siglo XVII, mediante Jesuitas fundadores ,
. Se dictaba en él una educación humanista para los hijos de Encomenderos que vivían en el confín del imperio español de ultramar (cono sur sudamericano), en el aislado Tucumanao, al pie de tribus en edad de piedra. Comechingones y ranqueles....El Imperio del Inca no había dejado allí su impronta cultural
Sus alumnos adolescentes y niños cas,. párvulos crecidos en campos solitarios, entre producción agropecuaria y “malones” de “ranqueles” próximos, Eran vástagos sin contacto con naciones. … Pero pasaban de improviso a ser discípulos de sus maestros Jesuitas, humanistas y eruditos, llegados desde Lovaina y que no hablaban castellano. Las mayoría fueron flamencos. El latín fue la lengua entre alumnos y maestros. Comenzaban a vivir desde ese momento con ellos en aquel internado “monserratense” que duraría dos siglos.
Los Jesuitas les enseñaban –en griego- a disfrutar de los amores de Helena y Paris en un ensueño romántico. También a llorar por Príamo y Héctor. Se vengaban de las ofensas con Menelao o sufrían por la traición de Clintemnestra. Recitaban a Horacio en latín y viajaban sin rumbo junto con Virgilio por la ruta de Eneas…
Y así luego de aquellos sueños “monserratenses” retornaban como es debido para hacerse cargo de su herencia en propiedades camperas, y a ponerse al frente de un arreo con miles de cabezas de ganado de pastura en pastura, o a guiar caravanas de carretas rumbo al Alto Perú para empezar a hablar en “quichua” , a fin de que sus peones les entendieran. El Camino Real los llevaba, lentamente y paso a paso, en la larga marcha de semanas interminables, cantando una Huella ...
Y era allí, en esos momentos de angustia, de nostalgia infinita, cuando la figura del Monserrat y sus maestros Jesuitas cobraba para ellos, una dimensión inmensa, seductora y mágica. Su nombre reconstruido hoy (pues los liberales del siglo XIX habíanselo quitado) es “Colegio de Nuestra Señora del Monserrat.”
Desde entonces hasta el presente y quizás desde el comienzo, cuando arribaron a esta provincia para fundar la ciudad de Córdoba moriscos y marranos bautizados (cristianos nuevos), la Virgen Negra o Moreneta ha admitido como discípulos suyos a adeptos de múltiples credos : bautizados y no bautizados, circuncisos o no circuncisos, protestantes, agnósticos, judíos ... y también a católicos (dicho con ironía) . La Moreneta cordobesa es muy liberal, como puede verse.
En este juego de absurdos de un Colegio laico y muy liberal que lleva el nombre de una “Virgen” y donde pueden asistir toda clase de ideologías religiosas (a gusto quizás de los hombres del siglo XIX) rigen las pautas escolares de la edad difícil. La adolescencia. La pubertad. Nadie lo ignora ... Y en el turno de la tarde cuando el “malón” estudiantil sale del Monserrat, pareciera que va a aplastar la ciudad. Ellos mismos lo admiten diciendo…
“ El Diablo sabe por Diablo
pero más sabe porque fue al Monse ”
Este “grafiti” escrito sobre la pirca de blancas piedras de la Cañada, próxima al Monserrat, conserva intacta su tradición. Define el espíritu natural de su alumnado como esencia pura, de una ciudad con mitología propia y particular humor. Los “Diablos del Monse” —como se autodenominan ellos mismos— han recorrido distancias en el tiempo, destacándose como profesionales, políticos, embajadores, docentes etc.. Caminos propios, locales, provinciales, nacionales, internacionales. Nadie ha librádose de ellos. Ignoramos quién con el correr de la vida prestigia a quién, pues ambos se han hecho notar a través del camino. Tanto la tierna Moreneta como sus audaces educandos.
La Tragedia
Fue un día de 1767 cuando todo el alumnado en pleno hallábase en clase, que entró allí imprevistamente y sin anuncio, en forma intempestiva, una partida de soldados pertrechados hasta los dientes y procedieron de inmediato a encadenar a los profesores jesuitas “in situ”. Por orden del nuevo rey Carlos III de Borbón, pues como se cree escoba nueva barre bien (los Jesuitas llegaron bajo la dinastía de los Austrias)
El batifondo fue total. Aumentado por los jovencitos que trataron de intervenir a sillazos contra los soldados armados defendiendo a sus amados maestros Y por sus fieles mulatos angolas (escribientes de los Jesuitas) que quisieron en vano protegerlos. Los soldados enervados, quienes intentaban no herir a los alumnos según órdenes recibidas, fueron agredidos a palazos por los muchachitos con sus bancos de madera de lapacho paraguayo, bastante pesados. Quedaron todos ellos llenos de magullones. Mientras los profesores Jesuitas, encadenados, en forma estoica seguían recitando en latín a Horacio y en griego a Platón. Y así subieron a los carruajes que se los llevaba para siempre lejos de sus discípulos,
Aquello se llamó la “Expulsión Jesuítica” que dejó en la mentalidad cordobesa un recuerdo doloroso, cruel, caótico. Por meses los alumnos que eran internos y permanecían en la institución varios años hasta terminar sus estudios, sobrevivieron en soledad y a su suerte, acompañados sólo de los mulatos y encerrándose sin abrir la puerta a nadie... ¡ni a sus padres, cuando venían a buscarlos!
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Epílogo final de un vida “lejos del mundanal ruido” ofrecida por eruditos clásicos —los Jesuitas— a jóvenes aislados en el Cono Sur del continente americano, en tiempos coloniales,
La Campana
Es a partir de allí que comienza un nuevo giro de la historia, cuando sus depredadores bajan la cabeza, admiten su errores y comienzan a pedir lentamente disculpas. Ahora podemos hablar libremente de aquellos Jesuitas con todo el respeto merecido ¡Porque hubo una buena cuota de silencio obligado! Y comenzamos a hacernos eco también de otros sucesos, muy mencionados, pero nada estudiados, antes de que la Parapsicología ganara calle.
Se da crédito a la “vox populi” que mencionaba al Monserrat como centro de leyendas relativas a la cuarta dimensión. Cuando el telón se descorre y se reúnen los dos mundos —porque la “niebla gálica” se ha disipado y pueden ambos transitar los mismos corredores coloniales— estamos frente a lo insólito. Son paredes cargadas de historias y anécdotas, inmersas en un clima atemporal. Los personajes del pasado continúan allí presentes, como aquellos soldados enfrentados a niños que intentaban a sillazos oponerse a su armamento. El ruido de cadenas con pesados pasos, la campana de clase clamando, las voces en latín… se han convertido lentamente en mitología. Pues las versiones referente a que todo el cuadro se repite, o al menos suele oírse en el silencio de la noche, es parte de la leyenda cordobesa.
La mayoría considera que la campana suena en horas vacías sin clase. Cuando yo vivía a dos cuadras del Monserrat en la calle Belgrano, frente a la Cañada, se insistía en este tema. El Jesuita encargado de la campana la tocaba desde hacía doscientos años. Las cadenas que los profesores arrastraban al partir, todavía se escuchaban por los corredores. Los alumnos aún gritaban entre la soldadesca por el “Monse” nocturno y vacío. Todo continúa allí según creen los mitólogos, estático entre dos niveles de tiempo, flotante como en una “nube gálica” y es parte del encanto del bonito edificio colonial.
Algunos han visto caminar de lejos a los Jesuitas togados y pausados, perdiéndose por los corredores, libro en mano. Otros han oído una bola de hierro rodar de punta a punta (la bola de los grilletes) o la maza que cerraba las cadenas de los ilustres prisioneros, golpear incesantemente en el cuarto contiguo. Pero es la campana del Monserrat quien guarda una historia especial y propia. Siendo yo parte de ese escenario al vivir mucho tiempo a dos cuadras de allí, sea por sugestión o por travesura de alumnos, desde mi terraza oíala sonar. Era así, para mí, la “Campana del Jesuita”, de tarde en tarde dejaba oír su lamento de plata.
Y en los festejos del milenio —en la aurora del 2.000— los campaneros traídos desde Europa para realizar el concierto de campanas en la medianoche de ese año nuevo internacional, (poniendo en juego las numerosas iglesias del centro cordobés con campanas de oro y plata colonial) quienes rompieron por meses nuestros oídos con sus ensayos y afinaciones, decían que los Jesuitas se les aparecían entre los campanarios.
Pues todo muro antiguo guarda su mensaje, el que dejaron sus pretéritos habitantes. Los que allí amaron y platicaron. Gozaron. Abanicaron sus sueños o melancolías. Acariciaron sus profundas vivencias aún subsistentes entre cal y canto. Como el Colegio laico y liberal de Nuestra Señora del Monserrat.
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Alejandra Correas Vázquez
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