FANTASMAS DEL MONSERRAT
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por Alejandra CV
Por aquel tiempo, entrado ya el siglo XX, este antiguo Colegio Jesuítico era ya un colegio laico, oficial y sin presencia religiosa. O sea sólo gente con indumentaria civil podía encontrarse por sus pasillos coloniales. Tal como lo decidiera el dr. Juan Bautista Bustos a comienzos del siglo XIX (quien fue el primer gobernador de Córdoba a partir de la independencia de 1816). Hasta ese momento el Colegio de Nuestra Señora del Monserrat había estado bajo la órbita de la Orden Franciscana, una vez expulsados los Jesuitas.
Esto se cumplió con beneplácito de los cordobeses, quienes sintieron siempre que su Monserrat había caído en manos inexpertas, mediante un robo. Más aún, con la cadena formada en torno a la sociedad liberal, con presuntas simpatías masónicas, agnósticas y otras yerbas, o formas semejantes, que habían invadido a la Universidad de Córdoba, de quien el mentado instituto educacional depende.
El gran pintor Pelliza y el agrimensor Salustiano Yánez eran figuras finiseculares, que se ubican entre dos siglos, el XIX y el XX. Ellos fueron testigos allí de hechos especiales, pues habitaban como residentes en el colegio en los primeros años del siglo XX.
Según Pelliza una noche, entrada ya la obscuridad, cuando suelen buscar el reposo los bohemios, golpearon dos veces a la puerta de su cuarto en el Monserrat, la segunda con más fuerza. Nadie respondió al inquirimiento de quién era. Pelliza abrió su puerta y no vio a nadie. Pero más allá por los corredores coloniales, pudo observar una figura humana togada y obscura, con una clara vestimenta sacerdotal, detrás de las gruesas columnas que se acercaba pausadamente en dirección suya ...Entonces decidió esperarlo para ver qué necesitaba de él
A pocos metros suyo el Jesuita (no dudó entonces de quién se trataba) torció de dirección alejándose en otro sentido, sin producir el menor ruido al caminar y sin pronunciar palabra alguna, perdiéndose entre la tiniebla de los claustros.
Pelliza era un extraordinario retratista y junto con Genaro Pérez colocaron la pintura cordobesa a un nivel de primera magnitud. El formó además parte de ese Monserrat histórico y mitológico, con todos sus duendes —sin duda admiradores suyos— quienes en medio de la soledad de los corredores acercábanse sigilosos para contemplar su obra.
El relato de Don Salustiano Yánez no debe ser comentado, debe ser transcripto, pues él era además de un excelente profesional de la Agrimensura (diseñó el camino al cerro Pan de Azúcar), también un magnífico escritor. Y aquí está para apreciarlo:
“ Después de separarme de algunos amigos con quienes me entretuviera hasta promediar la medianoche, me decidí buscar mi habitación (era huesped del Colegio Monserrat laico) en procura de reposo y abrigo. Pasé la puerta de calle y avancé con toda despreocupación sintiendo el eco de mis propias pisadas, el cual se expandía lúgubremente por los claustros solitarios.
Al enfrentarme a la “Sala de Profesores” así denominada por ser ella su lugar de reunión, sentí retumbar en mis oídos un golpe formidable, algo así como el que produce una puerta que se cierra con estrépito y fuerza colosal. Parecía que al llegar a la “Sala de Profesores” hube de sorprender alguna reunión secreta de aquellos espíritus inquietos que vagaban misteriosamente por las sombras, los que deliberaban en cónclave o danzaban macabramente, y para evitar mi presencia sacrílega me cerraban con repugnancia y cólera la puerta de la pieza.
No recuerdo qué pensé en el primer instante, pero el instinto de conservación me hizo dar un gran salto hacia delante al mismo tiempo que giraba rápidamente, sobre mis extremidades inferiores para dar el frente al sitio de donde provenía aquel ruido desusado y alarmante. Extraje mi revólver con prontitud y empuñándolo con firmeza empecé, en medio de la más absoluta obscuridad, a describir círculos en el vacío cubriéndome con él y teniendo el propósito de disparar si tocaba algo consistente. Caminando para atrás y manteniendo la misma situación llegué a mi pieza. Prendida la vela me puse a meditar sobre lo que me acababa de ocurrir sin atinar a darme una explicación satisfactoria, estaba nervioso, asustado.
No tardé en reaccionar a pesar de todo y pensé en la posibilidad de que los ordenanzas hubieran dejado abierta por olvido esa maldita puerta y que una corriente de aire fuerte de viento la hubiera impelido, con violencia, haciéndola estrellar contra sus marcos o bien que algunos alumnos para mejorar sus clasificaciones en las libretas de los profesores se hubieran aventurado, ante una situación desesperada, a quedarse en el Colegio o penetrar en él ocultamente.
Tuve algunas vacilaciones pero me decidí al fin, la duda me atormentaba ferozmente, no cabía en mi alma aquel misterio y volví al sitio consabido. Alumbraba mi camino con fósforos cuya llama no sentía cuando me quemaba la punta de los dedos, escudriñaba con minuciosidad todos los rincones y aguzaba el oído intensamente.
Intenté abrir la puerta que suponía se había golpeado y no pude realizar mi propósito por estar con llave. Recorrí todo el edificio, di vuelta alrededor de todos los gruesos pilares y no encontré absolutamente nada.
Cuando regresé a mi habitación fatigado y ansioso, en medio de una mayor perplejidad, noté que un sudor frío cubría mi rostro totalmente. ”
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