FANTASMAS DEL MONSERRAT
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Es a partir de la Expulsión de los Jesuitas concretada 1767, que comienza un nuevo giro de la historia para el Colegio Monserrat. Un hito cordobés que toma vida propia y los rescata en su memoria. Cuando los depredadores bajan la cabeza frente al juicio adverso del tiempo, debido a ese gran agravio que perpetraron, podemos hablar libremente de ellos (los maestros encadenados), con todo el respeto merecido. Hablar con libertad de estos profesores apresados y arrojados a obscuros carruajes con un destino incierto. Porque hubo una buena cuota de silencio obligado.
Y allí comenzamos a hacernos eco también de otros sucesos, muy mencionados pero nada estudiados, antes de que la Parapsicología en tiempos modernos, ganara la calle. Cuando el telón se descorre reuniendo los dos mundos (porque la “niebla gálica” se ha disipado) podemos transitar libremente ambas direcciones, entre dos planos, recorriendo esos corredores coloniales y nos encontramos entonces, frente a la realidad de lo insólito.
Son paredes cargadas con un clima atemporal. Los personajes del pasado continúan allí presentes, igual que aquellos soldados enfrentados a niños que intentaban a sillazos, oponerse a su armamento. El ruido de las cadenas con pesados pasos, la campana de clase clamando, las voces en latín... se han convertido lentamente en mitología.
La versión referente a que todo el cuadro de ese asalto al Colegio Monserrat por parte de soldados enviados por un rey nuevo, se repite una y otra vez o al menos suele oírse en el silencio de la noche, es parte de la leyenda cordobesa. La mayoría sostiene que la campana suena en horas vacías sin clases, pues el Jesuita encargado del campanario la toca desde hace doscientos años. Y para el concierto de campanas del año 2000 (televisado al mundo) hubo que pedirle permiso, pues se aparecía a los campaneros llegados desde Europa para festejar ese gran evento del tercer milenio. Además, las cadenas que los profesores jesuitas arrastraban al partir prisioneros, todavía se escuchan por los corredores. Los alumnos aún gritan furiosos, indignados y valerosos, entre la soldadesca invasora del “Monse”, por el Colegio nocturno y vacío.
Todo continúa allí estático, entre dos niveles de tiempo, flotante en una “nube gálica” y es parte del encanto de ese bonito edificio colonial (declarado patrimonio mundial). El cual lo guarda celosamente entre sus paredes, como un bien preciado. O como un mal que debe recordarse para que no vuelva a repetirse : La Libertad de pensamiento que fuera conculcada por la arbitrariedad de un mal rey... Carlos III de Borbon...
Los Jesuitas habíanse instalado bajo la dinastía progresista de los Austrias.
Algunos han visto de lejos a los Jesuitas, togados y pausados, reconociéndolos por su vestimenta, extraña hoy para un colegio laico. Otros han oído una bola de hierro rodar de punta a punta (la bola de los grilletes) o la maza que cerraba las cadenas de los ilustres prisioneros, golpear incesantemente en el cuarto contiguo.
Eran profesores que educaban hace dos siglos y medio a jovencitos criados por padres feudales, entre gauchos, indiada, capataces mestizos, negros esclavos y amas de leche angoleñas. Y que luego, al llegar a los claustros jesuíticos del Colegio Monserrat, pasaban de improviso a disfrutar de los amores de Helena y Paris, lloraban a Príamo y Héctor, se vengaban de las ofensas con Menelao o sufrían por la traición de Clintemnestra ... Recitaban a Horacio y viajaban sin rumbo con Virgilio. Divídíanse en dos grupos (y aún es tradición) de “griegos o troyanos”.
Y así... luego de esos sueños “monserratenses” retornaban como es debido, para hacerse cargo de sus propiedades camperas, ponerse al frente de un arreo con miles de cabezas en ganado y empezar a hablar en quichua o en comechingón, a fin de que sus paisanos les obedecieran. Caminando paso a paso en una larga marcha con semanas de viaje, o meses, rumbo al Alto Perú ...cantando una “Huella” con su comitiva de caravaneros. Y allí entonces, la figura del Monserrat cobraba en ellos una dimensión nostálgica y mágica, sobredimensionada en sus recuerdos.
La mayoría considera que la campana aún suena en horas vacías sin clase. Cuando yo vivía a dos cuadras del Monserrat en la calle Belgrano frente a la Cañada, se insistía en este tema. Pues se dice que el Jesuita encargado tócala impasible desde hace doscientos años. Las cadenas que los profesores arrastraban al partir escúchanse por las grandes arcadas. Los alumnos aún golpean impotentes con sillas a la soldadesca profanadora, en ese “Monse” nocturnal y silente erguido en pleno centro citadino.
Todo continúa allí según creen los mitólogos, estático entre dos niveles de tiempo, flotante como una “nube gálica” ... Pues aunque los edificios jesuíticos de toda la cuadra forman un solo conjunto arquitectónico colonial –con la iglesia de la Compañía incluida– es el Monserrat quien acopia los fantasmas y su leyenda. Sólo él, dentro de esa totalidad.
Epílogo final de una vida “lejos del mundanal ruido” ofrecida por eruditos clásicos, los Jesuitas, a jóvenes aislados en este Cono Sur Sudamericano durante aquellos distantes siglos precedentes, en tiempos bucólicos entre chuquis y talas, cóndores y pumas, los cuales dieron nacimiento mediante esta siembra cultural hecha de constancia, a la actual ciudad moderna.
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Alejandra Correas Vázquez
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