LA CAMPANA DEL MONSERRAT
....................
1—Los Diablos del “Monse”
El Colegio Monserrat de Córdoba, cuyo edificio es hoy patrimonio de la humanidad aunque sigue funcionando, se concibió en tiempos coloniales a comienzos del siglo XVII, mediante Jesuitas fundadores y aportes económicos privados,. Se dictaba en él una educación humanista para los hijos de Encomenderos que vivían en el confín del imperio español (cono sur sudamericano), en el aislado Tucumanao, al pie de tribus en edad de piedra. El Imperio del Inca no había dejado allí su impronta cultural Eran adolescentes y niños casi. Eran párvulos crecidos en campos solitarios, entre producción agropecuaria y “malones” de “ranqueles” próximos (vandalismo. Eran vástagos sin contacto con naciones.
Habían visto la luz en aisladas propiedades rurales, con padres feudales, quienes eran aventureros muchas veces rudos. Se hicieron desde niños amigos de los gauchos, mimados por sus negros esclavos (quienes hacían de tutores en su traslado a la ciudad) y consentidos por sus madres de leche angoleñas, quie habíanlos amamantado (tuvieron toda su vida un hermano de leche negro, compinche suyo) … Pero pasaban de improviso a ser discípulos de sus maestros Jesuitas, humanistas y eruditos, llegados desde Lovaina y que no hablaban castellano. Comenzaban a vivir desde ese momento con ellos en aquel internado “monserratense” que duraría varios años.
Los Jesuitas les enseñaban –en griego- a disfrutar de los amores de Helena y Paris en un ensueño romántico. También a llorar por Príamo y Héctor. Se vengaban de las ofensas con Menelao o sufrían por la traición de Clintemnestra. Recitaban a Horacio en latín y viajaban sin rumbo junto con Virgilio por la ruta de Eneas… Y así luego de aquellos sueños “monserratenses” retornaban como es debido para hacerse cargo de su herencia en propiedades camperas, y a ponerse al frente de un arreo con miles de cabezas de ganado de pastura en pastura, o a guiar caravanas de carretas rumbo al Alto Perú para empezar a hablar en “quichua” o en comechingón, a fin de que sus peones les entendieran. El Camino Real los llevaba, lentamente y paso a paso, en la larga marcha de semanas interminables, cantando una Huella ...
Y era allí, en esos momentos de angustia, de nostalgia infinita, cuando la figura del Monserrat y sus maestros Jesuitas cobraba para ellos, una dimensión inmensa, seductora y mágica. Su nombre reconstruido hoy (pues los liberales del siglo XIX habíanselo quitado) es “Colegio de Nuestra Señora del Monserrat.”
2 -- Sincretismo
Desde entonces hasta el presente y quizás desde el comienzo, cuando arribaron a esta provincia para fundar la ciudad de Córdoba moriscos y marranos bautizados (cristianos nuevos), la Virgen Negra o Moreneta ha admitido como discípulos suyos a adeptos de múltiples credos : bautizados y no bautizados, circuncisos o no circuncisos, protestantes, agnósticos, judíos ... y también a católicos (dicho con ironía) . La Moreneta cordobesa es muy liberal, como puede verse.
En este juego de absurdos de un Colegio laico y muy liberal que lleva el nombre de una “Virgen” y donde pueden asistir toda clase de ideologías religiosas (a gusto quizás de los hombres del siglo XIX) rigen las pautas escolares de la edad difícil. La adolescencia. La pubertad. Nadie lo ignora ... Y en el turno de la tarde cuando el “malón” estudiantil sale del Monserrat, pareciera que va a aplastar la ciudad. Ellos mismos lo admiten diciendo…
“ El Diablo sabe por Diablo
pero más sabe porque fue al Monse ”
Este “grafiti” escrito sobre la pirca de blancas piedras de la Cañada, próxima al Monserrat, conserva intacta su tradición. Define el espíritu natural de su alumnado como esencia pura, de una ciudad con mitología propia y particular humor. Los “Diablos del Monse” —como se autodenominan ellos mismos— han recorrido distancias en el tiempo, destacándose como profesionales, políticos, embajadores, docentes etc.. Caminos propios, locales, provinciales, nacionales, internacionales. Nadie ha librádose de ellos. Ignoramos quién con el correr de la vida prestigia a quién, pues ambos se han hecho notar a través del camino. Tanto la tierna Moreneta como sus audaces educandos.
3—La Tragedia
Fue un día de 1767 cuando todo el alumnado en pleno hallábase en clase, que entró allí imprevistamente y sin anuncio, en forma intempestiva, una partida de soldados pertrechados hasta los dientes y procedieron de inmediato a encadenar a los profesores jesuitas “in situ”.
El batifondo fue total. Aumentado por los jovencitos que trataron de intervenir a sillazos contra los soldados armados defendiendo a sus amados maestros Y por sus fieles mulatos angolas (escribientes de los Jesuitas) que quisieron en vano protegerlos. Los soldados enervados, quienes intentaban no herir a los alumnos según órdenes recibidas, fueron agredidos a palazos por los muchachitos con sus bancos de madera de lapacho paraguayo, bastante pesados. Quedaron todos ellos llenos de magullones. Mientras los profesores Jesuitas, encadenados, en forma estoica seguían recitando en latín a Horacio y en griego a Platón. Y así subieron a los carruajes que se los llevaba para siempre lejos de sus discípulos, por orden del rey Carlos III de Borbón.
Aquello se llamó la “Expulsión Jesuítica” que dejó en la mentalidad cordobesa un recuerdo doloroso, cruel, caótico. Por meses los alumnos que eran internos y permanecían en la institución varios años hasta terminar sus estudios, sobrevivieron en soledad y a su suerte, acompañados sólo de los mulatos y encerrándose sin abrir la puerta a nadie... ¡ni a sus padres, cuando venían a buscarlos! Algunos de ellos no se reconocían ya, pues luego de varios años (veraneaban incluso en los predios jesuíticos serranos) habían los chiquillos cambiado mucho. Hasta corrió la versión —posteriormente— de que entre ellos se intercambiaron. O de que alguno sufrió un accidente importante durante aquel batifondo (cuando los separaron abruptamente de sus maestros) del que no sobrevivió. Entonces otro de menor holgura económica,…o con padres que andaban dispersos por el hispanísimo imperio ...lo reemplazó.
Al parecer se estilaba dentro del Monserrat, cuando era un colegio jesuítico, seguir el uso de las órdenes religiosas. Es decir, darles otro nombre dentro del internado. Esto se hacía en el Monserrat a fin de evitar privilegios entre el alumnado, recibían un nombre que usaban en el interior del colegio y mediante el cual se los examinaba. Entre ellos tenían prohibido conocerse por el auténtico. Hoy nos examinamos por un número, antaño por un nombre clave escolar. El verdadero que figuraba en la lista de archivos y sólo lo conocían el Prior de la Compañía y el R.P Rector, ambos ahora ausentes, encadenados y en viaje hacia Roma.
Ingresaban siendo niños de unos 7 años (la edad preferida por los Jesuitas) y ciertos de ellos llevaban en esos momentos más de 10 años sin haber vuelto a ver a su familia. Por ello se sospechó de confusiones. Nunca aclaradas o silenciadas a voluntad de los muchachos. Quizás por revelaciones secretas entre compañeros aquellos que estaban ahora ausentes en forma definitiva (por haber luchado a golpes contra los soldados cuando la tragedia abatióse sobre el Monserrat) pudieron establecer los que no eran, conocimientos de la familia que buscaba al que ya no podía hallar. Así se suplantaron. Pues la sangre corrió, inevitablemente y aunque lo negasen a posteriori, corrió sangre estudiantil en aquel recinto convulsionado que resistióse a sillazos contra una partida de soldados bien pertrechados. Era inevitable.
Epílogo final de un vida “lejos del mundanal ruido” ofrecida por eruditos clásicos —los Jesuitas— a jóvenes aislados en el Cono Sur del continente americano, en tiempos coloniales,
4 -- Mutis por el Foro
Nunca más súpose en Córdoba sobre aquellos profesores encadenados del Monserrat y arrancados de allí por vía de la fuerza. Como en apariencias los hechos eran casi los mismos observados con la prisión y ejecución hecha antaño a su fundador (Don Jerónimo Luis de Cabrera y Toledo, judío y cristiano nuevo) la triste suerte corrida por estos maestros Jesuitas (pensóse) era la misma.
Por dos siglos se tomó aquello como una dolorosa verdad. En sus celdas de meditación y estudio quedaron sus ropas, sus libros, sus apuntes, sus plumas de ganso, sus violines, sus efectos personales. Tal como los dejaron. Pues nadie les dio tiempo para hacer un equipaje. Todo quedó allí. Tal cual lo dejaron en ese instante final, cuando fueran arrebatados de sus cátedras encadenándolos frente al alumnado. Objetos privados que sus discípulos guardarían con celo cada uno de ellos, como tesoros invaluables, todo el tiempo que durarían sus días. Perduraron dentro de muchas familias y aún se conservan como antigüedades coloniales.. Los Jesuitas transformáronse en leyenda. Pertenecían a un tiempo feliz, que cada uno evocaba como la vida bucólica de una Córdoba que ya no volvería. El devenir sería más realista y más ambicioso.
5 - Retorno
Dos siglos después comenzaron a aparecer noticias de ellos, desde Roma, adonde fueron llevados de inmediato y entregados al Papa como un “paquete”. Habían sobrevivido en la ciudad eterna sin que los cordobeses lo supieran, pues en el mejor de los casos creíanlos dentro de cárceles españolas. Y fue allí en Roma que en el siglo XX comenzaron a editarse publicaciones, escritos argumentales, comparativos, partituras musicales y presencia viva de aquellos amados profesores arrebatados de improviso de la Docta Córdoba, a la que ellos forjaron y le dieron un destino cultural. Una ciudad que conservó y valoró su recuerdo. Personajes valiosos revivieron entonces como Peramás y Zípoli, quienes por sus obras retornarían doscientos años después, a esta ciudad universitaria que dejaran con tanto dolor y encadenados.
6 — La Campana
Es a partir de allí que comienza un nuevo giro de la historia, cuando sus depredadores bajan la cabeza, admiten su errores y comienzan a pedir lentamente disculpas. Ahora podemos hablar libremente de aquellos Jesuitas con todo el respeto merecido ¡Porque hubo una buena cuota de silencio obligado! Y comenzamos a hacernos eco también de otros sucesos, muy mencionados, pero nada estudiados, antes de que la Parapsicología ganara calle.
Se da crédito a la “vox populi” que mencionaba al Monserrat como centro de leyendas relativas a la cuarta dimensión. Cuando el telón se descorre y se reúnen los dos mundos —porque la “niebla gálica” se ha disipado y pueden ambos transitar los mismos corredores coloniales— estamos frente a lo insólito. Son paredes cargadas de historias y anécdotas, inmersas en un clima atemporal. Los personajes del pasado continúan allí presentes, como aquellos soldados enfrentados a niños que intentaban a sillazos oponerse a su armamento. El ruido de cadenas con pesados pasos, la campana de clase clamando, las voces en latín… se han convertido lentamente en mitología. Pues las versiones referente a que todo el cuadro se repite, o al menos suele oírse en el silencio de la noche, es parte de la leyenda cordobesa.
La mayoría considera que la campana suena en horas vacías sin clase. Cuando yo vivía a dos cuadras del Monserrat en la calle Belgrano, frente a la Cañada, se insistía en este tema. El Jesuita encargado de la campana la tocaba desde hacía doscientos años. Las cadenas que los profesores arrastraban al partir, todavía se escuchaban por los corredores. Los alumnos aún gritaban entre la soldadesca por el “Monse” nocturno y vacío. Todo continúa allí según creen los mitólogos, estático entre dos niveles de tiempo, flotante como en una “nube gálica” y es parte del encanto del bonito edificio colonial. Escenario intemporal guardado celosamente entre sus paredes, como un bien preciado. Pues aunque los edificios jesuíticos de toda la cuadra forman un solo componente —con la iglesia de la Compañía incluida— es el Monserrat quien acopia los fantasmas y su leyenda. Sólo él, dentro de ese conjunto.
Algunos han visto caminar de lejos a los Jesuitas togados y pausados, perdiéndose por los corredores, libro en mano. Otros han oído una bola de hierro rodar de punta a punta (la bola de los grilletes) o la maza que cerraba las cadenas de los ilustres prisioneros, golpear incesantemente en el cuarto contiguo. Pero es la campana del Monserrat quien guarda una historia especial y propia. Siendo yo parte de ese escenario al vivir mucho tiempo a dos cuadras de allí, sea por sugestión o por travesura de alumnos, desde mi terraza oíala sonar. Era así, para mí, la “Campana del Jesuita”, de tarde en tarde dejaba oír su lamento de plata.
Y en los festejos del milenio —en la aurora del 2.000— los campaneros traídos desde Europa para realizar el concierto de campanas en la medianoche de ese año nuevo internacional, (poniendo en juego las numerosas iglesias del centro cordobés con campanas de oro y plata colonial) quienes rompieron por meses nuestros oídos con sus ensayos y afinaciones, decían que los Jesuitas se les aparecían entre los campanarios.
Pues todo muro antiguo guarda su mensaje, el que dejaron sus pretéritos habitantes. Los que allí amaron y platicaron. Gozaron. Abanicaron sus sueños o melancolías. Acariciaron sus profundas vivencias aún subsistentes entre cal y canto. Como el Colegio laico y liberal de Nuestra Señora del Monserrat.
................
Alejandra Correas Vázquez
................