Todas las mañanas a las 5:45 de la mañana suena la alarma, el repiqueteo de despertador lo arranca de su ultimo sueño. Amodorrado, le toma algunos segundos entender de qué va aquello. Apaga el despertador y se levanta adolorido, como si en vez de dormir sobre un colchón, por la noche lo hubieran apaleado y tirado sobre un montón de rocas. Todos los músculos engarrotados, la espalda adolorida, el cuello torcido. Las rodillas le falsean al bajar las escaleras.
Recién ha cumplido los 35 años, la mitad de la expectativa de vida según el último estudio. Se mira en el espejo y sabe que va a la deriva, no puede ni siquiera imaginar a donde lo llevará todo aquello. Pero empieza a tener la sensación de que se le va de las manos. Sopesa las ventajas de pegarse un tiro. Está seguro que a partir de aquel día su vida será una eterna rutina, aunque viva 50 años más, los días y las semanas serán siempre los mismos. Interminables e inmóviles, tan absurdo que, parece como si hubiera caído en un bucle temporal o abierto una puerta a otra dimensión y perdido el sentido de su vida. Se saca el miembro flácido y sin circuncidar, orina en el lavabo, parado de puntas, odiando su reflejo.
Lleva un par de años sin un affaire, ya no se siente atractivo. La carne blanca y fofa se le desborda en la cintura, las tetas le cuelgan como si fuera un adolescente gordo. Ha comenzado a perder el cabello y diario ensaya un nuevo peinado que lo disimula. La barba, mal recortada y las sienes le brillan debido a las canas. Las cejas le crecen hacia arriba otorgándole una mirada loca e iracunda. De los oídos le asoman pelos de 2 o 3 centímetros de largo. Odia todos los espejos.
Abre la regadera y espera a que el agua caliente corra, luego se mete bajo el chorro. Aquello se siente bien, un pequeño respiro en ese infierno que carga. Un poco de shampoo anticaspa, jabón de tocador y agua tibia. Tomar la toalla, secarse, vestirse con ropa que no le favorece. Una pequeña batalla para calzarse zapatos y calcetines. Cepillarse los dientes. Acicalarse lo más posible. Acercarse a ser aquello que recuerda. Caminar bajo el sol aplastante un par de calles. Esperar el autobús, luego pelear por un lugar entre obreros, estudiantes y amas de casa hipocondriacas. Mecerse en el vaivén de baches y asfalto. Llegar a la oficina, preparar café, prender la computadora, leer las noticias del día. Actualizar un par de datos, preparar reportes e informes y tontear en la red para gastar las 9 horas. Luego el viaje de vuelta a casa.
A veces le gustaba jugar lotería, compraba algunos números esperando que, de esa forma, mágica, se le resolviera la vida. Soñaba con todas esas cosas que le compraría el dinero, la felicidad incluida. Casa con piscina, ríos de cerveza, jóvenes mujeres de interminables piernas. No hablaba con nadie, apenas tenía familia y de sus conocidos a ninguno podía llamara amigos. Ver televisión, leer alguna novela policiaca, cagar y masturbarse de vez en cuando constituían todas sus actividades. No creía en dios ni en los políticos, escuchaba música de vez en cuando, blues, clásica y a veces algo de cumbia. No fumaba, bebía cerveza y cuando conseguía, tomaba pastillas para colocarse. Su vida transcurría sin sobresalto. Hasta aquella noche.
Decidió, después de pensárselo un par de horas en llamar a una prostituta. Llevaba tiempo sin estar con una mujer y solo pensar en todo lo que hay que fingir y mentir para establecer una relación sexual destinada a buscar alivio, lo agota. Todo aquello no merecía el esfuerzo. Agradecido de vivir en estos tiempos donde los seres humanos se pueden ordenar con una simple llamada telefónica, como si de comprar pizzas se tratase. Que sea rubia o tenga anchoas, delgada y de largas piernas con peperoni y orilla de queso. Establecer el importe, el método de pago y un corto tiempo de espera. La modernidad ha traído sus ventajas.
Toma el teléfono y busca en páginas de contactos alguna publicación que no lo haga desconfiar demasiado, ignora las fotografías de cuerpos casi perfectos que se ofrecen por 500 pavos, sabe que lo bueno sale caro y no hace caso del remarcado ¨imagen real¨ que acompaña el desplegado. Pasa unos cinco minutos viendo el manu sin decidirse. No sabe bien que es lo que busca, sabe bien que es lo que no quiere, pero le cuesta un mundo saber qué es lo que desea. Elige un numero al azar, sin fotografía, espera unos segundos y una voz somnolienta le responde.
—Buenas noches ¿En qué podemos ayudarte corazón?
Duda un poco, quiere colgar la llamada, pero no lo hace. Con un poco de pena, sintiéndose observado y señalado, responde.
—Necesito compañía… quiero que envía a alguien.
La misma voz le responde, es una voz que no logra identificar, no logra definirle el género al que pertenece. Lo piensa un segundo y le da igual quien venga o lo que venga. La soledad, en noches como esta, duele.
—Claro que si corazón, deseas algo especial… solo te aviso que a mayores requisitos mayor costo.
—No, solo que esté limpia, que huela bien y sea mayor, que no sea una niña.
Le piden dar su dirección y de nuevo duda antes de hacerlo, el morbo, la necesidad de satisfacción y el miedo a seguir estando solo lo obligan. Da la dirección, escucha la cantidad que tendrá que desembolsar y cuelga. Va hasta el espejo, enciende la luz y se observa. Con esa intensidad, bajo unas cuantas sombras y enfocado del lado correcto puede que no sea demasiado feo. Abre su boca y observa sus dientes, los dos frontales están separados, pero lucen bien, limpios y no demasiado chuecos. Hace gárgaras con astringosol y escupe. Luego levanta su brazo derecho y trata de oler su axila, hace lo mismo con el izquierdo. Acomoda su cabello, mete la barriga. Ojalá tuviera de nuevo 20 años, piensa con la nostalgia de los viejos tiempos ya idos.
Impaciente va del sillón a la cocina, abre el refrigerador, destapa una cerveza y sin darle un trago la deja sobre el fregadero. Atisba por la ventana, la calle está solitaria y oscura. El tiempo cuando esperas, transcurre más lento, los segundos se arrastran como insectos, volviendo interminables los minutos. Hace proyecciones en su cabeza acerca de la persona que aparecerá ante su puerta, la imagina bella y delgada, de cabello negro y largo, un leve toque de carmín en sus labios. Le saludará con un beso en la mejilla, pasará a la sala contoneándose en altos tacones, dejando tras de sí un claro olor a almendras y vainilla. Se posará en el sillón y cruzará las piernas. Le ordenará que le ofrezca algo de beber mientras enciende un cigarrillo. Luego, después de un par de frases divertidas pasaran a desnudarse. También imagina que será una gorda en minifalda intentando grotescamente lucir sexy, de cabello oxigenado y cejas pintadas con carbón. Entrará directamente hasta el refrigerador y sacará una cerveza que destapará con los dientes, le pedirá que pongo algo de música y se contoneará buscando excitarlo, hacerlo escupir y terminar rápido el trabajo. Imagina que llega un travesti demasiado flaco y alto. Con un vestido amarillo y una peluca rosa, con una boa de plumas alrededor de su cuello. Le dice llamarse Muriel y pasa camino al baño desde donde se escucha el chorro caer al escusado, luego el sonido de la cadena al bajar. Muriel va a su encuentro y lo abraza, es demasiado alto, descansa su barbilla sobre su cabeza, sus brazos lo rodean sobre los hombros y con una voz rasposa que no engaña a nadie le dice —pobrecito mi chiquitin, tan solitario y perdido. Mami va a cuidar ahora de ti— y él se deja llevar con el ensueño hasta que unos golpes en la puerta lo despiertan.
Respira, pone cara de póker y abre la puerta. Una mujer guapa y algo regordeta le estira la mano y le pide el pago, en la acera hay un auto con las luces encendidas, intenta ver al conductor, pero tiene los vidrios ahumados. Saca su cartera, aparta un par de billetes y se los entrega a la chica. Un tipo baja del auto, es el conductor, es flaco y no muy alto, usa gorra de béisbol, camiseta sin mangas y un short de cuadros. Avanza hasta la chica y le quita el dinero. Luego se ríe, saca un arma y todos entran a la casa. Tras las puertas cerradas la mujer recorre las habitaciones buscando cosas de valor, el tipo de camiseta sin mangas bebe una cerveza sentado en el sillón. En la otra mano sostiene el arma apuntando a un tipo que le parece un perdedor. Por tipos como ese, su negocio florece. Es tan fácil quitarles lo que tienen. La mujer carga una bolsa con las cosas que pueden vender, tienen también la cartera, el resto de los billetes, el celular y el reloj. Lo siguiente que hacen es meterle dos tiros a nuestro amigo. Uno en la tripa, la bala hace un gracioso ¨flop¨ al entrar, antes de que pueda reaccionar, el siguiente disparo esparce su cerebro y la imagen de Muriel en la pared de atrás.
Salen de la casa, suben al auto. Antes de arrancar se dan un beso largo y obsceno. Manejan un par de cuadras y luego la mujer contesta un teléfono.
—Hola corazón ¿Qué es lo que deseas esta noche?