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 El periodista: el crimen en Catalina del mar parte 5 (final)

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franckpalaciosgrimaldo
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El periodista: el crimen en Catalina del mar parte 5 (final) Empty
MensajeTema: El periodista: el crimen en Catalina del mar parte 5 (final)   El periodista: el crimen en Catalina del mar parte 5 (final) Icon_minitimeMiér Ene 09, 2019 12:36 am

El sujeto de barba regresa a la camioneta, Eduardo rodea con cuidado y aprovecha la distracción del hombre que introduce medio cuerpo a la camioneta en busca de las balas, cuando este sale para recargar su pistola, Eduardo lo golpea con mucha fuerza en la parte trasera de la cabeza.
El ruido alerta al gordo quien gira en dirección a la camioneta, ahí ve a Eduardo tratando de coger el arma de tipo de barba, la cual había caído con las balas al suelo.
—¡¡Hijo de puta‼ — dice disparando una vez. Sabía que le quedaba un tiró más. — ¡¡Vas a morir‼ — exclama acercándose.
Eduardo cubierto por la puerta, busca en el suelo las balas, el arma la había hallado, pero las balas en el piso eran difíciles de ver por la tierra y la oscuridad. Logra coger unas y corre tras la camioneta.
—¡Malita sea! — el sujeto gordo se acerca con cautela, acercándose a su compañero y cogiendo unas balas que cayeron en el asiento y recargando su revolver. — ¡¡No escaparas hijo de puta‼ — recarga raídamente y rodea nuevamente el vehículo quedando en la parte trasera de la camioneta.
Un disparo suena nuevamente y el gordo cae al suelo. Desde debajo del auto Eduardo le disparó en el pie, este cae y suelta el arma que cae a unos metros, Eduardo se arrastra a cogerla, el gordo se estira para tomarla también, forcejean. Eduardo no tenía más balas era tomarla la pistola o darlo todo por perdido.
Comienzan a golpearse, el sujeto era más fuerte que Eduardo y pronto esta sobre el presionando su brazo contra el cuello del periodista quien trata de zafarse, pero le era imposible, era demasiado fuerte y por más que lo golpeaba este seguía sobre él.
Susan quien estaba cerca se acerca y golpea al sujeto con una piedra que encontró por ahí fuertemente en la cabeza distrayéndolo unos segundos, mas no causándole mayor daño.
— ¡Perra! — le dice con rabia y dolor en la mirada.
Eduardo se estira y coge el arma. El gordo gira rápidamente, pero es muy tarde, Eduardo le dispara justo al lado de la oreja haciendo que este grite y se salga de enzima de Eduardo por el fuerte sonido que lo aturde. El periodista coge la piedra que soltó Susan y golpea nuevamente, pero con mayor intensidad la cabeza del gordo sujeto quien pierde el conocimiento inmediatamente.
Eduardo se pone de pie y Susan se acerca a él muy asustada.
— Gracias… — dice jadeando Eduardo.
— ¿Estas bien? — pregunta Susan muy asustada y temblorosa.
— Si., — dice cogiendo el arma que dejó caer y la del sujeto. — Tenemos que atarlos, hay una cuerda en la parte trasera.
Cogen las armas y las balas y arrastran a los sujetos cerca de la luz de la parte delantera, los atan con las cuerdas que traían ellos en su camioneta. Ahí revisan sus cosas, cogen sus celulares y sus identificaciones.
— ¿Deberíamos interrogarlos? — dice Susan.
— Estos no dirán nada, tenemos que largarnos…, estos sujetos no son cualquiera, iban a matarnos — Eduardo toma unas fotos de ellos ahí atados. — Con sus teléfonos y todo lo que tenemos será suficiente para acusarlos.
Eduardo revisa las identificaciones, los sujetos eran Francisco Santos, el gordo y Reinaldo Ordoñez, el barbón. En sus billeteras no había nada importante, solo algunas tarjetas y registros de compras, nada relevante. Pero en el celular de Francisco si había algo muy interesante.
*** Final 1 ***
— ¿Encontraste algo? — pregunta Susan al ver a Eduardo sorprendido.
— Si..., este es el número de Pierina. — Eduardo encuentra un mensaje de texto en el celular en el que decía lo siguiente:
3:16pm: “Salgan de ahí, los están siguiendo, auto amarillo placa TYO-4587”
Luego de eso, francisco le respondía:
3:20pm “Gracias, lo perdimos”.
Esta conversación coincidía con la hora en que él le comunica a Pierina que los sujetos estaban en aquella casona. El último mensaje era de un contacto también sin nombre que decía:
7:25pm: “Te está buscando un sujeto extraño, lentes y camisa azul, hace muchas preguntas”.
7:28pm: “Gracias, nos haremos cargo, ¿está limpia la zona?”.
7:30pm: “vinieron en la tarde y se fueron en minutos, todo limpio”.
Ahora entendía por qué los sujetos habían regresado a la casona tan pronto.
Hay que llamar a la policía, y tenemos que ir a hablar alguien.
— ¿Con quién? — pregunta Susan.
— Mauricio Santana.
— ¿No es el presidente del terminal? — pregunta Susan.
— Así es...
— ¿Qué pinta aquí?
— Eso vamos a averiguar.
Ambos suben a la camioneta de los tipos.
— No hay señal… — dice Susan intentando llamar a la policía.
— Llegando al puerto hay mejor recepción, ahí llamaremos a la policía para decirles donde están esos dementes, se quedarán ahí atados un buen rato.
— ¿Qué tiene que ver el presidente de la terminal aquí, Eduardo? No seas misterioso y dime. — insiste Susan.
— … Aun no puedo decir, nada. Solo déjame pensar unos instantes y te juro que te contare todo.
Conduce rápidamente en dirección al puerto.
Cerca de las 10:00pm llega al lugar, estaciona frente a la terminal, las luces seguían encendidas, la oficina del presidente Mauricio Santana seguían encendidas. En el lugar solo unas cuantas personas seguían por ahí limpiando y llevando algunas cosas.
Eduardo sale del auto, Susan se queda ahí.
Este se dirige al interior del edificio con intenciones de conversar con el presidente.
La secretaria aún estaba ahí, esta se sorprende al ver al maltratado hombre acercarse.
— Vengo a hablar con el presidente, — dice Eduardo.
— A estas horas no recibe a nadie — comunica la secretaria
— Pues avísele que soy yo y que no me moveré de aquí hasta que hablemos. — insiste.
La secretaria entonces alza el teléfono y se comunica con su jefe avisándole de la visita del periodista. Esta asienta y le invita a pasar. Eduardo rápidamente abre la puerta y sube al segundo piso donde estaba la oficina.
El presidente del Puerto lo recibe sentado en su escritorio bebiendo una copa de whisky.
Eduardo ingresa y se detiene ahí en la puerta.
— No se le ve muy bien, Señor Eduardo. — dice observando al periodista maltratado, sucio y con una expresión seria en el rostro.
Mauricio se pone de pie y sirve un vaso de whisky que acerca a Eduardo. Este lo recibe y avanza tras él.
— Dígame, ¿a qué debo su visita a estas horas y con ese aspecto?
— ¿Cuándo supo que había sido su padre? — pregunta Eduardo sin más contemplaciones. — ¿Se lo dijo el acaso o lo descubrió por su cuenta?
Mauricio regresa tras su escritorio y bebe su vaso tranquilamente.
— ¿Eso piensa? Que mi padre asesino al niño… ¿Cómo llega a esa interesante conjetura? — pregunta.
— Fácil…, no. No fue fácil, por un instante en serio no fui lo suficientemente capaz de ver los detalles, pero ahora los veo y veo todos los errores que hay en torno a este caso… pero el que me trajo a usted es el menos obvio, peor mi favorito.
— Pues cuénteme… — dice con tranquilidad.
Eduardo levanta la mano y señala a uno de los cuadros que había en la pared de la oficina.
— Esa foto…, usted y sus dos niños, ¿en donde se tomó esa foto? Miami, Cancún, Acapulco…
— Esa foto la tome en Playa del Sol, esta al sur de Cailas, bastante alejado de aquí, es una playa muy hermosa. Estaba con mis hijos en el Hotel Solari, un hotel muy caro, fueron nuestras vacaciones del año pasado.
— Si, así es, no me sorprende. — Eduardo se sienta en el mueble cerca de él. — ¿le molesta? Me han dado una golpiza esta noche.
Mauricio asienta. Eduardo continua.
— ¿Cuánto cuesta una habitación ahí? 500, 800 la noche.
— 900 en la habitación que nos quedamos… por quienes amas no importa el precio.
— Así es, ¿Quién más fue con usted? — pregunta.
— Nadie, mis hijos y yo solamente.
— Debo asumir que esa foto la tomó la mucama o el mozo. — Eduardo termina su trago.
Mauricio sonríe.
— Yo gano muy bien en mi trabajo, quizá no como usted, pero lo suficiente…, más que un oficial de policía y una mayor desde luego. ¿me entiende? — pregunta.
El empresario sonríe nuevamente y asienta.
— Creo que ya me entiende…
— Si me explicara… “Que entiendo”
— ¿Le dijo que paso la noche conmigo?
La sonrisa de Marció pasa de una arrogante a un forzada, no esperaba aquella confesión.
— Así es… — continua Eduardo. —… pasamos la noche juntos, y acepto que fui muy estúpido me deje engañar, engatusar…, pero no me creí en ningún momento que haya sido espontaneo, aprovecho que no pasó por mi cabeza que ella tuviera alguna intención de perjudicarme y perjudicar mi investigación, por eso hasta ahora solo y cuando encontré pruebas de que así fue… pude analizar todo en perspectiva, de forma completa. Y heme aquí. — sonríe.
— Sigo sin entender..., creo que divaga.
— Si, puede ser. Es fácil olvidar detalles cuando uno no los toma en cuenta para el futuro, como la toalla que está en aquella foto, véala… usted y sus niños en el balcón de su habitación, tras ustedes la playa y el risco, hermoso paisaje., fíjese ahí hay una toalla.
Mauricio se quedó en silencio.
En la habitación de Pierina, la Mayor Pierina hay una fotografía de ella, en ese mismo cuarto, en ese mismo paisaje, con la misma toalla con la imagen de un conejo. La vi muy bien, porque yo conozco ese hotel, se lo que caro que es… y sé que una Mayor, residen ascendida hace unos meses hace un año no podría pagar ese lugar, mucho menos tener una casa en Piedritas, ahora bien, eso no es un delito, usted debe estar divorciado, ella me dijo que es divorciada, algo que ahora me cuesta creer. Pero ella estuvo intentando perjudicar mi historia, me entretuvo para que robaran en mi Hotel, les comunicó a los mismos que entraron en casa de Carlos Gonzales y que estoy casi seguro que fueron quienes lo mataron porque esta noche intentaron matarme a mí. Y al estar relacionada con usted, me intriga… m intriga mucho.
— ¿Qué haya tenido una relación con ella y que haya estado poniéndole trabas a su trabajo convierte a mi padre en un delincuente? — pregunta Mauricio.
—No…, — Eduardo mete la mano en su bolsillo y saca la llave que había recibido de la profesora de Fernandito —… pero esto sí. — le muestra la llave, pero oculta el llavero en su palta.
— Una vieja llave… ¿Qué abre? — pregunta Mauricio reclinándose en su asiento.
— Eso pues… aun no lo sé, pero por la carta que le dejaron al señor Domínguez, la cual evidentemente no escribió Carlos, aunque hay formas de saber si lo hizo obligado…, ese ya es otra cosa, estoy seguro que esta llave abre algo por aquí…, ¿sabe por qué? Porque Carlos no fue el asesino. Usted lo sabe.
— ¿Entonces usted está diciendo que yo sé quién asesinó al hijo de mi empleado? Que fue mi padre. y que yo estoy involucrado en el asesinato de Carlos Gonzales.
— Lo dijo bien: “Asesinato”.
— Pues bien. ¿Qué abre esa llave? Y como puede probar todo lo que dice sin que antes le ponga una demanda por difamación.
Eduardo abre la mano y deja ver el llavero. La expresión de Mauricio cambia bajando la mirada hacia el llavero que tenía el sobre su meza al lado de la botella de whisky.
— Este llavero. este llavero… con un diseño muy particular., estuve preguntándome donde lo había visto. Pero no lograba recordar y no, no es el llavero que tienes ahí.
Eduardo señala con su dedo a la fotografía del padre de Mauricio tras él.
Mauricio gira a ver la fotografía de su padre.
— El anillo… ese enorme anillo de oro. Mira el dibujo, casi no se ve bien, pero es el mismo diseño de este llavero, es interesante como algunas imágenes pasan al subconsciente y quedan ahí hasta que algo las activa, en mi casi se activó cuando la profesora de Fernandito me dijo que el día que desapareció traía esta llave consigo. Entonces comencé a pensar y a recordar que yo había visto ese llavero, pero me concentre solo en ¿Qué podría abrir esa llave?
— Ese anillo… — Mauricio asienta y sonríe — Mi padre quiso ser enterrado con él, era su posesión más valiosa, se lo heredó mi abuelo y a él su padre… y ahí quedo esa tradición.
— ¿No te lo dejó a ti? Eso es extraño… — menciona Eduardo. — Aun así, ese llavero que traes y este, eran de él, ¿verdad?
— No.
— Mentiras ahora… no importa, las pruebas hablan por sí sola, Pierina no es la única policía que existe y cuando se enteren de todo lo que hizo estará más que en problemas, solo vine a corroborar algunas cosas, mi compañera debe estar llamando a la policía en estos momentos. — se acerca a la puerta dispuesto a irse.
— Ese llavero que traes tu es mío, este — dice levantan el suyo — era de mi padre, se lo robe.
— No entiendo. — dice Eduardo confundido. — Este llavero lo traía Fernando…
— Si, si… el día que murió, el di que… yo lo asesiné.
Eduardo no podía entender que estaba sucediendo, las palabras de Mauricio por un instante carecían de todo sentido para él. Su expresión fue de tota incredulidad ante tal confesión.
— ¿Tu mataste a Fernandito? — pregunta.
— Así es. — Mauricio coge la botella de whisky y se sirve un vaso, — él y yo éramos amigos, bueno algo así, yo era soy 5 años mayor que él, él tenía 10 cuando yo ya había cumplido los 15 años. Era un adolescente muy estúpido… me juntaba con chicos muy estúpidos también y… hice cosas que hoy me atormentan, me dan pesadillas, no recuerdo bien aquel día…, pero sé que sucedió, no me preocupa contártelo, fue algo que hoy en día no puede traerme mayores problemas.
— No entiendo, quiero escuchar que pasó.
— No quiero que la memoria de mi padre se vea manchada por algo que yo hice, el me protegió todos estos años. Conocí a Fernando cuando venía los sábados a traerle su almuerzo a padre, yo venía algunas veces a jugar o hacer tiempo aquí a la oficina de papá, algunas veces me gustaba ir a los almacenes y contenedores del puerto a jugar con la pelota o simplemente estar por ahí lazando cosas, algunas veces Fernando me veía jugar, nunca se acercaba, solo se quedaba ahí, era muy solitario — cuenta Mauricio. — al pasar las semanas, lo veía que se acercaba más hasta que lo invite a jugar y nos hicimos amigos, esos sábados jugábamos algunas horas, hasta que tenía que irse, yo… en esos tiempos — desanuda su corbata — era bastante… estaba mal, no sé en qué pensaba… comenzó a verlo de forma… insana, pero… era un niño, no sé qué me pasó…
Eduardo escuchaba muy sorprendido.
— Yo…, — continua Mauricio — le dije que el jueves, aquel día, iría a visitar a mi papá, que por que no se escapaba del colegio y venía a jugar conmigo. Le di la llave de uno de los almacenes, le dije que me espere ahí a las 3 o a las 4 yo estaría ahí para hacer un juego juntos… — las lágrimas comienzan a caer por los ojos de Mauricio, quien entre sollozos intenta continuar. —… no tengo recuerdos muy claros, pero recuerdo que él estuvo ahí, aunque yo llegue antes y no me percate de la llave, que era de papá…, luego de eso… cerré con llave y… todo es borroso, solo tengo imágenes horribles de lo que hice, el gritando…, yo…, yo recuerdo un palo, algún fierro que había entre las cosas del almacén. No sé qué me pasó, pensé que el aceptaría…, que le gustaba yo.
Eduardo no sabía que decir, ni que pensar solo oía al empresario narrar una historia realmente impactante para él.
— ¿y qué sucedió después? — pregunta el periodista casi por inercia.
— Mi padre. Mi padre me buscó porque tenía que ir a casa con mamá…, entonces llegó al almacén, sabía que me gustaba jugar por ahí, abrió la puerta con la copia que tenía y me vio…, a su hijo desnudo sobre un niño muerto…, el solo se quedó ahí en silencio unos segundos y se acercó a Fernando, lo reconoció, era el hijo de uno de sus amigos y trabajadores. Me miró y me dijo, “vete, lávate bien, ponte la ropa y ocúltate en mi oficina, yo me encargare” y así lo hizo.
— ¿Él fue quien…? — pregunta.
— Él me amaba, su único hijo, quería que heredara todo esto…, quería que lo hiciera orgulloso, que fuera el gran hombre que era el…, pero yo no lo era, ese día me protegió nuevamente… — suspira y bebe de su vaso de whisky todo de un sorbo. — No volvimos a hablar del tema, yo al llegar a casa algunas horas después fue como si olvidara todo, solo tenía algunas imágenes, fue muy extraño, solo muchos años después cuando papá enfermó lo que sucedió aquella noche y la siguiente.
— ¿Qué es lo que pasó realmente? — pregunta Eduardo.
— Efectivamente mi padre descuartizó el cadáver, quería desaparecerlo, pero las horas pasaron y la policía comenzó a investigar, y sabía que se estaban acercando, en sus propias palabras “Tenía que darme prisa en deshacerme del niño”, me contó todo días antes de morir.
— ¿Cómo lo hizo? — pregunta.
— Cogió un bote no me dijo cual, pero ese sábado en la madrugada era su única oportunidad…
— El bote 28…, Entonces no fue Carlos Gonzales.
— Carlos Gonzales, jamás fue mencionado. Papá cogió ese bote, que pudo ser de él, o quizá no, tenía acceso a todos, aprovechó aquella noche para ocultarse con el cadáver en los almacenes, sabía que al día siguiente llegarían a buscar ahí…, limpio todo y en la madrugada partió con el cadáver al mar y lo soltó ahí… él me dijo que efectivamente un barco pesquero a lo lejos lo vio, vivió con ese temor hasta el día que murió.
— Pero nunca imaginaron que fuera el, es más, nunca llegaron a buscar en los almacenes del puerto.
— Así es, antes de morir me dejó claro que eso que hizo fue por mí, porque no hubiera soportado verme en problemas, aunque nunca fue el mismo conmigo y yo siempre trate de darle gusto, casándome, teniendo hijos… todo falso y mentira.
— ¿Y entonces si Carlos Gonzales nunca tuvo nada que ver, porque lo mataste? — pregunta Eduardo.
— Yo no mande a matar a nadie, yo no tengo nada que ver con ese suceso, ni con el robo a tu hotel.
— ¿Entonces porque Pierina…? — En ese momento Eduardo comenzó a atar cabos. Luego de unos segundos, pregunta — ¿Le contaste esto a alguien más, ¿verdad? Se lo contaste a ella…
— Los únicos que lo sabíamos éramos mi padre, yo… y — Mauricio hace una pausa.
— Vamos, dímelo, esto se descubrirá de todos modos, quizá no haga la maldita historia para la prensa, pero si le informare a la policía… es intuir callar ahora. — insiste Eduardo.
— Jorge Domínguez.
— El… ¿El padre de Fernando? — dice sorprendido y confundido.
— Él no era su padre, se enteró mucho antes, papá me lo dijo, me dijo que había visto cuando Fernando y yo entramos en el almacén, poco después buscó a papá y lo amenazó, papá siempre se sintió culpable y le dijo que le daría por el resto de su vida una compensación, desde hace más de 14 años el recibe un giro de dinero muy grande… y pidió trabajar aquí hasta que falleciera.
— Dios mío…, esto es… es aterrador. — dice el periodista tomando asiento.
— Salí con la Mayor Pierina hace un año, viajamos, conoció a mis hijos…, le regale una pequeña casa en Piedritas porque me enamore, pero al final fue solo una ilusión, pensé que me había enamorado, pero terminamos, yo… no puedo amar a una mujer… — dice bajando la mirada. — ella... y Jorge Gonzales son padre e Hija también.
— ¡¿Qué?! — dice poniéndose de pie. — ¡¡Es imposible‼
— El señor Jorge era un mujeriego, no es la única hija que tiene por ahí, ella me lo contó que su madre le dijo que terminó con ella cuando se enteró que tendría un hijo con su esposa, y la madre de Pierina nunca le dijo que esperaba una bebé, se casó con otro, pero Pierina lo sabe desde hace más de 10 años… y el también.
— Mierda…
— Si Pierina estaba haciendo algo, no era protegerme a mí, ni a mi padre, estaba protegiendo a su padre, pues si hay algo que Jorge Domínguez odiaría más que verle la cara al asesino de su hijo todos los días por más de 12 años eso es que todos se enteren de que su mujer lo engañó con su mejor amigo.
— No puedo creerlo… — dice acercándose a la puerta y abriéndola — Señor Santana, tengo que irme, si todo lo que me dijo es verdad….
— Lo es, lo es, si tengo que confesarlo ante la ley lo hare, pero si esto llega a la esfera pública o alguien más usare todo mi poder que tengo para negarlo y hundir a quien intente confrontárme, esta fue la primera y única vez que hablo de este tema. — dice con seriedad.
— No pueden encarcelarlo ya por algo que hizo hace más de 14 años y su padre no puede ser juzgado, solo le contare esto a alguien que necesita oírlo para poder vivir en paz los pocos años que le quedan, el no hará nada contra usted, quien tendrá que vivir con esto. — Eduardo sale rápidamente de la oficina en dirección a su auto.
Llega a la camioneta y sube rápidamente. Susan le pregunta que ocurrió y este le cuenta en el camino rumbo a Cailas, Susan al oír la historia queda igual de impactada que Eduardo, todo se había tornado muy pero muy sórdido.
Eduardo le da el celular de los sujetos que intentaron matarlos a Susan y la hace bajar cerca de la comandancia, él iba en otra dirección.
Le indicó que debía entregarse al Coronel Figueroa, intenta hablar con él, ahí está la prueba de que Pierina estaba relacionada con los que intentaron matarlos y robaron el hotel, así como el presunto asesinato de Carlos Gonzales y el encubrimiento del mismo.
— Pero ella ¿aun seguirá en la comandancia? — pregunta.
— A estas alturas dudo que siga en Cailas o en Del mar.
— ¿A dónde vas? — pregunta Susan.
— Tengo que ver a Jorge Domínguez
Eduardo tenía que ir a hablar con el padre de Fernando, había algunas preguntas que debía hacerle. Ya no se trataba solo de la historia, esto iba mucho más allá, se trataba de desentrañar toda una maraña de confusas acciones entorno a un crimen.
Se estaciona fuera de casa del anciano y se dirige a su puerta. La calle estaba solitaria, solo había un perro por ahí ladrando y un auto estacionado al frente cruzando la calle, se podían ver solo las luces del interior de algunas casas.
Toca unas veces y el anciano abre la puerta.
— Es usted como una de esas moscas que están siempre dando vueltas, verdad.
— Necesito hablar con usted…
— No tengo nada que hablar con usted, vaya a la comandancia si desea información ahí di mi declaración. — intenta cerrar la puerta.
Eduardo coloca la mano en la puerta y con el pie evita que cierre.
— ¿Para que su hija me siga jodiendo mi historia y el caso? — dice con seriedad.
Jorge se sorprende al oír eso, tartamudea un poco antes de responder.
—¿Qué está diciendo? Esta loca ¡lárguese de mi casa! — intenta empujarlo, pero no lo logra.
— Si no abre la puerta y me cuenta todo…, mañana mismo todos se enterar de que Fernando no era su hijo, sino de su mejor amigo y que usted estaba enterado de quien lo mató y quien lo arrojó al mar…, quizá ellos no puedan ser juzgados, ¿pero usted? Por encubrir un crimen y lucrar… — se acerca a el — ¡Abra esa puta puerta y conversemos!
El anciano nervioso y ansioso no tiene más opción. Deja entrar al Periodista quien lo sigue a la sala donde ambos se miran fijamente.
— …Me lo dijo todo, Mauricio habló…, me dijo exactamente todo lo que paso aquel día y lo que hizo su padre y usted. No necesita seguir fingiendo, señor Jorge, su hija no podrá seguir protegiéndolo.
— ¿Qué quieres de mí, maldito periodista? — dice tomando asiento. — Soy un viejo, un hombre que perdió a su mujer a su hijo… se enteró que su mujer lo engañaba y que tenía una hija que conoció muy tarde…, ¿Qué deseas de mí? Basura… eres una basura…
— Quiero la verdad, quiero que su esposa y Felipe tengan algo de paz. Que el asesinato de Fernando no quede así, con una conclusión falsa. Se cometieron muchos crímenes aquí, señor y alguien va a pagar por eso, su hija está metida en problemas, es cuestión de tiempo para que la policía vaya tras ella, tenemos pruebas.
— ¡No tienes nada! — dice Pierina saliendo de la cocina, sosteniendo un arma contra Eduardo.
— Hija..., no… — Jorge se sorprende y trata de calmarla.
— Baja esa arma, Pierina…, no empeores todo.
— Hija., no vale la pena. Podemos huir…
— No, cometí muchos errores, pero los voy a solucionar…, primero hacer algo que ese par de idiotas no lograron. Voy a matarte, Eduardo. — dice temblando y dejando caer lágrimas.
Pierina estaba muy alterada, sus planes se estaban viniendo abajo.
— Pierina, lo mejor será que bajes esa arma, — insiste Eduardo — si me disparas no cambiará nada, sabes muy bien que no me interesa si lo haces, hazlo si te da la gana, estás loca si crees que con eso solucionaras lo que ya está bastante hecho mierda.
— Hija.
— Papá, no me apartaran de ti…, crecer con ese maldito de mi padrastro fue un tormento, todo por ese niño que creíste que era tuyo…, él nos apartó, tu debiste estar con mamá y no con esa mentirosa de tu esposa…, ahora estamos juntos y este ¡estúpido! No va a alejarnos.
— ¡Hija, hija!, no así, no más muertes, quería tu ayuda, pero no así…, no así…
— No había más formas…, — dice con la mirada llena de rencor.
— ¡Pudiste haber hecho cualquier cosa por ayudar a tu padre, pero porque tenías que matar a Carlos Gonzales! — Le increpa Eduardo — Él tenía un hijo, un hijo que ahora crecerá sin él, y tú sabes que él no era alguien malo.
— ¡Tú me guiaste a él! — le responde Pierina. — ¡Tu pusiste a ese sujeto en la mira, y gracias a ti se murió!
— Eso no es verdad.
— ¡Me diste lo que necesitaba para encontrar a un culpable que alejara las luces del verdadero y así evitar que todo se sepa!
— Jamás debí contártelo…, no debí — dice Jorge tomando asiento nuevamente.
Se había dado cuenta el anciano que su rencor y egoísmo, así como su miedo a la vergüenza publica y al que dirán de una sociedad que sin duda lo iba a juzgar, había sido contagiado a su hija, aquella joven que creció en un hogar lleno de violencia y reproches la cual al encontrarlo y recibir de él algo de cariño y confianza convirtió de forma malsana el querer apoyar a su padre en una serie de actor criminales con el afán de no perderlo.
Jorge entendió que estaba todo perdido, que había sido un error el tratar de alejar de él toda culpa y todo rastro de que en el puerto se había cometido el asesinato y que él lo sabía y que él lo ocultó. El temor y la culpa lo habían hecho cometer errores, desesperado involucró a una hija mentalmente dañada la cual no conocía lo suficiente como para saber cómo acabaría empeorando todo y llegando incluso al delito.
— ¡Tú no tienes la culpa papá, tu solo querías evitar que sepan el daño que te hicieron esos malditos!
— Quería desahogarme contándole a alguien…, — dice Jorge entre sollozos — no quería que te involucraras así…, mira ahora como esta todo. Solo quería evitar la vergüenza, la humillación…
— No puede cubrir una muerte con otra muerte… — le dice Eduardo al anciano —, aún pueden hacer las cosas bien y pagar por todo esto, Carlos Gonzales puede descansar en paz al igual que su hijo, solo tienen que entregarse.
— Carlos Gonzales no era un santo, hace 8 años atropello a una mujer y se dio a la fuga, salió, libre por un tecnicismo, se asustó al ser llamado a la comandancia y cuando se encuentren las fotos de Fernando en su casa, será prueba de su culpa — dice mirando a su papá — tranquilo ¡Esto se solucionará!
— Estas mal de la cabeza…, no podrás solucionar…
— ¡¡Silencio‼ — Pierina dispara contra Eduardo dándole justo en el estómago.
—¡Hija! — grita Jorge asustado y poniéndose de pie.
Eduardo toca su estómago y retrocede unos pasos, podía sentir como su estómago y pantalones se mojaban con la sangre. Un segundo disparo a la altura del pecho lo lanzan para atrás, cayendo en el mueble. Pierde el conocimiento mientras la sangre comenzaba a brotar de él tiñendo su ropa de rojo.
Pierina con un rostro que denotaba demencia e irracionalidad se acerca a su padre.
— Vamos a estar bien…, — le dice abrazándolo —, coge el dinero, y nada más, vamos a irnos lejos, papá.
— Si, hija… — responde Jorge abrazándola con lágrimas en los ojos y temor en la mirada.
Una semana mas tarde.
Hospital regional de Cailas. Pabellón de Cuidados intensivos.
Susan al lado de Eduardo cuida de él. Su jefe quien había venido desde Ciudad catalina estaba ahí al lado de ella.
— ... En serio espero que despierte pronto. — dice el jefe del periódico. — se que escribirá una gran historia cuando abra los ojos. — dice colocando su mano sobre el pie del periodista.
— Ya son dos 8 días… — dice Susan.
— Fueron muy grabes los daños, perdió mucha sangre.
—- ¿y si no despierta, Jefe?
— Tranquila, este sujeto es duro de matar…
— Para colmo aun no atrapan a Pierina y a su Padre, la policía los está buscando por homicidio y conspiración para delinquir. —informa la joven periodista. — Los tipos q
ue intentaron matarnos confesaron, la perra esa los envió a matar a Carlos y luego los envió a colocar pruebas falsas a casa de la víctima, fotos y ropa del niño de hace años.
— ¿Y qué hay de Marció y su padre? — pregunta.
— Mauricio Santana no fue acusado de nada, solo ella, el caso del niño sigue cerrado, aunque Eduardo logró descubrir la verdad, no se ahora que suceda con eso, espero que Eduardo despierte y nos diga que pasará ahora.
— ¿Y… ustedes? ¿Finalmente se arreglaron…? — pregunta El jefe.
Susan sonríe.
— No lo sé, luego de todo esto no puedo pensar en irme y dejarlo… se mete en muchos líos si está solo. — sonríe.
El jefe sonríe también.
En ese instante, Eduardo parece moverse. Rápidamente el jefe va en busca de una enfermera. Para la tarde de ese día, finalmente sus amigos y conocidos, pudieron por fin hablar con Eduardo luego de que el doctor le hiciera análisis y lo revisaran como era procedimiento.
Susan le contó al Periodista lo que había sucedido y como lo había encontrado luego de dejar las pruebas en la comandancia, le explicó que lo habían encontrado en el mueble muy herido y a punto de morir, fu un milagro que no haya muerto debido a su estado.
Le comentó que Pierina estaba envuelta en una investigación interna en la policía por corrupción y recibir pagos de delincuentes envueltos en sus casos, por lo que el celular fue una prueba irrefutable, así como la confesión de los matones que trabajaban para ella.
Le comunicaron también que no la habían atrapado aun, pero estaban tras ella y era cuestión de tiempo.
Pidió conversar con Felipe, a quien no le habían contado a detalle todo lo sucedido, puesto que Susan quería que Eduardo le confesara la verdad en persona.
Don Felipe ingresa a la habitación donde estaba Eduardo y sus amigos, Susan y su jefe salen para dejarlos solos unos momentos.
— Me da gusto verte mejor, muchacho —, le dije el anciano tomando asiento a un lado de el —, pensé que te había pasado lo peor cunado me dijeron que te habían disparado. No pude evitar sentirme algo culpable.
— Nada de eso —, corrige Eduardo con voz lenta, seguía adolorido y algo sedado pero consciente —, estoy bien, son gajes del oficio.
— ¿Te habían disparado antes? — pregunta.
— No. Mejor dicho, sí, pero nunca me habían impactado.
—Me alegro que estés bien ahora… — dice colocando su mano sobre la del periodista.
— Le prometí que encontraría al asesino de su hijo, que llegaría al final y así lo hice.
— No tienes que esforzarte en hablar, puedes decírmelo todo cuando salgas de aquí.
— No, no, tengo que decírselo ya…, tiene derecho a saber todo lo que pasó.
Eduardo le narra a Felipe la verdad los hechos, con los detalles de lo que sucedió antes y después de la desaparición de su entonces no conocido hijo, le explicó lo que había sucedido con Mauricio Santana, con su padre y con Jorge Domínguez y su hija. Las lágrimas caían de los ojos el anciano al oír la historia, pero no dibujaba rencor ni reproches, el saber lo que había pasado y saber que se hará justicia con quienes quieren mantener en la sombra la verdad de lo sucedido incluso cometiendo delitos le daba algo de paz.
— Va a ser una excelente historia, espero poder leerla… — dice el Anciano.
— La escribiré con mucho cuidado y manteniendo siempre la verdad por delante, hay cosas que obviamente tocare con mucha cautela, el morbo no es algo que me gusta utilizar, aparte este caso es bastante delicado en algunos aspectos… — explica Eduardo.
Unos días más tarde Eduardo sale del hospital y parte de regreso a Catalina para escribir la historia y continuar con su vida, no sin antes dejar pagada la reparación del auto de Felipe, regresar las fotografías a la viuda del fotógrafo y dar sus declaraciones en la comandancia para que las investigaciones puedan avanzar.
Susan y Eduardo decidieron regresar a catalina en tren puesto que el auto de Eduardo estaba siendo reparado también y lo enviarían en algunas semanas. El jefe regresó días antes por su trabajo sabiendo que Eduardo estaba ya mucho mejor.
— Gracias por cuidarme, Susan. No tenías que hacerlo. — le dice Eduardo.
— ¿Como que no? — pregunta. — Tu sabes muy bien que te quiero, y que no podía simplemente irme y dejarte así.
— Eres muy buena persona. Quería aprovechar también para disculparme contigo, te traté muy mal…
— No, no digas nada… yo…
— Déjame terminar, — la interrumpe —, tienes todo el derecho de buscar algo mejor, algo que me gustó de ti es que siempre fuste ambicioso y queriendo llegar donde nadie más y lo has logrado, LA PRENSA es una revista muy grande, y sé que te ira bien, quería que sepas que te apoyo y no me importa si el trabajo está a tu nombre, fui testigo de todas las noches que pasaste despierta trabajando, a los lugares que tuviste que ir…— le toma la mano. — Aprendí este último mes que no sirve de nada mantener rencores o ser tan egocéntricos, tan egoístas... eso solo consume el alma.
— Eduardo, decidí quedarme en EL NACIONAL, — Sonríe —, hablé con el jefe, le dije que no podía abandonarlos, hemos trabajado años y me encanta tratar contigo.
— ¿En serio? — pregunta Eduardo confundido —.
— Si, además me dio un aumento.
— ¿Qué? A mí no me ha aumentado nada en más de 3 años…
— Así que estaremos trabajando juntos nuevamente…, no te hagas ilusiones de dejar de verme — dice abrazándolo —, No sabes cuánto me asusté al verte todo ensangrentado.
— Fue una experiencia horrible, pero valió la pena.
— Si, esa perra estará presa muy pronto.
— Eso espero. ¿te gustaría que nos vayamos unos días de vacaciones? — pregunta Eduardo.
— No es mala idea.
Ambos se miran a los ojos, sonríen. Eduardo se acerca lentamente y le da un beso apasionado a Susan.
— A cualquier lugar do de no haya playa… — dice Susan.
— Me parece perfecto. — sonríe.
Pierina y su padre fueron apresados en San Eduardo de catalina, una provincia al sureste donde se estaban ocultando. Ambos fueron acusados por el asesinato de Carlos Gonzales y demás cargos relacionados al caso. Pierina fue dada de baja y encarcelada mientras espera por el juicio, Jorge fue denunciado, pero con cargos menores, también está encarcelado esperando el juicio.
Eduardo escribió la historia del caso Fernandito mostrando el proceso de su investigación, así como los hallazgos y las pruebas que llevaron a encontrar al asesino y a todos los involucrados, debido a que algunos involucrados estaban en disputa legal y por respeto a la memoria de Fernando, su madre y el su verdadero padre algunos detalles se tocaron con mucha catela.
Fue una historia muy leída en Catalina y en Catalina del Mar.
Eduardo y Susan continuaron trabajando juntos.
FIN.
Frank Palacios Grimaldo
21 de noviembre del 2018
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