franckpalaciosgrimaldo Escritor activo
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| Tema: El periodista: el crimen en Catalina del mar parte 4 Miér Ene 09, 2019 12:35 am | |
| Eduardo asienta y parte. Pierina lo sigue con la mitrada y con una expresión seria. Mientras se dirigía a su hotel Eduardo pensaba en todas las posibilidades, era evidente que el hombre recibió una llamada indicándole que lo estaban buscando, de eso estaba seguro, ¿Por qué otra razón el hombre saldría de casa con rumbo desconocido y muy alterado? Como mencionó su niño. ¿Luego de un día con su hijo, suicidarse? Le parecía inverosímil, había visto y estudiado varios casos de suicidio en la ciudad y ninguno era tan repentino y tan extrañas condiciones. — Las únicas personas que sabían que lo estaba buscando eran el papá de Fernandito, el señor Felipe, el viejo Marinero que nos dio la dirección, de ahí… Pierina, la anciana viuda del fotógrafo, — Pensaba Eduardo. — Alguna de esas personas pudo advertirle. ¿pero por qué razón? ¿Cuál sería el vínculo entre ellas? Don Felipe descartado, el más que nadie estaría interesado en hallarlo; el padre de Fernandito, ¿acaso sabría el quien es? Por qué me lo ocultaría, quizá sabe más de lo que dice; Pierina, no, ella estuvo conmigo y no hay una relación que los vincule, ¿o si la hay? Era muy extraño que haya estado conmigo toda la noche, ¿la viuda? Imposible, no hay relación alguna. ¿El anciano? No pudo llamarle, pues el ya no estaba en casa desde al menos una hora antes que nosotros hablemos con él. En su análisis se reducía a Pierina y al Papá de Fernandito el señor Domínguez. ¿pero por qué? Tendría que haya algo que relacionara a ellos con la nueva víctima y así llegar al fondo, las cosas se complicaban y para colmo tenía una resaca horrible. Al llegar a su hotel los problemas son terminaban. Al acercarse se percata de que habían dos patrullas fuera del hotel, estaciona e ingresa, ahí es detenido por el recepcionista quien le comunica lo sucedido. — Señor… el hotel le pide sinceramente muchas disculpas… — dice el recepcionista. — ¿Qué ha sucedido? — pregunta confundido y preocupado. — Anoche al parecer varas habitaciones han sido robadas...— le responde el hombre. — ¡¿Qué?! — dice sorprendido. — ¡¡Mis cosas, tenía todo mi trabajo ahí‼ — dice rápidamente subiendo a su habitación, el recepcionista va tras él. En el segundo piso había algunos oficiales tomando notas. Uno de ellos le evita la entrada a su habitación. — no puede ingresar — le dice el oficial. — ¡Es mi habitación, mis cosas...! — responde. — Es un inquilino, — indica el recepcionista. El oficial los deja ingresar. — ¡¿pero ¡¿cómo paso esto?! ¡con un demonio! — dice percatándose de que no está su computadora, sus cosas estaban revueltas, no estaba la televisión del cuarto ni segunda cámara y se habían llevado hasta sus zapatos. — Al parecer se metieron unos ladrones anche y abrieron las puertas de las habitaciones vacías, muchos huéspedes no estaban y ellos robaron lo que encontraron…, las cámaras se desconectaron como a las 9 por un corte de luz… 30 minutos después cuando se conectaron ya era muy tarde. — ¿A cuántos huéspedes le robaron? — pegunta Eduardo recogiendo sus cosas. — A unos 4 que no estaban a esa hora… y varias habitaciones cerradas fueron forzadas. De verdad lo lamentamos, ya los oficiales están buscando a los culpables. Al parecer entraron por azotea, en serio le vamos a reponer sus pertenencias. — Eso no me importa, tenía un trabajo ahí…, — dice sentándose en la cama. — Esto es muy raro — dice para sus adentros. — Déjeme solo…, ordenare mis cosas y me largo. — Repito mil disculpas por los inconvenientes. El recepcionista se retira. Eduardo se queda muy pensativo unos minutos, alista sus cosas y se dirige a casa de Don Felipe. Una vez ahí le explica lo sucedido. — Entonces se llevaron tu trabajo. — comenta el anciano. — Por suerte tenía en mi mochila, que estaba en el auto, una memoria USB con todo lo que había trabajado, y el cuaderno que me dio, el llavero y las fotos, pero tenía algo de dinero en mis maletas, se lo llevaron junto a mi computadora y había varias fotos y videos que eran valiosos para mi…, es una mierda todo señor Felipe. — dice reclinándose en el mueble bastante consternado. — Lo que más me preocupa no es solo eso. — ¿Entonces? — pregunta el anciano. — Me han estado siguiendo, ese robo no fue normal…, es muy raro. — ¿Por qué lo dices, acaso notaste algo? — pregunta. — Si, note dos cosas… primero, mis cosas estaban por todos lados, mi ropa por aquí por allá… — ¿no es normal eso en un robo? — pregunta el señor. — No, eso es en las películas…, cuando un ladrón roba o revisa una paleta, no pierde tiempo arrojando todo a diestra y siniestra, rebusca los lugares donde puede haber algo que robar, bolsillos y cierres, arrojar todo por todas partes es algo muy extraño. Segundo, ¿qué ladrones buscan debajo del colchón y se llevan unos zapatos de 30 billetes? Nadie en un hotel esconde dinero bajo el colchón… es como si hubieran tratado de aparentar que se robaban algo de valor. — pues, si… es verdad. — ¿sabe que se llevaron de los demás cuartos robados? Una cámara digital…, un reproductor de DVD, unos reproductores portátiles de CD y un reloj de oro…, cuando me acerque a las habitaciones a ver, dado que tengo mi carnet de prensa los oficiales me dejaron, y no habían movido ni una sábana… ¿Qué opina? — No soy experto, pero creo que has tocado las fibras de algo bueno en este caso, muchacho, no puedo evitar sentirme culpable por tus cosas, debí ofrecerte a quedarte aquí. — dice el anciano. — ¿cree que no hubieran venido? — pregunta. EL anciano queda en silencio y angustiado. — Fue mejor que hubiera pasado allá, Señor Felipe. — explica. Luego de unos segundos de silencio y reflexión. — ¿Qué harás ahora? — pregunta el señor. — Pues es obvio para mí que he molestado a alguien…, alguien capaz de mandarme a seguir, de robarme, de asesinar a un hombre. — afirma. — Estas seguro… ¿seguro de lo que dices? Me parece algo muy concluyente. — dice el anciano. — Carlos Gonzales sabía algo…, por eso lo mataron. Y voy a averiguar qué es eso que sabía. Y ya sé por dónde comenzar a levantar polvo. — Te agradezco todo lo que haces muchacho. — dice el anciano — puedes quedarte todo el tiempo que desees, dudo que esos tipos vengan a buscar algo aquí. — Así es, pero saben que usted me está ayudando, así que vaya con cautela, odiaría que algo le suceda a usted. — Tranquilo, no me sucederá nada. Y si así fuera, no te rindas. — sonríe. Más tarde ese día. Eduardo se comunicó con su Jefe en la ciudad, este le dijo que le enviará un giro de dinero para que pueda seguir trabajando y que no se rinda. Le dijo que tenga mucho cuidado y que lo mantenga comunicado. Finalmente, luego de arreglar todo y organizar sus ideas decide hacerle una visita a Jorge Domínguez, el padre de Fernandito. Lo encuentra en un restaurante a su hora de almorzar. — Señor Domínguez, ¿puedo acompañarlo? — le dice acercándose. El anciano levanta la mirada y con algo de desdén asienta. — ¿tiene más preguntas? — le dice al periodista. — ¿Ha visto las noticias últimamente…? — pregunta el detective tomando asiento frente al señor Jorge. — No…, no veo mucha televisión… ¿acaso hay algo que debería interesarme? — Pues esta mañana creo que si… —- saca de su bolsillo las fotografías nuevas de Carlos Gonzales y las coloca en la meza, el anciano las mira sin mayor interés. — lo encontré, encontré al hombre de las fotografías… su nombre era Carlos González… ¿le suena? — No. Para nada. Ya le había dicho que no lo he visto o al menos no logro recordarlo, si ya lo encontró pregúntele a él… — continúa comiendo. — Pues lamentablemente no podre preguntarle nada, encontraron su cadáver en la playa esta mañana…, se suicidó, al menos eso parece… — le explica. — Pues…, ¿Qué debo hacer yo? No me hace sentir mejor… no tengo idea si él fue o no el asesino…, no le entiendo. ¿Qué me quiere decir? — pregunta el aciano con seriedad. — Lo que quiero decir es que…, hay cosas muy extrañas, señor Jorge. — coge las fotografías — Cosas muy extrañas que me hacen pensar que estoy muy cerca de la verdad… y quería que lo sepa, quería que este informado que encontrare a quien asesinó a su hijo… — Muy bien. Se lo agradezco — responde el anciano limpiando sus labios con una servilleta. — … ¿tendrían que ser rojas o amarillas esta vez? — pregunta. Eduardo no comprende lo que dijo el anciano frente a él. — ¿Perdone? — le dice. — Que… no sé muy bien que color de flores debo llevarle a la tumba de mi hijo ahora que pronto encontrara al asesino… ¿amarillas o rojas? Tal vez azules… ¿usted qué opina? Eduardo asienta lentamente y sonríe. — Entiendo… — responde y se pone de pie. — Señor Jorge, quizá piense que no es importante llegar al fondo de esto… — ¡Cállese! — lo interrumpe el padre de Fernandito con expresión de rabia en la mirada que enterraba en Eduardo — que demonios piensa usted… venir así, tan campante… rebuscar en el pasado, abrir heridas…, jugar al detective, buscar fantasmas… si usted es tan imbécil para pensar que me va a importar a estas alturas que un sujeto vaya preso o se muera.... déjeme decirle que no sabe nada de lo que es sufrir lo que he sufrido yo. Siga investigando, haga lo que desee, no venga a tratar de decirme a mí que debo sentir o que hará algo por mí al levantarme la piel que ya cicatrizo y hacerme sangrar… mi hijo debe estar en paz, y así quiero que siga. Hágame el favor de ya no buscarme, no me interesa quien se murió, eso no traerá ni a mi hijo ni a mi esposa ni mi vida. Adiós señor periodista. El hombre se retira muy enfadado, Eduardo se queda en silencio muy pensativo, aquellas palabras reflejaban entre muchas emociones rabia, pero no logró ver en él, lo que si vio en el rostro de Felipe. Dolor y deseos de justicia. El celular de Eduardo suena. Se trataba de Pierina. Los primeros informes de los forenses ya estaban en su oficina y quería que los viera, Eduardo rápidamente condujo a la comandancia donde lo esperaba la mayor. — Estos son — dice Pierina entregándole el folder. — como podrás ver, los forenses coinciden en que no habían marcas de forcejeo, no había ataduras, solo los golpes de las rocas, y que fue eso lo que lo mató, no fue ahogamiento…, un suicidio a todas luces. — Ya veo…, ¿sabes algo de la esposa y del niño? Dijeron que te llamarían desde Luzmila. — Tomaron sus declaraciones esta maña, —- se acerca al escritorio y coge unas copias que le habían enviado. Y se los acerca a Eduardo —, estaban separados desde hace 9 años, compartían la custodia de acuerdo a sus posibilidades, lo describe como alguien “difícil y de pocas palabras”, no había mayor comunicación que por temas de su hijo. Le sorprendió el suicidio. — ¿la llamada? ¿determinaron de donde le llamaron? — pregunta Eduardo. — No. Al parecer fue de un teléfono público en alguna zona dentro del distrito de Cailas, alrededores de Del Mar. Aun no se identifica bien, es complicado cuando es un teléfono público, aun así… cualquiera pudo hacerlo. — explica Pierina. — pero es suficiente para no clasificarlo como “Suicidio”, las investigaciones en torno a su muerte seguirán... — Es por lo menos raro…, por que venir hasta este distrito a suicidarse… — comenta Eduardo. — Pues la relación con el tema del asesinato de Fernandito no es algo que se maneje de forma oficial…, por lo que sigue siendo un caso aparte. — ¿No hay suficientes datos para por lo menos revisar el caso? — pregunta — Lamentablemente no. ¿Qué tenemos hasta el momento? Solo conjeturas, no hay algo real, aparte el único que podía dar algo de información está muerto. — Los muertos no hablan… — Así es…, es una pena. Aunque si lo ves desde la perspectiva de que era realmente el asesino tendría sentido, ¿no crees? — No lo sé…, es muy básico. ¿se enteró que estábamos buscándolo y se mata? — Era un loco…, estaba trastornado, trato de llevar una vida normal pero no lo logró, jamás pudo perdonarse por ese crimen, de algún modo se enteró que estaban tras él y la presión acabó con él. — ¿Pero ¿quién?… quien le informó… solo alguien que sabía que lo hizo podría haberle informado. — Pudo haber sido cualquier cosa… no sabemos que hablo, pudo haber sido cualquier cosa… — ¿hablas en serio? — pregunta de forma retórica y sorprendido. — Eduardo, mi trabajo es dudar y cuestionar todo entorno a estos casos… si comienzo a ver lo que quiero ver, podría meter a la cárcel a cualquiera que parezca sospechoso. — Te entiendo, pero si lo llamo un amigo para decirpe que le va a pagar lo que le debe no se va a suicidar. — dice con sarcasmo. — Entonces es mejor pensar que “alguien” a quien le contó que asesino a un niño hace 30 años para decirle que lo están buscando y que mejor se suicide…— dice con sarcasmo también. — No. Pero no puedo creer que existan tantas coincidencias, mantengo mi posición, el pudo arrojar el cadáver, pero no creo que haya sido el asesino. El que realmente mató a ese niño sigue libre, y está cerca muy cerca… y voy a llegar a él — dice cerrando los folders y acercárselos a la Mayor. — Quédatelos…, para tu trabajo. — le dice. —… Gracias, al menos tengo esto… — comenta. — algo es algo. — ¿Cómo? — pregunta Pierina confundida. — Me robaron anoche… — ¡¿Cómo?! — dice sorprendida. — ¡¿Dónde?! — Bueno, en realidad se metieron a mi hotel se llevaron varias de mis cosas, entre ellas mi computadora… — explica. — Vaya…, ¿ya están investigando en ese distrito? — pregunta. — podría ayudar. — No, no importa…, puedo continuar la historia, todo está aquí — dice golpeando su cabeza levemente. — Si, eso no debe retrasarte. — dice regresando detrás de su escritorio —… ¿Qué harás ahora? — pregunta. — Pues tengo algunas cosas en mente. — sonríe. — Bueno, cualquier cosa, sabes que tienes mi apoyo. — le dice Pierina Sonriendo. — Gracias, si recibes alguna información extra… — Claro, te la hare llegar. Se despide de ella y regresa a su auto. Ahí se queda pensando algunos minutos, revisando los documentos que le dio Pierina, había regresado a no tener una pista segura que seguir, solo le quedaba el llavero y un muerto que ya no podía hablar. — Los muertos no hablan… — pensaba. — ¿o si lo hacen? Lee un párrafo del informe “…entre sus pertenecías se encontraban las llaves de su casa…” — porque se llevaría sus llaves, si es que no iba a regresar…, ¿por costumbre? No lo creo — piensa Eduardo. Entonces enciende su auto y conduce en rumbo a Luzmila nuevamente. Conduce a toda velocidad, en todo el amino concentrado en una sola idea, alguien estaba tras el asesinato de Carlos Gonzales, el mismo que envió a robarle y el mismo que está tratando de eliminar los cabos sueltos. Pero los cabos suelos no se eliminaban tan fácilmente, menos luego tantos años. De por sí ya había sido un error el que el cadáver del niño apareciera en la playa, dejar a alguien que posiblemente sabia del crimen con vida tantos años, quien haya sido podría cometer aún más errores, Eduardo solo tenía que prestar atención. Se estaciona unas calles antes de la casa de Carlos y avanza a pie. Eduardo pensaba que en la casa del difundo podría encontrar algo que le ayudaría a seguir avanzando en el caso, sabía que era algo ilegal allanar la casa de Carlos, pero necesitaba descubrir los secretos que guardaba este. Camino a la casa algo llama su atención y se detiene cerca de un árbol desde el cual observa cuidadosamente. Dos hombres salían de casa de Carlos con actitud sospechosa. Vestían de forma casual, no eran policías, al menos no lo parecían. Se dirían al auto que estaba estacionado al frente, cruzando la calle. Eduardo decide entonces regresar a su auto con cuidado. Una vez ahí el auto de aquellos sujetos sale de la calle rumbo a la avenida, el Periodista decide seguirlos. Tenía curiosidad de quienes eran, sabía que no eran policías, puesto que la comandancia estaba en la otra dirección. Eduardo los sigue a una distancia prudente y estos se dirigían camino a Cailas. El auto se detiene frente a una de las casonas del lugar, los sujetos bajan e ingresan. Eduardo toma algunas fotografías de los sujetos y del auto. — ¿quiénes serán esos tipos? — se preguntaba Eduardo. — Es evidente que no sol policías. Baja del auto y se acerca a de los sujetos. Nota entonces en el interior del auto una cámara fotográfica, era su cámara profesional la que le habían robado. Lo sabía por qué el color de la correa no era el original. Entonces supo que esos tipos habían sido los mismos que habían robados sus cosas. Se aleja lentamente y regresa a su auto. Cogió el celular y llamó a Pierina. — Necesito tu ayuda. — le dice. — ¿Encontraste algo? — pregunta la Mayor. — Si. Encontré a los tipos que robaron mis cosas en el hotel, los encontré revisando la casa de Carlos, salían de ahí, creo que encontraron algo, ahora están aquí en Cailas en unas casonas, por…. La avenida… Primavera. — ¿Cómo sabes que son los mismos que robaron tu Hotel? — Tienen mi cámara en su auto y algunas otras cosas del hotel…, pude acercarme sin que me vean. ¿puedes enviar una patrulla? — pregunta. — Si. Quédate ahí no hagas nada…, necesito que me digas la ubicación. Eduardo le da la ubicación y espera que vengan los oficiales. Pasaron alrededor de 10 minutos y los sujetos salen del lugar rápidamente, Eduardo se agacha para no ser visto, los sujetos sin perder tiempo encienden su auto y parten a toda velocidad. Eduardo hace lo mismo y va tras ellos. — Ya lo sospechaba… — dice Eduardo. EL celular suena, era el número de Pierina Este responde y activa el altavoz. — ¡Se están escapando, salieron disparados como si supiera que estaban yendo tras ellos! — explica con enfado. — ¿Qué intentas decir? — pregunta la Mayor. — ¡Los estoy siguiendo, no dejare que se vayan, van por la avenida… universal, creo que saben que los estoy siguiendo, tengo la placa y sus fotografías, Pierina! — No te expongas, Eduardo déjalos, ya con eso podremos encontrarlos. — ¡No, nada de eso, comiendo a pensar que no me estás diciendo todo…! — ¿A qué te refieres con todo? — pregunta confundida la joven Mayor de la policía. — Te he estado ayudando en lo que he podido, ¿acaso estás pensando que yo les avise? — ¡No lo sé, pero están pasando cosas muy sospechosas y no puedo confiar en nadie, me han estado siguiendo, me han robado, asesinaron a un posible testigo clave y se metieron a su casa a buscar algo…! — ¿tú que hacías allá ara empezar? — cuestiona. — ¡Lo mismo que ellos, tratar de encontrar algo que me lleve al asesino…, esos tipos saben algo o trabajan para alguien, no puedo dejar que se escapen! ¡te llevare las fotos después, no puedo distraerme! — le corta. El auto de los sospechosos dobla por una calle, y acelera adelantando a varios autos incluso pasándose un alto, Eduardo los sigue de cerca, pronto giran nuevamente en dirección otra calle y gira rápidamente para alcanzar la carretera hacia el sur. Eduardo los pierde por unos segundos, pero continua por la calle hasta lograr ver el auto a lo lejos doblando nuevamente, los sigue a toda velocidad pasándose unas señales de alto y causando problemas en la autopista. Los sujetos llegan a la carretera y aceleran perdiéndose entre los autos, Eduardo llega a la carretera del sur, pero es impactado por una camioneta. Los sujetos se pierden entre los autos mientras se alejan a toda velocidad. Eduardo baja del auto al igual que el conductor de la camioneta. —¡¡Mierda‼ — grita Eduardo enfurecido. — ¿Esta bien amigo? — pregunta el otro conductor. — No lo vi, disculpe fue mi culpa. — Definitivamente no es mi día… — dice renegando. Más tarde ese día. Con el auto impactado, pero aun funcionando Eduardo regresa a casa de Don Felipe. Ahí se sorprende al reconocer su auto estacionado fue de la casa del anciano que le estaba dando posada y prestando su auto. — No puedo creerte… — dice saliendo del auto y acercándose a la casa. Toca unas veces y sale Don Felipe. — Lo estaba esperando, — dice el señor con una sonrisa, — una joven vino de la ciudad a hablar con usted, dice ser periodista como usted, la dejé pasar, estábamos conversando. — Buenas tardes, Eduardo. Susan finalmente había llegado y había encontrado a Eduardo. Lo recibe de pie, desde el mueble en la sala cerca a la entrada. — ¿Qué haces aquí, Susan? — Bueno, estuve llamándote desde ya varios días y no respondes, no me dejaste otra alternativa que buscarte, y sabes que soy muy buena encontrando personas. — responde. — No, eres muy buena robando. — le dice caminando en dirección a la sala y tomando asiento en el mueble. — Creo que los dejare solos, — dice el anciano, — iré a comprar algo para comer, regreso en un rato. — No tiene que irse, ella ya se va… — le dice al anciano el Periodista. — No, aun no me voy. — Agrega Susan con seriedad. — Tu y yo tenemos que hablar. — Por cierto, — Eduardo ignora a Susan —… creo que dañe su auto, le prometo que lo arreglare, no es muy grave. — Tranquilo, chico, después arreglamos eso, ahora tengo que salir. — sonríe y sale de la casa. Eduardo suspira y se reclina en el mueble. Susan toma asiento. — ¿Cómo carajos me encontraste? — Pues esta vez fue muy fácil… — Le diré al jefe que despida a Gina, habla mucho para ser una secretaria. — Me costó convencerla…, pero de verdad tenía que hablar contigo, no puedes simplemente irte así, venir a este lugar y tratar de fingir que no hay cosas que tenemos que solucionar. — Solucionar nada…, todo está dicho, todo está hecho. Ya te dije no pienso exigirte nada, puedes hacer uso de ese trabajo de investigación tu sola…, es tuyo. Lo que es yo no quiero saber nada. — Fue un error, ¿sí? No pensé que reaccionarias así. No pensé que pensarías que todo lo que vivimos se redujo a solo trabajo…, ¿Qué me crees? — Una ambiciosa… sin corazón, sin empatía…, la lista sigue — dice con sarcasmo. — Eduardo, si te hace sentir mejor ya no me veras, acepte el trabajo en la competencia, pero me enviaran un tiempo fuera de la ciudad…, solo no quiero que termine así, sabes que te amé, aun te amo. — No seas ridícula… — dice poniéndose de pie y acercándose a la ventana. — Ahora no estoy para estas cosas, ¿de acuerdo? Has lo que desees, si te preocupa que te odie, pues no. Así que ahora, dame las llaves de mi auto y ve a la estación. — le dice. — ¿Te pasa algo? — pregunta Susana. — Te noto inquieto…, y cómo es eso que chocaste. — Estuve persiguiendo a unos sujetos sospechosos. — dice dirigiéndose a la cocina. Coge un vaso y se sirve agua del grifo. — …veo que te estas divirtiendo. — dice Susan. — No, esto dejó de ser divertido cuando asesinaron a un sujeto que pudo ser fundamental para resolver el caso. — dice bebiendo —… Necesito estar solo, ¿de acuerdo? Contigo aquí no puedo pensar y tengo mucho que pensar. — regresa al mueble y se sienta. Ella va tras él. — Me contó el señor Felipe que te robaron, — dice tomando asiento cerca el. — Si,… espera, ¿te contó eso? Dios mío…, ¿Cómo lo convenciste? — pregunta. — Nada, solo le dije quién era y que éramos colegas y me contó ya sabes cómo son los ancianos solitarios. — Si, pero debe aprender a mantener algunas cosas en privado. — se acomoda en el mueble. — Pues estas de suerte, te trate la computadora laptop que dejaste en mi casa, está ahí en el auto. — Pues gracias, eso me va a servir. — ¿y qué? ¿Estás en cero otra vez? — No. No estoy en cero, solo estoy algo estancado. — dice con desdén. — Como historia es muy buena…, creo que tienes más que suficiente. No juegues al detective, ya sabes que paso la última vez. — Eso es diferente, aquí no estoy persiguiendo a un narcotraficante. — No sabíamos que era un narcotraficante hasta que hicieron explotar mi camioneta. — dice levantando las cejas. — … Nunca te vas a olvidar de eso — dice caminando hacia la ventana. — Si sé que jugar al detective es peligroso, pero es la única forma de llegar al fondo, ensuciarse un poco más manos… ya sabes. — Me contó también que el supuesto “suicidio” pasó justo a tiempo, no es necesario indagar tanto para saber que hay gente peligrosa tras este caso. Eso descartaría a los menos poderosos envueltos. — Asumiendo que no se mató. — ¿Ya estas dudándolo? — se acerca a él. — No, pero no puedo probarlo. La policía tomó la declaración del niño, quien dijo que llamaron a su papá y que estaba nervioso, el caso esta en investigación, pero como me dijo Pierina… — Pierna… — Una Mayor de la policía local, me estuvo ayudando. — Ya veo. — …no hay suficiente como para determinar que fue un asesinato, el sujeto no tenía golpes más allá de los que se dio al caer del risco, tenía sus cosas, su dinero. — ¿y viajó cerca de 45 minutos para lanzarse del risco…? — comenta Susan. — Si, eso también es lo que están investigando… — su celular suena entonces. Era Pierina quien llamaba. — Eduardo, tienes que venir. El caso se resolvió. Carlos fue el asesino. — dice la mayor. — ¡¿Qué?! — dice sorprendido. — Ven, no puedo hablar por aquí…, date prisa, te espero en mi oficina. Eduardo le pide a Susan las llaves del auto, antes de irse escribe una nota y la deja en la mesa de centro para el Sr. Felipe. Susan insiste en ir con él, y este no pone mayor resistencia dado que quería ir con Pierina lo antes posible. En el auto le comenta a Susan lo que le dijo la policía por teléfono, lo que despierta aun mayor curiosidad en su ex novia y en él, quien no podía entender que estaba sucediendo. Se estaciona y bajan, rápidamente se dirigen a la comandancia, suben al segundo piso y ahí estaba esperándolos Pierina. Esta no estaba sola, fuera de su oficina estaba sentado el Sr. Jorge Domínguez, esto sorprende a Eduardo quien fija su mirada en el anciano hombre. — Espérame aquí…, — le dice a Susan quien se sienta a unos metros de Jorge en la misma fija de sillas de lugar. Pierina fija la mirada en Susan y ambas cruzan mirada. Eduardo ingresa con Pierina a su oficina. — ¿Qué es eso de que se resolvió? — pregunta confundido. — Estoy tan sorprendida que tú, — dice rodeando su escritorio y cogiendo un sobre que estaba ahí sobre el mismo. —… lee, lo trajo el padre de Fernandito. Eduardo mira tras el en dirección donde estaba el anciano, fuera de la oficina. — ¿Qué es? — dice tomando el sobre y abriéndolo. — Es la confesión y la carta de suicidio de Carlos Gonzales. — ¡¿Qué?! — exclama sorprendido. Abre el sobre rápidamente. Sala una hoja de papel doblada en dos y escrita hasta la mitad de la hoja y algo mas. — Léela… — dice Pierina tomando asiento. “Mi nombre es Carlos Raúl Gonzales Esquivel, tengo 51 años, hace 14 años encontré a un niño caminando solo en los alrededores de Cailas, estaba jugando solo en la cancha de futbol que había por San Agustín de Cailas, convencí al niño de que su papá había tenido un accidente, yo sabía quién eras, habíamos trabajado juntos unas cuantas veces, así que fue fácil convencerlo de que me siguiera… lo lleve al puerto, tenía acceso a los almacenes, así que lo lleve a uno de los almacenes vacíos y más alejados cerca de donde están los barcos malogrados y donde casi nadie va a esas horas, estábamos solos. El pequeño comenzó a sospechar que algo no estaba bien y se asustó, quiso irse, pero no lo dejé, gritó y lo hice perder el conocimiento con un golpe en la cabeza, se desmayó y abusé de él, luego de eso me di cuenta que estaba sangrando mucho, para cuando entre en razón estaba muerto, me desespere, yo no quería matarlo, solo tocarlo un poco, juré que sería la primera vez y la última. Dejé el cuerpo ahí y me regrese a mi bote, quería irme pero pensé que me encontrarían, me asuste en pensar que podría pasar cuando encuentren el cuerpo, las investigaciones, así que cogí una cierra que usaba para cortar las tablas que utilizaba para arreglar botes, regresé y lo descuarticé, parte por parte quería arrojarlo al mar, en distintos lugares, pero cuando había terminado escuchaba patrullas y me entere por unos pescadores que estaban por ahí que estaban buscando al niño, me asuste y decidí meterlo en una bolsa y llevarla a mi bote, limpie todo el lugar, me tarde todo el día siguiente, nadie fue a trabajar así que estuve solo, logre que quedara limpio, cerré el lugar y espere en mi bote a que sea la hora en que normalmente salían algunos pescadores, cerca de las 3 de la madrugada me embarque en el mar y solté el cuerpo en la bolsa, pensé que las olas lo perderían en lo profundo del mar, en lo más lejano, pero a la mañana siguiente apareció en la playa, simplemente continúe como si nada pasara, nadie me vio, nadie sospecho de mí, ni lo harían. Pero hoy que me llamaste para decirme que te habían preguntado por mí, porque alguien me había visto con mi bote arrojando algo al mar hace 14 años cuando tu niño desapareció, me di cuenta que tenía que confesar, y que esto no podía quedar sin justicia, he pasado los últimos 14 años lamentándome y sufriendo en silencio, atormentándome día con día, he tomado la decisión de poner fin a mi dolor y acabar con mi vida, la vida que le robo a la tuya un hijo. Amo a mii hijo, pero cada vez que lo miro a la cara me atormenta el pasado. Adiós, Jorge, amigo, espero me perdones. A mi hijo, díganle que lo amo y que me disculpe también”. Eduardo no podía creer en lo que leía. — Esto es… esto es. — dice sorprendido y tomando asiento. — … Es que es ridículo… ¿así de simple? — sí, me quede igual al leerla…, y si, Jorge te mintió, si conocía al hombre de la foto. Le pregunté y me dijo que fueron amigos cuando trabajaban en el puerto, que lo había visto unas veces cuando venía a comprar pescado y que él le dio su número la última vez que lo vio hace unos 6 meses atrás. — ¿Cuándo le dio esta carta? — pregunta. — Al parecer la dejó bajo su puerta ayer en la noche, él no la vio hasta llegar hoy y barrer. A penas terminó de leerla la trajo, pues sabía que estábamos investigando lo relacionado a su muerte. — ¿y los sujetos que vi en su casa? — pregunta. — Dijiste que me traerías las fotos y el número de la placa, lo vamos a investigar y a relacionar con el robo de tu Hotel. No parece estar relacionado directamente, vamos a investigarlo, Eduardo. Lo que respecta al caso de Fernando creo que podemos darlo por cerrado…, — extiende la mano para que le regrese la carta. — Vamos a hacerle los análisis correspondientes y creo que podríamos cerrar el caso, al final creo que todos quedaran conformes, algo de paz para ese niño y sus familiares. Eduardo se queda en silencio, pensando, tratando de asimilar lo que estaba pasando. — Necesito hablar con el señor Jorge. — dice poniéndose de pie y regresando el sobre. — No, Eduardo. — responde Pierina —, él no quiere hablar con nadie más. Me dijo literalmente que solo vino a dejar la carta por que explicaba que el hombre en la morgue se suicidó y fue también el que asesinó a su hijo, me dijo que quiere cautela con el tema y que no necesita abrir más la herida, para él su hijo ya descansa en paz. Solo tengo que hacerlo firmar unas formas y podrá irse. Por favor no lo molestes. — Es que…, — señala el sobre en manos de Pierina —, todo es tan preciso. Justo a tiempo y perfecto, — sonríe —, es como si se mataran dos pájaros de un tiro, ¿no? — Es una analogía un poco innecesaria tomando en cuenta el tema, Eduardo. — Nada de eso, es precisa. Se suicida este sujeto, escribe una carta confesando…, el padre del niño era amigo de él, lo llamo para avisarle que lo buscaban si saber que él había perpetrado el crimen, basta saber eso y este sujeto toma la fatal decisión..., he leído historias malas, esta parece escrita por alguien muy poco imaginativo. — Entiendo que te parezca extraño… — ¿Y a ti no? — Pregunta exaltado —, Por favor, Pierina. — dice dando unas vueltas tratando de pensar y calmarse. — Eduardo cuando trabajas en homicidios ves casos como estos todos los días, y casi siempre se resuelven de las formas más extravagantes, una carta, una llamada, una huella, una servilleta… una canción en un celular. Entiendo tu reacción y tu deseo que hubiera algo más “llamativo”, “Entretenido” … Eduardo la interrumpe. — ¿Intentas decir que lo que me interesa es que la historia que quería contar fuera entretenida? — dice con indignación. — Es lo que parece… no aceptas que ya el caso se cerró, solo… hubo un asesinato, una investigación, una confesión y al final el asesino murió. Listo. — dice cruzando los brazos. — Bueno…, no quiero discutir contigo. Quizá tengas razón, quizá exagero, — exhala lentamente, — voy a contarle a Don Felipe, estará alegre de saber que sucedió al final, ojalá tenga paz. —se dirige a la puerta. — Trata de descansar y ordenar tus ideas, ha sido un día complicado. Envíame las fotografías y la matricula lo antes posible. Recuerda que voy a seguir investigando, esos que perseguiste, y que te robaron tienen que ser encontrados. — Si, aunque ya no importa, solo son cosas y tal vez casualidades… — sonríe y abre la puerta. — Gracias por llamarme, Pierina. — Ve con cuidado, durado. Te mantendré informado. Eduardo sale de la oficina y cruza miradas con Jorge quien le sostiene la mirada casi sin emociones en ella, gira y le indica a Susana con una mirada que es hora de irse. Ambos salen de la comandancia y se suben a auto. Un enfadado e insatisfecho Eduardo golpea varias veces el timón de su auto preso de impotencia. — Tranquilo…, — le dice Susan. — ¿Qué sucedió? — pregunta. Eduardo le cuenta lo que sucedió al interior de la oficina. Susan al igual que él pensaba que era un poco extraño el orden de los sucesos, y que había circunstancias que no quedaban del todo cerradas. — ¿Qué harás? — ¿Qué puedo hacer? Lo único que se hacer, buscar debajo de las rocas. — ¿A qué te refieres? — pregunta Susa. — Si me quedara con lo que me dice la policía y con la primera impresión no sería nada profesional — Enciende el auto. — ¿Dónde vas? — pregunta. — Esos tipos entraron a una casona en la avenida primavera, — sale del estacionamiento rápidamente —, algo deben saber de ellos. Si los encuentros podrían llevarme a quien está detrás de todo esto. Mi instinto me dice que las cosas no son tan simples como me las quieren mostrar. Eduardo conduce hasta las casonas donde en la tarde había visto entrar a aquellos hombres sospechosos. Se estaciona a una calle de distancia y apaga las luces de su auto, siendo ya de noche solo las luces tenues de la calle iluminaban el solitario lugar. — Necesito que te quedes aquí, — le da la cámara — observa todo y si ves algo sospechoso o a un par de sujetos me escribes un mensaje de texto. — dice saliendo del auto. — Estas loco…, — le dice sonriendo. — No te metas en líos, ¿de acuerdo? — No te preocupes, — dice mirando a su alrededor. — se saca la casaca marrón que tría y se queda en camisa, toma los lentes de Susan y se los coloca. — Oye… no voy ver bien sin esos. — Usa la cámara. Avanza en dirección de la casona. Se acerca al lugar y escucha unas voces el interior, ingresa al lugar, las rejas estaban abiertas, cruza por un pasillo hasta el claustro interior del lugar, había un tipo de bar ahí a unos metros del jardín interior en una de las casas, se podía ver unas mezas, luces y música. En el segundo piso parecía no habitar nadie, todo está apagado. Era un pequeño bar llamado La casona, No era un lugar grande, pero era bastante llamativo. Eduardo se acercó y tomó asiento en una de las mezas que estaba cerca de la puerta, pronto un mozo se acerca a él. — ¿Una cerveza amigo? — le pregunta. — Si, gracias. Eduardo observa el lugar, no logra ver a ninguno de los sujetos que buscaba, en el interior del bar solo había unos 5 o 6 clientes que conversaban y oían música en la vieja rocola del lugar bajo la tenue luz amarilla del lugar adornado con viejos cuadros de época. El mozo le trae la botella de cerveza y un vaso a Eduardo. — Una pregunta. — dice el periodista al joven mozo. — Dígame. — Estoy esperando a unos amigos…, me dijeron que estarían aquí desde temprano, pero no los veo, quizá ya se fueron. — Han venido muchos clientes hoy… — responde el Mozo. — Estos son fáciles de reconocer, uno es corpulento, es gordito, alto, siempre usa una gorra, es que es calvo… — sonríe. — El otro es alto, barbón…, casacas negras, Jeans… estoy seguro que iban a venir hoy. — Pues… creo que si se quiénes son. Bueno, uno de ellos, el gordito que dice… — ¿Vino hoy? — pregunta. — Si, vinieron ambos, estuvieron unos 15 minutos, pero se fueron rápido, dejaron sus cervezas pagadas incluso… — explica el mozo. — Ya veo, me dijeron que venga a verlos que estarían aquí…, ¿vienen seguido? — pregunta. — El gordito si, su amigo con el que vino hoy no lo había visto. — Si, el gordo vive por aquí a unas calles, pero me dijo que los viera hoy, pero creo que se fueron. — Ya regresaran… — serie el joven — si desea algo más, me llama. — De acuerdo. — dice sirviéndose un vaso de cerveza. Mientras fuera, algunos minutos mas tarde. Susan observa a su alrededor. Un auto se acerca por la avenida, esto llama la atención de Susan quien logra ver a dos sujetos en el interior del vehículo. Estos se estacionan a una calle del lugar, y parecen esperar ahí. Susan logra verlos con ayuda de la cámara, eran los mismos de las fotografías que había tomado Eduardo y estaban en la cámara. Susan le envía un mensaje a Eduardo avisándole de que los tipos habían regresado y estaban afuera. Que saliera rápidamente. Eduardo lee el mensaje y sospecha que quizá alguien les había avisado, observa al mozo y este lo estaba mirando fijamente. Eduardo llama al mozo y este se acerca. — ¿Cuánto te debo? — pregunta. — 5 billetes, — responde siendo. — ¿ya se va, amigo? — pregunta. — Si, mis amigos creo que ya no volverán y bueno, mejor los busco en otro lugar. — Quizá vengan pronto… — Quédate con el vuelto, muchas gracias. — rápidamente se dirige a la salida de la casona. Eduardo sale caminando lentamente y dobla a la derecha en dirección al auto, donde Susan ya lo tenía encendido. Frente a él el auto de los sujetos extraños encendía el motor. — ¿Es él? — pregunta uno de ellos, el gordo. — Si, lentes y camisa azul, — responde el otro. — Vamos, síguelo. — rastrilla su arma entre sus piernas. Eduardo apura el paso al oír el motor del auto, Susan avanza para alcanzarlo y este sube rápidamente, los sonidos de unos disparos y los impactos en el capot del auto asustan y hacen gritar a Susan quien retrocede a gran velocidad, desde el otro vehículo el sujeto de barba comienza a disparar. — ¡Acelera! — grita Eduardo —¡¡Síguelos‼ — Dice el sujeto que disparaba. Susan sale al cruce y a toda velocidad gira para tomar la calle camino a la avenida. Tras ella los sujetos la siguen disparándole al auto, la luna trasera se rompe por el impacto, los gritos de Susan y el sonido de los tiros retumbaban por la solitaria calle. — ¡¡No bajes la velocidad‼ — Indica Eduardo desde la parte trasera del auto. Se inclina y toma la cámara que estaba en el asiento del copiloto, aprovecha en tomar unas fotografías de os sujetos quienes seguían disparándolo desde varios metros atrás esquivando algunos autos que estaban en la calle. Una vez en la avenida, trata de adelantar a los demás vehículos, pero perder a los matones, pero estos rápidamente acortan la distancia entre ambos autos. — ¡¿A dónde vamos?! — pregunta Susan muy asustada. — ¡Sigue, sigue, no te detengas! ¡Hay una salida a unos kilómetros, a la derecha nos lleva al muelle, por ahí es oscuro y podremos perderlos! — ¡Esto está mal, muy mal! —- dice Susan. Conduce entre los autos y al acercarse a la salida, Eduardo le dice cuando girar, lo hace casi rosando un bus que estaba por pasar, esto hace que los sujetos que los perseguían tuvieran que detenerse unos instantes, Eduardo y Susan avanzan a toda velocidad por la salida camino al Muelle. El auto de los hombres sospechosos toma el desvió unos segundos después y aceleran a toda velocidad. El camino era de una sola vía y bastante oscuro, conectaba el centro de Cailas con el muelle, la playa y el puerto, estaba rodeado en su mayoría por zonas no habitadas, rurales, se utiliza para llegar más rápidamente desde de la costa a la carretera principal. Es una carretera ondulada y con pocos cruces, pero es bastante solitaria y oscura. — Están lejos, sigue sin bajar la velocidad — Dice Eduardo. — ¡¿Cómo los perderemos?! — pregunta Susan aun asustada. — Mantendremos las luces apagadas y mantén la velocidad, pasé por aquí algunas veces sé que hay un camino más adelante que lleva a un tiradero de basura cerca de la playa, lo tomaremos y con algo de suerte los perdemos. — ¿Crees que funcione? — pregunta Susan mirando las luces del auto tras ello acercándose lentamente. — No se me ocurre otra cosa…, ¡es por allá!… — Eduardo señala a una salida que se abría antes de una curva, fuera de la calzada, un camino de tierra que atravesaba una llanura. — ¡¡Apaga las luces delanteras! ‼ — ¡Casi no veo nada…, está muy oscuro! — ¡Hazlo, solo sigue recto! — ¡Este camino tiene muchas rocas, se dañará el auto! — Dice tratando de mantener la velocidad y sobrellevar los golpes de las llantas con las muchas piedras que no faltaban en ese rustico camino. En el otro auto los dos sujetos se percataron de que se salieron de la carretera y los siguen por el mismo camino que estos tomaron. — ¡¡Están viviendo no funcionó, carajo carajo carajo‼ — exclama Susan. — ¡Mierda! El Auto golpea una roca picuda y esta daña la llanta, haciendo que Susan pierda el control. —¡¡La llanta‼ — Exclama la conductora. — ¡Estamos jodidos…, ¡No hay más que hacer, tenemos que bajar del auto! — ¡¿Estás loco?! — dice Susan intentando acelerar y recobrar la estabilidad del auto. La llanta estaba destruida, se había dañado el aro y la suspensión. Rápidamente se bajan del auto, Eduardo coge del brazo a Susan y salen corriendo en dirección a unas rocas que estaban por el lugar. Todo a su alrededor estaba muy oscuro, era una ventaja. Dejaron las luces el motor encendido. El auto de los sujetos extraños llega en unos pocos segundos. Ambos bajan rápidamente y se acercan al auto observándolo con cuidado armas en mano. — No pueden haber ido tan lejos — dice el de barba a su compañero. Ambos miran alrededor, estaba oscuro, pero lograba verse ligeramente las piedras, los árboles secos alrededor y a lo lejos, las luces del puerto de Del mar y de Cailas con dificultad debido a la niebla. — ¡¡Vamos a matarte, hijo de puta‼ — grita el gordo disparando al auto y riendo. Algunos metros de ahí, Susan y Eduardo están acostados en la tierra tratando de ocultarse bajo el follaje seco del lugar y algunas rocas. Este le cubría la boca para que no fuera a gritar o a hacer algún ruido. Eduardo pensaba en cómo podrían salir de ese problema que parecía ser inevitable. — Voy a intentar…— le susurra —… llegar así auto, necesito que lances esta roca lejos, unas veces, se acercaran y cuando estén distraídos llegare a su auto. — ¿para qué quieres llegar a su auto? — pregunta. — No podrás robarlo. — No es eso, cuando me acerqué a su auto esta mañana vi atrás un arma, una escopeta, bueno, el mango. Debe estar ahí aun, y si no… — — Que… — Pensare en algo, solo lanza la roca cuando llegues al número 50… — dice y comienza a arrastrarse lentamente en dirección al auto de los sujetos quienes rebuscaban por el lugar y hablaban entre ellos. — uno, dos, tres… — Cuatro…, cinco…, seis… Eduardo se acerca lentamente tratando de no hacer ruidos, aprovechando la oscuridad y los matorrales, dado que las luces de los autos estaban encendidas eso hacía más difícil poder ver muy mejor alrededor. Logra acercarse bastante, Susan llega a 50 y lanza la pierda muy fuerte, esta cae sobre unas piedras y rebota unas veces. El barbón y su compañero gordo giran rápidamente en dirección al sonido y dan unos tiros a ciegas. — ¡Mierda! — grita el barbón — No veo un carajo. — Dispara contra las luces del auto de Eduardo y así logra poder ver un poco más. — ¡¡Salgan‼ — Exclama. Eduardo ya estaba justo detrás del auto de los sujetos. Se asoma con cuidado y abre la puerta trasera del auto, rebusca entre las cosas ahí tras el auto, entre ellas sus pertenencias. La escopeta estaba justo ahí, la toma y revisa para verificar si estaba cargada. Para su mala suerte no estaba cargada. — ¡Mierda, me quede sin balas! — reniega el sujeto de barba revisando su revolver. — Hay más, en la guantera, recarga rápido, tráeme algunas, a mí me debe quedar dos tiros como máximo ¡ve! — ordena el gordo.
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