LAS SOMBRAS DE LA OSCURIDAD
Siempre sintió desde su más temprana edad que allí en la oscuridad había algo más que falta de luz, era una sensación que le producía miedo, como si una extraña fuerza maligna estuviese al asecho esperando el momento de dar el zarpaso y hacer daño por el solo hecho de hacerlo. Por ese motivo nunca pudo dormir sin dejar una luz encendida en el dormitorio.
Luego…cuando amanecía aquel sentimiento desaparecía sin dejar rastro, ya no se acordaba de haberlo sentido con intensidad, es más… ni siquiera de haberlo vivido, por lo que jamás, pudo comentarlo con nadie ni preguntarse por su costumbre de dejar una luz encendida.
Una especie de amnesia diurna, como si la luz borrase todo aquello que la oscuridad producía en su mente perturbando su descanso cada noche.
Sabía con seguridad que aquello no era cuestión de su imaginación, la muerte sin explicación de algunos de sus animales domésticos por la noche eran un misterio irresuelto en su vida, el canario muerto dentro de su jaula, igual que el gato que apareció muerto en el galpón del fondo y el cadáver de Capitán el ovejero alemán en la terraza.
Ellos tenían algo en común… a todos les faltaban los ojos.
Los acontecimientos fueron todos en noches cerradas, el cielo completamente cubierto por nubes, de manera tal que ni estrellas ni luna podían dar un mínimo vestigio de luz.
Abel vivía solo en su casa y como buen amante del silencio y la tranquilidad había elegido un lugar lejos del pueblo ideal para un amante de la lectura.
De profesión docente daba clases de literatura en una sala especialmente destinada a tal efecto. Sus alumnos eran todos del pueblo y llegaban hasta allí atraídos por la fama de buen maestro que Abel se ganó en sus años como docente en el pueblo.
Entre sus discípulos estaba Elio, un muchacho no vidente por el cual sentía gran estima, valoraba profundamente su esfuerzo y las ganas que le ponía por aprender a pesar de sus limitaciones con respecto al resto de sus alumnos que podía ver y que venían en vehículos (autos y motocicletas) mientras que Elio lo hacia caminando los tres kilómetros desde el pueblo ayudado únicamente por su bastón blanco.
Elio era el primero en llegar y el último en irse.
Esa tarde oscurecía muy rápido, el invierno y el cielo cubierto de nubes favorecían la falta de luz y muy pronto todo quedó sumido en una profunda oscuridad.
El miedo llegó de prisa a la mente de Abel que pensó inmediatamente en la seguridad de Elio quien debía volver caminando al pueblo.
Y entonces… no pudo más que ofrecerle la seguridad de su hogar, sin embargo, el muchacho no aceptó y a pesar de la preocupación de su maestro y del relato sobre sus animales domésticos decidió el regreso sin poder disimular la sonrisa que se dibujó en su rostro al mismo tiempo que le dijo… No te preocupes yo soy parte de esa profunda oscuridad.
Mis ojos no tienen nada de atractivo para las sobras de la oscuridad.
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Ricardo "Cocho" Garay
"Sólo soy un soplo de vida en la eternidad"