Detrás de Derek había dos hombres del tamaño de un armario empotrado. Llevaban las caras tapadas. Vestían de negro. Y ambos empuñaban un arma, en mitad de la calle y a plena luz del día.
Por escasos momentos, había creído que Derek tampoco había podido resistirse a la idea de girarse para volver a verme, pero mis ilusiones se disiparon de golpe al presenciar a los dos sicarios amenazarlo con sus pistolas.
No. Derek no se había girado para verme, sino para asegurarse de que yo no lo hacía. Ahora me miraba arrepentido por mi gesto. Parecía que le dolía no poder borrar de mis ojos esa escena. Era terrible para los ojos de cualquiera.
Mi cuerpo estaba paralizado por el terror y un grito se ahogaba ahora en mi garganta. Pude ver a Derek articulando palabras con los labios pero sin sonido alguno. Vete. Me decía. Vete. Y con la mirada casi me imploraba que lo hiciera.
No podía hacerlo. Mis piernas se negaban a obedecerme. Estaba bloqueada.
Mis ojos empezaron a enrojecer mientras se humedecían. Quería poder evitar lo que estaba a punto de ocurrir.
Los sicarios ni siquiera me miraban. Parecía que encima les gustase tenerme como espectadora. No sabía que hacer. No había nada que yo pudiera hacer…
-¡Corre Rowan! –me gritó Derek desesperado.
Mi cara terminó de palidecer. Todos mis sentidos se pusieron en alerta. Escuché dos detonaciones estridentes en mi cabeza, y después de eso, se hizo el silencio.
Y tras unos segundos de confusión…
-¡Nooo…!
Escapó, finalmente, el grito que pugnaba por salir de mi garganta.
Me llevé las manos a los oídos, y vi como los asesinos echaban a correr, como alma que persigue el diablo.
El cuerpo de Derek se desplomó sin vida en el pavimento manchado por su propia sangre. Tenía el pelo ensangrentado, y en el pecho de su camisa, había comenzado a formarse una mancha oscura. La escena era aterradora.
Salí de mi encantamiento, o mejor dicho, de mi terror interno y corrí desesperada hacia su cuerpo inerte. No sabía que era exactamente lo que me impulsaba a correr. Si mi juramento como médico, mi afán por ayudar a otras personas o la extraña sensación de complicidad que me hacía sentir él.
-¡Derek!... ¡Derek!... –exclamé yo alcanzando su cuerpo.
Me agaché para comprobar su estado y valorar el alcance de los disparos. Mis vaqueros se mancharon de sangre. De su sangre. Pero no me importó. Tenía que devolverle la vida.
La gente empezaba a hacer un círculo alrededor de la escena. ¿De dónde salía tanta gente ahora? Si hasta hace un momento parecía que no había nadie más que nosotros allí. ¿A qué estaban esperando? ¿Por qué nadie hacía nada? ¿No se daban cuenta de la gravedad de la situación?
-¡Dejad de mirar! –Les chillé, fuera de mí, con rabia hacia todos ellos -¡Llamad a una ambulancia!
Mis dedos buscaban en el cuello de Derek el latido de su corazón. Un débil suspiro de vida. Cualquier cosa que no lo alejase… ¿que no le alejase de mí, iba a decir?…
Pero nada. No aparecía nada.
Dos disparos y a quemarropa…
Imposible sobrevivir.
Tenía un disparo en el lateral derecho de la cabeza. Parecía muy grave. Otro en el pecho. Dos disparos mortales. Era casi imposible, aquí en medio de la calle, averiguar si había órganos vitales dañados. Necesitaría un Rx de tórax. Una resonancia magnética tampoco estaría de más. Un Tac craneal. Sí. Con eso de momento tendría suficiente para valorar su gravedad.
¿Y la ambulancia? El corazón de Derek necesitaba epinefrina…
Y el torrente sanguíneo heparina para que no se formaran trombos…
Y antihistamínicos para limpiar las heridas…
Y antibióticos para las infecciones internas…
¡Me estaba volviendo loca! ¿Por qué no llegaba la ambulancia?
Llevada por el pánico del momento, decidí acercar mi rostro al de Derek. Buscaba un débil aliento de vida. Tampoco tuve suerte. Solo conseguí manchar también mi camiseta con su sangre.
Con mis manos también manchadas, abrí la boca de Derek, y acerqué la mía para introducirle aire y conseguir que volvieran a funcionar sus pulmones. Sus labios todavía estaban calientes. Solté la primera bocanada de aire, y esperé…
Un segundo, dos segundos, tres segundos, cuatro segundos, cinco segundos…
Volví a repetir la misma acción, y otra vez esperé.
Un… dos… tres… y…
…Encontré el latido que buscaba.
Derek expulsó el aire y luego volvió a tomarlo sin mi ayuda. Seguía inconsciente, pero su cuerpo ya había comenzado a librar una dura batalla para volver a la vida.
¡Por fin! Pensé.
-Estás vivo… -le susurré aliviada, consciente de que no podía oírme, mientras las lágrimas volvían a mis ojos.
¿Qué estría pensando la gente? Igual creían que luchaba por la vida de mi marido o algo parecido. A la gente le gustaban estos chismorreos.
Nadie se acercó en ningún momento. Ni tan solo a pronunciar alguna palabra de preocupación o de aliento. En esta ciudad todo funcionaba así. Nadie se involucraba en los problemas de otro.
¿Por qué no llegaba todavía la ambulancia?…
Tras algunos minutos más, que a mí me parecieron horas, llegó la tan anhelada ambulancia. Con la sirena puesta, y las luces de emergencia encendidas, se abrió paso entre la multitud de gente, que se había congregado. Después de parar el vehículo, se abrieron las puertas traseras y de allí salieron una auxiliar y un técnico sanitarios. La chica de unos veinte años que debía de estar en prácticas, y un chico de unos treinta años que cargaba un enorme maletín de primeros auxilios. Tras ver la escena, la chica miró asombrada al compañero. Él sin dudar, se acercó a Derek y a mí, para ponerse al corriente de lo ocurrido.
-¿Qué ha pasado? –me preguntó.
Primero le mostré mi acreditación como neuróloga del Hospital Joseph Ducuing. Después, sin tenderle la mano, pues las tenía ensangrentadas, le expliqué rápidamente el pronóstico grave del paciente.
-Es un herido de bala. Tiene dos disparos. El primero en la cabeza ha causado un traumatismo craneal. No parece haber perforado la masa encefálica. El segundo en el tórax, con orificio de salida en la espalda. Posible traumatismo de costilla y omoplato izquierdo, por el color de la sangre no creo que haya lesión arterial. He detenido la hemorragia externa, ejerciendo presión sobre la herida. No he valorado si hay algún órgano dañado. No parece haber hemorragia interna y sus constantes son débiles.
Tras el parte, se le suministraron a Derek un calmante endovenoso, la epinefrina que yo había indicado y el antibiótico. La auxiliar limpió con los antihistamínicos las heridas causadas por las balas, y las tapó con apósitos estériles. Yo le entubé para que recibiera respiración artificial, mientras el técnico monitorizaba su ritmo cardíaco.
Aparentemente estaba estable, pese a la gravedad de sus lesiones.
No me separé en ningún momento de su lado. Él tampoco recuperó la conciencia en ningún momento.
La auxiliar tras terminar las curas, recogió el maletín, y lo depositó en el vehículo. Luego entre ella y su compañero tendieron a Derek en la camilla y lo taparon con mantas isotérmicas, para introducirlo en la ambulancia con destino al hospital.
-Derivadlo al Joseph Ducuing. Reservaré quirófano por teléfono, y le ingresaré a mi nombre.
-El hospital más cercano es el Universitaire de…
-Ya lo sé –le interrumpí antes de que pudiera terminar la frase –Pero soy la única que puede identificarle ahora. No lleva documentación encima, y está el tema del intento de asesinato. En Joseph Ducuing me haré cargo personalmente de su bienestar. Yo haré los trámites pertinentes con la policía.
Aclarado ese punto, introdujeron a Derek en la ambulancia, mientras yo limpiaba mis manos con una toalla que me había ofrecido la auxiliar, previamente. Después volvió a sonar la sirena del vehículo, y las luces de emergencia se volvieron a encender. Yo, en mi coche, me puse en marcha tras el vehículo sanitario, dirección al hospital, donde me encargaría que el corazón de Derek no dejase de latir de nuevo.
También tenía curiosidad por averiguar algunas cosas sobre su misteriosa persona. Como por ejemplo: ¿por qué habían intentado matarle?
¿Sería algo casual?
¿Un ajuste de cuentas?
Aparentemente, no tenía el perfil de una persona con ese tipo de problemas, pero a veces… las apariencias engañan…