DESTACADO
Betty subió al ómnibus colmada de dudas e inquietudes. No era un viaje cualquiera, por supuesto que no. Ese viaje de seis horas, que era el tiempo que duraba el trayecto desde su ciudad hasta Mar del Plata, la llevaría a reencontrarse con su compañera de banco durante los cinco años de la escuela secundaria y a quien no veía desde hacía treinta años.
La encontró en Facebook, la famosa y tan actual red social. Fue una enorme sorpresa ver su nombre mientras buscaba amigos. Había dos personas que se llamaban exactamente igual y ella no tenía ninguna fotografía personal en su perfil, sólo un paisaje apacible, pero pudo identificarla por la edad y el lugar donde había cursado sus estudios. Le solicitó amistad y muy pronto comenzaron a intercambiar recuerdos, aunque con algunas pausas que Betty atribuía quizás a un exceso de trabajo de su amiga. Patricia fue quien finalmente le propuso encontrarse en Mar del Plata. Iba a ser la primera vez que viajaba sin su familia, pero tomó la decisión alentada por su esposo. Serían apenas cuatro o cinco días, mas como lo hacía con algo de culpa, dejó su casa organizada y con comida preparada suficiente. Eso la tranquilizaba.
Después de transcurridas algunas horas de viaje, volvió a revisar por segunda vez la documentación que llevaba en su cartera, el comprobante donde constaba el pago del hotel y algunas fotos que había elegido entre tantas, recordando el paso de ambas por la escuela. ¡Cuántos recuerdos y anécdotas! ¡Cuántas cosas tendrían para charlar, reírse y porque no, llorar juntas! Betty estaba muy entusiasmada con el reencuentro; cerró los ojos y dormitó un rato largo, cuando los abrió ya estaban entrando a la hermosa ciudad balnearia. Era verano, por la ventanilla veía gran cantidad de gente portando sombrillas y reposeras dirigiéndose a la playa. Su amiga Patricia, Pato la llamaban cariñosamente, sabía a qué hora llegaba y por cual empresa de autobuses viajaba, de modo que al bajarse la buscó entre la gente que había ido a recibir a sus familiares pero no la encontró. Decidió esperar un rato pensando que quizás había tenido algún contratiempo. Beatriz era consciente que debía corregir algo que consideraba una debilidad en su personalidad, y esto era esperar que el otro hiciese lo que ella hubiese hecho en iguales circunstancias. Y cuando esa expectativa no se concretaba sentía lo mismo que en ese momento, una gran frustración sumada a una dolorosa decepción. Sabía que existían imponderables, pero no lo podía evitar.
Tomó un taxi y fue directamente al hotel. Hacía muchísimo calor y el sol abrazador del mediodía hizo que se quedara en la habitación; pidió algo fresco y esperó pacientemente para llamar a su amiga, no quería ser inoportuna dado el horario. Aprovechó para avisar a su familia que había llegado bien, leyó algunas páginas de una novela policial que había llevado, pero no se podía concentrar. No había caso, estaba ansiosa y quería verla, reconocerla, abrazarla. Hizo mil conjeturas, hasta que no pudo soportar más la espera y, sentada sobre la cama al lado de su maleta, con su teléfono celular llamó a la casa de Pato:
- Hola - Se escuchó del otro lado de la línea. La voz lánguida era la de un joven.
- Buenas tardes. ¿Es la familia Acevedo?
- Sí. Aquí es.
- Soy Betty, una ex compañera de escuela de Patricia. ¿Me podés pasar con ella?
- Mi mamá no puede hablar ahora. Se encuentra meditando - Respondió el joven con voz apacible y distante.
- ¿Medit…? ¿Perdón…, sabés cuándo podrá estar disponible?
- Depende señora. Cuanto más profundo se mete en sí misma, más tarda en volver de su viaje introspectivo. Pueden ser treinta minutos como varias horas.
***
Fue tal la sorpresa que Betty no supo que decir por varios segundos. El único inexpresivo “Hola” que alcanzó a oír del otro lado de la línea la volvió a la realidad. Solamente atinó a decir:
- Bueno, gracias igual… En todo caso pruebo de nuevo más tarde - Y dejó deslizar su mano con el teléfono desde la oreja hasta su regazo lenta, incrédulamente, mientras su cabeza trabajaba sin parar.
¿Patricia, su íntima amiga Pato, cómplice de mil diabluras y compañera fiel como pocas, no había ido a recibirla a la terminal porque estaba meditando? ¿Se hallaba en un viaje introspectivo del que podía tardar horas en volver? No le cabía en la cabeza.
De todos modos y aunque la desilusión insistía en morderle el alma con saña, Betty puso todo de sí para otorgarle a su amiga el benévolo beneficio de la duda. La Patricia que ella recordaba claramente era una chica traviesa, vivaz, inquieta. Nunca habría podido imaginársela en meditación profunda. ¿Habría cambiado de religión? ¿Estaría influenciada por otras personas, nuevas amistades, su pareja? Quién sabe, pensó. Tal vez simplemente se había despistado y olvidó que ella llegaba. Después de todo, habían transcurrido treinta años y en ellos pudieron haber pasado muchas cosas.
Se recostó sobre las almohadas y prendió la televisión con el volumen muy bajo, sin prestarle el más mínimo interés a la programación. Recordó que por Facebook le había enviado toda la información de su viaje por privado, incluyendo los datos del hotel donde se hospedaría. Quizás llamara en cualquier momento. Es más, seguro que llamaría en cualquier momento, disculpándose efusivamente por su omisión. Dejó de mirar las imágenes de la pantalla para ponerse a mirar fijamente al teléfono, como alentándolo a sonar.
No supo en que momento la venció en cansancio (se había tenido que levantar a las cuatro de la madrugada para tomar el ómnibus) y se quedó dormida así como había llegado. Cuando se despertó sobresaltada, miró su reloj y vio que eran más de las seis de la tarde. Con una profunda tristeza deshizo su valija, acomodó su ropa y decidió darse una ducha. Al salir del baño pasadas las siete de la tarde, consideró que había transcurrido tiempo suficiente. Volvió a llamar a su amiga.
- Hola - Le respondió del otro lado de la línea el mismo joven de antes, con el mismo desaliento.
- Hola, discúlpame, soy Betty otra vez, la que llamó hoy más temprano. Quería saber si tu mamá ya está disponible.
- Sí, ya hace un rato que regresó. Espere que le doy con ella.
Los siguientes diez segundos le parecieron una eternidad. Pudo escuchar un suave murmullo de voces, tubos acústicos que sonaban distantes con melodiosa cadencia al chocar entre ellos, y de repente, como tomaban el auricular.
- Hola Betty. Ya estás acá. Qué bien - La saludó su amiga con una actitud distante, completamente carente de cualquier seña de arrepentimiento – Decime, ¿Qué planes tenés?
Una sorpresa tras otra sin verlas venir. El talante de Patricia la tomó completamente desprevenida. Tardó unos segundos en reponerse para contestar:
- ¿Planes…? No…, no tengo ningún plan, Pato. Recordá que sólo vine a verte a vos y a tu familia. Aparte de eso no conozco a nadie aquí – Y esto último le salió con un una risita nerviosa un poco más irónica de lo que hubiese querido.
Su amiga no pareció notarlo. Entonces agregó:
- ¿Te gustaría venir a cenar a casa? Comemos a las nueve y siete, la hora del inicio del cambio de la fase lunar. Le pedís un taxi al conserje y en diez minutos llegás. ¿Tenés la dirección, no?
- Sí - Respondió Betty sin mucha convicción - Me la pasaste por Facebook…
- Entonces te estaremos esperando por aquí Betty. Creo que va a estar bueno volver a vernos. Sólo te ruego una cosa, no llegues tarde por favor. Chau, que el aura brille en vos.
- Chau…, hasta luego - Y Betty colgó el teléfono sintiéndose furiosa. No tanto con su amiga, sino consigo misma por haber fabricado expectativas que, ahora empezaba a comprender, habían sido exageradamente idealizadas después de treinta largos años sin ver a alguien a quien se quiso tanto.
***
¡Treinta años! Les había pasado la vida, con todo lo que ello significa: Empleos, casamientos, hijos, triunfos, fracasos, alegrías y pérdidas. Por primera vez se puso a pensar seriamente si la decisión de reencontrarse era acertada. Para aliviar tensiones y dejar de lado pensamientos que, aunque se resistiera empezaron a inquietarla, decidió salir a dar un breve paseo por la calle peatonal. Hacía mucho tiempo que no la visitaba, el tránsito de gente era continuo, por momentos demasiado para ella que prefería la tranquilidad. Luego de tomar un licuado en una confitería, compró un postre que lucía exquisito y subió a un taxi rumbo a la casa de Pato. Como había dicho ella, en diez minutos llegaron. Su corazón era un tambor, estaba sumamente nerviosa, hizo sonar el timbre y una voz del otro lado preguntó:
- ¿Quién es?
“¿Quién va a ser?” Pensó Betty que a esta altura estaba nerviosa y exigiendo demasiado de parte de su antigua compañera.
- Soy Betty – Respondió pacientemente, respirando hondo.
Cuando Pato abrió la puerta no lo podía creer. La reconoció por la mirada; sus ojos grandes y negros aún tenían la vivacidad y la chispa de su adolescencia, Patricia hablaba con los ojos, pero su rostro había cambiado. Se encontró con una cara serena, totalmente desprovista de maquillaje, cuya pálida languidez acentuaba las arrugas de su rostro. Su pelo largo y lacio era de un gris plateado y lo tenía recogido apenas con una cinta color azafrán. Tenía pintado el tercer ojo con un punto ocre, en medio de su frente justo por encima de la cejas.
- Betty… - Exclamó inexpresivamente y le tendió los brazos para abrazarla
Betty la abrazó y entonces notó la extrema delgadez de su cuerpo, ataviado con una simple túnica hindú de hilo blanco. También notó lo pequeña que parecía, hasta que se dio cuenta que Pato estaba descalza.
Entraron a una sala mediana pintada de un color claro indefinido y casi totalmente desprovista de muebles, cuadros o adornos. Al cerrarse la puerta, Betty se sobresaltó cuando un cuenco tibetano sonó estrepitosamente tras de sí. El piso estaba cubierto por alfombras de vivos colores y había sobre ellas muchos almohadones de distintos tamaños. La sala tenía una puerta corrediza con las cortinas abiertas por la que se veía un pequeño jardín y una huerta prolijamente mantenida.
La única luz existente provenía de varias velas encendidas al pie de lo que parecía ser el busto de una divinidad hindú, o eso le pareció a Betty. Pero también había humo. Sí, indudablemente una tenue nube de humo flotaba en el ambiente con un olor muy fuerte, dulzón y picante a la vez. Eran, pudo observar la sorprendida invitada mirando a su alrededor, numerosos sahumerios ardiendo colocados en varios lugares de la habitación. No pudo reprimir un par de fuertes estornudos.
- Ya te vas a acostumbrar - Le dijo Patricia mirándola con una muy leve sonrisa – Ponéte cómoda. Vamos a cenar solas porque mi hijo tiene una sesión espiritual muy importante con el gurú Shivatarandha.
- ¿Y tu marido? – Inquirió Betty casualmente.
- Oh…, ya no hay tal cosa. Hace años que me separé, precisamente cuando me convertí al hinduismo. Ahora soy libre como un Ēvēn'yū.
- Perdón. No te entien…
- Ave…, dije ave en hindú. Tenés que disculparme, pero muchas veces me sale esa tendencia en forma inconsciente.
- Ahh…, sí. No es nada – Sólo atinó a decir una Betty cada vez más perpleja.
Patricia tomó el paquete con el postre que su amiga aún sostenía y lo llevó a lo que parecía ser la cocina. “Ponéte cómoda” Le indicó Pato. “¿Pero adonde?, ¿Sobre el piso?” Pensó inquieta Betty que desde hacía un tiempo se sentía afectada por algunos molestos dolores artríticos. Cuando Patricia regresó a la sala, como para crear algo de conversación, Betty le dijo:
- Qué linda casa tenés Pato. Es original y simple. Mejor, menos trabajo a la hora de limpiar. No veía la hora de verte. Me dio mucha alegría encontrarte en el Face, tenemos tanto para charlar, traje fotografías de la escuela, las tenemos que ver.
- Sí, sí, tenemos tiempo. ¿Yamir, ya te vas…? Vení a saludar a mi amiga.
El joven se acercó y con una sonrisa apenas perceptible, la saludó con un simple “Hola”. Luego, besó a su madre y salió de la casa.
Decir que se sentaron a una mesa es una afirmación no del todo exacta. En realidad, como sillas no había por ninguna parte, se sentaron en el piso sobre coloridos almohadones que sí estaban esparcidos por todas partes. Entre ellas, una rústica mesita ratona sobre la que Betty sentía la creciente sospecha de que iban a comer. Se acomodó lo mejor que pudo y trató de ignorar lo que su artritis le decía con puntadas aquí y allá en las articulaciones.
- Ahora contáme vos. ¿Qué hacés, tenés hijos, a qué se dedica tu marido?
- Tengo dos hijos, mi marido tiene un comercio y yo trabajo con él, pero……Miremos las fotos. ¿Te acordás cuando nos escondimos en el sótano de la escuela porque no habíamos estudiado para la prueba de matemática?
- ¡Betty, no me digas que hiciste quinientos kilómetros para hablar de esas tonterías!
Se quedó sin poder pronunciar palabra. Ella no lo consideraba una tontería, al contrario, fue la época más feliz y despreocupada, la que dejó huellas indelebles en la vida de todas, las travesuras en la escuela, el primer noviecito, el primer desengaño, los cumpleaños de 15, los primeros tacos altos, el tan esperado viaje de egresadas. Todo eso lo habían compartido juntas.
- Bueno - Exclamó Patricia con un suspiro - Mejor cenemos ahora que aún es temprano. El alimento le cae mejor a los chacras – Y se levantó sin ningún esfuerzo visible para dirigirse a la cocina de donde regresó casi inmediatamente con un bol lleno de arroz basmati, de granos finos y largos, hervido y sin condimento alguno, dos pequeños cuencos de madera con cucharas del mismo material y dos botellitas de agua mineral.
Mientras consumían la insípida cena, Betty optó por tratar de hablar lo menos posible y luego de algunos comentarios varios, escuchó pacientemente a su amiga contar como su cambio de vida radical había resultado sumamente enriquecedor tanto para su espiritualidad como su bienestar interior.
Luego de finalizar tan simple comida, Betty ansiaba al menos degustar el postre que había traído, pero su amiga nunca dio señales de traerlo. Seguro que lo consideraba un alimento nocivo e iría a parar a la basura.
***
Ya no podía disimular su malestar físico, no iba a poder sostener mucho más tiempo estar sentada en la posición de loto, tratar de mantener su columna vertebral erguida era torturante y su estómago insatisfecho le pedía una comida más sustanciosa. A Patricia no parecía importarle demasiado qué había estado sucediendo en la vida de su amiga durante tantos años sin verse. Sin que ella le preguntara comenzó a instruirla acerca de los beneficios de una vida sana y la práctica de la meditación.
- Hace ya unos años que aprendí a conocerme - Dijo - Puedo conectarme con la dimensión más profunda de mí misma, desconectarme de todo aquello que considero tóxico y recuperar mi centro de equilibrio. Supongo que habrás escuchado hablar del plexo solar y de la respiración abdominal. Te invito a que prestes atención al mantra que está vibrando y lo internalices. Mientras, como una letanía. se escuchaba: OM, MANI, PADME, HUM, OM, MANI, PADME, HUM, OM…
- Patricia, quiero que sepas que soy enteramente respetuosa de la forma de vida que adoptaste, pero, y con esto no quiero ofenderte, vine aquí con otras expectativas. Quizás porque tengo grabada la imagen de aquella adolescente pícara y ocurrente con la cual tanto me divertía. Pensé que íbamos a comunicarnos de otra manera. No sé..., de igual a igual. De compinche a compinche.
- Después hablamos de eso Betty, ahora quisiera compartir con vos la ceremonia del té.
“Esto es demasiado”, pensó Beatriz, pero prefirió seguir callando. Pensó que el contacto que tuvieron a través del Facebook había sido insuficiente, quizás debieron hablar por teléfono antes de concretar ese viaje. Hubiera sido una forma de advertir ese cambio sustancial en la vida de su amiga y concluir que no valía la pena un encuentro entre dos personalidades tan dispares luego de tanto tiempo sin verse.
- Te noto tensa - Dijo Pato.
- Puede ser, estoy pensando en mi familia, es la primera vez que viajo sin ellos, espero que a esta hora estén todos en casa. Es tarde para que los chicos anden por la calle.
- Tenés que soltar, querida. Soltá todo lo que te cause preocupación y no te procure seguridad. Lo que te aleja de la alegría, tenés que soltarlo.
La sangre italiana de Betty había entrado en ebullición, mientras Patricia continuaba.
- Eso que te ocurre a vos, a tus miedos me refiero, se llama catastrofismo. Es nocivo, te enferma y se asocia a lo incómoda que te veo sentada de esa manera. La gente que catastrofiza intensifica sus dolores físicos y se ve impedida de alcanzar objetivos importantes. Hay muchas variables, te explico…
Betty ya colmada y con deseos irresistibles de salir corriendo de esa casa, apoyó su mano en un estante de bambú que afortunadamente tenía cerca. Como pudo, se paró tratando de disimular el dolor de sus rodillas y piernas que ya estaban entumecidas y cortándola en seco le espetó:
- Te reitero, querida Pato, respeto tu filosofía de vida, como tu disciplina física y mental, pero lo que para vos es un bálsamo, para mí es irremediablemente torturante. Seguí con tus mudras y el bienestar que te otorgan, pero en este momento mi estómago insatisfecho me dice que tengo que buscar una parrilla, comerme un chorizo mientras espero una tira de asado y tomarme una copa de un buen malbec, como postre no estaría mal tres bochas de helado que podrían ser chocolate, vainilla y dulce de leche y, para cerrar la noche un cafecito en una confitería con vista al mar. Ah, me olvidaba, mañana pienso ir a la playa y después buscar un parador para comer rabas a la romana que son mi perdición.
Como último esfuerzo, se agachó para besar el rostro blanco y enjuto de su amiga, notando su mirada de desconcierto.
Mientras salía rengueando ligeramente por la puerta que ella misma había abierto, para finalizar, permitiéndose un chascarrillo postrero como recompensa a su tan generosa paciencia, le dijo por encima del hombro, sin remordimiento y apenas girando la cabeza:
- ¡Brahmaputra…, Pato!
El Reencuentro -
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Griselda Brollo y José Oliva
Escrito en forma conjunta con la escritora y poetisa zarateña, señora Griselda Brollo