Después de siete años Ana sintió el impulso de llamarlo. Para saludarlo por su cumpleaños, se decía.
Como no se decidía, tiró una moneda.
No habían vuelto a verse desde entonces. Ni le pasaba por la cabeza intentar una reconciliación, al menos eso se repetía “in mente”.
Buscó en agendas de años anteriores su número de teléfono, pero lo había borrado. Marcó un número en el celular. Como también lo había eliminado de la lista de contactos no estaba segura de que fuera el correcto, así que lo dejó librado a su memoria “mecánica”.
̶ Hola, ¿Teo?
̶ Sí, ¿quién habla?
̶ Soy yo, Ana. Ana Lemos.
Se produjo un silencio que le pareció eterno.
Su mente voló en el tiempo hasta la noche en que lo dejó. Ella estaba concentrada en la preparación de la cena y él se acercó por detrás para tomar su cintura. Con un movimiento se libró del abrazo. Él suspiró abatido.
Ya estaba arrepentida de su arrebato cuando oyó esa voz por la que moría tiempo atrás.
̶ Estoy sorprendido.
̶ Quería desearte un feliz cumpleaños –dijo de un tirón.
̶ Gracias por acordarte, espero que estés bien…de verdad.
̶ Estoy bien, terminando una novela.
Nuevamente se produjo una pausa.
̶ ¡Qué bien! Te deseo suerte.
̶ Gracias, yo también a ti.
̶ Te mando un beso.
̶ Otro.
¿Por qué no le habré hecho caso a la moneda? –se dijo-. Ahora no sentiría el vacío que me provoca comprobar que no significo nada para él.