Crónicas del Primer Mundo VI

Los Indios (La Venganza de Toro Sentado):

                                                          Ciao a tutti cuanti, hello everybody o, como suelen decir en el asentamiento de Santa María del Buen Ayre: Holis, holis a  vuesas mercedes. Desde esta Torre de Babel en planta baja, les escribe el gauchito José con más detalles jugosos, casi chorreados, acerca de la diaria existencia estadounidense. Lo hago, por supuesto, desde la singular perspectiva y autoridad de opinión que infinidad de celebridades avalan y comparten plenamente conmigo. A saber, y voy a tratar de ser breve porque la lista es muy extensa: Rin-Tin-Tin, Lassie, Mister Ed, Mickey y Minnie Mouse, La Hormiga Atómica, el Gallo Claudio, el Súper Ratón, Huckleberry Hound, el gato Félix, el oso Yogui, Bubu y Flipper entre tantos otros.

Como en todos los lugares del planeta, aquí también hay habitantes nativos de este suelo, los que comúnmente conocemos como indios. Y como en otros lugares del planeta, incluyendo la Argentina, los europeos, al colonizar, los hicieron pomada bajo varios pretextos, como por ejemplo la necesidad de ganar terreno para el progreso de la nueva nación, cuando en realidad todo el mundo sabe que fue porque no conocían el desodorante ni el enjuague bucal.

En muchos lugares los diezmaron, los maltrataron y relegaron a los pocos sobrevivientes a vivir una mísera existencia en los peores lugares posibles, lo más apartados de las grandes urbes. Bueno, aquí hicieron lo mismo. Pero como las urbes y sus suburbios fueron creciendo y creciendo, ganándole terreno a las tierras inhóspitas, hoy en día muchos de esos indios viven codo a codo con el resto de la población.

Pero don gringo tiene a flor de piel esa vena tierna y sentimental que por ejemplo hace que, al aplicarle la pena de muerte a un criminal, use para inyectarle un litro de potentes venenos combinados, una aguja chiquitita, no vaya a ser cosa que al ajusticiado le duela el pinchazo antes de estirar la pata; el puñado de indios sobrevivientes fueron, con el tiempo, reconocidos, reivindicados, y ahora tienen su dulce venganza. Sin arcos ni flechas, sin lanzas, señales de humo o emboscadas.

Según la ley imperante, cada reservación india es geográficamente tierra estadounidense, pero con soberanía ejercida por la tribu que la habita. Algo así como las embajadas. Además, los nativos no pagan impuestos, por lo que son famosas sus tiendas donde venden las cosas más fuertemente gravadas mucho más baratas, como los vicios: Bebidas alcohólicas y tabaco en todas sus formas. Pero, como por otro lado los embromaron, porque acá está prohibido fumar hasta en el baño de la choza, entonces decidieron (me imagino que durante una noche de luna llena, danzando alrededor del fuego, y pidiéndole sabiduría a Manitú) probar con los juegos de azar. O sea, otro vicio.

Primero empezaron con unos saloncitos de Bingo de morondanga, abriendo seis días a la semana. Después, como la cosa marchaba sobre patines y la existencia de giles nunca escasea en ningún lado, empezaron a abrir las 24 horas del día, los 365 días del año.

Quizás quepa mencionar aquí que a unas veinte cuadras de mi casa está la reservación de una de las tribus de indios floridanos, los Seminoles (no confundir con sémola o cualquiera de sus derivados), que también empezaron con un salón de Bingo hace unos veintipico  de años atrás y hoy construyeron, gracias a los marmotas que creen que pueden hacer saltar la banca en cualquier momento, un monumental hotel 5 estrellas, con un enorme centro de shopping y restaurantes a su alrededor, entre ellos un Hard Rock Café. Con espectáculos tipo Disney, incluyendo un gran lago artificial, fuentes de aguas danzantes con luces multicolores sincronizadas y la mar en coche.

Cabe también señalar que los indios dan prioritariamente empleo a otros indios y luego, si queda algo, al resto del populacho. Además (no sé si es tan así, pero por lo menos lo es en los papeles) distribuyen las ganancias entre todos los integrantes de la tribu, y el indio más ratón que he visto, anda por lo menos en un Audi cero kilómetro.

Todavía tienen el salón de bingo (por supuesto, cinco veces más grande que su tamaño original) y las pocas veces que pasé por allí de madrugada, cualquier día de la semana, me produce una rara mezcla de risa y tristeza ver que el estacionamiento siempre está casi lleno.

Otra cosita para destacar es que pese a ser un pequeño territorio de apenas unos dos o tres kilómetros cuadrados, como es soberanamente indio, ellos tienen su propia fuerza policial (dos o tres patrulleros…, cinco o seis agentes) y completa jurisdicción en ese territorio.

Hace unos pocos días, a la hora pico, donde hay mucho tráfico sobre esa ruta estatal que atraviesa la reservación y que queda a cuatro cuadras de mi casa, pasé un semáforo…, digamos que en anaranjado. O sea mitad amarillo, mitad coloradito.

Mientras tamborileaba con los deditos en el volante al compás de un lindo tema de rock, veo detrás mío, por el espejo retrovisor, el resplandor de las luces parpadeantes de un patrullero Seminole pintado con los colores distintivos de la tribu (Negro, rojo y amarillo) . “A la pucha”, me dije. “Me parece que me van a pelar sin siquiera haber pisado alguna vez el casino…”

Como mandan las leyes de acá, estacioné a un costado y me quedé esperando sentadito en mi auto (uno no se puede bajar bajo ninguna circunstancia, a menos que el policía se lo pida) mientras el oficial ingresaba los datos de mi patente en su computadora y podía ver todo mi historial como conductor. Al cabo de unos minutos se acercó a mi ventanilla, me pidió la licencia de conducir y me preguntó (siempre hacen eso para ver si uno se hace el piola) si sabía por qué me había parado. El tipo era imponente en su uniforme. Alto, musculoso, de tez cetrina y rasgos angulares, típicamente indios, y con una cabellera entrecana peinada hacia atrás en una trenza que le llegaba casi hasta la cintura, con dos plumas de águila sujetas a mitad de camino.

No cabía hacerme el pavo y tuve que admitir que la luz roja me había sorprendido en la mitad de la bocacalle. Y ahí fue donde me largué rápidamente a decirle que había sido en realidad un error de cálculo, que mi historial de manejo era impecable, sin multas previas, que era buen ciudadano, excelente padre y mejor abuelo, hincha de Chacarita, contra de la Cris, y si no podía en ese caso tan particular hacer una pequeña excepción y, en lugar de penalizarme con una multa, me podía dejar ir con una amonestación verbal.

El tipo parecía un tótem. Me escuchaba pacientemente como una estatua, con el rostro de piedra y los brazos cruzados sobre el pecho sin que se le moviera un solo músculo. Únicamente las dos plumas grises sujetas a su trenza se mecían con la suave brisa.

Después que terminé mi discurso, todo colorado por los nervios y por el esfuerzo de mi actuación, me devolvió la licencia, se inclinó hasta la altura de mi ventanilla y con una mirada franca, dura e impersonal me dijo brevemente:

- Está bien… Por esta vez puede seguir con una formal advertencia de mi parte. Pero recuerde que si hubiese una próxima vez, no sólo se hará pasible a la multa correspondiente, sino que además, por estar dentro de territorio indio, primero le vamos a hacer un poquito de dunga-dunga…

Me hizo una venia media canchera tocándose con dos dedos el ala del sombrero, me guiño un ojo, se retiró y me dejó seguir nomás. Yo no entiendo nada del idioma Seminole. Pero a partir de ese día, cuando el semáforo amaga a cambiar del verde al amarillo, clavo los frenos con ambos pies en el pedal y que los que vienen detrás mío se jodan y se las arreglen como puedan…

Estimado amigazo Jaime, primero gracias por tu visita, tu lectura y comentario, amigo. Según he averiguado en el Diccionario Enciclopédico de la Lengua Seminole, versión Porno 2014, el término "Dunga, Dunga" se refiere a un cadencioso y repetitivo movimiento pélvico de atrás hacia adelante, que los indios ejecutan a calzón quitao (literalmente) en su noche de bodas y cuyo único sinónimo conocido hasta la fecha es el la vaga, pero clara, interjección amoril culminativa del presente simple: "Ahhhhhhhhhh...!"
Ay Dios...! Cuán vasta es mi habilidad y conocimientos linguísticos (dicho esto sin una doble intención glosa, para las mentes putrefactas que por aquí abundan).
Un gran abrazo,
José

Así es amigo Jaime. Es nuestra idiosincracia (Etimología del Latín: idio= Idionisio [el filósofo, pensador] - sin= carencia, falta - cracia= apócope de Pancracia [amigovia con beneficios del anterior] - O sea, en criollo: Cumpa sin novia.
Recibe un gran abrazo de vuelta,
José

Lindo relato. Hay cada cosa... y después del diálogo de Fobio y Jaime, mejor no hago otro comentario.
Nilda

Mil gracias por tu presencia, Nilda. Aprecio sinceramente el tiempo de tu lectura y comentario, amiga. Recibe mi saludo cordial,
José