El hombre, invasor al frente de un enorme contingente de mercenarios, avanza sobre el país a dominar.
Por el camino real se dirige al centro neurálgico de la nación, el hombre y su ejército desde la distancia parecen invencibles. Nada ni nadie podrá detenerlos.
Mientras avanzan el hombre encuentra a su paso un caracol, que parece mirarlo desafiante. Sin detener la marcha el hombre lo aplasta con su bota.
El hombre piensa para sí mismo:
“Como será el espíritu de esta nación, que hasta un simple caracol intento demorarnos”.
Sabe por experiencia que igual no podrán detenerlos, pero también intuye que el costo de la invasión será alto… muy alto.
Imagina que decenas, tal vez cientos de batallas, tendrán su propio país que soportar para al fin establecerse, para por fin, dominar.
En cada batalla, cientos de sus hombres nunca regresaran. Cada batalla ganada o perdida tendrá un costo humano y económico enorme, piensa el General.
El hombre es importante en su tierra, lo respetan, no es casualidad que le dieran tanto poder sobre tantos.
Son muchas batallas piensa, muchas … ¿Y luego…?, se pregunta.
Una vez dominados, si un caracol intento parar su ejército, será una batalla constante para mantener la sumisión.
Muchas vidas, muchas familias que esperaran regresos que nunca se producirán, todos los años.
¿Cuántos sacrificios deberán hacer su nación para doblegar el espíritu de esta? ¿El comando en jefe habrá considerado semejante determinación en los habitantes de este país?
Sabe que su pueblo puede pagar este costo para dominar la nación que se le ocurra, de eso no tiene dudas…, o no tenía…
Sigue sin prisa y sin pausa avanzando, por el camino real. Es un país húmedo, encuentra muchos caracoles que son aplastados inexorablemente por sus botas.
Poco a poco, se comienza a divisar el palacio. Ese es su objetivo primario.
Y al fin sin más resistencia que unos pocos caracoles –por ahora piensa- se introduce en él y se planta frente al monarca que lo mira con expresión inescrutable, parece una máscara más que un rostro.
Los dos hombres se miran durante minutos, sin hablar, cada uno tratando de leer en el otro. El invasor no puede descubrir ningún gesto, nada, ni miedo, ni soberbia.
El invasor, no tiene miedo, si se le ordena dejara su vida, pero cumplirá lo que se le pide. Pero el general duda. Sus órdenes son claras: dominar y establecerse. En una fracción de segundo ve el caracol aplastado, ve al segundo caracol también aplastado, pero aun retorciéndose como desafiándolo.
Es un hombre curtido en mil batallas, se enfrento a ejércitos poderosos, pueblos determinados a vencer o morir, conoce su propio dolor, conoce de cerca la muerte. Sus hombres, su ejército lo considera un soldado valiente pero también sabio, justo. Eso lo sabe el general, siempre piensa en las órdenes primero, en su ejército luego y mucho después los que esperan en su país. Casi nunca en el. Pero en sus decisiones, están presente aunque sea en forma inconsciente todos y cada uno de los protagonistas del drama que ya está próximo a desencadenarse.
Esta vez la decisión se basa en consideraciones concientes, el general, nunca tuvo una premonición como esta. El intuye que si este es el primer contacto, los segundos serán a un costo tal vez imposible de soportar.
Mira al monarca y le parece ver una sombra, una pequeña, casi imperceptible señal, de que su contrincante está muy por encima de su pobre entender.
Hasta los imperios más grandes han sido derrotados. Sabio aquel que conoce sus limitaciones. Más sabio aun el que conoce las limitaciones del contrario. Vislumbra, o cree hacerlo, que el monarca sabe exactamente, su limitación pero sobre todo, la del general.
El monarca, se orina encima, mientras se consuela pensando que unas horas antes le pusieron pañales de adulto.
El monarca es el único habitante del palacio desde hace 24 horas, cuando todos lo abandonaron. Es lógico piensa el monarca. ¿Para qué se quedarían? A morir en manos de este despiadado invasor.
Cuando el soberano se entero, que su país seria invadido, fue tal el grado de nerviosismo, de terror que quedo totalmente paralizado.
Los médicos antes de abandonar el palacio y la comarca, lo revisaron y le dieron pocas esperanzas de recuperar parte de su movilidad. Por lo que siendo motivo de retraso en la huida y de ninguna utilidad lo abandonaron, en la misma posición que el invasor lo encontró.
A todas las preguntas simples y amables que el general efectuó, el monarca solo emitió un pequeño sonido gutural, especie de gruñido, que el general interpreto como velada amenaza.
Muchas horas después, el monarca se sigue preguntando ¿Qué paso?, ¿Por qué el general ordeno retirada?
Pero lo que más le preocupa es ¿Por qué no le cambian los pañales?