La piedra Zahir

Lo recuerdo, sí, fue hace tantos años… estaba sentado en un tronco de caldén, un banquito que aun extendía sus raíces muertas bajo la tierra. No reparó en mi acercamiento a su rancho por la senda, toda su existencia concurría en la delicada tarea de liar un cigarrillo. Entreví muchas caricias al tabaco durante los últimos metros a su encuentro, entonces me observó, en el preciso momento en que su lengua mojaba la goma del papel; su mirada se volvió al cigarrillo luego de escrutarme, nada mostró su rostro, ninguna señal de sentimiento o extrañeza. Lo saludé e interrogué si se trataba de don Justino, y así fue, asintió con la cabeza mientras encendía el armado. El motivo de mi visita se fue descubriendo con aquel inusual diálogo primero y único; me eché sobre el ralo pastizal que ostentaba el patio y rompí el silencio de la tarde.

- Me mandó con usted don Alberto Casares, dice que son muy amigos.

- Si él lo dice… - la aparente respuesta de don Justino y la mirada siempre puesta al lejano horizonte, me llenó de dudas, no sabía si él era la persona correcta.

- Don Alberto me dijo que usted posee respuestas, pero no hablo de cosas simples, ¿me entiende?, a demás, me dice que usted no es de estas tierras y que probablemente ni siquiera sea de este mundo.

- Cualquiera tiene respuestas, muchacho, está en vos saber cuál es la verdadera - la mirada siempre al horizonte; apagó lo que quedaba de cigarro con la alpargata, aunque en realidad no recuerdo si realmente estaba calzado.

- Supuestamente usted da respuestas verdaderas, de lo contrario yo no estaría aquí.

- Mis verdades me pertenecen, que le sirvan a otro es cuestión de saber escuchar y saber entender, de lo contrario, el que me oye se va más confundido que al llegar.

- Yo necesito su ayuda… ¿conoce la leyenda de “la piedra de la llanura”?

- Se parece mucho a la historia del Zahir[1].

- Sí, yo tengo un Zahir, así le llamo a la piedra que encontré el caer sobre el pajonal desde el caballo -le mostré la piedra cuando terminé de hablar, pero don Justino no la miró. Sus ojos siempre en el horizonte.

- ¿Soñás con la piedra?

- No sólo eso, se ha vuelto una obsesión, hacen días que me privo del sueño y el alimento.

- La pampa se lleva toda la atención del hombre, y la piedra reclama su derecho a ser contemplada. Muchacho, vos sos el que ahora le da existencia a la piedra, no es al revés… pensá muy bien esto último que te revelo.

- No lo entiendo, sólo dígame lo que necesito, cúreme para así recobrar la vida que dejé, más allá de ese horizonte que usted no deja de contemplar.

- Ya te expliqué lo suficiente, mas no lo necesario. Ahora andate, hay mucho por hacer aquí y no tolero visitas largas -dicho esto se puso de pie y caminó hacia el rancho; yo me inquieté, necesitaba más certezas.

- ¡Pero no me puede dejar así, caminé un día y medio para llegar! -exclamé con vehemencia mientras seguía sus pasos lerdos.

- Tenés lo suficiente, ya no molestés o yo seré ahora tu Zahir.

Di media vuelta y dirigí mis pasos a uno de los infinitos horizontes. Cuando voltee, don Justino observaba desde la ventana lo que siempre observó durante mi presencia. No me importó, olvidé pronto lo acontecido y retomé la obsesión de la piedra… ¿qué tenía aquel objeto tan trivial para que un hombre enloqueciera con las innumerables conjeturas que nacían al contemplarle?, ¿acaso las escasas piedras que descansan sobre una pampa de arena y pajonales, son en realidad una especie de deidad o numen sagrado? La respuesta jamás la encontré, pero el tiempo me dio algunas certezas.

Pasé un mes -o un poco más, no lo sé- perdido en la pampa hasta que fui rescatado por un arriero y devuelto a mi hogar. La ciudad, sus calles, la familia, los amigos, todo me resultó extraño, sentí como que la llanura se quedó con una parte de mi, o que en cierta forma, yo pertenecía a ella y el medio de mi existencia siempre fue el Zahir de piedra. No sé cómo logré escapar de la obsesión, tal vez porque vi la muerte y eso para la piedra me hacía inútil. No puedo contar con detalle la experiencia, pero don Justino es un recuerdo nítido, inequívoco de que aquel extraño pasado fue real.

Hoy comprendí parte de las palabras de aquel hombre tan ajeno al misterioso paisaje como a su cultura. Volví al pequeño pueblo pampeano donde empezó mi odisea, lo primero que sentí fue el deseo de tomar un trago en el boliche de la estación; allí indagué al bolichero, le pregunté sobre la leyenda de la piedra -en cuanto pronuncié “Zahir”, el hombre me miró desconcertado y entonces decidí referir la pregunta a la leyenda popular. Evocó dos o tres casos, en todos ellos la víctima de la piedra había terminado enloqueciendo o había muerto; yo seguí indagando y deseé saber sobre don Justino. Descubrí que le llamaban “el turco”; luego en una honda congoja, el bolichero me informó sobre su muerte: “cabalgó a todo galope por la llanura hasta morir, no sé de qué, pero él y el caballo fueron encontrados muy lejos de acá, el viejo aun estaba en la silla”. Entonces comprendí. Don Justino tenía -o en todo caso, anhelaba- un Zahir, algo tan visible y evidente que cuesta creer, y lo creí y lo sostengo: la obsesión del anciano fue el horizonte que tanto miraba, por eso cabalgó hacia él, no sé si la locura le hizo entender que podía alcanzarlo, lo cual es imposible, la redondez de la tierra siempre nos hace ver un horizonte, mitad cielo mitad tierra, o montaña, o mar, o llanura… supe así, que la definición de Zahir que da la plebe de las tierras musulmanas estaba errada en cierta forma[2]. El horizonte no puede ser cosa tangible ni un ser, pero sin lugar a dudas, algún deseo íntimo de don Justino hizo que el horizonte cobrara vida y la naturaleza de un Zahir.

En cuanto a mi, aun siguen las preguntas, no obstante, prefiero no pensar en lo sucedido, aunque a veces el recuerdo de don Justino me obsesiona y temo que se cumpla su vaticinio: “si sigues molestando, ahora yo seré tu Zahir”. Jamás sabré porqué terminó siendo presa de algo que tanto conocía, pero puede que yo tenga la misma suerte y me convierta en el medio que le de vida, en mi, en mi mente, y tal como él lo explicó: “sos vos el que le da existencia a la piedra, no debe ser al revés…”

1: la creencia del Zahir es islámica, la palabra, en árabe, quiere decir visible, notorio.
2: según la plebe musulmana: “el Zahir pueden ser seres o cosas que tienen la terrible virtud de ser inolvidables y cuya imagen acaba por enloquecer a la gente”.

Muy buen cuento, con la salvedad, a mi modesto juicio, de algunos pocos errores gramaticales que, de todas formas, no empañan la calidad y originalidad de la historia.
Saludos,
Jose

Si me señalan dichos errores les agradecería. Saludos y gracias por sus apreciaciones.

Mezla de culturas, suena interesante el manejo del término y esa manera de construir una historia que termina haciendonos husmear sabiendonos cada quien que tan piedra tenemos adentro.
saludos
k

Kalamidades, la mezcla es sólo parte del meollo, estoy ejercitando, gracias por tu paso loca.

Poe, si bien el uso de argentinismos (que no sólo pertenecen a la región rioplatense, sino a casi toda Argentina) era necesario al menos en los diálogos, produce cierto desconcierto o inconexión con el texto (el cual es ajeno a regionalismos), lo hallo necesario ya que el lugar posee esta característica en el lenguaje hablado. Entreveo algunos errores respecto a puntuación, ya observaré con más detalle y corregiré. Gracias, espero que siga la discusión...

Por cierto, el texto ha sido inspirado en el cuento de Borges que lleva de nombre "El Zahir". Recomiendo su lectura, está muy bueno, al menos para mi.