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| El Sol Azul | |
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samuel17993 Escritor activo
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| Tema: El Sol Azul Lun Mayo 07, 2012 5:11 pm | |
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EL SOL AZUL
POR SAMUEL BENITO DE LA FUENTE
El soldado P. estaba en el puesto de vigilancia. Ese día le tocaba, otra vez más, guardia, y, personalmente, le era una tarea del todo insípida, porque para la vigilancia ni podía poner la televisión para ver un programa vía interestelar. Estaba de mal humor, la verdad; que te toque guardia el día de tu cumpleaños no agrada a nadie. Desde la ventana de aquel recinto, vio el despertar del día; se podía ver asomar a uno de los soles, con una profunda luz que desentonaba, porque era algo extremadamente contradictorio, fovista e insoportable como bello y espectacular al ver el albor anaranjado, como la Tierra, y la azulada esencia del sol primero, que se veía en aquel instante. A su lado estaban esas dos lunas, bastante alejadas de éstos, que ya se podían ver: una verde y, otra, amarilla; la primera tenía un cuerpo de Jade congelado, un completo mar de jade, y la segunda era de oropimente, u oro real, un tipo de sulfuro, que estaba muy cotizado, por lo que se planteaba plantar en un futuro una mina. Por debajo del promontorio, pudo ver un inmenso centenar de árboles de colores rojos y negros. ¿Quién dijo que no había árboles rojos? Que vengan, esos científicos del S.XXI, a ver que existen seres vegetales rojos. Tenían ese componente rojo por el mismo que algunas flores, la Pulquérrima, por los altos componentes de hierro y carbón de ese planeta. El negro era por la misma razón, el carbón. Las plantas, por alguna razón extraña, asimilaban esos materiales para hacer la fotosíntesis. El planeta tenía una esencia extraña y muy sanguínea. Por lo tanto, hay quienes no tienen dudas de que ha influido en que sea un planeta con bastante agresividad, sobre todo, animal; nada que ver con que el ser humano haya cazado, eliminado y maltratado a miles de especies. Entonces, vino el compañero a sustituirlo; lo reclamaban en la sala de reunión. Formaba la élite de los soldados del ejército hispano, concretamente de línea europea. Había sido de los primeros en venir allí, de sobrevivir, de haberse quejado a sus más altos cargos por la conducta de los soldados y de ser retirado, poco a poco, de las posiciones de alto mando, aunque era un veterano y éstos tenían ocupaciones altas. La guerra, más bien, el safari, en aquel planeta podía sugerir que se parecía a la Guerra de Marruecos con Abd der-Krim. Pasó por la muralla, que estaba llena de alambres y un sistema eléctrico, que servía para disuadir a cualquiera, y se adentró, por la zona este, al edificio principal. Durante las reparticiones y uniones territoriales de la Tierra, se había creado un conflicto, muy parecido al de la Guerra Fría, que había enfrentado a las principales naciones; entre las más problemáticas y la más dudosa, estaba Iberia, un estado de recién creación en una serie de revoluciones globales del S.XXI que había establecido un sistema federal y autonómico, unión del sistema federal y, dentro de los estados, las autonomías, las cuales sólo tenían ciertos poderes administrativos, algunos económicos, pero no legislativos, ya que las cortes se celebraban en el estado Federal. Este estado había sido unos de los primeros países mediterráneos en adaptar el sistema escandinavo y de la socialdemocracia neoKeynista. El principal problema era a quién apoyar: por una parte, como europeo, deseaba apoyar a países como Francia e Italia en aunar fuerza en torno a Europa, también, quería el sistema anglosajón de un estado global o el de los alemanes de una confederación en que repartirse planetas según los grupos culturales, con lo que se aunaría con la propia Hispanoamérica, que se acercaba cada vez más a una unificación y veía su espejo en la paternal Iberia, pero que tenía sus dudas, por buen botón que hizo éste mismo padre con su amada madre tierra. Ante su neutralidad, tuvo un aumento considerable de influencias y de mejoras económicas, pero estaba claro que apoyar a Europa y a un estado Hispanoamericano, o iberoamericano, era imposible; sólo quedó una unión con la América “Ibérica”, y que siguiera Iberia, por otra parte, con una federación bilateral con Europa, al igual que en el Sacro Imperio Romano Germánico. Por tanto, se convirtió en un estado tapón entre Europa y la América “latina”. Los lazos entre Francia e Italia también tenían grandes estrechas influencias coloniales allí y consiguieron unir al resto de países no anglosajones al grupo, por la confederación cultural, que ganaba peso en Europa. Pronto, como toda naturaleza histórica, se bipolarizó el mundo: el Mundo Anglosajón, antiguo potencia, y los viejos Latinos y otros estados indoeuropeos. Pero las potencias asiáticas entraron al poder, mientras la India se mostraba favorable a los estados anglosajones, China, que había tenido su propia revolución democrática favorecida desde Taiwán, y Japón entablaban una alianza junto con la recién unificada Corea. Esto enfrentaba también a Rusia. Un enemigo potencial. Por otro lado, los países árabes también empezaban a despertar, pero con dos posturas, que coincidían en toda África también, la que apostaba la unión África o la árabe (en Asia) y otra musulmana. Por no hablar de Sudáfrica, que apoyaba al bando anglosajón, o los países de influencia francesa, italiana o hispana, como Argel, Marruecos y el Sahara, Libia o casi todo el Magreb que tenía una triple incógnita : la Unión bereber o magrebí, la musulmana o la africana. Ya no eran dos frentes sólo, eran cuatro, pero que, excepto los países árabes, apoyaban la confederación por parte de los “latinos-europeos”, aunque tuvieran entre ellos disputas como la de Rusia-Lejano Oriente. Además de las luchas internas, el nacionalismo unilateral, que no quería unificaciones, el nacionalismo panculturalista y los movimientos panreligiosos. Ese periodo fue oscuro: todo el final del S. XXI fue algo polémico. Pero salió victoriosa la confederación. De ésta, la repartición del planeta Sol Eterno, por alusión al Imperio Español, fue para la confederación hispana. Allí estaba el Coronel General, Landero, que era de origen gallego y tenía un tono de voz que recordaba a un viejo dictador de mediados del s. XX que se había establecido en la no unificada España. Cuando entró, le vio con cara de Rottweiler. No le debía de gustar lo que le iba a decirle, y eso debía ser bueno para él; le tenía manía, le odiaba y, también, en parte, le envidiaba por su gran cerebro militar. Una vez le indicó una maniobra para un combate, la cual había realizado un tal Rojo Llunch, pero éste se desentendió y le increpó por no obedecer sus órdenes: ir al mismo infierno, al Tártaro sin dudar. El Coronel General tiene muchas calaveras en la espalda, pegadas a las cavernas, totalmente a oscuras, de su mente y su corazón. Cuando, esporádicamente, sangraba, era culpa de una acumulación, y tenía que excretar unas cuantas. Landero había tenido ciento una derrotas, en frente de una victoria, pero que sólo se le recordaba por esa misma victoria pírrica en la que un ejército extraterrestre, que superaba en número al nuestro y que era casi primitivo, fue derrotado con una maniobra de libro de ataque a distancia y huida para rematar con un ejercicio de tenaza a lo Aníbal Barca. Y, por ello, había llegado a ese puesto; era el Franco de la época, un hombre de las guerras de Marruecos. Aunque fiel a la Tierra, a Hispania (o España, o Iberia —ya que estos términos le daban igual, ya que era mucho más ambiguo y algo más flexivo que los generales del s. XX reaccionarios, fascistas o totalitarios—). - Tenéis misión —Dijo con un tono militar y en segunda persona que denotaba el alejamiento lingüístico-emocional con él—. Hay que cazar a un bicho. —Continuó, ahora, más personal. Como intentando contener su odio contra P. — Es una especie de perro gigante que, creíamos, estaba extinguido y que es muy peligroso. Mira —Ordenó, como militar que era; sin decir nada más que eso, le señaló una foto ilustrativa. P. miró la foto. Sí, parecía un perro; pero no lo era, sino más bien era como un perro pantera rojo, o negro —Según la zona, le explico Landero—, que tenía dos mandíbulas y unas patas enormes con garras como garfios. Sus ojos eran de color verde, como la Luna terciaria, ya que en el planeta hay otra más, que en ese momento se escondía. Su cuerpo podía pesar unos 300 kilos a poco y medir de largo unos 3 o 4 metros. Había sido un animal cazado, cuando el planeta era un lugar donde todo ricachón que se lo permitiera venía por su amplia aventura en ese lugar, punto de los mayores y mejores cazadores, como de los idiotas más integrales, que morían al poco al no aguantar un clima tan cambiante. Porque la zona en la que estaba era la caliente, ya que en la fría había árboles de color verde donde las bajas temperaturas chocaban con el calor del norte-sur. Por alguna razón, el norte y el sur les llegaba la luz solar con más intensidad que en el centro, donde los casquetes de hielo se acumulaban, con un gran lago donde confluían todos los ríos del planeta, los cuales nacían en las zonas calientes. Al descubrir al animal, se habían sorprendido. No porque no estuviera muerto, sino por su mortandad; cuando llegaron, aunque por su tamaño era un animal terrorífico ,al mirarlo, era más bien pacífico. Y tenía algo que les encantó a los cazadores “furtivos”, que no eran tan “furtivos”. Éstos animales producían una excelente carne, además de espectáculo, y una sustancia parecida al petróleo, por lo que se podría producir plásticos increíbles, pues el petróleo había sido dejado como combustible hace tiempo. Además, muchos animales habían sido extinguidos, o estaban a punto de serlo. Menos mal que no había llegado ni la industria ni la urbanización del planeta; de haber sido así, lo que le faltaba para que el planeta cayera en la miseria, siendo un planeta magnífico para los naturalistas como para los amantes de la naturaleza o de la belleza. La patrulla encargada de esa caza se preparó para ello. Eran tres hombres, incluido P., y dos mujeres. De los hombres, el más fuerte aparentemente era Jorge Piedra, que era un musculado y estúpido mastodonte que no creía en los planes, además de Carlos, un tipo flojillo, tirillas y que siempre estaba a disposición de Jorge; entre las mujeres, estaban Carla, una feminista que nunca aceptaba ninguna idea o asunto que no fuera suya y menos una opinión masculina, e Irina, la más joven, jovial e inteligente, la que mejor le caía a Jorge. Aunque, a excepción de Irina, no le caía bien el grupo, iba por obligación. No era plato de gusto, eso seguro. Salimos por las puertas del recinto de seguridad Sagasta. Sin más, sin ninguna despedida. Estilo militar. Ni una floritura. Mejor. Pantomimas las justas. Eso para los héroes, o superhéroes de las películas. Nosotros somos de carne y hueso. Las puertas grandes y chirriantes se cierran con nuestra salida. A sus lados las murallas, decoradas por miles de cables de alambres conectadas a un sistema eléctrico, con los extremos acabados en atalayas de hormigón y hierro. Estilo funcional, al tipo estoico del s. XX, que todavía se mantiene. Delante continúa la vista de un inmenso bosque, más bien selva, de árboles exóticos de color rojo, con pigmentos negros e incluso algunos totalmente de ese color. La mayoría tienen formas curvas con hojas redondas del mismo color; sus troncos tienen un color rojizo, aunque también como en la tierra son algo marrones. Desde allí, no se ven ni los dos soles ni las otras dos lunas. Aquí hay tres días y tres anocheceres, aunque dos son muy cortos: de 9 a 12 de la mañana y 5 a 8 de la tarde. El resto de la noche es normal, dentro de lo que cabe, ya que es algo más corta. Pero eso es en la época de “lunas”, cuando se pueden ver a las otras dos “menores”; en el periodo de “soles” hay poca noche y las lunas “menores” no son apreciables. Se van turnando cada día. Es un periodo de lunas, y hay que tener cuidado con los horarios. Pero acaba de anochecer por primera vez. Hay suficiente tiempo. Caminamos por la senda. Jorge dice que tiene que ir a mear; lo esperamos un buen rato, ya que el “Marques” es picha delicáa. Carla se molesta, nos suelta unas tonterías feministas y se pelean “el marques” y “la corta-pollas”. Irina pasa del tema, y Carlos asiente a todo lo que dice Jorge cada vez que argumenta con un “tengo toda la razón, ¿a qué sí?, y el perro-Carlos da la razón—la poca que tiene. Llevamos unas ametralladoras Hojarasca 3 Garand. Su nombre viene de la novela de Márquez, ya que su creador era un admirador, lo cual es bastante siniestro; Garand es porque está basada en la famosísima M1 Garand americana de la II Guerra Mundial. Aunque las llevamos, creo que parecemos más unos niños de infantil o de guardería que unos militares profesionales. Lo raro es que ellos estén vivos; menos mal que son muy buenos. La supervivencia. La maldita y evolutiva supervivencia. Todo parásito intenta crear copias idénticas de su propia existencia, hasta el infinito, o hasta que le dejan, claro. De repente, al caminar, siento un calambre cerebral, y todo se metamorfea: los árboles rojos tornan a verdes pinos, mis compañeros desaparecen y un humo industrial se vislumbrar por entre el manto de árboles. Camino con una cesta de setas. Hacer paseos por los bosques en busca de setas me apasiona. Una afición de toda la vida. Al final, se encuentra Penélope con el coche al lado. Me conoce cómo para saber dónde estaba; mi rutina es estar ahí, pues conoce mi gusto a la naturaleza, al paseo sin esas chorradas del futin (footing) y la caza, aunque no el matar por matar. Está muy guapa, muy sexy; el deseo me corroe el cuerpo sólo con verla. De nuevas, todo vuelve a desaparecer, y mis compañeros reaparecen, los árboles rojos y ese planeta vuelve a ser como era. No parece que haya nada; todo es silencio, que a decir verdad es muy incómodo, una neblina, que rodea los árboles, y los nervios. Mantengo el arma en alto; puede haber un enemigo en cualquier sitio, puede intentar atacarnos, puede pillarnos despistados y matarnos sin miramientos, y no sería nada extraño. Los demás están precavidos, pero parece como si todo eso fuera de otro lugar; es como si estuvieran en otro lugar, posiblemente, la tierra. Como antes yo. Es lo que tiene; a veces, nuestros cuerpos traspasan el espacio-tiempo sin querer. Vuelvo a sentir ese cosquilleo; todo vuelve a cambiar. Estoy montado en el coche con Penélope. La radio está puesta; hay un grupo de esos “modernos” que más que música parece que te van a volar la cabeza. A ella tampoco la gusta, pero es indiferente. Los compases, si es que los tienes, son una imitación barata de un corazón; en él, se repite el mismo “zumbido” grave, que revienta tímpanos, y, luego, sale un estrambótico coro para cantar “la fiesta y la vida”. Me mira. Sonríe y vuelve a mirar adelante. La lluvia cae fuera, mientras las gotas chocan por el coche, que las hace deslizar por todo el armatoste de engranajes. Es un coche viejo, de los de anticuario, y que echa humo por el tubo de escape. Si no supiera que el coche es seguro, hubiera pensado que esa lluvia iba a establecer la cuenta atrás de un mecanismo que había explotar el coche, con nosotros dentro incluidos. Muertos como sardinas enlatadas. Quita la radio. Mejor. Me pregunta que qué tal. Y yo digo que no hay casi níscalos ni na` de na`. La contaminación ha destrozado casi todas las áreas de bosques. Hasta la lluvia, que caía por fuera e iba quitando la tapicería del coche, lo estaba; el ácido corroía el vehículo, y, como muchos coches viejos, habría que cambiarles más de la mitad de sus componentes pronto. Llover, en el s. XXII, es una mierda, un chumino inmenso. Ella asiente con resignación. No queda otra; si es así, habrá que vivir con que la tierra se pudrirá, al igual que envejece una madre por culpa de sus hijos, los cuales ya se van de casa, o, mejor dicho, de fiesta. No quiere hablar de mucho más. ¿Qué decir? Se me cortan las palabras que querría poderla decir; así son las cosas, van pudriéndote el cuerpo, como ese ácido que caía por la lluvia contaminada. Hay un silencio profundo. Hace daño a nuestras mentes, y se va estirando, creciendo y expandiendo en nuestros corazones; no sabemos qué decir ni hacer. La digo que me tengo que ir; ella deja en silencio su respuesta durante un tiempo largo e incómodo. Un rato después me dice: “No quiero que vayas”. “¿Cuándo vas a volver?” Y la digo: “¿Quién sabe?” “Cuándo digan los de arriba…” “Ellos mandan; por mucho que les votemos, hacen lo que se les antoja.” Ella sigue conduciendo. No dice más. Lo va rumiando. Piensa, más bien, duda. Espera qué sacar, mediante su mente, sobre tal contestación. Minuto tras minuto, se agolpan éstos sin que ella diga nada. De pronto me mira a la cara; su rostro es inexpresivo, pero sé, como la conozco, que está angustiada. Los árboles rojos vuelven a estar ante mis ojos. Los compañeros están tensos; Jorge ha oído algo y Carlos le ha parecido que se movía algo entre los matorrales. Sea lo que ronda ese lugar es grande. “Es esa cosa”. Seguro. Todos apuntamos, cada uno a diferente punto. Es una táctica de combate; más bien, una lógica aplastante para discernir de dónde te van a atacar. Aquí, en la jungla, matas o te matan. Y, encima, hay que tener cuidado con tus compañeros, ya que en la jungla sólo hay anarquía; en un descuido, sin mucha metafísica ni ética, puedes acabar muerto, como una rata para ser catada por la carroña de este planeta. Esperamos, pero nada. No pasa nada. Carlos se destensa y deja de apuntar. Dice: “Ja. Aquí no hay nada”. De pronto, el bicho sale de su escondite y, al vuelo, lo coge por la boca; lo mata sin más, sin comérselo, pues no es ese su objetivo, no, su objetivo es matarnos. Está claro, ese bicho no desea comida. Estamos invadiendo su hogar, y lo está defendiendo. Se vuelve a esconder, pero cuando vuelve a asaltar a por Jorge, éste lo esquiva, mientras le clava su cuchillo. Es inútil. Aunque esté descubierto, lo arrolla y se lo lleva sin que ninguno pueda hacer nada, ni disparar. A pocos metros se oye como crujen los huesos de Jorge; para el animal parece como una golosina. Tiene buena mandíbula… Carla nos cubre las espaldas. Está esperando. Pero, de pronto, se vuelve hacia nosotros y dice: “¿Pero dónde está?” En ese momento, la boca con dos series de dientes, tanto en la parte inferior como superior, aparece en las sombras. Ella se da la vuelta. Casi chilla de terror, y empieza a disparar a su garganta. El animal no parece serle difícil esquivarla. No apunta bien porque está aterrada como nunca. No parece una veterana. Cojo la mano de Irina y la hago salir corriendo hacia el norte; no vemos que la sucede a Carla. Continuamos corriendo los dos juntos. Estamos aterrados. Aunque había cazado animales de todo tipo, esa cosa, aun habiéndola vista en una imagen, era algo que no habíamos visto jamás. Parece que damos vueltas sin ningún orden aparente. Paramos en un lugar donde hay un claro de luz; hay poca luz. Va a anochecer, y eso no es bueno. Deberán ser entre las 4:30 y las 4:45. P. e Irina estaban frente al claro. Ha anochecido y se habían cobijado juntos. Estaban echados en un tronco de un árbol, más robusto que el resto, y se habían abrazado. P. hacía tiempo que no estaba junto a una mujer en mucho tiempo; se le erizaron los pelos del cuerpo, sintió la anomalía de la situación con nerviosismo y, aunque era un momento de riesgo, pudo sentir el deseo. No podía evitarlo. Era muy hermosa. Casi no veían a lo lejos, pero, entre ellos, se miraban. Su melena pelirroja acariciaba su piel. Ella tenía miedo, pero, al paso del tiempo, notó esa sensación que él sentía. No era ni demasiado guapo ni horrible, mas parecía un punto intermedio, pero, si se debía definir, le atraía. Tragó saliva. Era un momento incómodo. No podía, y no sólo por la situación; sabía que le esperaban en la tierra, y si hacía aquello que deseaba su cuerpo, irrefrenablemente, haría crearle un secreto que no podría ocultar. Era mejor no dejarse llevar. Además, hacer el amor con un ser así pululando por ahí no era buena idea. De pronto, empezó a llover. Sus cuerpos se mojaron mientras una tormenta “tropical”, o lo que fuera, descargaba por encima de sus cabezas, porque la mayoría del agua, mediante un sistema de riego natural que iba distribuyéndose por los árboles, caía por las copas de los árboles e iban deslizándose hacia abajo. Aunque, aun así, se mojaron; sus cuerpos estaban calados. P. pensó: “Y encima esto. Calados, con un animal furioso y sanguinario suelto por ahí y con una posible erección en situación de levantar todo su sistema sexual en estado de posible cópula. Lo mejor para un Sábado por la tarde. Lo tercero no estaría tan mal si él no estuviera casado y no estuvieran en tal situación, pero en el contexto es una putada del copón. Una mierda. Una gran cagada.” El agua dejo de caer y la tormenta se fue deshaciendo. Además, los soles fueron apareciendo; la luna menor segunda ya había acabado su ciclo, pero quedaban pocas horas de luz. Pensó: “¿Por qué no nos habrán dado linternas?” “Hasta para esto son unos inútiles, unos jilipollas integrales.” Entonces, sintieron el despertar del gigante. Ella le miró a los ojos. Esbozó una sonrisa. Ella dijo, “No pasa nada”. No sabía que estaba casado, pero era una situación muy… muy extraña —y en un lugar caliente, pero esa tormenta y esa jungla congelaban todo sentimiento. Siguió sonriéndole. Lo besó. Él no pudo hacer más que aceptar el beso. Negó con la cabeza. No estaba bien; claro que no estaba bien, pues tenía a años luz su hogar, que era muy lejos, pero, aun así, estaba claro que pronto volvería. No podía. “Estoy casado”, dijo. No podía. Ella dijo: “No pasa nada” Le acarició. No lo amaba, no estaba en ese punto, pero le tenía cariño y hubiera querido hacerle el amor. A él, le pareció algo muy extraño; pensó que las mujeres eran muy raras, por lo menos para él, aunque ella fuera alguien muy cercano. Nunca se llega a conocer a nadie, ni a uno mismo. Aún con ello, ella lo acarició con las manos. Aparentando no hacer nada malo. Él se levantó. “Vamos”, dijo. “Habrá que hacer algo, ¿no?” Le dio su brazo, y, apoyada en él, se levantó del suelo. Estuvieron un buen rato a la deriva. Esa selva era inmensa. Kilómetros y kilómetros de árboles, como antes en la primogénita tierra; como en España, en tiempos de íberos, celtíberos, de los celtas peninsulares, los fenicios y cartaginenses, los griegos y romanos, cuando un conejo podría correr desde un punto a otro sin dejar el bosque. P. sintió algo moverse. Advirtió a Irina. Los estaba vigilando. Siguieron caminando. Ahora, les tocaba esperar a ellos; había que aprovechar el conocimiento de sus ataques. Debían aprovechar el movimiento del adversario y convertirlo en su propia tumba. Ese principio era el de todo buen general o dirigente militar. Y no había más. Hicieron como si no hubieran notado su presencia. Aunque no lo veían, sintieron su aliento y sus ojos en la nuca; era más bien en su imaginación, pero, sí, estaba allí, esperando. Esperando el momento. Su momento. Ellos se movían mientras él los seguía. Sintieron su salto, y lo aprovecharon para dispararle, pero fallaron. Ella se alejó de él, y él tuvo que esquivar sus acometidas. Dejaba que saltara sobre él, lo esquivaba y le disparaba. Pero parecía haber fallado todo los disparos. Ella intentaba hacer algo, pero no podía; todo era tan rápido que sólo le quedó mirar. Hicieron lo mismo durante decenas de veces, aunque parecían para P. que eran horas enteras, el mismo movimiento en un lapso de tiempo breve, de segundos, pero ninguno acertaba. Parecía que ninguno quisiera dañar al otro. Luego, corrieron de la mano por la selva; mientras el animal saltaba por entre los arbustos y los sitios elevados para intentar cazarlos, pero no acertaba. Ellos eran muy rápidos también. Era muy grande para ser muy veloz como otros animales terráqueos parecidos a él, y tenían esa ventaja. Pero en una de sus embestidas casi alcanzó a Irina y la hirió en la pierna, lo cual P. aprovechó para disparar y casi lastimarlo, y salió corriendo. Llevándola por la cintura, la arrastró hasta una casa que parecía como un de los refugios típicos de la zona; una antigua edificación de exploración. Tenía botiquines y pudo curar la herida, pero no podía caminar. Había que esperar, otra vez. Iba a ser de noche y parecía que iba a volver a caer una buena tormenta. Estamos en la casa, refugiados. La he curado la herida. Me mira a los ojos, diciendo, con su expresión, que tenía, como yo, la sensación de que nada podíamos hacer. La desasosegada idea del hastío. Un hastío impotente, pero no furioso sino más bien triste, o sin sentimiento, vacuo. Oigo cómo los relámpagos están cayendo cerca. Una gran tormenta se agita sobre nosotros; es la misma de antes, acabando su festival. Se oye el repiqueo de las gotas al chocar con el tejado de la casa y las tuberías desalojar el caudal por la tierra, que va encharcando en forma de barrizales. Es raro. Durante la tensión no ha caído una sola gota, pero, ahora, cuando la paciencia y la calma nos asfixia, cae el diluvio universal; es una ironía, como la ironía de algún dios que nos quiero gastar una maldita broma macabra. Debe ser un cabrón, o un puto genio, porque parece alejar a “esa cosa”. Pero nos mata, de otro modo; nos está ahogando en este sitio. Un Cronos del mundo, o mejor dicho, del universo, porque “mundo” sólo se referiría a éste, pero si fuera un Dios, lo sería de TODO, sin excepciones. A no ser que fuera una fuerza, o algo así, que sólo pudiera manifestarse en éste lugar con nosotros. Un sociópata. Clarísimo. Estoy cansado, pero no puedo dormir. Irina está dormida. Me siento en la colcha de la única cama, donde yace ella, y miró las paredes de la habitación; son como las de época colonial, a un estilo organicista de S. XXII. Ahora se lleva otro, “un novedoso sistema arquitectónico”, que es casi el mismo, pero más embellecido. Las paredes de esa casa en medio de la selva, en un instante, se reconvirtieron en la de las de mi casa, en la tierra, también, entre las selvas, selvas de hormigón frío con ventanas de cristal opaco. Allí estaba mi mujer, sentada en el sofá de su casa, mientras yo la observaba con las cosas de campo. Estaba absorta. Y parecía dormida. Estaba levitando en el espacio, por el cual iba irme, y dudando cómo contarme lo que llevaba rumiando todo el viaje a casa. Entre las estrellas, estaba su nave; ella descansaba en una de esas luces azules, que yo podía ver por mi ventana, acunándose y contando nanas en ese lucero. Una estrella de luz azul, nueva. Una esperanza que se desvanecía a lo lejos; mi nave me lleva a la guerra. Yo me voy hasta el balcón. Puedo ver cómo vuelan las nubes negras, llenas de ácido. Estamos en un rascacielos que supera todas las medidas impuestas en el s. XXI para edificar, esos cánones de vida, con la frase de Le Corbusier, “Una casa es una máquina de vivir” —a lo mejor es que, como toda máquina de nuestro tiempos, han deshumanizado al hombre y no son más que “eso”, máquinas sin vida—; las 124 plantas se vislumbran desde esa planta 101. Desde la ventana veo las naves comerciales pasar; algunas llevan mensajes publicitarios, otras de propaganda política, otras, simplemente, son de mercancía. Ella me dice: “Estoy embarazada”. Al principio, no hago nada; estoy como en un shock, en que me alejo de la tierra y habito el mundo de los pensamientos, en uno que no es ni la misma tierra ni en el que voy a ir. Es un mundo caótico, pero ordenado; en él, todas las cosas, los recuerdos, los sentimientos, las ideas y mis seres queridos o conocidos —algunos hasta odiados— van levitando. En él, está mi mujer con una barriga de tres meses; luego, tras ella, otra misma Penélope con seis meses y, otras vez, está, escondida por ésta, mi mujer pariendo a mi hijo; finalmente, sale mi mujer con un bebe que ella va acunando. Detrás, aparecen él y ella, envejeciendo con mí sombra desaparecida de la faz de la tierra, y no es algo literal: estoy en otro planeta. - P. —Me dice. Me grita otra vez, y otra vez más. Se acerca a mí, y me grita al lado. - P. estoy embarazada; no sé si te has enterado. - Sí. Estaba… - Pensando… - Pero… me tengo que ir. - Sí - Y puede que no vuelva en años, muchos años; a lo mejor… ni veo a mi hijo. —Digo con un terror entre el shock que me hace que no pueda hablar; me tiene en una telaraña pegajosa en la que no puede escapar— Estarás sola… - Sí. Muy sola. Tendré que criar a nuestro hijos sola, y, encima, con la mierda de paga, con la mierda de subvención… - Sí, una mierda de vida; está flotando la mierda —Digo como siguiendo la línea de mi mundo metafórico de los pensamiento. Volando—. Con la mierda flotando. La mierda de hogar que es… Todo. Todo…—Digo desesperado, a punto de un ataque de sicosis entrando en mi mente. - Sí. Me quedo callado. ¿Qué puedo decir? No sé qué… qué. Esa es la respuesta: qué. El qué. Qué deparará el futuro, su vida, la mía, la de mi futuro vástago lejos de mí. Me giro y miro por la ventana. “Nuevo gobierno.” “Prometemos bajar los impuestos, crear empresas, fomentar a…” Tonterías, pamplinas. Chumines. Mierda. Puta mierda. Eso, puta. Puta la vida, que es tan proclive a abrirse de piernas como cobrarte bien la noche de lujuria. No es una metáfora de la vida sexual con mi mujer, es una metáfora de cómo se cambia el punto de vista, de la alegría al desgarro, de la comedía a la tragedia. Ella se apoya en mi hombro. Me acaricia con las manos, y, finalmente, me abraza, con todas sus fuerzas: no quiere abandonarme. Y yo tampoco quiero. Pero, pronto, estaría en una nave para un planeta lleno de peligros, de cosas que no había visto ni vivido; estaba acongojado, por no decir, finamente, acojonado por tal idea. Era un consuelo su calor, un consuelo aliviador, aunque no duraría mucho. Pero era un consuelo. Algo a lo que agarrarme. He despertado. He estado durmiendo. Estamos abrazados Irina y yo. No hemos hecho nada, pero nos necesitábamos el uno al otro; fue algo que pedíamos a gritos. Éramos unos desarraigado en esa “casi” cabaña, mientras un animal, tenebroso, que nunca habíamos visto en nuestras vidas, entres las selvas de un mundo que no era el nuestro, nos perseguía, sin alguna piedad. Habíamos atacado, y, aunque nosotros, concretamente, no tuviéramos la culpa, íbamos a pagar los pecados de una raza y, más, de una cultura salvaje, la hispana. El planeta Sol Eterno despertaba con sus dos solos soles, sin sus dos lunas; era el periodo de “soles”. Tiempo de luz. Era bello ese lugar, en esos momentos; un haz de luz, como si hubiera dirigido por un espejo, se dejaba ver como un manto que se dirigía hacia aquella casa. Era como una mirilla. Hasta los soles, como unos portavoces celestiales, marcaban el objetivo del francotirador. P. se sintió como un cadáver que está muerto pero que no lo sabe; que deambula para buscar algo que dejo en "el otro lado”, que era, sin dudar, la tierra. Esos pájaros insoportables, como una especie de fusión de loro y pavo de real, por la cola, lo único que los unía con tal especie, los Loros Reales tronaban con un grito casi de gallina de guerra, otra semejanza con animales terráqueos, pero que, con todas esas semejanzas y analogía, no dejaba de ser un animal totalmente diferente a los de la tierra. Eran enormes, como las gallinas del norte y los urogallos, y tenía vivos colores de tono naranja, amarillo, rojo y purpura. Les gritó, pero estaban a cortejar hembras. Toda la fauna del lugar debía de estar confabulada, pensó P. P. creyó ver la señal de que ese dios, de aquel mundo, de Sol Eterno—o Soles Eternos—, estaba haciendo un chiste con su muerte; se estaba riendo de ellos, y los dejaba, más bien, como los juzgados por la inquisición, marcados para ser aniquilados por “ese ser”. Fuera lo que fuera, Dios o Naturaleza, o azar disfrazado de designio fatal, les preparaba el terreno para hacerles acto de presencia el último acto, el último compas que daba por terminada una canción, como la de ese “Loro Real”. Se fumó un cigarro. Hacía tiempo que no fumaba, pero saber que iba a morir, de eso estaba casi seguro, le hizo volver; iba a disfrutar de sus últimos momentos. Morir como un valiente, vale que sea algo honroso y grandioso, pero, ante todo, uno mismo, y esas cosas que la vida hace que tenga sentido. Con toda la tranquilidad con cada calada, se iba quitando segundos, minutos o horas de vida, que no sabía cómo se lo iban a descontar, quien se lo fuera descontar del reloj de la vida, si ya estaba muerto; que el morir fuera gracioso era algo idiota, algo, también, por cierto, hilarante, pero sin la risa nada sería lo mismo: un tiempo para llorar, otro para reír. Irina se levantó, cómo pudo pues todavía estaba dolorida y, lo más claro, lo suficiente herida como para no dar más de tres o cuatros pasos seguidos sin tambalearse. Todo el deseo, la sexualidad o lo demás que estuviera relacionado se había extinguido su oportunidad con tal percance; y, para él, le pareció mejor. Así no tendría que esconder, primero, un secreto y, luego, tener que pasar malos ratos por contar que tuvo un delis con una compañera que cualquiera hubiera hecho lo que fuera por tener de amante. Se acercó, como una tortuga gigante, y le preguntó: - ¿Pasa algo? - No. Nada. Todo tranquilo. El Loro Real cantando, una luz que nos señala y, por ahora, nada más que señale dónde estamos, nada más que llame la atención de esa cosa; que saliera alguna “marca” más, sólo significaría que “Dios”, el de ese mundo o el del universo, o el Demonio, está queriendo jodernos y reírse de nosotros. - Puede ser… Ya ves los dioses griegos, qué juguetones eran. Tenían miles de historias: con guerra, amor, sensualidad, pura maldad, pura bondad, belleza o castidad, y mil cosas. Y, también, solían ser los humanos sus juguetes, unos muñecos que usaban como ellos deseaban por un fin. Un fin que era algo metafísico, el cual ni los propios dioses, a veces, llegaban a comprender, porque eran, en verdad, también, humanos, pero superiores, y sólo en algún momento después se descubría el porqué. - Sí, vaya que eran unos sinvergüenza de cuidado; si hubieran existido, habrían destruido el mundo en siete días, lo mismo que tardó Yahvé, Dios o Alá en crearlo. - Bueno… O no. No todos eran buenos, o malos; es algo, ¿Cómo decirlo?, relativo. - No existe ni el mal y el bien, ¿Me quieres decir, Irina? - No. Claro. Digo que es algo conceptual, como las palabras son metáforas del pensamiento, como los sustantivos concretos, lo son de lo que son de los objetos y las sustancia terrenales. El bien es algo que es en sí su busca, el fin es el medio, porque cuando se cree que, sin dudar, lo que se hace es el bien, ya se comete mal. - Es decir, el bien puede crear al mal. - Sí, e incluso el propio bien ha creado al mal; y el mal ha creado al bien. Los dos son una misma cosa, pero el Bien, o el Supremo Bien, no es más que su incógnita. - Es maleable… - Sí, como ese ser. No es ni bueno ni malo. Lo consideramos malo, pero no tiene la capacidad de dudar, pero nosotros sí, y, a veces, sabiendo del mal, lo cometemos: eso es el… - Mal Supremo. - Sí, y no. Incluso el propio equilibrio, que sería el Bien Supremo, por lo que hacemos entender, sería un mal; cuando el equilibrio se queda estancado, el bien llega a ser cualquiera de los lados de la balanza, que consideraríamos malos, porque como todos los seres vivos, las ideas, están en constante movimiento. El Mal Supremo es la inmovilidad. - ¿El espacio es acaso el Mal Supremo? - Para nosotros sí, hasta nos mata y da miedo. Pero tampoco. Es algo inerte. Los malos son los que viven y razonan, por tanto. Los que pueden cambiar. - ¿Y el tiempo, es un Bien Supremo? - Pasa lo mismo, pero tampoco. El movimiento es algo de los vivos, pero, si ves la naturaleza, un movimiento brusco puede estropearla, por tanto, también es un tipo de mal. - Vamos, que el bien y el mal es una mierda. No lo sabremos nunca. - No sabemos nada, y cuanto más sabemos, más sabemos que desconocemos, hasta lo que creemos, pues es una fe, desconocemos de su existencia. - Vamos un Caos… - Y un orden. - Un caos ordenado, o un Orden caótico. Donde nadie sabe todo, ni nada. Siempre el extremo, chocando con su punta. - Pero los extremos se tocan. Y se abrazan. - Como los budistas… todo está conectado… Como el globo de este mundo, o de la tierra… —Dice P. - Sí. ¿Por cierto, por qué hemos iniciado esto? - Ha sido él. Ves, juega con nosotros y nos da señales. Quiere decirnos, es la hora que acabéis vuestra acción y yo ponga fin a la obra. Puedo daros más vida o menos sin quitar o sumar vida a mi objetivo. ¿Qué cuál será, por cierto? —Dice P. - Debe de estar relacionada con ese animal. Algo en él. - Como nosotros, está jugando con él. Debe estar unido a nosotros, aunque a otro nivel. - La vida. Puede ser la vida. —Dice Irina— Es por lo que hemos estado corriendo todo este tiempo…. - Sí, debe ser así. Mira, ves, ya viene —Dice P. mientras la “bestia” se acerca —. Es mi hora. Quédate aquí. Ese animal y yo somos quienes estamos encadenados a encontrarnos. Es la hora. El acto final. P. se despidió de Irina y salió corriendo por el suelo lleno de barro que le hacía caminar más y más lento; detrás, estaba la bestia que lo perseguía. Estoy corriendo. El barro cubre mis botas y mis pantalones. He salido corriendo, pero es más veloz que yo, y me pillará. Menos mal que he cogido mi arma. Menos mal que me he acorado de llevarla conmigo. Es una cosa que nunca olvido. Es como algo automático. Lo oigo. Pasea por la espesura, cavilando una estrategia, pero no le quiero dejar; cuanto más corra, más posibilidades hay de que uno falle. En estas condiciones, es así, simplemente, un juego de azar para descubrir quién gana. Él defiende su tierra, yo mi vida. No hay más. Nada más. Salta y sobre vuela mi cabeza. Quiere asustarme. Lo vuelve a intentar, pero yo le esquivo. Esta vez quería herirme. No va a poder conmigo tan fácilmente. Voy a luchar con uñas y dientes, con las botas puestas, aunque llenas de barro. Un hombre de acción del S. XXIII en otro planeta. Siempre tiene el mismo modus operandi. Podría aprovecharme. Siempre fallo, cuando intento darle, después de esquivarlo, es demasiado rápido. ¿Y si le plantará cara? Me puedo arriesgar. Sí. Claro que sí. No me queda otra. Él salta. Yo aguanto sus dientes con mi arma. Pugnamos por la vida. Entonces, él está frente a mí. Yo le apunto. La verdad, no sé por qué lucho. Pero necesito vivir; lo deseo. Él también. No entiendo el porqué de ello. Nos quedamos mirando. Ahora lo entiendo. Los dos hemos luchado por lo mismo, nuestra tierra y nuestra vida. Él defendía lo suyo, porque se lo hemos arrebatado, sin más. Esa bestia sólo era un animal más que quería “vivir”. Dejo el arma. Le doy una patada. Se acerca unos pasos, lentamente. Toca el arma. Lo entiende. Me mira inexpresivamente. Se acerca. Estamos a unos pasos. Él me olfatea. No me hace nada. Se vuelve. Y, hacia atrás, aparece una manada de su especie. Decían que estaban muertos y extinguidos y, luego, que queda uno; en realidad, estaban escondidos, para que el hombre no pudiera matarlos con su locura. Esos locos animales sólo querían vivir en paz, en su ser, pues todos somos como somos y hay que vivir. Eso eran esos animales. La vida. Y el ser humano se aleja de la vida, poco a poco. Una cría se acerca correteando a la “bestia” que nos atacó. Es su cría, sin dudar. Es una hembra. Ahora, aparecen, a mi espalda mi mujer y mi hijo. Están cerca, apoyándome con sus manos en mis hombros. Quiero volver a mi hogar. Sea donde sea, pero mi hogar.
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| | | samuel17993 Escritor activo
Cantidad de envíos : 323 Fecha de nacimiento : 17/09/1993 Edad : 31 Localización : Herrera de Pisuerga (Palencia, Castilla, Iberia) Fecha de inscripción : 13/10/2011
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| Tema: Re: El Sol Azul Vie Mayo 25, 2012 9:31 am | |
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| | | Invitado Invitado
| Tema: Re: El Sol Azul Lun Mayo 28, 2012 7:33 pm | |
| trato de leer tu historia pero me es muy cansado llerlo en pantalla, lo lei en partes, especificas demaciado ciertos rasgos y comparaciones con tal o cual situación, que realmente hace volver a releer, a ver donde fue que me perdí con tantas uniones y desuniones entre paises, no se, pero me he perdido varias veces en el primer texto, con tantos por, porque, aunque...
"Al descubrir al animal, se habían sorprendido. No porque no estuviera muerto, sino por su mortandad; cuando llegaron, aunque por su tamaño era un animal terrorífico ,al mirarlo, era más bien pacífico."
"siendo un planeta magnífico para los naturalistas como para los amantes de la naturaleza o de la belleza."
cosas como estas que me resultan redundantes.
"Delante continúa la vista de un inmenso bosque, más bien selva, de árboles exóticos de color rojo, con pigmentos negros e incluso algunos totalmente de ese color. La mayoría tienen formas curvas con hojas redondas del mismo color; sus troncos tienen un color rojizo, aunque también como en la tierra son algo marrones." cuenta cuantas veces repites color en un solo párrafo, en este segundo texto la narración es mas fluida.
El final me parece muy intrincado, pero se entiende, la idea de que la bestia no era mas bestia que los humanos apoderandose del territorio a mi me gusta mucho, especialmente si se le da ese toque de futurismo y realidad, lo que si creo Samuel es que deberias tratar de corregir algunos plurales y singulares en las frases, puedes mejorarla. saludos k |
| | | Mateo Escritor activo
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| Tema: Re: El Sol Azul Mar Mayo 29, 2012 1:06 pm | |
| A MI ME PASA ALGO PARECIDO A GARA,ME DA MUCHA PEREZA LEER TEXTOS TAN LARGOS,A VECES CON MAS TIEMPO LES ENTRO. PERSONALMENTE Y QUIZA SPOR UN PROBLEMA MIO,ME CUESTA MUCHO ENTENDER TUS TEXTOS,ME PIERDO,ME DISTRAIGO,DEBO VOLVER HACIA ATRAS PARA CAPTAR LA IDEA Y EN ESE IR Y VENIR ME CANSO Y LO DEJO. SUPONGO QUE ES UN TEMA MIO,POR LO CUAL NO PUEDO DECIR SI ESTA BIEN O MAL LO QUE ESCRIBES,JURO QUE INTENTO LEERLO. _________________ El amistad mejora la felicidad y disminuye la tristeza, porque a través del amistad, se duplican las alegrías y se dividen los problemas.
Mateo
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| | | samuel17993 Escritor activo
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| Tema: Re: El Sol Azul Mar Mayo 29, 2012 3:25 pm | |
| Ok, cuando acabe los exámenes prometo corregir el texto. E intentaré que no esté tan lioso. Lo escribí hace prácticamente un mes y lo he corregido, pero se ve que necesita más vistazos. No me suelo dar cuenta de lo de la repetición de palabras... y conectores. En cuanto a que es largo, sí, es verdad. Si queréis os paso el pdf con un enlace, es que lo tengo colgado por eso mismo. No sé si se podrá, por eso pregunto.
Un saludo de Samuel. | |
| | | Invitado Invitado
| Tema: Re: El Sol Azul Mar Mayo 29, 2012 4:32 pm | |
| A mi me pasó algo muy similar Samuel. Es una historia interesante pero quizás un poco larga e intrincada para subirla en este foro. Mi opinión, sólo a modo de sugerencia, es que podrías dividirla en partes y subirla al foro de textos por capítulos. Pero lo que es indudable, es que tienes una gran imaginación, amigo. Un saludo cordial, Jose |
| | | samuel17993 Escritor activo
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| Tema: Re: El Sol Azul Miér Mayo 30, 2012 7:14 pm | |
| Gracias Fobio, tanto comentar como el alago (eso intento, ser imaginativo; aunque no siempre me sale algo). Me reitero en si pudiera poner el enlace del texto. Por otro lado lo de partirlo, tienes razón, pero viendo el éxito de la zona... A ver si, entre corregir entre Deux ex Maquina y los relatos en mente; más que estoy ahora en exámenes y es: totum revolutum. Por no decir el Anochecer..., como se llamaba al Apocalipsis en un juego de rol online llamado Guild Wars...
Un saludo de Samuel, y vuelvo a repetir mi agradecimiento por su esfuerzo. Agradecería algunos consejos, para partes que ustedes vean flojas... | |
| | | Invitado Invitado
| Tema: Re: El Sol Azul Miér Mayo 30, 2012 7:25 pm | |
| Se entiende Samuel. Y si la elección fuese mía, sin duda le dedicaría el tiempo a los exámenes. Puedes llegar a ser un gran o pésimo escritor, pero si no tienes una buena base de educación académica, lo segundo tiene muchas más chances de suceder. Buena suerte con ellos, amigo...!!! Un saludo con todas las buenas ondas, Jose |
| | | samuel17993 Escritor activo
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| Tema: Re: El Sol Azul Jue Mayo 31, 2012 7:13 am | |
| Sí, sin duda XD... Aunque cueste. Los estudios son los estudios. Ahora mismo me voy a poner; si quiero ser historiador no queda otra que estudiar rollos como Espacios y Sociedades o Patrimonio, pero... Así es la vida.
Un saludo de Samuel. | |
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| Tema: Re: El Sol Azul | |
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| | | | El Sol Azul | |
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