Ven... quiero contarte algo: tengo un amor secreto…!
Sí, todos los años, por la tercera semana de marzo, me veo a solas con él.
Poco importa que sea un amor tan breve, tan fugaz.
Es tan intenso lo que vivo a su lado, que mis sentidos se
impregnan de él, y no me importa tener que esperarlo otro año.
Mira, hoy salí dispuesta a buscarlo. Sabía que había arribado hacía apenas unos días y no tuve que esperarlo mucho, porque a la vuelta de la esquina, allí estaba él, esperándome, bello y galante como siempre.
Apenas me vio, corrió hacia mí y su abrazo de fresca brisa me envolvió con toda la ternura de éste maravilloso y ansiado encuentro.
-Vuelve y abrígate- me dijo casi paternalmente- caminaremos por el río.
Y volví sobre mis pasos, saltando, a buscar mi abrigo.
Me lo eché sobre los hombros y, tomada de su mano feliz como
una niña, comenzamos a caminar.
El día apenas despuntaba. El oriente se pintaba la cara de un dorado pálido.
El cielo desnudo, nos miraba desde su bóveda gris azulada.
Nos envolvía la suave frescura de una mañanita de marzo y a su vez, la calidez del encuentro con mi amado.
Sé que con él a mi lado, el paisaje es otro.
Hasta las aves a nuestro paso, nos regalan melodías.
Todo es mágico. Todo se transforma.
Quienes lo conocen, lo tildan de un poco loco, pero a mí, me encanta, me fascina…sí, como ves, él sabe enamorarme.
Tal vez, se deba a que me identifico mucho con él, pues, suele ser un tanto desordenado, con esa vieja costumbre de desparramar las cosas, y sobre todo, le encanta pintar… como a mí.
Pinta los más bellos paisajes en cualquier parte: las calles, las plazas, los bosques y a todos ellos les da un tinte dorado, mi color predilecto.
A muchos les causa gracia y les da risa la forma extravagante en que se viste.
Hoy por ejemplo, vino a mi encuentro vestido de color verde aceituna.
Otras veces, se viste de amarillo, y otras, de un marrón rojizo.
Es que, todo le sienta bien, cualquier color que se ponga.
Tras la magia del encuentro, jugamos a ser niños y soñamos con dejarnos llevar por los vientos convertirnos en hojas viajeras, y explorar el mundo, y correr las más increíbles aventuras.
Lo conozco desde siempre. Lo amo desde siempre. Poco importa esperarlo un año.
Lo que vivimos es tan, pero tan intenso, que puedo hacer una reserva en el depósito de mi corazón para todo un año, porque yo sé muy bien, que el me ama tanto como yo a él y sé también,
que jamás faltará a nuestra cita.
Poco importa, que lo nuestro de cada año, sea tan breve, tan fugaz, porque tengo sus mejores besos, sus mejores caricias, sus mejores abrazos, y lo que es más, todos los años, me
regala la más bella de todas sus pinturas.
Mientras caminábamos, los primeros rayos del sol, comenzaban a golpear en las torres de los altos silos del puerto.
El agua de mi río, tranquila, serena, más que azul, era violeta, resaltaba los verdes de la orilla occidental.
Esos verdes que pronto, bajo los experientes pinceles de mi amor, tendrán pronto el color del sol.
Un paisaje maravilloso, un paisaje para enamorados, un marco sin igual, que hace que este intenso amor que siento por él, se expanda a cada lugar donde se pose mi vista.
Y lo abrazo fuertemente y me siento tan, tan pequeñita a su lado, casi tan poca cosa. . .
Siento que mi vida se transforma todos los años, como se transforma el paisaje, a través de él.
Es que tiene la virtud de trastocarlo todo, de pintarlo todo, de transformarlo todo, tan mágicamente…
Cuando llegue el día, lo dejaré partir.
Me besará y yo, le corresponderé.
Su suave mano dibujará en mi rostro una caricia, y me dirá adiós.
Le veré alejarse vistiendo su cómico traje amarillo.
Se irá por las viejas calles de árboles ya desnudos, con su pesada carga de hojas sobre su espalda.
Y yo. . . yo me quedaré esperando el próximo reencuentro con mi viejo y fiel amor: mi bien amado Otoño.