Jaime Olate Escritor activo
Cantidad de envíos : 2341 Fecha de nacimiento : 17/01/1941 Edad : 83 Localización : Santiago de Chile Fecha de inscripción : 01/08/2008
RECONOCIMIENTOS Mención: -Escritor con textos DESTACADOS Mención: Lobo ,El Detective. Texto EXCEPCIONAL Premios: 1ºLugar Concurso "Ecología" parte Textos, Octubre de 2010
| Tema: La Posada de los Brujos. Epílogo. Mar Feb 14, 2012 9:45 pm | |
| Epílogo Casi un mes después de los hechos relatados, la luna llena estaba asomando entre los cerros, reflejando su luz en la pequeña poza, una gran fogata iluminaba de rojo a la vieja casa de madera y a todos los presentes. El tam tam del cultrún de María, vestida con sus atavíos de chamán, danzando y cantando en idioma mapuche se detenía de vez en cuando para levantar los brazos hacia nuestro hermoso satélite. Continuaba su quejumbrosa melodía con el fondo de los agudos sonidos de la trutuca de José, también vestido con traje nativo y un cintillo que tomaba su cabello. Detuvieron su danza y la machi María recibió de manos de José una rama de canelo con hojas parecidas al gomero. Acto seguido se dirigió a la pareja formada por Lucas y Gina, que estaban frente a la fogata; unos metros más atrás Sergio, con sus tíos, las señoritas Carusso, don Rufo Cañedo y las dos hermosas ”sobrinas”, Lupita y Nalda, todos en respetuosa actitud presenciaban el ancestral rito mapuche que unía a los dos jóvenes. —El Creador sea con ustedes —con solemne voz la machi sacudió la rama sobre ellos, levantó sus brazos hacia la luna y se dirigió a ellos—. La ceremonia ha terminado, se pueden retirar. Hubo abrazos entre los presentes, alegría que se traducía en risas y bromas. Comenzaron a irse, los más jóvenes emprendieron la marcha a pie por los intrincados senderos de los cerros, guiados por la luz del satélite que mostraba el camino a casa de los tíos de Sergio. Caminaban sin prisa, en el rancho los esperaba una fiesta que prometía durar hasta la madrugada. La gente mayor, la señoritas Carusso, los tíos de Checho y don Rufo caminaron hacia un helicóptero que los esperaba en las cercanías de la laguna, lo contrataron para el efecto de viajar hasta los agrestes cerros del mágico lugar. El aparato emprendió el vuelo y atrás quedaron el matrimonio araucano y Lucas abrazado con Gina; observaron cuando el aparato se fue y a los alegres y jóvenes caminantes que ya se perdían entre los matorrales. Lucas, sin temor abrazó a María, que le correspondió casi con ternura, luego a José quien mostró sus dientes, en franca sonrisa. Lo mismo hizo Gina y finalmente quedaron los dos solos, mientras los nativos se alejaban por senderos misteriosos hacia su hogar. Abrazados se recostaron, mirando la luna. El joven artista besó a su amada y después de un suspiro, comenzó a hablar. —Que cosas tan increíbles hemos vivido. Cuando llegué a este lugar tan mágico nadie sabía quién era el dueño de estas tierras aparentemente abandonadas, sólo se sabía que el dueño era de Santiago; nunca me imaginé que las propietarias de esta enorme finca eran ustedes y que dentro de ella vive María y José con un grupo grande de su familia, los bravos mapuches. Tus tías tienen un corazón de oro, entregaron legalmente a los araucanos el título de dominio de estos parajes que son de ellos desde hace muchos siglos. La hermosa joven lo hizo callar besando sus labios. —Lucas, amado mío, hemos sido unidos en este lugar donde nos encontramos por primera vez; ya regresaremos a recordar. Ahora te ruego sigamos a nuestros amigos que nos esperan en el claro del bosque. —Quizás en otra oportunidad volveremos a visitar este lugar de hechizo —la voz ronca del joven artista se oyó como si lo deseara o presintiera. Para Lucas no fue una sorpresa encontrar a escasas docenas de metros de ellos a su fiel amigo Sergio, cuya silueta se recortaba en lo alto contra el cielo estrellado. Cuando los vio, con discreción dio media vuelta y emprendió lentamente su marcha. Ambos sonrieron comprensivos, iba a ser difícil deshacerse de un guardia tan leal. Se detuvieron donde vieron al muchacho y se volvieron a mirar a la hoguera que se extinguía y el reflejo de la luna en las aguas de la laguna. Abrazados, continuaron caminando. Atrás, a orillas de la floresta sureña, cada vez menos visible y apenas iluminada por la luna, iban desapareciendo las ruinas de la Posada de los Brujos.
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