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 La Posada de los Brujos. Capítulo 23.

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Jaime Olate
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MensajeTema: La Posada de los Brujos. Capítulo 23.   La Posada de los Brujos. Capítulo 23. Icon_minitimeMar Feb 14, 2012 12:06 am

Capítulo 23

Desenredando una Madeja .
—Señorita Matilda, perdone mi pregunta, pero está relacionada con los extraordinarios sucesos de esta casa. ¿Desde cuándo tiene a su servicio a estas dos muchachas? Algo nos adelantó acerca de ellas.
—Estimado señor De los Ríos, somos católicas perseverantes y siempre tratamos de hacer buenas obras. Ya le relaté cómo llegaron a nuestras vidas, que ellas son como nuestras sobrinas o como aquellas hijas que nunca tuvimos; en los viajes que hacíamos con mi hermano Marcelo al sur del país, admiramos al pueblo mapuche. Imagínese nuestra sorpresa al encontrar indígenas blancos, hasta rubios con ojos de color; cuando visitamos un internado de niñas huérfanas o abandonadas con nuestra pequeña Gina, ella tenía unos trece años de edad, hizo amistad con mis bellas muchachitas un par de años mayores. Con la mirada perdida en los recuerdos, la gentil dama sonrió con ternura.
—Recuerde que le conté que mis “sobrinitas” querían ser nuestras empleadas domésticas, pero insistimos en que estudiaran para ser modelos, aprovechando la belleza que Dios les ha dado y emular a la conocida joven mapuche que, triunfante, aparece en revistas de modas. Al finalizar sus estudios del Liceo ambas decidieron quedarse con nosotros como damas de compañía de Gina y ser nuestras servidoras; no hubo manera que cambiaran de ideas.
Las palabras de la jefa de la rica familia dejaron aún más pensativo al joven artista; sumido en cavilaciones fue bruscamente sacado de ellas por don Rufo, quien, con simpática risa, le pidió que “bajara de la zona límbica”.
—Vamos, señor De los Ríos, yo sé que los pintores viven en continua ensoñación, pero, por favor… —su cuerpo se estremecía con una suave y elegante hilaridad, que aumentó cuando el joven lo miró sorprendido.
—Perdón, señor Cañedo, estaba meditando sobre los hechos y no escuché lo que decía.
—Mmmm, bastante sumergido en sus pensamientos ¿Eh? Yo contaba como el sol comienza a bajar junto con el calor y lo agradable que es respirar este aire puro, mientras miramos la belleza del paisaje lleno de árboles y flores los capitalinos, allá abajo, los destruyen y se ahogan en el smog.
—Don Rufo, comprendo su sentimiento porque soy enamorado del sur, lleno de bosques y un exquisito aire puro. Tuve la suerte de nacer allá, pero desde pequeño mis padres me trajeron a la capital por asuntos de sus trabajos; mi amigo Sergio, que me acompaña, también es del sur, pero desde el año pasado viene a Santiago a estudiar una carrera profesional en la universidad. Cada vez que podemos nos escapamos a casa de sus tíos que tienen una amplia hacienda en medio de esos hermosos paisajes; la gente es muy buena, en especial los mapuches, orgullosos de su raza, valientes y leales.
— ¡Vaya! —la voz de don Rufo sonó divertida— ¿Casualmente conoció por allá al jardinero José y a su esposa María?
Una sonrisa de todos fue la respuesta a su pregunta.
—Buen punto, don Rufo, si me permite llamarle así —el hombre asintió con una simpática sonrisa— Gracias; es demasiado vasto el territorio, por lo que es imposible habernos visto siquiera; no, no tuve ese placer.
—Hablando del rey de Roma… aquí vienen los guardianes con la hermosa princesa.
Efectivamente, Gina, con su caminar un tanto adormecido, llegaba seguida a un paso atrás por la pareja araucana. Tanto José como María, con sus enormes corpulencias, hacían ver a la muchacha mucho más menuda.

(Continuará: “La Efectividad de la Medicina de María”)
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