10 Paternal
Tras los saludos entre Martina y el Flaco, la llevada de las valijas al auto y la vuelta por la Ricchieri. El café con leche en las Violetas fue una buena antesala de lo que sería la llegada a la casona de nuestros padres. Una nueva oleada de sentimientos imposibles de refrenar.
Martina rompió a llorar, apenas se bajó del auto. Era como si le hubieran dado un mazazo sentimental directo en la frente. Nico, que estaba al lado de ella la abrazo fuerte y le pregunto si estaba bien. Estaba hecho todo un hombrecito. Conservando toda su inocencia y al mismo tiempo ese temple que lo hizo madurar de golpe sobrellevando quizás una carga que no le correspondía, pero que era inevitable, si quería ayudar a su madre. Carlos se acercó, le apoyo la mano en el hombro y le dijo:
-“Nico, hijo, es hora de que tu tío se haga cargo, déjame ayudar a tu madre. El Flaco, necesita que lo ayudes con las valijas.”
Nico, desconcertado por vez primera en mucho tiempo, se dejó llevar por la voz de su tío y fue con el Flaco a bajar las valijas. Mientras Carlos, llevaba Martina dentro de la Casona, el Flaco, se quedó mirando como el niño seguía con la mirada aquel hombre que se llevaba a su madre casa adentro.
-“Oye”, le dijo el Flaco a crío, “¿qué estás pensando?”
-“Nada, me siento raro”, contesto el niño.
-“No te preocupes, siempre pasa, tu tío es un ñato de buena cepa”
Ante esas palabras, Nico se lo quedo mirando y por supuesto el Flaco se dio cuenta en seguida que había olvidado de donde venía y, se largó a reír a carcajadas.
-“Perdón, es la costumbre, pero ya me vas a ir entendiendo… digo… que tu tío es un buen hombre, y que los ama demasiado como para dejar que les pase algo. Sobre todo a tu madre.”
Nico, volvió a mirar par la puerta de entrada, ahora vacía y suspiró lentamente. Pero algo le decía que las cosas ahora iban a estar mejor. Lo miró al Flaco, tomo la primera valija que él le alcanzaba y a la rastra se la llevo dentro de la casa.
“Es valiente, y tiene el alma de un dragón”, se dijo para sí el Flaco, mientras bajaba el resto de las valijas a la vereda.
La casona estaba en penumbra cuando atravesaron el portal. Martina casi sostenida por Carlos se dejó llevar lentamente mientras este iba prendiendo las luces a su paso. Todo estaba intacto, casi parecía que nunca se hubiera ido de ese lugar. Pasaron por el pequeño hall, donde
Martina se había percatado del sobre, lo miró a su hermano y le dijo en voz baja:
-“No hay caso, siempre igual vos. No te ibas a dar por vencido, ¿no?”
-“Jamás, Hermana, jamás” y le dio un beso en la mejilla que ella agradeció apoyando su cabeza en su hombro.
Avanzaron por un pasillo con piso de pinotea y las paredes decoradas por pequeños marcos antiguos, algunos de ellos provenientes de la casa de los abuelos, el crujir característico de la madera, siempre en el mismo lugar, donde el padre había escondido alguna vez la caja de valores en tiempos difíciles. Una caja que contenía los tesoros de la familia. Libros y discos que en una época fueron prohibidos.
Ambos se miraron sonriendo, cuando hicieron crujir la madera, con sus pies.
La casa era una de esas viviendas grandes de antaño, donde se criaban las familias numerosas, cosa que sucedía, pues no existía la televisión. Era en esas épocas donde la imaginación creaba grandes cosas, donde los juegos se hacían en el patio o en la terraza, entre las sogas donde se colgaba la ropa y, guay si por alguna razón manchabas alguna sábana que se estuviera secando. Con los tiempos modernos todas esas cosas se fueron perdiendo, la mayoría de esas casonas viejas se fueron derrumbando dando paso a las grandes y altas torres, donde casi nadie se conoce y están todos enchufados a su televisión u ordenador de última generación.
Sin embargo, esta casa estaba intacta. Era el sentir de Martina, de Carlos, de todos aquellos que alguna vez habían pisado sus pinteas, sus mármoles o cerámicos. Era la casa de Paternal, la casona de los viejos, nuestros viejos.
Ya era avanzada la mañana cuando Carlos dejó a Martina sentada en uno de los grandes sillones de la sala, junto a las mesitas que otrora el padre había traído de alguna parte.
-“Quédate”, le dijo él, cuando ella intento ayudar con las valijas.
-“Pero…”
-“Pero nada, te quedas”, repitió Carlos.
Enseguida, Carlos fue en ayuda de Nico quien, con cierto esfuerzo había logrado traer dos de las tres grandes valijas que traían consigo.
-“Vale, hombre, que tienes fuerza”, le dijo al niño.
-“Sip, y esto no es nada, puedo con mucho mas…”, contestó Nico haciéndose el importante.
-“Oye, porque no me dejas a mí las valijas y te vas con tu madre para que te muestre la casa”
El niño, ni lento ni perezoso, dejo la valija donde estaba y entro a correr por el pasillo, mientras le gritaba “Gracias” a su tío.
-“Si piensas mimarlo así, no va a quedar mucho sobrino que digamos”, sentenció el Flaco que justo entraba por la puerta con la última valija y un bolso de mano.
-“Si lo sé, pero no lo puedo evitar, hace mucho tiempo que no los veo y a Nico, desde que nació prácticamente.”, contestó Carlos.
El Flaco, se acercó a él, le apoyo la mano sobre el hombro y le dijo. –“te comprendo, pero ojo, porque mucho puede significar incontrolable”.
Siempre igual con esos frases y consejos que te dejaban entre preocupado y agradecido, así era él. Se despidió de Martina y Nico que estaban en la sala y volvió a palmearle el hombro a Carlos al pasar agregando que cualquier eventualidad lo llamara por teléfono. Y se despidieron como lo hacían siempre con un caluroso abrazo.
Tras cerrar la puerta, Carlos se quedó mirando a su hermana a través del pasillo, como le mostraba a su sobrino, todos los libros que su abuelo tenía en esa biblioteca. Estaba desbordado, en tan pocos días tanto cambio. Llevo las valijas al cuarto de Martina y luego los alcanzo en la cocina.
Martina estaba preparando algo de té. A pesar de los años, las cosas no se olvidan tan fácilmente. Carlos había mantenido todo igual y eso ella se lo agradecía profundamente.
-“Me imagino que se irán a descansar un rato, el viaje te mata”
-“No tenés idea.” Dijo ella.
El resto de la mañana se fue en acomodar algunas cosas que habían quedado fuera de lugar y poner a lavar las ropa que Martina y Nico habían usado durante el vuelo, intentando hacer el menor ruido posible para no despertarlos.
Luego, Carlos se apoltrono en un sillón que había en la sala, donde habitualmente se sentaba a leer y se dejó llevar por el cansancio hasta quedarse el dormido profundamente. En ese instante la casa se llenó de recuerdos y anécdotas que susurraban sus historias entre los sueños de sus bellos durmientes, en un abrazo paternal.
11 La Cena
La entrada del edificio era amplia y muy luminosa, tenía además un enorme banco de madera lustrada. Donde uno podía sentarse a disfrutar de una agradable vista de la acera, incluso de noche. Martina había subido el primer peldaño de la escalinata de la entrada cuando se giró sobre sí y apoyando su palma sobre el pecho de Darío le dijo: -“Mira que no hay compromiso, ya sabes cómo es mamá”.
-“Por eso mismo, porque la conozco, tengo que subir al piso. Imagina que puede llegar a decir si se entera que rechace una de sus invitaciones a comer”, contestó él.
-“Cierto… nos mataría a los dos sobre todo a mí en la primera vuelta”, la risa de Martina le ilumino la cara de una manera que Darío se sorprendió mucho, al redescubrir cuan bella era.
Se miraron mutuamente a los ojos y ambos volvieron a sonreír, para luego entrar al edificio. Hacía mucho tiempo que Martina no se sentía tan extraña. Lo conocía desde que era una señorita, siempre habían sido muy buenos amigos, pero en esta ocasión había algo más.
Cuando entraron al piso, el aroma a comida recién hecha inundaba toda la estancia.
La mesa del comedor estaba puesta. Mantel, copas, los platos que su madre había comprado una vuelta en el mercadillo en un viaje a Zaragoza y, unas elegantes servilletas que ni Martina sabía de su existencia. Los dos atónitos ante tanto glamour solo atinaron a mirar a Mónica.
-“Morrones Rellenos”, contestó,” esos que te gustan tanto, los que comías en Paternal”
Darío no lo podía creer, aquella mujer que conocía desde hacía tanto tiempo, no se había olvidado siquiera de su plato favorito. Se acercó a ella y le dio un fuerte abrazo, con un beso en cada mejilla a la manera española.
-“Se nota que te quiere, a mí ni me los hace”, dijo Martina con cierto desdén.
-“mentirosa, vamos que te los hago entre otras cosas ricas”, agregó su madre mientras se acercaba nuevamente a la cocina para terminar de dar los últimos toques a su receta.
-“Vayan acercándose a la mesa que ya llevo la fuente.”
En eso, la puerta del piso se abrió y entro Nicolás como una tromba, preguntando qué era eso tan rico, pero se paró en seco al mirar a Darío parado junto a su madre.
-“Mi hijo Nicolás”, le dijo Martina a Darío, mientras se acercaba a saludarlo.
-“¿Y este?, pregunto Nico
-“No seas maleducado, es gran un amigo de tu tío y de tu madre.” Le contesto la abuela, que había dejado la fuente sobre la mesa y como por arte de magia le había propinado un coscorrón en la cabeza,-“vamos, vete a la lavar las manos que ya está la mesa servida”.
Mientras esperaban al crió, se fueron sentando a la mesa donde, la fuente con su exquisito aroma, hacía suspirar a los comensales y, les inquietaba el hambre. Darío, se dejó llevar por los recuerdos, cuando era más chico, se juntaban con Carlos y organizaban esos asaltos en la casona, con música y hamburguesas en la parrilla del fondo. Para luego quedarse a dormir y al día siguiente comer esos morrones rellenos que preparaba Mónica con tanto cariño y maestría. Una delicada mezcla de carne, cebollas, tomate, carne picada y quien sabe cuántas cosa más que se disolvían en el paladar dejando un sabor que se disfrutaba hasta el último bocado.
-“¿Y cómo estas hijo?”, interrumpió sus pensamientos Mónica, mientras le pasaba el plato.
-“Bien madre”, las costumbres no se habían perdido, como antaño Darío llamo a Mónica como hacía tantos años que no lo hacía, -“trabajando por estas tierras, haciendo de todo un poco.”
-“Artista”, agregó Mónica
-“Siempre en el clavo”, dijo riendo Darío, -“No vas a cambiar nunca”
Ambos se sonrieron.
La fuente se fue vaciando entre risas, chistes, recuerdos y más recuerdos. Con miradas cómplices entre aquellos que alguna vez habían participado en la organización de alguna de las tantas fiestas y reuniones sorpresa de la vieja casona. En alguna ocasión, las mejillas de Martina tomaron color ante alguna de las anécdotas contadas por Darío y, las risas de Nico al escuchar tales cosas.
Durante un instante, ella se limitó a mirarlo y simplemente se dejó llevar por sus pensamientos. Parecía increíble que se hubiera tomado tanto trabajo en averiguar donde se encontraba. En buscar la manera de poder estar junto a ella. El corazón le pego un brinco. No a
Nico la saco de ese trance, cuando en un descuido volcó la copa sobre la mesa con la gaseosa que estaba tomando.
-“¡Hijo! Más cuidado”, dijo ella levantando la voz
-“¡Bueno! Perdón, no me di cuenta…”
-“Calma, calma, que aquí no ha pasado nada”, enseguida Darío con un rollo papel que había en la mesada de la cocina, puso varias servilletas debajo del mantel.
La cena transcurrió y la sobremesa se transformó en una tertulia de la cual Mónica renuncio al segundo intento de café. Nico estaba prácticamente dormido sobre el sillón del living, del cual a Martina se le hacía imposible levantarlo. Entre ambos, lograron llevarlo a la cama y mientras Darío la observaba desde la puerta de la habitación, ella arropaba al pequeño para que se durmiera tranquilo.
-“Creo que es ha de retirarme” dijo él en voz baja para no despertar al crío.
-“No quisiera” contesto ella.
-“Mañana nos vemos si quieres”, agregó él.
-“Vale, espera que busco las llaves, para abrirte” finalizo ella, sabiendo que era toda un excusa el hecho de bajar con él a la entrada del edificio.
Un rato después, bajo un cielo estrellado de inusitado brillo, ambos se encontraban en los peldaños que unas horas antes ya habían pisado. El aire estaba fresco, ligero, con un dejo a hojas verdes perfumadas.
Darío, bajo un peldaño, le tomo la mano a Martina y cuando ella le pregunto qué pasaba, el simplemente le dijo –“nada” y la beso en los labios.
Las estrellas titilaron con más fuerza que nunca durante ese instante mágico, un segundo de ingravidez para dos corazones que durante mucho tiempo se desearon pero nunca se habían sentido así de unidos.
Darío quiso dar un paso atrás para alejarse darle aire a su Amada, pero ella no lo dejó, besándolo nuevamente.
-“Me tengo que ir” dijo él.
-“Lo sé” contesto ella. Pero ninguno de los dos movía un músculo.
La luz del hall del edificio se encendió y esa fue la señal de la inexorable partida. Darío la volvió a besar y le dijo que entrara. Luego, la saludó mientras se encaminaba calle abajo. Ella, desde el otro lado de la puerta, simplemente suspiro y sintió por primera vez que sus mejillas se enrojecían de felicidad.
12 El trajecito azul
Para cuando se despertó, la casa estaba totalmente a oscuras, salvo por el resplandor de la calle que apenas entraba por las persianas del ventanal del escritorio.
Carlos se sentó en borde del sillón y se estiró todo lo que pudo. No tenía idea de la hora, pero no era de mañana eso era seguro. El estómago le hizo ruido, cosa que le recordó que no había comido nada desde aquel desayuno en la mañana con el Flaco, Nico y su hermana en las Violetas.
Se deslizo despacio hacia la cocina mientras se iba estirando, cuando vio un pequeño resplandor que salía de la puerta apenas abierta del cuarto principal. Se acercó y sintió a su hermana que estaba canturreando como lo hacía de chica. Volvió a la cocina, preparo un par de tazas de té y al rato volvió a ese cuarto con las manos ocupadas de humeante té caliente.
En ese instante, en que la puerta que había empujado despacio con el pie se abría del todo, apareció su hermana sosteniendo un trajecito azul, que siempre estaba guardado en el armario grande, aquel que Mónica su madre cuidaba con tanto cariño.
-“El armario de la abuela, es como un baúl de tesoros ¿no?”, dijo Martina sin darse vuelta.
-“Si contestó Carlos, un lugar lleno de recuerdos, que incluso yo que no la conocí me emociono al pensar de todo lo que ellos deben haber disfrutado juntos”, dijo el mientras apoyaba las tazas sobre la cómoda de madera, donde todavía estaba la caja de bijou que había pintado la madre de ambos.
Martina, giro sobre sí misma, quedando de frente a su hermano, se apoyó el trajecito sobre el pecho y simplemente soltó aquellas palabras que Enrique siempre recitaba.
“Trajecito azul, que así te conocí,
Llenaste mis pupilas con tu andar.
Quise decirte todo lo que sentí,
Pero me fue imposible cuando te vi”
-“Así era el viejo, un romántico”, dijo Carlos apenas termino Martina.
-“Si, todo un romántico cursi”
-“No seas tonta”, le contestó él mientras le alcanzaba su taza de té.
-“Tenés razón. ¿Te acordás que el viejo lo recitaba, cuando andaba contento?”, dijo ella, -“jamás lo había entendido hasta que vi este trajecito azul de mamá, con esto lo termino de enamorar”
-“Él siempre decía que era una aparición celestial, el trajecito azul”
-“Si y lo más divertido de todo esto es que se me pegó ese versito de papá. Y la vieja cuando me escucha recitarlo se pone nostálgica y te puedo asegurar que algún que otro lagrimón se le pianta. Aunque ella lo niegue.”
-“Si seguro, si se amaban con locura”
-“Lo extraño mucho, a veces me hace tanta falta”, dijo Martina con cierta tristeza en la voz.
-“Si la casa no es lo mismo sin ellos”
-“Che, para que mamá está viva todavía”
-“Obvio, no me refería a eso tonta”
El trajecito estaba tendido sobre la cama matrimonial del cuarto, cuando Martina volvió a dejar la taza sobre la cómoda y se apoyó sobre el pecho de su hermano; abrazándolo por la cintura.
-“Si te entiendo, la casa está vacía sin ellos. A pesar de que todavía estemos nosotros acá, falta algo”, dijo ella.
-“Si faltan sus memorias, sus pasos, sus palabras que siempre bañaron las paredes de esta casa”
La frase de Carlos había hecho mella en los pensamientos de Martina. Era cierto la casa estaba en silencio desde hacía mucho tiempo dejando pasar los días inexorables como si se tratara de un una rutina cansina.
Pero algo había cambiado, la presencia de los hermanos hizo que un aire renovador invadiera los pasillos, cada recoveco, habitación y piso de esa casona volvieran a la vida. Y mientras salían de la habitación de sus padres, Martina lo miro a Carlos a los ojos y le dijo:
-“¿Sabes? Papá, estaría orgulloso de cómo conservaste todo en su lugar…”, hizo una pausa lo tomo de nuevo del brazo con ambas manos y agregó, -“Trajecito azul, que así te conocí… Te quiero Carlos, no sabes lo que te extrañé”.
Carlos la beso en la frente y apoyo su palma derecha sobre las manos de ella, mientras caminaban por el pasillo rumbo a la sala.
-“Yo también, Tina, no tenés idea.”
Ya era pasada la media noche, cuando decidieron que sería mejor irse a dormir. Se dieron un beso a la manera española y rumbearon cada uno a su habitación. Martina en su cuarto de juventud. Y Carlos que al llegar al suyo se dio cuenta que Nico estaba durmiendo en su cama, lo cual le dio ternura verlo todo despatarrado con las sábanas casi en el piso. Lo arropo de nuevo, dándole un beso en la frente y salió de allí con su almohada bajo el brazo para dejarse caer en la cama de los viejos, luego de haber guardado el trajecito azul, y dormirse profundamente con todos las memorias que en esa casa habitaban desde que la había pisado por vez primera.
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