Estaba en el pergamino contento, vistiendo de vocales y signos de admiración, corriendo entre comillas, piropos entre interrogantes, eras un personaje intocable, pero quería más.
Entonces le compre un juego de acuarelas, colores primarios, le dibuje una cara, unas extensiones, le abrí un hueco para rellenarte de pajitas y algo parecido a un corazón, no se dibujar corazones, eso fue un error.
Y aun así quería mas, así que fui por piedra y le hice un altar de cáscaras de huevo, luego compre piezas y más piezas intentando armarle, pero nunca intente que me entendiera, yo sabía que era un buen personaje.
De pronto hasta oyó de la moda, escuchó de todas esas cosas que peleaban entre las líneas, un lenguaje propio y mío, y dejó de entenderlo para contemplar uno nuevo, ya estaba más grande, no, no lo quería controlar, me hacía feliz plumándose para volar.
Acurrucaba la cabeza en un regazo de panza caliente, donde le sacaba los piojos y los ponía en fila para que se sientan libres de hacer un circo, porque las pulgas no son las únicas hechas para el estrellato.
Mi amado personaje término por odiar sus historias, se dispuso a partir, pero se olvidó que si se iba, ya no lo voy a pensar más, se volvió una mancha entre los puntos, y eso que ya muy pronto sus piojos se harán famosos.
Después de todo él solo estaba escrito, dibujado, tallado, se me olvidó que el alma no viene en el paquete, de un personaje inventado.